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Capítulo 7 - El Valor de lo Eterno

  Kevin, Mana y Siel hablan animadamente, sentados a los pies de una gran estatua. El hombre bebe copiosamente de una olla, bajo la leve sombra de los árboles. Al terminar, afloja la garganta en un resuello de alivio.

  —?Qué sorpresa! Ya creí que no encontraría a nadie más. ?Y encima me dais agua caliente!

  —No es nada —dice Mana— si acabamos de pasar el río.

  —Me da la sensación, Kevin —le dice Siel—, de que no te dirigías al sur.

  —Pues aún no lo sé… —Kevin acaricia su perilla—. Quería llegar al aeropuerto, pero resulta que todas las líneas están cortadas. Para llegar andando necesitaría mucha más preparación...

  —?Has venido en avión al país? —le pregunta ella.

  —Así es —afirma asintiendo—. ?Pero ya veis mi suerte! Un poco más y me atrapa una de esas olas electrónicas…

  —?A qué te refieres? —le cuestiona el chico.

  —No preguntáis a la persona adecuada —replica entre risas—, pero escucha esto: ?He oído que de repente los aviones comenzaron a caer uno tras otro!

  —Suena peligroso...

  —Yo ya estaba en el hotel —prosigue—, cuando vi una columna de humo desde uno de los distritos.

  —Entonces ya no es seguro seguir paseando por las calles... —plantea el chico.

  —Nada, en realidad está todo muy vacío. La ciudad está muerta. No, ?tal vez todo el país esté así!

  Mana abate los ojos y suelta un suspiro largo. Al ver esto, Siel le replica a Kevin:

  —No digas esas cosas. Nosotros apuntamos al norte.

  —?Sí? Pues buena suerte —exclama—. Tal vez me decida también a ir para allá. Pero ahora mismo debería regresar a mi hotel y prepararme...

  —?Tan pronto te vas? —Mana se levanta—. ?Podemos acompa?arte un trecho?

  —Si no te importa —Siel se vuelve hacia Kevin y le dice—: Podría venirnos bien tu protección un rato, ?qué opinas?

  —Claro, si solo sois unos críos —acepta él—. Podéis venir conmigo si os parece.

  —Hm… Gracias —dice Mana sucintamente, luego mira a Chinchin y, como siempre, engancha el mosquetón en su cintura, antes de comenzar todos a andar.

  El clima es cálido cuando cae la tarde, a pesar de la ausencia del sol. Las nubes han recuperado el tono gris blanquecino de siempre.

  —?Es que no vas a decir nada? —le susurra el chico a Mana—. Al menos explícamelo para que lo entiende.

  —?El qué?

  —?La reacción de Chinchin! —Siel aprieta el pu?o y se aproxima al rostro de ella—. ?Qué diablos ha sido eso?

  —Lo hace a menudo.

  —?No fastidies!…

  —?Ay, no me grites a la cara! —protesta ella.

  —?Problemas?

  Los dos se vuelven hacia delante. Kevin les sonríe, asiendo el pulgar.

  —Si queréis os puedo ayudar. ?Esa bestia tiene que pesar toneladas!

  —N-no pasa nada… —replica Mana—. Ya estamos acostumbrados...

  Kevin desplaza los ojos. Tras un arrullo pensativo, finalmente lo deja estar y regresa la vista al frente. Ascendien por un desnivel de asfalto levantado del suelo un palmo, y tras alzar su mano para hacer vísera, suelta una exclamación.

  —?Mirad esto!

  Mana y Siel se asoman con curiosidad. Las naranjas calles, adornadas con suelo de ladrillo, revelan una ancha pasarela desprovista de vehículos, repleto de tiendas y tenderetes de distinta índole.

  —Al final se ha quedado un día perfecto... —Kevin se sonríe—. ?Para hacer turismo!

  —?Lo dices en serio? —cuestiona Siel—. A mí no me importa, pero…

  —??Pero habrá comida?! —salta la chica con devoción.

  —?Ja, ja! ?Claro! —Kevin muestra su pulgar—. ?Qué es el turismo sin probar la gastronomía? ?Es como subir una monta?a y darte la vuelta a la mitad!

  —?Qué desperdicio! —exclama Mana—. ?Así te pierdes las vistas!

  Kevin ríe. En el rostro de Mana se dibuja una ligera sonrisa, lo que provoca una reacción idéntica en Siel. Y así los tres comienzan a pasear por las calles vaciadas, charlando y disfrutando de la agradable brisa. Contemplan los cientos de toldos desplegados a los lados, los ingentes carteles, los amables dibujos de mascotas que anuncian grandes ofertas, las estatuas y los parterres.

  En una ocasión deciden parar en una de las muchas máquinas recreativas del barrio. Kevin le da un buen derechazo a un saco rojo que pende desde el interior de la máquina, y poco después los números de una pantalla comienzan a ascender hasta superar los seiscientos puntos.

  —?Vaya! —Mana salta en el sitio—. ?Eso es mucho?

  —Es relativo —Kevin se dibuja media sonrisa, y luego vuelve a bajar el saco presionando un botón—. ?Por qué no intentas superarlo?

  —?Muy bien! —la chica hace crujir sus nudillos, y luego retrocede unos pasos. Respira profundamente; y finalmente, corre con un grito hasta golpear.

  —?Genial, cuatrocientos! —felicita Siel.

  —?Ja! ?Ahora tú, Siel! —reta ella—. ?Demuestra de lo que eres capaz!

  —?Eh? —Aunque el muchacho duda un instante, de repente frunce el ce?o con convicción—. ?Bien! ?Presta mucha atención!

  El chico golpea con seca pu?alada, haciendo temblar la máquina desde sus cimientos. Los números comienzan a subir a velocidad de vértigo hasta que, finalmente, la máquina se detiene en los dos mil puntos.

  —?Eh?… Qué raro.

  —?Lo has roto! —clama Kevin.

  —?Imposible! No soy tan fuerte… —Siel inclina el gesto—. Si solo intentaba golpear con precisión…

  —?Y yo preocupada por tu hombro!

  —Es el otro brazo —se?ala el chico, haciendo rotar el derecho—. ?Será que soy igual de bueno con ambos! —bromea entre risas.

  —?Será de tanto cargar con Chinchin! —replica la chica—. ?Gracias a mí te has puesto en forma!

  —Ja, ja. Será eso. —Siel flexiona el bíceps y una modesta monta?a asoma en su brazo—. Aunque me siento igual que siempre...

  —?Pero qué comen los ni?os de hoy en día?… —Kevin suspira y se retira la gorra—. Me estoy haciendo viejo...

  El grupo no se detiene un segundo. Charlan, corren y ríen por las calles.

  En cierto momento, los tres se apretujan en una cabina de fotomatón. Kevin y Mana exclaman exultantes, posando, extendiendo los brazos y haciendo graciosas muecas. Kevin dibuja una sonrisa y acaricia las cabezas de ambos y los tres sonríen a medida que los cegadores destellos fotografían ese preciado instante.

  —Venga, sonreíd! —exclama Kevin.

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  —?Kimchiii! —gritan los dos chicos.

  El peque?o erizo surge de la mochila de Siel como un cohete blanco, envidioso de su felicidad, o tal vez molesto por los gritos que lo habían despertado de su sue?o.

  —?Ja, ja, ja! ?Me parto! —Mana sonríe, los ojos cerrados—. ?Kim se ha dado por aludido!

  —?Kipaa! —El erizo frunce los peque?os ojos—. ?Pu!

  —?Ja, ja! ?Qué compa?ero tan majete tenéis!

  —Creo que está enfadado.

  Siel le acaricia por bajo el mentón, y Kimchi cierra los peque?os ojos con un relajado chillido. Justo después los tres salen de la cabina, apartando las cortinas.

  —?Qué chulas las fotos! —exclama Kevin—. ?Tomad!

  —?Hala! —Mana, y luego Siel, reciben su tira fotográfica—. ?Un recuerdo con Kevin!

  —?Y ahora también con Kimchi! —a?ade un sonriente Siel.

  Mana se echa a reír y el peque?o erizo da vueltas sobre sí mismo. Luego comienza a correr libre por las calles con el animal, jugando a un pilla pilla poco ortodoxo. Los otros dos quedan atrás, sonriéndose en silencio.

  —Menos mal. —Kevin se ajusta la gorra por la visera—. Por poco pensaba que la perdíamos.

  —Ya ha vuelto a ser como siempre.

  —Ah… —el hombre sonríe en la sombra—. Me recuerda a viejos tiempos.

  —?Algún familiar?

  —Mi hija. —Kevin eleva los ojos—. Muchacho… tienes que cuidarla como oro en pa?o, ?me oyes?

  Siel lo mira de reojo. Kevin le transmite dignidad, sonriendo apacible bajo el viento y entre sus revoltosos cabellos rubios.

  —?Estoy feliz! —exclama Kevin, con las manos sobre la cintura—. El corazón de un hombre debe aspirar a las más grandes cosas. ?Qué hay más grande que el mundo?

  —?Nunca te has arrepentido? De viajar.

  —Jamás —Kevin sonríe—. Y el que conoce la derrota puede permitirse un poco de humildad. —Tras hacer una breve pausa, mira al frente—. Vosotros dos os lleváis la peor parte de todo esto, ?pero tenéis que pensar en ser fuertes!

  —Creo que la fuerza… —Siel enarbola el pu?o— reside en nuestra cooperación.

  —?Pues nunca la dejes escapar! —el hombre posa su mano en el hombro de él—. La libertad es atractiva, pero un pájaro libre podría olvidar cómo regresar a su hogar. ?Y ahora mismo tú eres su hogar!

  Kevin sonríe de oreja a oreja. Siel mira al suelo por un instante, pero al poco tiempo le devuelve una gran y silenciosa sonrisa.

  —?Eh, chicooos! —Mana saluda con un gesto—. Necesito más dinero!

  —?Se?orita —Kevin exagera el tono— me va dejar pelado usted!

  El tiempo transcurre implacable mientras ríen y visitan cada rincón del distrito. Mientras andan bajo la escasa luz de los dedos solares, Mana le cuestiona a Kevin:

  —?Qué es lo que hacías antes?

  —?Te refieres a antes de viajar? —Kevin rota un poco su gorra—. Hacía monta?ismo. ?Qué diablos, todavía lo hago!

  —Pero no podías vivir de eso.

  —Vendía libros —le cuenta—. Bueno, solo era el intermediario. Libros clásicos, modernos, extranjeros… ?Muchos mundos por contemplar!

  —Oh… ?entonces leías mucho?

  —Es gracioso. ?Allí me daba cuenta de todo lo que me estaba perdiendo en la vida!

  —?Dejaste tu hogar?...

  —Sí, podría decirse —Kevin cierra los ojos—. Pero mi esposa no aceptaba mi filosofía de vida, así que tuve que perseguir mis sue?os yo solo.

  —Qué triste…

  —No las culpo, claro —Kevin se oculta tras la vísera de su gorra—, pero yo me negaba a renunciar. Por fin había encontrado mi camino en la vida… ?La chispa que de verdad encendía mi corazón! Y esa es la historia.

  Mana y Siel se miran en silencio. El escaso canto de unas cigarras los envuelve cuando al fin se detienen junto a un carro de helados, el cual, apartado junto a un parterre rodeado de ladrillos, estaba protegido por una modesta sombrilla.

  Kevin sirve a todos un sabor distinto de helado; Mana elige cono de chocolate, él de menta y Siel de vainilla. Disfrutan tomándolo junto a unos bancos, bajo la sombra de los árboles, bajo la suave brisa de la tarde.

  —Muchas gracias —dice Siel al extranjero—. Es la primera vez que nos divertimos tanto.

  —?Gracias a vosotros! —exclama Kevin—. Desde que llegué no había hecho turismo en condiciones. —el hombre suspira—. Siento no haberos encontrado comida.

  —?No pasa nada! —exclama la chica—. El helado está bien.

  —?Creéis que será verano? —Siel para la oreja para escuchar los insectos—. Las temperaturas empiezan a acompa?ar.

  —Desde que están las nubes es difícil asegurarlo —Kevin pega un lametón a su bola de helado, luego desvía los ojos—. Me pregunto cómo estarán en casa...

  —?Piensas volver?

  —Sí, debería hacerlo cuanto antes —replica él—. Aquí estoy aislado del mundo. No puedo comunicarme con mi familia.

  —?Y qué hay de los aeropuertos?

  —Tendré que probar suerte —Kevin tuerce su gorra—. No puedo quedarme aquí atascado para siempre.

  El hombre se levanta y mira las nubes, las cuales se?ala con el dedo índice, y luego exclama:

  —?Un hombre debe avanzar, y siempre mirar hacia delante!

  —?Un hombre debe!… —repite a su vez Mana imitándolo—. ?Pero solo soy una chica!

  —?Ja, ja, tranquila! —Kevin le muestra el pulgar y los dientes—. ?Tienes mi aprobación como hombre para llegar a los más alto!

  —?Toma ya! ?Ja, ja, ja!

  —Mana, te está tomando el pelo…

  Mana ríe. Juego a perseguir las líneas de la galleta del cono hasta el extremo de la punta, del cual se desprendía ligeramente el chocolate. Disimuladamente a sus pies, sin que ella fuese consciente, el peque?o erizo robaba a lenguetazos todas y cada una de las gotitas.

  —Bueno, qué aproveche —exclama Kevin tras un silencio—. Yo me voy con viento fresco. Y tomad esto.

  —?Qué es? —Siel alarga la mano para recibir el objeto: una pieza redonda y metálica, con una grulla grabada.

  —?Una moneda! —observa Mana.

  —Hasta ahora te has estado fundiendo mis ahorros, pero esta de aquí quiero que la guardes. —le reprimenda Kevin. Luego les sonríe a ambos, mostrando los dientes—. ?Será una prueba! ?No podréis gastarlo en ninguna máquina, porque es un regalo!

  —Eso es muy difícil... —protesta ella de morritos.

  —Me aseguraré de que no lo haga —determina Siel—. Lo prometo.

  —?Ja, ja, ja! ?Tampoco dejéis que os quite el sue?o, churumbeles!

  Kevin sonríe. Después de unos segundos, acaricia las cabezas de ambos chicos. Luego se da la vuelta sin decir más, despidiéndose con un gesto.

  —?Buen viaje! —despide Mana, agitando el brazo. Aunque cabizaja por un instante, al cabo se echa a reír—. ?Aún queda gente buena después de todo!

  —Sí… —Siel mira el horizonte—. Está claro.

  Tras la entretenida jornada, los dos regresan junto a la gran máquina de Mana. La chica sube sobre los hombros de Chinchin, jugando a pinchar a Kimchi con un palo, mientras Siel limpia la carcasa de la máquina con una bayeta húmeda, antes de marchar los dos.

  —Así que verano…

  —?Te trae buenos recuerdos? —exclama la chica.

  —?Recuerdos? No, claro que no. Pero hay que ver cómo pasa el tiempo...

  —Nos conocimos hace ya un mes, Siel. Ha sido divertido.

  —Nuestro viaje aún no ha acabado —dice entre risas—. Tenemos que ver el norte, ?verdad?

  —?Es cierto! —Mana le muestra una gran sonrisa de blancos dientes, con una melladura entre ellos—. ?Y subiremos esa monta?a!

  Siel se sonríe. Mana otea el horizonte por unos minutos, tumbada boca abajo y tarareando. Al cabo un tiempo, comienza a registrar en su mochila, despolvando un libro de cubierta plana y tapa de cuero.

  —?Sabes que cogí libros del centro comercial? —La chica pasa unas páginas—. Cuando Kevin mencionó ser librero, me acordé de ellos.

  —No lo sabía…

  —Realmente no puedo leerlos —admite la chica—. ?Crees que me convertiría en alguien como Kevin si aprendiese a hacerlo?

  —Mana… —Siel inclina el gesto—. Yo podría ense?arte.

  —?Claro! —Mana muestra sus dientes—. ?Eso ya lo daba por hecho!

  Siel ríe por la nariz, cerrando los ojos.

  —Quisiera que —prosigue ella—, cuando me encuentre con papá y mamá, supieran que conseguí aprender un poco. Seguro que se alegrarían mucho.

  Siel se sobrecoge ligeramente. Mientras intenta encontrar las palabras adecuadas para responder, un viento comienza a soplar con fuerza, arrastrando consigo un papel que, en cuestión de segundos, le envuelve el rostro con repentino chasquido.

  —?Ja, ja, ja! —Mana ríe a carcajadas, se?alando al chico.

  —Oye… —replica con voz ahogada, y luego recoge el papel y le echa un vistazo.

  Una estructura similar a un castillo se muestra impresa, tal como observa, junto a una serie de informaciones.

  —?Qué es? —le pregunta ella, asomándose sobre las gigantescas clavículas de Chinchin—. ?Qué es lo que pone?

  —Un castillo en la capital… —resume el chico, sus ojos todavía registrando el contenido— fiesta, música y mucha comida…

  —?A por ello, Siel! —clama Mana con el pu?o en alto—. ?Allá que voy!

  —No tan deprisa… —Siel le sonríe amigable, y luego vuelve la cabeza al papel—. Parece que cruza el lago... Podría servir como atajo.

  —?Qué pertinente! ?A qué esperas, ahora, mi fiel vasallo?

  —?Ahora mismo voy, mi princesa!

  Siel se pone en marcha una vez más, mientras la chica alza el pu?o desde lo alto de la gran máquina. Muy despacio, la escasa luz en el cielo comienza a apagarse bajo el grueso abrazo de las nubes.

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