Habían pasado ya varios días desde que, durante una tormenta eléctrica, un brillo cegador de color esmeralda iluminó el cielo nocturno en el extremo sureste del quinto anillo de Lydenfrost.
Los pobladores del Reino de Vereida pensaron que se trataba simplemente de otro meteorito, como los muchos que habían caído en el pasado.
Pero cuando fueron a investigar el lugar de donde provenía aquel brillo, encontraron algo inusual: unas fibras delgadas, pero muy resistentes, de color plateado.
Al amanecer del día siguiente, los astrónomos y sabios del reino se reunieron con el rey para indagar más a fondo el asunto. Después de muchas horas de leer los registros de avistamientos estelares, descubrieron que no era la primera vez que ocurría algo similar.
En uno de los muchos archivos de eventos astronómicos a su disposición, encontraron un caso en particular que coincidía casi exactamente con la descripción, excepto por dos detalles: el brillo de aquella ocasión era de color rojizo y el evento había sucedido en el séptimo anillo. Sin embargo, ese caso quedó sin resolver.
Los sabios afirmaron que se trataba del mismo tipo de meteorito, asegurando que era completamente inofensivo y no representaba un riesgo mayor.
Intentaron comparar las fibras plateadas con el pelaje de diferentes animales y bestias, pero no lograron una coincidencia total. Su resistencia era comparable a la del acero, pero su flexibilidad se asemejaba a un cabello humano.
Al llegar el mediodía, los sabios y el rey decidieron suspender la investigación por el momento, hasta que, de repente…
—??Mi lord!! ??Mi lord, es urgente!! —jadeando, un mensajero real llegó corriendo, empapado en sudor, con la cara completamente roja por el agotamiento y el gorro a punto de caerse de su cabeza—. ??Mi lord, le suplico su atención!!
Los sabios lo miraron con distintos gestos; algunos con disgusto, otros retrocedieron e incluso uno se tapó la nariz en su presencia.
—?Oh! ?Os pido que me perdonéis, eminentes sabios del reino! —dijo el mensajero mientras hacía una reverencia y se arrodillaba ante ellos.
Los sabios comenzaron a susurrar entre sí, cubriéndose la boca, aunque claramente eran comentarios despectivos sobre el mensajero.
—Puedes pasar, mensajero. Ven y cuéntame lo que tienes que decir —exclamó el rey, tomando un sorbo de vino tinto de su copa dorada—. Has dicho que es un asunto urgente, declámalo como tal.
El mensajero caminó con cautela en dirección al rey, atravesando el salón.
El piso estaba cubierto por una suave alfombra de piel, presumiblemente de bestias. En el centro del salón, había una enorme mesa tallada de un árbol milenario. A sus costados se veían estatuas de mármol de los anteriores gobernantes del reino; la última de ellas, aún en proceso de ser terminada, representaba al actual rey.
Sobre la mesa había una maqueta de madera a escala del reino, con las tropas desplegadas en el territorio. Cada casa, herrería, taberna y puesto de vigilancia estaban representados allí.
—?Y bien, mensajero? ?Cuál es el mensaje que traes? —insistió el rey, mirándolo fijamente, al igual que los sabios.
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El mensajero sacó de su bolsa un sobre de papel sellado con savia roja de árbol.
—Su majestad y sabios presentes, les he traído este mensaje de urgencia. Les suplico que lo lean —dijo, arrodillándose para entregárselo al rey.
—?Hmm? ?Qué es este material? ?Un tipo de papel acaso? —El rey observó el sobre y la carta con asombro. Nunca antes había visto un papel tan perfectamente doblado ni tan blanco. Las cartas que había recibido anteriormente eran amarillentas, más frágiles, y los sellos llevaban el emblema del reino de origen, pero este no se parecía en nada a los demás.
El rey miró a los sabios, rompió el sello y abrió el sobre. Dentro se encontraba la carta, la cual comenzó a leer en voz alta. Al mismo tiempo, el mensajero tragó saliva audiblemente.
—"Esta carta va dirigida al rey que gobierna este reino.
Me presentaré ante usted a la hora en que el sol se oculta y las estrellas emergen. En ese momento, vendré a arrebatarle su más preciada posesión. No intente detenerme, pues llegaré a usted tarde o temprano.
Por el bien de su reino, le suplico que no alerte a los guardias ni declare alerta máxima. Ni usted ni yo queremos más personas involucradas en este asunto.
Llegaré por la entrada norte del reino. Seré puntual.
Atentamente: S.T."—
Los sabios comenzaron a discutir entre ellos inmediatamente. Cuando el rey terminó de leer la carta, se escuchaban todo tipo de opiniones: algunos creían que era una broma pesada, mientras que otros sugerían tratarlo con seriedad.
El rey, con un tono muy serio, giró lentamente la cabeza hacia el mensajero.
—?Quién te la entregó?
—No tengo ni idea… El hombre me dijo que era un vidente muy reconocido en la zona —respondió el mensajero.
—En la actualidad, no existen los videntes. El último registro de ellos data de hace más de quinientos a?os, después de la guerra contra las bestias —intervino uno de los sabios.
—Eso no descarta la posibilidad de que provenga de otro reino —agregó otro sabio.
—Imposible. El reino humano más cercano al nuestro está a cuatro meses de viaje. Hicimos un censo hace una semana y no hemos recibido ningún carruaje extranjero desde el a?o pasado —concluyó otro sabio.
—Cálmense, debe haber una explicación. ?Cuándo te fue entregada esta carta? —preguntó el rey.
—A medianoche de ayer, mi lord. Como dije antes, no pude ver claramente quién me la entregó —respondió el mensajero, llevándose la mano derecha a la barbilla—. Lo único que recuerdo es una silueta humana, de ojos brillantes, dándome la carta.
El rey examinó el sobre con más detalle y, entre las hendiduras de los dobleces, encontró algo familiar.
—Ese color… esa forma… esa resistencia… ?Podría ser...? —susurró, cubriéndose la boca.
—Es idéntico a la fibra que encontramos, mi lord —confirmó uno de los sabios.
El rey juntó ambas manos y expresó:
—Nuestro objetivo es similar a un humano, y estas fibras son su cabello.
—Ni la magia más poderosa puede tornar el cabello en un material inexistente, su majestad —dijo un sabio.
—Esa entidad proviene de fuera de la cúpula de Lydenfrost, estoy casi seguro… Pero nada ni nadie sobrevive allá afuera… Entonces… entonces… —murmuró otro sabio.
—Basta ya, se?ores. Estamos ante una amenaza desconocida. Sea lo que sea, debemos estar preparados. Por ahora, lo mejor que podemos hacer es organizarnos —declaró el rey con voz de liderazgo.
—Su majestad —intervino un sabio—, el programa Templario está casi completo. Nos enfrentamos a una amenaza desconocida. Sugiero que utilice todos los recursos disponibles para evitar da?os mayores.
—Perfecto. Decreto que se active el programa Templario —anunció el rey, se?alando la maqueta del reino—. Estamos contra el tiempo. ?A trabajar!
La hora del ocaso se aproximaba rápidamente. Los sabios y el rey idearon un plan en el poco tiempo que tenían.
Cuando el sol se puso, una única silueta humanoide apareció en el horizonte, con aquellos ojos brillantes que el mensajero había descrito.
—?Barreras listas! —ordenó el rey.
—?Listas! —respondieron los soldados, formando un muro.
El grito de guerra resonó en el campo de batalla. Pero, a pesar del estruendo, aquel hombre no retrocedió. Se posicionó en guardia, listo para atacar.
Un solo hombre contra cientos de tropas. Nadie imaginaba lo que estaba por suceder…