home

search

Capítulo 78: Mineros precarios.

  Después de varios minutos explicando por qué el coyote podría ser bueno y que deberíamos ir evaluando su actitud, que era pasiva luego de terminar de comer, llegamos a la conclusión que lo seguiríamos alimentando con las sobras y veríamos si quiere ser amistoso o no.

  A mí no me parece una idea tan genial la de tener un animal carnívoro a nuestro lado, pero... debo decir que es interesante el poder ver su comportamiento. Así puedo estudiar mejor sus características y su evolución como animal, lo que podría servirme en un futuro si necesito explicarle a alguien de por acá.

  Estaba en cuclillas, con los codos apoyados en las rodillas, observando el suelo donde había estado trampa. El cebo que había quedado del jabalí, ya entrando en descomposición, apestaba un poco, pero eso no parecía importarle a los insectos que buscaban comer: las hormigas. Eran peque?as, coloradas, moviéndose en una fila ordenada hasta acá, cada una cargando un pedacito de carne, que para ellas seguro que eran muy valiosos. Claro, hay muchas especies de hormigas que son omnívoras.

  Me quedé mirándolas, hipnotizado por su precisión y trabajo en equipo, pero al mismo tiempo con un nudo en el estómago que no podía ignorar. Las hormigas me daban repelús, un escalofrío que me subía por la espalda y me hacía apretar los dientes. No era solo por su apariencia, aunque esos cuerpos peque?os y esas patas diminutas moviéndose sin parar tenían algo inquietante. Era por lo que había pasado en la isla.

  A?os atrás, cuando todavía era un pendejo aprendiendo a usar mi magia, me topé con unas hormigas como estas, pero de color negro. No sé de dónde salieron, porque en la isla no había casi insectos, no de ese tipo. La historia ya es conocida: me picaron y terminé muriendo el mismo día en el que Lucía nació. Desde entonces, mi pie derecho quedó liso, sin una sola u?a, una marca que nunca se irá. Lo más raro de todo es que esas hormigas desaparecieron después. Nunca más las vi, ni en la isla ni en ningún lado. Parecía que hubieran aparecido solo para joderme y luego se esfumaron. Todavía me ponía los nervios de punta pensar en eso, porque toda la atmosfera de la escena había sido extra?a.

  Sacudí la cabeza, tratando de sacarme el recuerdo de encima, y volví a mirar las hormigas. Estas parecían normales, solo bichos haciendo lo suyo. Sin embargo, no podía evitar sentir un cosquilleo en el pie, como si mi cuerpo estuviera esperando otro ataque. Me alejé un paso, respirando hondo, y moví la vista hacia Sol, el cachorro de coyote. Estaba acostado debajo de la carreta, con la cabeza apoyada en las patas delanteras, observándome con esos ojos amarillos que parecían atravesarme. Su hocico todavía tenía rastros de sangre seca del cebo, y su cuerpo estaba relajado... sin quitar la vista de mí. ?Acaso estaba estudiándome, calculando si yo era una amenaza o solo un tonto agachado mirando bichos? Había algo en su mirada, una inteligencia que me ponía nervioso, pero también me intrigaba. No era un animal doméstico como un gato o un perro, era... otra cosa. Algo salvaje, pero con un toque de curiosidad que me hacía pensar que tal vez, solo tal vez, podríamos llegar a entendernos.

  "?Qué me mirás tanto, Sol?" Murmuré, frunciendo el ce?o exageradamente.

  él ladeó la cabeza un poquito y alzó un poco las orejas, pero no se movió, solo siguió con esos ojos fijos en mí.

  "Si vas a quedarte con nosotros, vas a tener que portarte bien, ?eh? Nada de morder a los gnomos o de robar comida. No seas gil y portate bien".

  Como si me entendiera, soltó un bufido corto, casi un resoplido, y cerró los ojos, como diciendo 'déjame en paz'. Este muchacho de ojos amarillos ya tenía más personalidad que algunos humanos que había conocido.

  Un grito desde la llanura me hizo girar la cabeza. A lo lejos, vi a Suminia, Samira, Rin y Mirella viniendo hacia el refugio, arrastrando algo grande por el pasto. Era otro jabalí, más grande que el de ayer, con el pelo negro brillando bajo el sol. Parecían contentos, y no era para menos. Ese jabalí iba a darnos comida para dos días más.

  Del otro lado, en la costa, estaban Lucía con Rundia, lavando los platos, cubiertos y piel de jabalí. últimamente pasan bastante tiempo juntas, hasta Lucía le ayudó a seguir buscando de las cositas brillantes entre la arena.

  Me levanté, sacudiéndome el pasto de la ropa, y caminé hacia la trampilla, donde había dejado la bolsa hecha de pasto. La revisé rápido, buscando los dientes que había guardado. No eran muchos, porque la mayoría estaban medios roto o podridos, pero los colmillos estaban intactos, largos y curvados, perfectos para lo que tenía en mente. Agarré un par de ramas que estaban tiradas cerca, restos de los abedules que habíamos traído poco a poco, y me senté junto a la trampilla, dispuesto a trabajar.

  Con mi magia, moldeé las ramas en un mango corto y sólido, de unos veinte centímetros, lo suficientemente grueso para que un gnomo pudiera agarrarlo con sus manitas. Luego tomé uno de los colmillos y lo fusioné con el otro, para luego unirlo al extremo del palo, formando la parte superior del pico, que serviría para lo que Forn y sus peque?os intentaran picar con algo que no se rompiera al instante, como lo era la piedra. Además, desde hace un tiempo que quiero probar si los dientes son lo suficientemente resistentes como para hacer algo así.

  Ojalá encontrar metal. Debería ponerme con eso de la minería.

  Estaba a punto de bajar al refugio para entregárselos cuando la trampilla se abrió de golpe, casi dándome en la cara. Aya salió disparada, con las orejas moviéndose de izquierda a derecha y los ojos anaranjados abiertos de par en par. Su pelo blanco estaba despeinado, y tenía una mancha negra en el pómulo derecho, como si se hubiera frotado contra algo sucio.

  "?Luciano, ven rápido!" Exclamó, agitando las manos.

  Sus colas se movían como locas, lo que siempre era se?al de que estaba nerviosa o emocionada.

  "?Los gnomos! ?Salieron de los pasadizos todos sucios de color negro! ?No sé qué encontraron, pero tienes que venir a ver!"

  "?Negro? ?Qué carajo...?" Pregunté, bajando las escaleras detrás de ella, casi tropezando por la prisa.

  "?Están bien? ?No se lastimaron, no?"

  "?Están bien, están bien! Pero están... raros. Gritan, corren y ensucian por todos lados. ?Ven!"

  El refugio estaba en caos cuando llegué. Los gnomos, normalmente ordenados en sus filas, estaban corriendo en círculos, con sus sombreros rojos cubiertos de un polvo negro que les manchaba la cara y las manos. Algunos llevaban pedazos de algo oscuro en las manos, sosteniéndolos delante de ellos. Forn estaba en el centro de la sala, intentando calmarlos, y él también estaba sucio, con la capa roja llena de manchas negras y una sonrisa que no le cabía en la cara.

  Espera, ese olor...

  "?Gnomo negro! ?Gnomo negro! ?Gnomos haber encontrado negro!" Gritaban los peque?os, saltando y chocándose entre ellos.

  Uno casi se me trepa por la pierna, sosteniendo un pedazo de... No me lo creo.

  "?Carbón?" Murmuré, agachándome para tomar el pedazo que un gnomo me ofrecía.

  Lo giré entre los dedos, sintiendo la textura áspera y el peso ligero. Era carbón, sin duda. Negro, quebradizo, con ese olor característico que me recordaba a mi vida pasada.

  "?Sí, encontraron carbón!"

  Aya se acercó, todavía con la mancha en la mejilla, e inclinó su cara hacia mi.

  "?C-Car...? ?Esa cosa es... buena? Tiene olor feo".

  "?Es algo muy bueno, Aya! ?Con esto podemos hacer fuego más fácil, cocinar mejor, hasta...! ?No sé, muchas cosas! ?Los gnomos son unos genios!"

  Forn se acercó, limpiándose el polvo negro de las manos en la capa, aunque solo logró empeorar las manchas.

  "?Luciano, mis ni?os encontraron un montón de eso mientras rompíamos la piedra! ?Qué hacemos con esto? No es algo que antes haya visto".

  Miré el carbón en mi mano, luego a los gnomos, que seguían gritando y corriendo, y sentí una oleada de emoción. Esto era más que un hallazgo casual. Era una se?al de que este lugar tenía recursos, cosas que podíamos usar para construir algo más grande, algo mejor. Carbón significaba fuego, calor, herramientas que cualquiera pudiera construir. Si los gnomos seguían cavando, quién sabe qué más podían encontrar.

  "Por ahora, guardémoslo", dije, tratando de sonar calmado aunque por dentro estaba saltando.

  "Vamos a dejarlo en donde estaba, por ahora no sigan avanzando por ese lado. Ya me voy a encargar yo del carbón".

  "Está bien. Comenzaremos a romper la piedra por otro lado".

  "Y Forn, esto es un invento que les puede servir para romper piedra, o tal vez no. Es solo una prueba".

  Levanté el pico peque?o que había hecho, entregándoselo con una sonrisa.

  "Esto se llama pico. Lo hice con mi magia para ustedes. Solo hay que sostenerlo de la parte de madera y luego golpear con cualquiera de las dos puntas blancas".

  Forn lo tomó entre sus manos, e inmediatamente los otros gnomos dejaron de corretear.

  "Parece... interesante, amigo mío. Lo probaremos y te diremos cómo nos fue".

  "Perfecto. La idea es encontrar un material más resistente en el futuro para así hacer un pico mejor".

  "Muchas gracias por compartir tu magia con nosotros. Estamos agradecidos".

  "No, no es nada".

  "?Pico gnomo! ?Pico gnomo!" Gritaron los peque?ines, amontonándose alrededor de Forn para ver el pico.

  Uno intentó quitárselo de las manos, y otro se subió a su espalda, haciendo que el viejo gnomo casi se cayera.

  Reí, mirando a Aya, que también sonreía... a medias. Parecía confundida por todo el alboroto.

  "Esto es solo el principio, Aya. Si hay carbón, puede haber más cosas que no conocemos. Este lugar... creo que nos está dando la bienvenida".

  Si en este lugar tenemos una veta de carbón, significa que no es un lugar aceptable para vivir, sino más bien un lugar ideal para convertirlo en una mina. Debemos movernos y hacernos nuestra casa definitiva.

  Le devolví el carbón a los gnomos mientras veía de reojo a Pyra, que estaba investigando la suciedad que dejó el carbón en el suelo y me retiré, volviendo a salir al exterior.

  "?Luciano!" La voz de Mirella me tomó por sorpresa.

  Llegó volando desde la llanura, con sus alas zumbando y una sonrisa enorme en la cara.

  "?Volví! ?Me extra?aste? Cazamos otro jabalí para que todos puedan comer".

  "Sí, Mirella, claro que te extra?é. Y muchas gracias por ayudar en la caza, como siempre", respondí, saludando con la mano a los demás.

  "?Y Sol?"

  "Se fue a dormir abajo de la carreta".

  Miró hacia mi izquierda, dando aplausos cortos.

  "?Bien, se va a quedar!"

  "Sí, parece que sí", respondí, sonriendo.

  "Pero ahora necesito que hagas algo más importante, Mirella. Lo que te dije que debías hacer... Quiero que explores la llanura desde el aire. Necesito que mires todo lo que puedas. Necesito saber si hay humanos, seres mágicos, animales nuevos, o cualquier cosa rara. También fijate en el bosque por encima, a ver qué tan grande es y si ves algo... no sé, fuera de lo normal. También estaría bueno saber si no estamos en una isla. ?Podés hacerlo?"

  "Hmm..."

  "Acordate que es todo por el agua mágica..."

  Sus ojos verdes parecieron iluminarse de repente y dio una voltereta en el aire.

  "?Claro que puedo, Luciano! ?Voy a ser tus ojos en el cielo! ?Nadie encuentra más agua mágica que la gran hada Mirella! ?Cuándo querés que vaya?"

  "Ahora mismo si es posible", dije, se?alando el cielo despejado.

  "Entre más rápido sepamos qué hay acá, mejor. Pero tené cuidado, ?sí? No te acerques demasiado a nada ni nadie que parezca peligroso, y si ves algo raro, volvé enseguida".

  "?Tranquilo, soy la mejor en esto!" Exclamó, inflando el pecho.

  "?Vuelvo en un ratito! ?Mira cómo lo hago!"

  Sin esperar respuesta, salió disparada hacia arriba.

  La vi alejarse, sintiendo una mezcla de alivio y ansiedad. Mirella era rápida, lista, y sus poderes la hacían difícil de atrapar. Pero este lugar era un misterio, y después de lo que Pyra dijo ayer en la playa, no podía evitar sentir que cada paso que dábamos era demasiado grande. Todo este último tiempo no han parado de pasar cosas que cambian nuestros planes cada dos por tres. Es por eso que quiero anticiparme a todo y buscar un lugar bueno en el que podamos vivir, y seguir buscando recursos con los que mejorar nuestra calidad de vida y seguir ense?ándoles a los demás cómo se hacen las cosas.

  ***

  Estaba sentado junto a la carreta, ajustando el arco que había intentado usar con Rin. Había reemplazado el hilo de tela por uno hecho de fibras de pasto, pero no sirvió. Luego utilicé las hojas rojas, y me fue peor, así que volví a dejarlo como estaba.

  ?Qué otro material puedo usar?

  Sol, el coyote, seguía bajo la carreta, masticando un pedazo de hueso que se me había ocurrido darle, aunque realmente no lo puede masticar. Cada tanto me miraba, tal vez esperando que le dijera algo, y yo solo le devolvía una sonrisa torcida. Este animal parecía medio loquito, pero empezaba a caerme bien. El tipo vio comida fácil y se quedó acá.

  "?Luciano!" La voz de Mirella resonó desde el cielo, y levanté la vista justo a tiempo para verla bajar en picada, aterrizando frente a mí con un revoloteo de alas.

  Estaba jadeando, con el pelo rubio pegado a la frente por el sudor.

  "?Volví...! ?Exploré todo, todo! ?Tienes que escuchar esto!"

  "?Genial! Contame, ?qué viste? ?Encontraste algo interesante?"

  Puso una cara de concentración exagerada, como si estuviera a punto de dar un discurso importante.

  "Bueno, primero, exploré tooooda la llanura que pude sin perder el bosque de vista. Para no perderme, obvio".

  "Sí, perfecto. Está bien que no te hayas alejado tanto si no tenías referencia para volver".

  "Entonces, volé súper alto, como me dijiste, y miré en todas direcciones. No vi humanos, Luciano. Ni uno solo. Tampoco vi seres mágicos, como Aya o yo. Solo animales, muchos animales. Más de esos ciervos, más jabalíes, coyotes y también vi unos pájaros de color rojo que pasaron cerca de mí... Ah, y también parecía haber conejos".

  "Oh... Los pájaros rojos. Me gustaría verlos más seguido".

  "Sí, pero no hay nada de gente".

  "?Nada de gente? Ya veo... Qué decepción, ?no?"

  "?Te dije algo malo, Luciano? ?Eso te hace sentir triste?"

  Dejé el arco a un lado, en el suelo.

  "No es culpa tuya, obviamente, solo que tenía ganas de conocer a más humanos o lo que sea. Quiero tener más gente a mi lado para que más puedan aprender a hacer cosas y también para ayudarnos".

  "?Quieres que siga volando más lejos? No quiero que estés triste".

  "No, está bien. Aunque, si me decís eso, significa que no estamos en una isla, ?verdad?"

  "Parece que no".

  "?Y el bosque? ?Qué viste ahí?" Pregunté, mirando cómo a nuestra derecha Rin controlaba con un cucharón la carne que estaba hirviendo en la olla.

  "Ahí está lo interesante... El bosque rojo es enorme, Luciano. No pude ver dónde termina, se extiende por todos lados y los árboles son altísimos. Aun así, hay una cosa interesante en el medio... en el centro vi algo raro. Había unas hojas verdes, no rojas, que sobresalían por encima de los otros árboles. Eran gigantes, como si fueran de un árbol mucho más grande que los que llamamos abedules".

  If you find this story on Amazon, be aware that it has been stolen. Please report the infringement.

  "?Hojas verdes? ?Un árbol más grande?" Murmuré, sintiendo un cosquilleo en la nuca.

  "?Viste algo más? ?Algún movimiento, algo que se moviera entre los árboles?"

  Mirella negó con la cabeza, encogiéndose de hombros.

  "Nada claro. El bosque tiene muchos árboles, por lo que no pude ver el suelo desde arriba. ?Debería haberme metido al bosque?"

  "No, hiciste bien. Gracias, Mirella. Esto es justo lo que necesitaba saber. Ahora tenemos una idea de lo que hay allá afuera".

  "Ah, me faltó decirte una cosa".

  "Sí, decime".

  "?Hay fufis!"

  "?Cómo?"

  "Hay animales Fufi".

  "Ah, vos decís que hay animales que se ven como Fufi, el de la isla".

  "Sí".

  "Bien. Mientras más animales, mejor".

  Ella se me quedó mirando con las manitas detrás de su espalda.

  "Y... Gracias, otra vez. Sos la mejor hada del mundo".

  "?De nada! ?Y ahora qué hacemos? ?Vamos a ir al bosque a ver ese árbol que parece más grande?"

  Me quedé callado un segundo, mirando hacia el bosque. Desde acá, esos abedules parecían inofensivos, casi invitantes. Pero las palabras de Mirella, y esa sensación mía de que debíamos estar preparados por si decidíamos explorar por allí, me frenaban. No podíamos ir corriendo al bosque sin un plan. No después de lo que pasó en el mar, no con un grupo que dependía de la magia para mantenerse a salvo. Pero tampoco podíamos ignorar lo que había en el centro. Si había algo importante, algo que pudiera ayudarnos o ponernos en peligro, teníamos que saberlo.

  "Sí, vamos a ir dentro de muy poco".

  "?Qué bueno! Pero me vas a llevar, ?no? No vaya a ser que digas que debo ir a cazar con Suminia y Samira para irte solo con Pyra, ?eh!"

  "Obvio que sí. Vos vas a ser la primera en liderar al grupo con tu gran luz. Pero ahora, vení, vamos a contarle al grupo lo que viste. Quiero que todos sepan lo que hay allá afuera".

  "Está bien. Vamos".

  Me ajusté bien el sombrero y caminamos hacia la trampilla.

  Hoy estaba siendo un día bastante tranquilo, así que hacer algo movido no me vendría mal.

  Después de almorzar con la carne de jabalí, decidí ir a recorrer los pasadizos subterráneos que habían creado los gnomos junto con una bola de luz que me dio Mirella.

  Ahora mismo me encuentro solo con Forn, que está caminando delante de mí, todavía con la ropa algo sucia.

  El aire estaba pesado, con un olor a humedad y algo más, como a tierra quemada, que se hacía más fuerte mientras avanzábamos. Los pasadizos eran estrechos, mucho más a comparación de los que había en la isla. Las paredes se cerraban tanto que, si estiraba los brazos, podía tocar ambos lados con los codos. Aya, con su porte físico grande, no habría tenido chance de pasar por acá sin quedarse atascada en sus hombros o caderas. Y por mi parte, me tuve que quitar el sombrero para que no me estorbara.

  El suelo estaba cubierto de polvo fino y piedras peque?as que crujían bajo la suela de madera de mis ojotas, y el camino iba en una ligera bajada, como si estuviéramos hundiéndonos en el corazón de la tierra... Bueno, tampoco era algo tan épico, simplemente estamos bajando por una ligera pendiente.

  Miré la espalda de Forn, notando que todavía tenía polvo negro pegado en la capa y en el sombrero verde. Se lo veía bastante callado para ser un momento en el que debía de estar orgulloso por el trabajo que hicieron entre todos.

  "Forn, ?todo bien?" Pregunté, esquivando una piedra que casi me hace tropezar.

  "Estás muy callado para alguien que acaba de encontrar un mineral que nunca antes había visto".

  Forn giró la cabeza, apenas lo suficiente para que viera su perfil y sus ojos medio escondidos bajo el sombrero.

  "Amigo mío... Me siento muy apenado".

  "?Eh? ?Qué pasó?"

  "El obsequio que nos diste para romper piedra fue... destruido".

  "?Qué? ?El pico que hice con los colmillos de jabalí se rompió? No me lo creo. No sirvió ni un día".

  "No sé lo que pasó, amigo mío. Solo Jorl comenzó a romper la piedra con el pico y apenas duró nada. Primero se rompió una punta, luego la del otro lado y finalmente no quedó nada".

  Solté un suspiro, rascándome la nuca, sintiendo el pelo corto y pinchudo. Mierda, Luciano, otro error en tus inventos. Había pasado bastantes a?os pensando que los dientes de un ser vivo serían lo bastante fuertes para ser útiles en algo. Pero claro, ?qué sabía yo de minería? En mi vida anterior, lo más cerca que estuve de un pico fue jugando a algún jueguito de supervivencia en la computadora. Y ahora, en este mundo, cada cosa que intentaba hacer desde cero me recordaba lo lejos que estaba de ser el genio que Sariah esperaba. Aun así, no podía dejar que Forn viera mi frustración. él confiaba en mí, todos lo hacían, y si me ponía a dudar ahora, se vendría todo abajo.

  "Bueno, nada de picos por ahora hasta encontrar un material mejor. Vamos a ver ese carbón, entonces. Si es una veta grande, esto cambia todo".

  Intenté sonar confiado, aunque mi voz salió un poco más tensa de lo que quería.

  Forn se disculpó una vez más y siguió caminando, con sus botas de goma haciendo un ruido levemente rechinante contra el suelo. El olor a carbón se estaba volviendo más fuerte, casi sofocante, como si estuviéramos entrando en una chimenea apagada.

  El suelo comenzó a mostrar partes manchadas de negro y, de un momento a otro, las paredes también se volvieron negras. Habíamos llegado al final del recorrido.

  "Hemos llegado al nuevo mineral que llamaste carbón".

  "Ya veo... Con que así se ve el carbón en una gran cantidad..."

  Forn se hizo a un costado cuando me acerqué al final del pasadizo y toqué la pared. Era rugosa, con grietas que dejaban ver un brillo oscuro, casi aceitoso. Era carbón, sin duda, aunque de esta forma parecía... más denso, más puro.

  "Forn. ?Te gusta el carbón?"

  "A los gnomos nos gusta todo tipo de minerales, algunos más, otros menos. El carbón parece ser de los que nos gustan menos. Tiene demasiado olor y ensucia demasiado. Además, no pareciera poder hacerse nada especial, porque se convierte en polvo muy fácilmente".

  "Sí, tenés razón en todo lo que dijiste. Lo que pasa es que el carbón parece tener otras utilidades que no hemos visto todavía... Viste que mancha bastante, ?no? Bueno, a mí se me ocurre que podría servir para dibujar".

  "?Dibujar?"

  "Sí, como cuando Mirella a veces hace tonterías con su dedo, dejando rastros de luz".

  "Realmente tienes mucha imaginación, amigo mío. Avísame si logras hacer algo así".

  "Sí, claro. Ahora veamos qué tan grande es esto. Voy a usar mi magia para mover la piedra y abrir un poco más el camino. Vos quédate atrás por si pasa algo raro, ?sí?"

  Forn asintió, retrocediendo unos pasos.

  "Ten cuidado tú también".

  Cerré los ojos por un segundo para visualizar este material, que era nuevo para mi magia. Las partículas mágicas siempre estaban ahí, flotando a mi alrededor, visibles solo para mí y los otros que usábamos magia. Empecé a deslizar mi mano por la pared negra, imaginando lo que quería: separar la piedra, moverla a los costados y compactarla contra las paredes y el techo para que no se derrumbara todo este lugar. Noté que había un material nuevo aparte de el carbón y la piedra. No podía saber qué era, pues hasta que no la tocara con mis propias manos, no iba a poder detectar de qué se trataba a través de mi percepción mental, que es lo que hacía funcionar todo esto de moldear los materiales.

  Intentaré no tocar ese material que no conozco.

  La paredes a nuestro alrededor comenzaron a temblar, a moverse. La piedra se separó del carbón, deslizándose hacia los lados. La compacté contra las paredes, reforzando el techo con una capa gruesa para que no cediera. Un poco de polvo negro flotó en el aire, haciéndome toser, pero no me detuve. Seguí empujando, abriendo el camino metro a metro. Todo lo que mi alcance pudiera.

  Después de unos segundos, me detuve, pensativo, porque parecía que seguía habiendo carbón más allá de lo que teníamos en frente nuestro, que era algo enorme y deforme. La pared irregular de carbón se extendía hacia adelante y los costados, perdiéndose en la oscuridad de las paredes que formaban la veta. Era un maldito tesoro, pero también una sentencia. Vivir encima o al lado de esto sería un desastre: el polvo, el olor, la posibilidad de un incendio. No, definitivamente teníamos que movernos.

  Mi mirada se desvió hacia un lado de la veta. Entre las grietas negras y el suelo, algo destacaba: un parche de color gris, opaco, que no brillaba como el carbón. Fruncí el ce?o y me acerqué, inclinándome para verlo mejor. Era una veta secundaria de algo. Toqué la superficie con los dedos, y al presionarla, se desmoronó suavemente, dejando un polvo fino y húmedo que se pegó a mi piel. Olía diferente, no a carbón, sino a tierra mojada o algo así.

  Esto podría llegar a ser arcilla.

  "Forn, ?te gustaría que todo este refugio bajo tierra fuera el hogar de los gnomos?"

  "?Por qué lo dices?"

  "Porque nosotros nos vamos a ir. Vamos a hacernos una casa en otro lugar cerca de por acá".

  "Espera, espera".

  Forn dio un paso adelante, con las manos levantadas como si quisiera frenarme de pasos que yo no estaba dando.

  "?Qué quieres decir con que se van? ?Se van a ir de este lugar? ?Y nosotros? ?Qué pasa con los gnomos? ?Nos van a dejar aquí solos con este carbón apestoso?"

  "Forn, tranquilo, amigo", dije, estirando la mano y, con un gesto suave, le acaricié la punta del sombrero verde.

  "No se preocupen, ?sí? Si querés venir con nosotros, estás más que invitado. Todos ustedes lo están. Pero este lugar... este carbón, parece un buen lugar para los gnomos, ?no? Podrían hacer cosas increíbles como excavar, encontrar más minerales. Sé que te gusta eso, y tampoco quiero llevarlos a futuros peligros, porque sé que tenés una familia muy grande que cuidar. Además, como te acabo de decir, nosotros no vamos a hacer otro refugio bajo tierra, vamos a hacer una casa sobre el suelo, como la de la isla".

  "Pero... ?Qué pasa si hay algo peligroso? ?Y si necesitamos tu magia para mover cosas como ahora? ?Y si...?"

  "?Forn, Forn!" Lo interrumpí, riendo a pesar de mí mismo.

  "?Qué pasa? ?Acaso algo te preocupa?"

  "Bueno, es que... Ya sabes, este es un lugar nuevo para todos nosotros y realmente nos sentíamos seguros estando a su lado, con su magia protegiéndonos".

  "Mirá, no te estoy diciendo que los dejo tirados. Si quieren quedarse acá, este refugio puede ser su hogar. Pueden hacer túneles, explorar, lo que sea que los haga felices. Y bueno, si prefieren venir con nosotros, hay lugar de sobra. No te voy a obligar a elegir ahora, ?eh?"

  Forn se quedó callado, mirando el suelo cubierto de polvo negro.

  Yo me enderecé, chocando mis manos entre sí para sacarme algo de suciedad.

  "Amigo mío..."

  Forn levantó la vista, con una expresión más seria que antes.

  "Creo que los gnomos vamos a quedarnos aquí. Intentaremos no ser tan asustadizos por estar en un lugar nuevo. Creo que, como tú dices, hay más minerales por encontrar. El carbón no nos gusta mucho, pero... hay algo más abajo, estoy seguro. Y nosotros queremos descubrirlo".

  Asentí, sintiendo un alivio extra?o. Era lo que esperaba. Sin embargo, también me dejaba un sabor agridulce. Los gnomos eran parte del grupo, aunque también eran distintos, con sus propias pasiones. Si este lugar los hacía felices, yo creo que era lo mejor para ellos.

  "Está bien, Forn. Me parece perfecto. Este refugio va a ser de ustedes, entonces. De todos modos, vamos a estar en algún lugar cerca, y si necesitan algo, solo tienen que gritar. O, no sé, mandar un gnomo con un mensaje".

  Forn soltó una risita, ajustándose el sombrero.

  "?No te preocupes, Luciano! Vamos a hacer excavaciones hasta tu nueva casa si hace falta".

  "Oh... Esa es una muy buena idea. ?Y si conectamos nuestros hogares a través de un pasadizo subterráneo? Así no tendríamos que estar tan separados".

  "Eso haremos. Y... gracias. Por todo. Por liberarme, por darnos tu amistad".

  "No hace falta que me agradezcas por eso, Forn", dije, riendo suavemente.

  "Ahora vamos a salir de acá. Quiero hablar con los demás y planear el próximo paso".

  "Está bien".

  ***

  Me encuentro en nuestra tercera ma?ana en este continente.

  Decidimos formar un grupo peque?o de reconocimiento del terreno en el bosque, por así decirlo, el cual está conformado por Mirella, Aya y yo. Mis padres dudaron un poco sobre si debían acompa?arme o no, pero les dije que solo sería un viaje corto, que era mejor que fuéramos todos juntos si lograba encontrar algún lugar que pareciera bueno para hacer una casa.

  Aya y yo llevamos en nuestras espaldas las mochilas saco hechas de piel de serpiente. Por si encontramos algo comestible. Yo también cargaba una lanza para poder canalizar mi magia por el suelo en caso de que alguien nos quiera atacar.

  "Aya, ?entonces no hace falta que dejemos un rastro para no perder el rumbo?"

  "No te preocupes, Luciano. Ya te dije que yo misma los guiaré de regreso. Siempre sé cómo volver".

  "Bueno, con eso me ahorrás un problema. Gracias".

  "No es nada, Luciano. Aquí estoy para ayudar".

  "?Hey, yo también ayudo mucho! ?Miren!" Gritó Mirella, poniendo una bola de luz sobre su cabeza.

  "Ah... Gracias, Mirella. Realmente eso nos va a... ayudar mucho".

  "?De nada!"

  En realidad, no nos iba a servir de mucho... Qué sé yo, lo importante es que esté de buen humor.

  Miré hacia atrás, allí estaban Rin y Rundia, saludándonos con la mano en alto.

  "?En un rato volvemos!" Grité, saludándolos también con la mano.

  "?Chau, hijo!".

  "?Los esperaremos aquí, chicos! ?Cuídense!"

  "?Sí alguien quiere hacerles da?o, que se encargue Pyra!"

  "?Está bien!" Respondió Rundia.

  Mirella y Aya también los saludaron y fue así como decidimos empezar a caminar entre los árboles en búsqueda de algo interesante, como el supuesto árbol diferente.

  El bosque rojo era un espectáculo visual, no voy a mentir. Los abedules se alzaban altísimos, con sus troncos blancos rayados de negro y las hojas rojas que me encantaban. La luz se filtraba entre ellas, pintando el suelo de manchas carmesí que se movían con el viento. Era lindo, sí, pero hasta ahora no era la gran cosa en cuanto a lo práctico. Había esperado algo más... no sé, fantasioso, supongo. Era solo un bosque. Bonito, pero común, como si alguien hubiera decidido decorar un parque y se le fue la mano con el rojo.

  Yo caminaba adelante, con Mirella flotando a mi izquierda y Aya caminando a mi derecha. El aire olía a tierra húmeda, con un toque dulzón que no podía ubicar... Creo que al lado de uno de los árboles hay algo de color verde fuerte.

  "Miren, ?serán las bayas de roclora?" Pregunté al aire, poniéndome en cuclillas para ver mejor el arbusto.

  "Pareciera que sí".

  Mis compa?eras se acercaron de inmediato, y Aya acercó su rostro a las bolitas verdes.

  "Sí, son las de la isla. Tienen el mismo olor".

  "Gracias. Nos las llevamos, entonces".

  Arranqué un racimo y me paré, mirando a Aya.

  "?Podríamos guardarlas en tu mochila?"

  "Sí, claro".

  Ella se dio la vuelta y yo metí el racimo dentro de la mochila.

  "Voy a probarlas algún día, así nos aseguramos de una vez por todas si son buenas o malas".

  "Es una buena idea, Luciano. Si son comestibles, podrían ser un gran recurso para ustedes".

  "Eso justo estaba pensando yo", acotó Mirella, poniéndose entre los dos.

  "Bueno, será mejor que sigamos. Es bueno saber que algo de cosas buenas hay en este bosque".

  "Hmm... Justo eso estaba por decir yo".

  Seguimos caminando, con el crujido de las hojas secas bajo mis ojotas y el zumbido de las alas de Mirella como música de fondo.

  Unos pasos más adelante, me detuve frente a un árbol cuyo tronco estaba cubierto de musgo. En su base, creciendo en un semicírculo perfecto, había un grupo de hongos extra?os. Tenían tallos blancos, delgados como palillos, y cabezas anchas, planas, como platillos voladores en miniatura de color salmón. Algunos eran del tama?o de mi pu?o, otros más peque?os, y todos tenían un brillo húmedo que los hacía parecer casi comestibles. O venenosos.

  "Miren esto", dije, arrodillándome para observarlos mejor.

  "Nunca vi algo así en la isla. ?Qué opinan? ?Los recolectamos?"

  Esta vez fue Mirella la que se adelantó a actuar, posándose a mi lado con brusquedad y agarrando la manga de mi ropa con una mano.

  "?Yo sí los recolectaría! ?Qué son? ?Se ven muy lindos! ?Alguna vez viste algo así? ?Porque yo no! ?Y vas a ponerle nombre?"

  Levanté las cejas, esbozando una sonrisa ante la intensidad de la hadita que tenía a mi lado.

  "Vaya, estás muy contenta... Y sí, ya había pensado en un nombre. Se llamarán hongos".

  "?Pero qué nombre más genial!"

  Aya rio por lo bajo, agachándose también a mi lado.

  "Parece que alguien está teniendo un buen día".

  "?Eh? ?De qué habla Aya?"

  Por mi parte, corté un hongo desde el tallo.

  "Chicas, miren. Estas cosas parecen ser comida, ?no? ?Qué opinan ustedes?"

  "Déjame ver..." Respondió Aya y yo se lo entregué, mirando de reojo que Mirella tenía el ce?o fruncido.

  "?Y Por qué se lo das? Yo también puedo olerlo y saber si te lo puedes comer".

  "?Vaya, parece comida!" Exclamó Aya de repente.

  "Tiene un aroma muy especial. Estoy casi segura que podrán comerlos".

  "?Ah, sí? Este es un gran descubrimiento. Muy bien, Aya. Nos lo llevaremos a todos".

  "De nada", respondió, devolviéndome el hongo, el cual yo guardé en su mochila.

  Me incliné de nuevo hacia la base del árbol, cortando otro hongo con cuidado y metiéndolo en la mochila de Aya. Mientras trabajaba en recoger todos, sentía los ojos de Mirella clavados en mí. No necesitaba mover la cabeza para saber que estaba a punto de decir algo.

  "?Sabes qué, Luciano? Algún día voy a tomar tanta agua mágica que voy a crecer más que Aya. ?Más que todos! Y entonces voy a llevar mochilas yo también, y no tendrás que necesitar que ella cargue nada, porque yo voy a ser súper útil. ?Más útil que nadie!"

  Sonreí sin mirarla, tirando otro hongo en la mochila.

  "Mirella, ya sos súper útil. Nadie vuela como vos ni encuentra cosas como vos. ?Quién me dijo lo del árbol grande en el bosque? ?Eh?"

  "?Eso es cierto! Pero igual, ?por qué siempre le das cosas a Aya? Yo también puedo oler los hongos, yo también puedo decir si son comestibles. ?Y puedo llevar una mochila aunque sea chiquita! Podrías hacerme una, ?no? ?Con hojas rojas, para que combine con el bosque!"

  "Tranquila, Mirella", dijo Aya, con esa calma suya que a veces parecía más un desafío para el hada.

  "No es que Luciano me prefiera. Solo estoy ayudando, como tú".

  "?Ayudando? ?Yo ayudo más!"

  Mirella voló hasta quedar justo frente a mi cara.

  "Luciano, dime la verdad, ?quién es más útil? ?Aya o yo? Porque yo te sigo a todos lados, y ella solo... solo camina y huele cosas".

  "Chicas, chicas, no empiecen. Las dos son útiles, ?sí? No hay competencia, ?entendido?"

  Mirella frunció el ce?o, aunque solo se cruzó de brazos y flotó un poco más arriba, murmurando algo que sonó como "Ya voy a crecer, ya van a ver".

  Mientras tanto, Aya me lanzó una mirada divertida, como si disfrutara un poco de estas escenas. Terminé de cortar los últimos hongos, metiéndolos todos en la mochila de Aya, y me puse de pie, sacudiéndome las manos. Los hongos parecían terminar siendo un buen hallazgo, pero no podía dejar de pensar en lo que Mirella había dicho sobre el árbol grande. Algo en mi cabeza me decía que ese lugar iba a ser importante al final del día.

  "Bueno, sigamos adelante", dije, ajustándome el sombrero.

  "Quiero intentar llegar a ese árbol que viste, Mirella. Si está más o menos en el centro del bosque, puede ser un buen punto de referencia para decidir si este lugar es importante o no. Y si vale la pena seguir explorándolo por completo".

  "?Sí, sí, vamos! ?Yo seré la que va adelante ahora, Luciano! ?Síganme!"

  Aya asintió, acomodando su mochila.

  "Estoy lista. Vamos a ver qué encontramos".

  Mientras seguíamos caminando detrás de Mirella, noté algunos conejitos correteando entre los arbustos, peque?os, con pelaje marrón y orejas cortas. También vi varios árboles tumbados, troncos partidos... como si una fuerza enorme los hubiera derribado. Probablemente el tsunami, había llegado hasta acá, dejando su marca, aunque en menor medida que en la isla. El suelo estaba revuelto en algunas zonas, con ramas rotas y hojas aplastadas.

  Cuando ya llevábamos como una hora de caminata, vi que Aya movía sus orejas sin cesar.

  "?Todo bien, Aya?"

  "No estoy segura... Diría que hay algo cerca, aunque se escucha a paso lento".

  "?Pasos fuertes?"

  "Pasos como... ?Algo viene corriendo!"

  Estaba a punto de dar un paso adelante cuando, de la nada, cinco figuras emergieron de entre los árboles, rodeándonos en un semicírculo. Eran altos, más altos que yo, con cuerpos delgados, y sus pieles tenían un tono blanco pálido. Sus ojos, grandes y de diferentes colores, nos miraban con una mezcla de curiosidad y hostilidad. Llevaban ropas hechas de hojas grandes... ?atadas entre sí? No sé, pero les cubrían apenas lo necesario: torsos, caderas, hombros. En sus manos, sostenían palos largos con puntas afiladas, como lanzas improvisadas hechas de ramas de abedules; podía verlo por el color de la corteza.

  El problema era que todos apuntaban hacia nosotros.

  "?Son elfos!" Grité sin pensarlo mientras veía a Mirella retroceder hasta posicionarse más cerca de mí.

  Eran como sacados de un libro de fantasía, pero no tenían nada de la elegancia que esperaba. Estos tipos parecían salvajes, con el pelo largo y desordenado.

  "?Debo atacar, Luciano?" Susurró Mirella.

  "?Que nadie de ustedes dos ataque hasta ver qué quieren de nosotros! ?Podrían no ser nuestros enemigos, porque nosotros no venimos con malas intenciones!"

  Sabía que imponerme primero iba a ser un buen plan para hacerles saber que nosotros no éramos ningunos tontos a los cuales pudieran apuntar con armas. Aun así, entendía que podían estar a la defensiva si este era su territorio.

  Justo cuando terminé de hablar, uno de ellos, uno que tenía una cicatriz en su mejilla derecha, dio un paso hacia delante sin dejar de sostener fuertemente su arma primitiva.

  "?Quiénes son ustedes? ?Qué hacen en nuestro hogar? ?Hablen, ahora!"

  Levanté las manos lentamente, mostrando las palmas vacías.

  "Tranquilos, no queremos problemas con nadie. Llegamos hace poco a este lugar, y estamos explorando. No sabíamos que este bosque era el hogar de alguien".

Recommended Popular Novels