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Capítulo 4. Entonces ellos me llamaron, La Bruja del Septimo Anillo.

  —...5324... 5325... 5326... 5327... creo que es más que suficiente... —

  Dijo la mujer pelirroja, sentada frente a un escritorio de madera con una vela iluminando su área de trabajo. Las estanterías de la choza estaban repletas de libros encuadernados a mano, y solo unos cuantos eran de fuentes externas.

  —Unos cuantos más... unos cuantos más... —

  Continuó hablando mientras tachaba otro día más de su calendario. Mientras hablaba, se notaba cómo su aliento se condensaba por el frío al que estaba expuesta. En su momento de concentración, alguien tocó la puerta de repente.

  —?Griezu, está ahí? El jefe de la aldea convocó una reunión por lo de ma?ana.

  Dijo una mujer con una voz aguda y desentonada.

  —?Ya voy!

  Lejos, pero que muy, muy lejos del reino central bestia, en la helada tundra del séptimo anillo de Lydenfrost, había una aldea de humanos refugiados: nómadas que no pertenecían a ningún reino, exiliados o sobrevivientes ante de los ataques bestias. La aldea no tenía muchos miembros; a lo mucho eran 28 personas. Un tercio de ellos eran mujeres y el resto, hombres. No había ni?os, pero sí embarazadas.

  —Me alegra verlos vivos aún, muchachos —dijo el jefe—. Disfruten del calor mientras puedan; la temporada helada se aproxima y deberemos migrar a los anillos céntricos dentro de poco. ?Alguno tiene algo que reportar?

  —La comida está empezando a escasear —mencionó uno de los presentes—. Hicimos un recuento de nuestras provisiones y solo nos queda para tres meses.

  —Eso es se?al de que debemos irnos lo antes posible. Migramos hacia acá por ella, ?recuerdan? —El jefe suspiró y continuó hablando—. ?Alguno más?

  El silencio invadió la reunión y, prácticamente, solo se podía escuchar el fuego de la hoguera chisporrotear junto con el leve aullido lejano del viento entre los árboles.

  —Estuve observando a los bestias halcón. Están preparándose para enviar a su tributo —dijo otro—. Según mis predicciones, tendremos vía libre para descender al sexto anillo a medianoche.

  —?Medianoche? —se quejó uno, cruzado de brazos—. ?Por qué a tan altas horas de la noche?

  —Si quieren sobrevivir y no ser encontrados por los bestias, es a esa hora. El jefe también quiere efectuar su plan con La Bruja, por lo que esa es la única hora factible —le respondió.

  Los demás se quedaron en silencio por un momento, mirándose los unos a los otros.

  —Hablas de la superdotada, ?no? La que puede hacer hechizos sin siquiera recitarlos, la de orejas puntiagudas —mencionó un aldeano.

  —La magia de La Bruja es poderosa, pero dudo que pueda siquiera con un bestia —reclamó una aldeana.

  —?En serio? ?Después de todo este tiempo piensan que ella no es lo suficientemente capaz? —reclamó otro aldeano—. ?Patra?as! De no ser así, ninguno de nosotros estaría vivo.

  —Solo lo mejor de lo mejor va al torneo de los bestias —dijo otra aldeana—. Ella nos salvó, sí, pero esos fueron bestias del día a día.

  —?Confiar en ella ciegamente nos dejaría a los humanos mucho más expuestos de lo que ya están!

  —?Ah, ?sí? Pues entonces, ?por qué no vas tú y tus hechizos básicos a intentar defendernos, ?eh?!

  De repente y de la nada, la chica pelirroja apareció detrás de ellos.

  —??Y qué tal si mejor se callan la boca de una buena vez?! —exclamó la bruja.

  —?Es ella! —exclamaron todos los aldeanos.

  —Ya les dije que no tienen nada de qué preocuparse. Vencer a un bestia es mucho más fácil de lo que piensan, ?solo tienen que ponerle esmero! —dijo Griezu con seriedad.

  —Griezu... eh... por fin te apareciste —dijo el jefe, tratando de bajar la intensidad del momento—. Supongo que tenías algo de pánico por el plan de hoy y llegaste tarde... jejeje...

  —?Acaso parece que venga de un paseo por el bosque? ?El frío ya les afectó los sesos o qué? —reclamó Griezu—. He estado trabajando día y noche sin descanso para estar lista para hoy, ?y ustedes dudando a último segundo?

  —Sé que no hay manera de asegurarlo, pero… si ellos llegaran a jugar en contra de sus principios… estarías rodeada —dijo una aldeana.

  —Eso si sobrevive a la enfermedad de maná por usar magia bestia. Yo era aprendiz de hechicero en mi lugar natal, la magia humana me pareció siempre muy simple y aburrida en comparación con la magia de los bestias —dijo un aldeano—. No pude moverme por más de tres horas, y convulsioné un par de veces, según mi maestro.

  —?Ella usa magia bestia? —se preguntó una aldeana, sorprendida—. C-creí que usaba magia humana avanzada.

  —La magia humana está limitada por el maná en el ambiente, la magia bestia está limitada por el maná dentro tuyo —recalcó Griezu—. He utilizado la magia de los bestias por más de veinte a?os. Tanto tiempo hizo que mi cuerpo se acostumbrara al flujo de maná.

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  —Un humano no puede hacer tal cosa —reclamó el aldeano aprendiz—. Siempre he tenido curiosidad por tus orejas tan puntiagudas. Eres la única que he visto así en toda mi vida.

  —?Ya es suficiente! —dijo el jefe—. No muerdan la mano de su salvación. ?Cuál es el punto de cuestionarla si está claramente de nuestro lado?

  —Hay algunos de ustedes que en serio no merecen ser salvados, pero si tengo que hacer hasta lo imposible por salvar a los que sí vale la pena salvar, entonces lo haré —dijo Griezu—. Jefe, la hora del transporte se aproxima, será mejor que vaya preparando mis cosas para irme.

  —Sí, sí, claro, Griezu —le respondió el jefe, para luego redirigir su mirada hacia los demás—. Ya la escucharon, preparen sus cosas. Partiremos rumbo al sexto anillo una vez que Griezu distraiga a los halcones.

  La medianoche se aproximaba. En media hora los aldeanos desarmaron todas sus pertenencias y tiendas de campa?a, subiéndolas a las carretas. Mientras tanto, Griezu regresó a su choza.

  —Llegó la hora —dijo mientras, con su báculo, apuntó hacia la última página escrita del libro que estaba armando. Inmediatamente, sin decir ni una palabra, la mitad de los libros en la habitación se descuadernaron. Las páginas fueron absorbidas en el hechizo, formando un solo libro de gran grosor poco a poco—. Mi trabajo de veinte a?os está completo. Mi Arcanicon —dijo, metiéndolo en su vestimenta.

  —Ahh… ?en qué te metiste, Griezu?, ?en qué te metiste? —se dijo a sí misma mientras jugueteaba con las páginas del Arcanicon—. Un día estabas haciendo pociones y al siguiente te encuentras en un mundo desconocido del que no sabes nada —al terminar la frase, se puso la mano en el mentón, pensativa—. Ciento cincuenta y un a?os pasan más rápido de lo que creía…

  Griezu respiró profunda y lentamente para calmar sus nervios.

  —No hay tiempo que perder. La supervivencia de la humanidad depende de mí. Los bestias pagarán por las atrocidades que cometieron. Les ense?aré quién es la especie dominante.

  Decidida a efectuar su plan, Griezu y los demás partieron hacia el punto de descenso. El camino fue escabroso, el clima gélido calaba hasta los huesos, pero gracias a la magia de Griezu lograron llegar a salvo.

  —Aquí es donde nos separamos, jefe. Fue un gusto y a la vez no lo fue estar con ustedes todos estos a?os. La próxima vez que me vean, no va a ser como una bruja errante, seré la reina de Lydenfrost.

  —Hablo en nombre de la aldea, te agradecemos por salvarnos hace tantos a?os. Ahora ve y cumple con tu promesa, bruja del séptimo anillo —dijo el jefe, emocionado.

  Griezu asintió con la cabeza mirándole a los ojos, para luego darse la vuelta inmediatamente y, con ayuda de su bastón y su magia, se elevó por los aires.

  —?éntoírift!

  Cerca del punto de descenso estaba ubicado el arco del portal hacia el reino central bestia, similar al del reino de Vereida, pero con inscripciones diferentes. Desde lo alto, la bruja vio a los bestias halcón formados en dos filas, haciendo un camino para que el tributo atravesara el portal.

  Los bestias halcón vestían ropas orientales, un haori con dise?os únicos, sostenido únicamente por una cuerda con varios frascos en ellos.

  El portal no estaba activo aún. La bruja alcanzó a ver a un bestia muy, pero que muy viejo, y entre sus alas llevaba una especie de roca esférica, seguramente una parte del meteorito de la creación de Lydenfrost.

  Griezu descendió de los cielos cautelosamente, dentro del follaje espeso de los árboles de los alrededores. Vio cómo el portal se activaba frente a sus ojos. Toda la escena parecía un ritual sagrado, solo para honrar a la raza halcón.

  —Ahora… ?dónde está el tributo? —se preguntó Griezu, mirando constantemente hacia el portal.

  Pero prontamente sus preguntas obtendrían respuesta, ya que el tributo había llegado tarde a la ceremonia de despedida. ?Que dónde estaba? Justo debajo de ella.

  Griezu se dio cuenta de esto, y más rápido que un rayo sacó el Arcanicon de su vestimenta. Tras ojear un rato sus páginas, se decidió y separó una del libro, haciéndola levitar con su báculo.

  —Un hechizo de cambio de forma debería ser suficiente como para hacerme pasar por él.

  El papel del Arcanicon comenzó a orbitar la gema en la punta del báculo de Griezu mientras ella se ponía en posición. Su báculo poseía un gatillo en el cual puso su dedo, y se preparó para disparar.

  —?Peipei! ?Rápido, necesito mi diadema de tributo! ?No puedo irme sin ella! —dijo el bestia halcón.

  —?I-iré por ella! —dijo la halcón ayudante.

  Pero entonces, un crujido sonó bajo los pies de Griezu. Las ramas donde estaba escondida empezaron a romperse e, inevitablemente, al tener un hechizo preparado en su báculo, no pudo evitar su caída, directamente encima del tributo.

  Un gran ruido fue causado. Varios guardias intentaron ver qué pasaba, pero la maleza impedía tener una visión clara de lo que ocurría.

  El tributo se desmayó con el impacto. Que te caiga una persona encima de la cabeza debe ser doloroso. Griezu, rápidamente, se levantó sobándose su adolorido trasero e inmediatamente disparó su hechizo hacia el tributo, copiando su apariencia por completo.

  Griezu escondió el cuerpo inconsciente del tributo entre la maleza, justo a tiempo, ya que Peipei, la ayudante, había llegado a revisar.

  —??Novell?! ?Está usted bien? Oí un gran ruido proveniente de aquí —dijo Peipei, agitada.

  —Sí, sí, todo bien. Solo fue una ramita que se cayó de ese árbol —dijo Griezu.

  —Bien, póngase la diadema, rápido. Debió irse hace más de cinco minutos —reclamó Peipei.

  Griezu caminó hasta la entrada del portal, donde el bestia anciano la esperaba.

  —Es hora de la juramentación del tributo —dijo el sabio, poniendo su ala derecha sobre la cabeza de Griezu—. ?Jura usted solemnemente representar a la casa Hawk hasta que su cuerpo cese de existir?

  —Sí, juro.

  —Entonces que así sea. Que la fuerza de los ancestros te acompa?e en tu travesía.

  Griezu atravesó el portal sin mayor dilación, e inmediatamente este se cerró.

  —Está hecho, es hora de regresar a la aldea —dijo el anciano bestia, extendiendo sus alas. Pero, de repente...

  —?Esperen, abran el portal!

  Era la voz de Novell, el tributo. Salió de entre los matorrales cubierto de enredaderas y hojas.

  —?Ya voy!

  Las caras de todos reflejaban asombro y confusión. Su tributo seguía allí, pero… si él seguía aquí… ?a quién habían enviado?

  —?N-no-no-no-Novell! ?Q-qué haces aquí? ?Cómo es posible? Entonces... ?quién... aaahh…? —balbuceó Peipei antes de desplomarse, abrumada por la confusión.

  —?Tía Peipei! ?Está bien? ?Responda! —gritó Novell, corriendo a auxiliarla.

  La suerte le juega en contra al que menos lo merece, dicen por ahí. También me han dicho que la suerte no existe, que todo está predefinido desde el inicio. Creas lo que creas, el resultado es el mismo: un choque de proporciones épicas entre humanos y bestias. La batalla final que decidirá, de una vez por todas, qué especie es la que manda.

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