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Felicitaciones

  El llanto de una familia rota, personas intentando soportar el dolor en sus cuerpos y miradas aterradas.

  Eso fue lo que recibieron Ness y Alexa al volver a la ciudad.

  En sus mentes, imaginaron ser recibidos con alegría al anunciar que la amenaza había desaparecido.

  Olvidaron por completo que las consecuencias no se desvanecerían con el enemigo. Solo querían un mínimo momento de alivio, que algo bueno naciera de todo el sufrimiento que habían tenido que soportar.

  Ness era quien más deseaba eso. Después de todo, quería que los demás vieran a sus padres como héroes.

  Pero, ?cómo podrían pedir una celebración, cuando había sido su familia la responsable de que las secuelas de un pasado olvidado alcanzaran a los inocentes?

  Los charcos de agua esparcidos por el poder de su madre no solo reflejaban su rostro decaído, sino también la culpa que lo devoraba por dentro.

  Su nueva compa?era abrió la boca, a punto de formar palabras para consolarlo, pero solo el silencio salió de ella. Su mente se llenaba de preguntas y reproches hacia sí misma.

  —?Qué debería decirle? Ya le dije que nada de esto fue su culpa… pero esta clase de culpa es diferente. ?Decirle que los demás no lo culpan será suficiente? ?O al menos decirle que yo no lo culpo? —Pensó, sin dejar de mirarlo, como si el dolor de Ness se colara lentamente bajo su propia piel.

  Estiró la mano, intentando tomar la de él, pero fue interrumpida por una voz demasiado familiar.

  —?Pero si es mi joven arlequina! De verdad, qué espectáculo montaron ustedes dos.

  La figura que apareció desprendía nobleza en su vestimenta, con un sombrero de copa alta que coronaba su imponente presencia. Cada paso que daba al acercarse rápidamente a los dos rezumaba una elegancia excesivamente glamorosa.

  —?Jefe… Didi? —susurró Alexa, sobresaltada por lo repentino del encuentro. él tenía su rostro a escasos centímetros del suyo.

  —Jojo… y este de aquí es el responsable de destruir mi circo, ?no es así? —dijo, mientras levantaba la barbilla de Ness, obligándolo a mirarlo directamente a los ojos.

  A pesar de que Ness medía 1.80, Didi lo superaba con facilidad; su altura rebasaba los dos metros.

  En circunstancias normales, Ness lo habría apartado de un empujón sin pensarlo. No era alguien que tolerara ser tocado con tanta facilidad. Pero en ese momento, no estaba siendo el mismo.

  —Así es. Yo soy el responsable —contestó Ness, sin apartar la mirada.

  —?No es su culpa! ?él nos protegió, él…!

  Fue interrumpida por un dedo que se posó con suavidad sobre sus labios. Didi ya no mostraba la expresión juguetona y alegre con la que había llegado. Su mirada, ahora amarga, pesaba sobre Alexa mientras dirigía su juicio silencioso hacia la respuesta del joven frente a él.

  —Si así es como ves las cosas —dijo con poca emoción—, entonces acompá?enme, ambos. Debemos hablar sobre los gastos por los da?os a mi propiedad. Y ya que tomaste la responsabilidad por ella, hay otros asuntos que tratar también.

  Los tres caminaron en silencio hacia una carpa peque?a, donde atendían a heridos graves y a los que ya no respiraban.

  Ness, con la mirada aún baja, alzó ligeramente los ojos al entrar y se detuvo sorprendido. Vio cómo algunas personas tenían sobre sus heridas peque?os hongos brillantes: los mismos que su madre creaba con su poder. Aquellos hongos les proporcionaban nutrientes y aceleraban su recuperación. Entre los heridos también era atendida la anciana minotaura de la carnicería.

  —Tu madre siempre sabía mantener el control, sin importar la situación —murmuró Didi con un tono nostálgico.

  Tras esas palabras, avanzaron hacia un rincón apartado de la carpa, donde un hombre yacía recostado con el torso cubierto de vendas manchadas de rojo. Las manchas no dejaban de crecer.

  —Eren, aquí está el hijo de Lizz —Anunció Didi.

  —Gracias, Didi… Temía no aguantar hasta verlo —Les dirigió una sonrisa. Pero apenas rió, el dolor lo obligó a callar de inmediato.

  Ness cayó de rodillas. Apretaba los dientes. Algo dentro de él se rompió. Un nudo áspero se le formó en la garganta mientras sus ojos se clavaban en el vendaje torcido de aquel brazo tembloroso.

  No necesitaba que nadie le echara la culpa. él ya la sentía quemándole el pecho. Los dedos le temblaban, sin atreverse a tocar, a preguntar, a pedir perdón.

  —Si me preguntan a mí, te pareces mucho a tu madre… o al menos a cómo era cuando era joven —Continuó Eren, con voz entrecortada—. En aquella época, siempre lloraba cuando alguno de nosotros resultaba herido. Ella fue quien nos contactó a Didi y a mí para organizar tu ritual de adultez… ?Lo sabías?

  Cada palabra le costaba. Respirar era un esfuerzo audible. Su rostro, pálido y tenso, parecía hundirse lentamente en el letargo. Y aun así, no perdía la chispa risue?a que le quedaba.

  —Ustedes son amigos de mi madre, y aun así nos atrevimos a traerles nuestros problemas...

  —Qué tonterías dices, chico. Solo somos viejos conocidos que le debíamos mucho. Escucha bien: nadie en esta ciudad te culpa a ti ni a tus padres. Después de todo, fue por nuestra debilidad que ellos no pudieron volver durante tantos a?os. Si no hubiéramos sido unos cobardes, tal vez nada de esto habría pasado. Dependimos demasiado del fuerte. Ese fue nuestro pecado.

  —?Qué están diciendo? ??Qué tiene que ver esta ciudad con el ataque de hoy?!

  El sonido de su pu?o golpeando el suelo retumbó por todo el lugar.

  —Lo siento. Hasta aquí tus padres me permitieron hablar. Lo demás tendrás que descubrirlo por ti mismo.

  Aunque quisiera decir más, en verdad sabía muy poco más.

  —?No puedes dejarme así después de decir algo como eso!

  El aplauso de Didi interrumpió la tensión, atrayendo la atención de ambos.

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  —Estamos en un lugar lleno de personas que necesitan paz —dijo con una sonrisa que se estiraba de oreja a oreja—. Será mejor que no griten.

  —Lo siento… perdí el control —respondió Ness, bajando la voz.

  —Escucha, los minotauros somos una comunidad muy unida. Nuestras tradiciones son nuestro orgullo. Verte hacer tu ritual y poder organizarlo fue un honor para todos nosotros. Por eso queríamos demostrarte nuestro afecto, con tantas personas presentes. El mensaje debió ser claro: ?Bienvenido a la familia!

  —Entonces… ?ustedes me aceptan? ?Incluso cuando no pude proteger a todos? —Las lágrimas empezaron a empapar su ropa.

  Eren se estiró, cada movimiento acompa?ado por el crujido de sus huesos, hasta que logró darle un leve golpe a Ness en la frente.

  —Me diste la oportunidad de proteger a mi familia. Si no hubieras logrado levantarte después de ser pisado por ese maldito, muchos de nosotros no estaríamos aquí. Tenías el poder para huir junto a tus padres en ese momento. ?Por qué no lo hiciste?

  —Después de eso… lo pensé. De verdad deseé huir. Pero al final no lo hice. Y eso fue por la misma razón por la que no lo hice antes: la mirada de unos ni?os asustados… no es algo que pueda ignorar.

  Su mirada, por fin, se alzó del suelo.

  —No por tu poder, no por quiénes son tus padres, ni siquiera por tu arma. La verdadera razón por la que eres fuerte… es porque eres capaz de proteger al débil. Gracias por salvarnos.

  El dolor no le impidió levantarse para hacer una reverencia ante su salvador. A su vez, Ness recibió algo más que ese gesto: un abrazo repentino, fuerte y sincero, por parte de Alexa.

  Por fin, una nueva oportunidad de ayudarlo se había presentado ante ella.

  —Te lo dije, ?no? Tú no eres débil. Así que deja de pensar en esas tonterías.

  —?Soy fuerte…?

  —Sí.

  —?Logré proteger a alguien…?

  —Por supuesto.

  —Gracias… gracias… Gracias por decírmelo.

  Una sonrisa empapada en lágrimas fue lo que ambos compartieron en ese momento. Un recuerdo que los uniría para siempre.

  —Bueno, bueno, jovencitos —interrumpió Didi con su voz sonora—. Es momento de dejar al paciente descansar. Este tonto se ha abierto las heridas otra vez.

  —Vamos, Didi, estoy más que bien —respondió Eren, justo antes de escupir sangre.

  —Siempre tan terco. Súbete de nuevo a la camilla.

  Los médicos corrieron a atender a Eren mientras él, aún con la boca ensangrentada, levantaba el pulgar y sonreía, mostrando los dientes mientras lo cosían de nuevo. Aquellos tres a quienes dirigió ese gesto ya se alejaban del lugar.

  Durante los siguientes tres días, toda la ciudad se volcó en reconstruir lo da?ado y en cuidar de los heridos. Ness fue quien menos durmió en ese tiempo, pero también quien más ayudó.

  La niebla en su mente finalmente se despejó. Ahora podía sonreír con sinceridad y recibir los agradecimientos de quienes se acercaban a él. Y ponía su sonrisa más grande cuando quien lo hacía era algún ni?o.

  —?Ness!, ?ya terminaste?

  —Ya terminamos todos por aquí, Alexa… ??Quién eres tú?!

  —?Soy yo! ??Qué tan mal me veo?!

  —?No! No me refiero a eso...

  Una chica de cabello rosa, atado en una larga coleta, y ojos esmeralda apareció frente a él. Su manera de moverse era ligera, casi danzante, como si cada paso siguiera el ritmo de una melodía que solo ella podía oír. Se colocó frente a Ness, y su vestido corto con mangas largas y medias altas acaparó las miradas de todos a su alrededor, incluida la suya, aunque él trató de disimularlo.

  —Olvidé que nunca me habías visto sin mi disfraz de arlequín —dijo ella, con una sonrisa forzada—. Estuve trabajando junto a los demás del circo para levantar la moral, pero como ya terminé, me lo quité.

  Sus ojos se ensombrecieron de repente.

  —El jefe Didi me dijo que vestirme así y moverme como lo hice podría animarte, pero seguro que te confundí más, ?verdad? Jajaja…

  La risa fue débil. Su autoestima acababa de recibir un duro golpe. No fue capaz de mirarlo a los ojos.

  —?Solo me sorprendí! Te ves muy bien, lo juro.

  —Jajaja, no necesitas mentirme —respondió, intentando ponerse de nuevo la nariz de payaso y la peluca—. Solo volveré al estilo de siempre.

  —?No lo hagas, tonta! —exclamó Ness, deteniendo sus manos con las suyas—. Yo nunca mentiría con algo así.

  Alexa se quedó inmóvil.

  Sintió sus dedos rodeados por los de él, cálidos y firmes, impidiéndole ocultarse tras su viejo disfraz. Por un momento, sus ojos se encontraron, y en ellos no vio burla, ni compasión, ni la incomodidad que tanto temía. Solo sinceridad. El rubor le subió al rostro como una llamarada.

  —?Te creo, te creo! —exclamó con voz temblorosa, apartándose de golpe.

  Giró sobre sus talones y echó a correr, sin mirar atrás, como si quedarse un segundo más pudiera hacerla estallar.

  Sin pensarlo demasiado, Alexa abrió su bolso y comenzó a sacar todo: la nariz rosa de payaso, la peluca rizada, varias narices de repuesto, flores falsas que soltaban agua, una bocina chillona, maquillaje blanco y un par de guantes ridículos con cascabeles.

  —??Por qué estás tirando todas tus cosas?! —preguntó Ness, sorprendido.

  —?Olvidaste que me pediste viajar contigo? Ya no necesitaré nada de esto —respondió ella, sintiendo cómo un peso se deslizaba de sus hombros al terminar de tirar las cosas.

  —Entonces, si no te hubiera dicho nada... ?ibas a llevar todo eso contigo?

  —Ah... olvidé que tenía que devolverlo al circo.

  Un sombrero de copa cayó sobre su cabeza de forma algo brusca.

  —Peque?a Alexa, de verdad me entristece que no sientas nada al deshacerte de todo lo que te regalé. Eres la mejor presentadora que he contratado —suspiró Didi, mientras se colocaba de nuevo su propio sombrero—. Incluso cuando vomitabas antes de entrar al escenario aquellas primeras veces, nunca dudé de tu potencial.

  —?Jefe! ?No diga esas cosas en público! —Protestó ella, encogiéndose en el suelo como si quisiera desaparecer.

  —Bueno, en realidad vine a hablar con ustedes por dos motivos importantes —dijo con tono más serio—. Uno tiene que ver con el futuro, y el otro... con el pasado.

  Sacó un mapa de uno de sus bolsillos.

  —Deben dejar el continente.

  En cuanto ambos escucharon esas palabras, algo en sus rostros cambió. Fue como si el mundo se detuviera por un segundo, el justo para que sus mentes intentaran comprender lo que acababan de oír.

  —Ness, tú buscas respuestas del pasado para tu futura venganza. Pero aunque eres fuerte, aún no posees el poder necesario. Si apuntas tus colmillos hacia la organización de los Hijos de los Héroes, no podrás moverte libremente en el continente de Ivelan. Ellos tienen tanta influencia y poder que incluso impiden la intervención del ejército. Eso es porque ya dominan gran parte del continente.

  —Entonces, si estando aquí me detectan como una amenaza, no lograré nada... Debo ir a donde su influencia sea mínima —reflexionó Ness.

  —Exacto. Es una lástima, pero no podrás volver en varios a?os. Aun así, este siempre será tu hogar.

  Ness tomó el mapa con entusiasmo, pero Didi no lo soltó de inmediato. Puso fuerza en su agarre, obligándolo a prestar atención.

  —Ya no estamos en peligro, nadie en la ciudad lo esta. Tal vez alguien más derrote a la organización, o quizá nadie lo logre en mucho tiempo. Pero aun así, podrías ser tú quien los derrote algún día. En otras palabras, no vivas solo para la venganza. Encuentra más ambiciones. Ambos, búsquenlas.

  —Lo haremos —contestaron al unísono.

  En ese momento, un grupo de ciudadanos apareció, todos con grandes sonrisas marcadas en el rostro. Corrieron hacia ellos tres como una auténtica estampida.

  —?Ness, Alexa, buen viaje!

  Antes de que pudieran agradecer sus palabras, comenzaron a ser bombardeados por una lluvia de objetos lanzados con entusiasmo. Entonces lo entendieron: más que despedirse de ellos... ?los estaban echando de la ciudad!

  —?Olvidé que esto también es una tradición! —gritó Ness, mientras esquivaba una verdura voladora.

  —??Qué les pasa?! ??Por qué los minotauros son tan raros?! —exclamó Alexa, cubriéndose con los brazos.

  Ambos huyeron del lugar entre risas, empujones y muestras de afecto poco convencionales, pero no sin antes sentir el cari?o genuino que la ciudad les tenía.

  Con el mapa en mano, su nuevo destino estaba marcado. El continente de Barielle les esperaba: un viaje que pondría a prueba su valor y los obligaría a forjar nuevas alianzas.

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