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Chapter 4

  El amanecer llegó con una brisa ligera y fresca, típica de s primeras semanas de temporada tempda. De s peque?as ventanas de s caba?as, delgadas volutas de humo comenzaron a elevarse, se?al del encendido de s primeras cocinas del pueblo.

  Era una ma?ana como cualquier otra, o eso parecía.

  Ana se ajustó cesta de mimbre en el brazo y echó a andar por el sendero que bordeaba el bosque. Sus pasos eran ágiles mientras buscaba s hierbas que vieja curandera le había ense?ado a recolectar.

  La humedad de tierra aún se aferraba a sus sandalias, y el canto de los pájaros formaba una suave melodía que acompa?aba su tarea. A lo lejos, sobre una roca a s afueras del pueblo, una figura solitaria estaba sentada al borde de una fuente de piedra.

  Lorna, como hacía casi todas s ma?anas, meditó durante un par de horas. Era una costumbre que todos en el pueblo conocían bien, pues practicaba desde que se mudó allí, aunque nadie entendía por qué.

  En una casa apartada del bullicio, Eresh dispuso unas ramas secas junto a chimenea. Eresh no tenía prisa. Su vida durante el último mes había sido sencil, casi monótona.

  Y así lo prefería. No llevaba mucho tiempo en este mundo, y aunque curiosidad lo asaltaba de vez en cuando, aún no sentía necesidad de explorar más allá de los límites de aldea. Todavía no.

  "No está tan mal...", murmuró para sí mismo, dejando caer una rama al fuego. "Tranquilo. Agradable. Sin grandes interrupciones."

  Pero paz rara vez dura.

  ---

  Ana se agazapó junto a un peque?o cro donde flores de pétalos azudos asomaban entre maleza. Estaba a punto de cortar s primeras cuando un crujido sobresaltó.

  No era el sonido habitual de un conejo o un ciervo. Era algo más pesado. Frunciendo el ce?o, se giró hacia dirección del ruido y avanzó con caute.

  A unos veinte pasos más adente, lo vio.

  Un hombre, cubierto de polvo y barro, yacía desplomado entre s raíces de un árbol caído. Respiraba débil y entrecortadamente. Su ropa estaba rasgada, y s manchas oscuras en su torso no dejaban lugar a dudas: estaba gravemente herido.

  Ana se arrodilló a su do.

  ?Se?or! ?Me oye? —preguntó, intentando moverlo con suavidad. Los párpados del hombre tembron. Con visible esfuerzo, separó sus bios agrietados.

  "...Oscuridad... escvos..." susurró antes de perder el conocimiento.

  Ana tragó saliva con dificultad, sintiendo una creciente inquietud en el pecho. Sin perder tiempo, deslizó su brazo bajo el del hombre y, con esfuerzo, lo arrastró de vuelta al pueblo.

  ---

  La conmoción no tardó en estalr. Algunos aldeanos, al ver llegar a Ana cargando al moribundo, ayudaron a trasdarlo a casita del curandero, donde Ana comenzó a limpiarle s heridas con movimientos rápidos y firmes.

  Eresh, atraído por inusual actividad, llegó poco después. Se apoyó en el marco de puerta, observando en silencio.

  Lorna, por su parte, saludó a Eresh con una sonrisa, de pie a pocos metros de distancia, con los brazos cruzados. Su expresión y mirada se agudizaron ligeramente al ver al hombre herido.

  "?Qué pasó?" Eresh preguntó con calma, sin urgencia.

  Ana no levantó vista de herida que estaba desinfectando.

  Lo encontré cerca del arroyo. Apenas podía respirar. Dijo algo… extra?o. Algo sobre oscuridad y escvos.

  Eresh levantó una ceja. "?Escvos?"

  —No lo sé. Solo repitió esas pabras antes de desmayarse.

  Con pasos lentos, Eresh se acercó a camil improvisada. Examinó s heridas con atención. No eran cortes limpios; parecían más bien tajos toscos. Quizás garras, colmillos... o alguna herramienta rudimentaria.

  Pero no podía decirlo con seguridad.

  A su do, Lorna se acercó en silencio, apoyándose ligeramente en el marco de puerta.

  "Demasiado simétrico para ser animales comunes", comentó, sin mirar a nadie en particur. "Si vino del paso sur... hay cavernas olvidadas por ahí".

  Los aldeanos cercanos intercambiaron miradas tensas. Se extendió un murmullo.

  Eresh dejó escapar un suspiro silencioso. ?Exageras. Sea lo que sea, mientras no se acerque a aldea, no es problema nuestro?.

  —No lo sabremos si seguimos haciendo como si nada —intervino Ana, con voz abiertamente preocupada—. Deberíamos limitar s salidas por un tiempo. Al menos hasta que sepamos qué está pasando.

  En ese momento entró un hombre anciano y robusto, de barba cenicienta y cabello bnco, vestido con sencillez.

  "?Alcalde!" excmó alguien mientras le abrían el camino.

  El alcalde saludó a los presentes y a Eresh con un gesto, para luego acercarse a Ana con una sonrisa.

  "Bien hecho, Ana. Le salvaste vida a este hombre", dijo con voz cansada, pero aún autoritaria.

  Ana sonrió y asintió. ?La se?ora Wyn no está aquí hoy, así que tuve que curarle s heridas yo misma?.

  El alcalde asintió y observó el cuerpo del herido. Entrecerró ligeramente los ojos al ver su estado. Suspirando, se giró y le sonrió a Ana.

  —Ya has hecho suficiente, Ana. Yo me encargaré de él desde aquí. Puedes ir a descansar.

  —Pero alcalde, puedo…

  El alcalde silenció con un gesto de mano y meneó cabeza.

  "Recuerda, sé de medicina. Puedo cuidarlo. Anda, chica, anda."

  Ana miró al alcalde y apretó los bios pero finalmente asintió.

  "Bueno, buenas noches, alcalde", dijo mientras recogía sus cosas. "Buenas noches a todos, nos vemos ma?ana".

  Después de que Ana se fue, expresión del alcalde se volvió seria nuevamente mientras miraba a varios de los hombres del pueblo.

  "Trae una antorcha. Tenemos que quemar este cuerpo ahora", dijo con voz profunda y firme mientras miraba al hombre.

  Los hombres intercambiaron miradas ante petición del alcalde, mientras otros en sa comenzaban a susurrar en voz baja. Uno de ellos, nervioso, dio un paso al frente.

  "Alcalde... el hombre está vivo. ?Cómo pudimos tener el valor de quemarlo vivo?", preguntó el hombre con expresión de inquietud.

  Este hombre ya no es due?o de sí mismo. Morirá esta noche, eso es seguro... y ninguno de ustedes querrá presenciar lo que ocurra después.

  El rostro del hombre cayó mientras miraba seriamente al alcalde, pero justo antes de que pudiera preguntar más, Eresh habló.

  Sería bueno que todos aquí entendiéramos exactamente qué está pasando antes de aceptar quemar vivo a un hombre por pabras que no significan nada.

  La atención de todos se centró en Eresh, un hombre que, a pesar de llevar poco tiempo en el pueblo, se había ganado el afecto y el respeto de todos.

  Justo cuando todos esperaban una respuesta del alcalde, Lorna fue quien habló.

  "El hombre fue atacado por una bestia familiar. Está contaminado", decró Lorna, causando nerviosismo entre todos excepto el alcalde y Eresh.

  ?Contaminado? ?Qué quieres decir con eso? ?Y qué son s bestias familiares? ?Explícate, Lorna!

  Lorna se acró garganta, un poco nerviosa por tener todas s miradas sobre el, pero su rostro permaneció serio.

  "Las bestias familiares son criaturas que sirven a un amo, los lmados 'brujos nigromantes'. Son entidades que hicieron pactos con oscuridad a cambio de poder", explicó Lorna, observando s heridas del hombre.

  "Las heridas de este hombre indican que un familiar de dicho brujo lo atacó, y si lo atacó, una vez que muera, su alma ya no le pertenecerá."

  Todos en sa tembron, y muchos sudaron frío mientras palidecían, mirando al alcalde con esperanza de que negara acusación. Pero el alcalde asintió pesadamente.

  Lo que dice Lorna es cierto. Oí habr de ellos en una de mis visitas a ciudad imperial. No tenemos cura por ahora; por lo tanto, quemarlo es única opción.

  Al final, casi todos se alejaron del hombre herido y los hombres fueron a buscar aceite y fuego para quemarlo.

  Eresh, por su parte, observaba esto con interés. El conocimiento de los brujos despertó su curiosidad y le llevó a abandonar aldea, pero aún no era el momento.

  "Y Lorna", pensó mientras observaba irse en silencio después de su explicación, "parece estar ocultando más de lo que deja ver".

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