home

search

Consecuencias

  En el instante en que nos separamos de Zein, una inquietud profunda se instaló en mi pecho. Lo dejamos solo, enfrentando a un enemigo más allá de lo que cualquiera de nosotros podría imaginar. Cada paso que daba con el grupo, el peso de esa decisión me seguía como una sombra.

  Pero no había tiempo para lamentaciones. Teníamos una misión: llevar a estas personas a un lugar seguro. Con determinación, formamos una caravana, rodeando a los supervivientes como un escudo humano. Alexander cubría la retaguardia, Miguel aseguraba el flanco derecho, Kiomi protegía el izquierdo, y yo... yo me encontraba al frente. ?Por qué a mí? No soy un líder, nunca lo he sido. Pero en ese momento, mis dudas tenían que esperar; lo único que importaba era cumplir con mi deber.

  Mientras avanzábamos, el paisaje que se desplegaba ante nosotros era desolador: edificios derrumbados, calles desiertas, y un silencio mortal que se interrumpía solo por los lejanos ecos de disparos y explosiones. Todo estaba roto. Cada paso nos llevaba más cerca del caos, pero también, esperaba, de la zona de contención del ejército. Teníamos que llegar allí, era nuestra única esperanza.

  No podía apartar mis pensamientos de Zein... ni de mi abuela. ?Estará bien? Esa pregunta martillaba mi mente, implacable. Quería creer que sí. Quería creer que ella había encontrado un refugio, y que Zein... Zein nunca se rendiría.

  Miguel, por su parte, hacía lo imposible por calmar a aquellos que temblaban de miedo o que comenzaban a perder la esperanza. Su voz era como un bálsamo en medio de la tormenta, y gracias a él, la caravana avanzaba con una calma tensa pero firme. Mientras tanto, yo mantenía los ojos bien abiertos, buscando cualquier indicio de peligro, especialmente a medida que nos acercábamos al café y a mi casa. Tenía que encontrar alguna se?al... algo que me dijera que ella estaba bien.

  En el camino, los enfrentamientos eran inevitables. Cada batalla era un recordatorio brutal de la fragilidad de nuestra situación. Teníamos que luchar mientras protegíamos a los civiles, evitando a toda costa que quedaran atrapados en el fuego cruzado. Cada golpe, cada disparo, era una apuesta desesperada por sobrevivir.

  Lo más desconcertante de todo era lo que sabíamos... y lo que no. Una nación no registrada, surgida de las sombras, había lanzado una invasión masiva contra el planeta. En solo unas horas, habían tomado el norte de todo el globo. En una radio que encontré entre los escombros, las noticias confirmaban lo que temíamos: los ejércitos del mundo estaban siendo destrozados, incapaces de hacer frente a un enemigo de esta magnitud. Sabíamos quiénes eran. La EDI. Ellos nos habían encontrado, y ahora... ahora venían por todo.

  Miré a mi alrededor, al panorama de devastación que una vez fue nuestra ciudad. Esta era una tierra que había soportado a?os de guerras y sus cicatrices, pero que siempre encontraba una manera de levantarse. Ahora, parecía que esa fuerza se desvanecía. ?Sería esta la última vez que nuestra ciudad vería la luz? No lo sabía. Pero tenía que creer... tenía que creer que un día, de alguna manera, esta ciudad volvería a brillar.

  En cuanto nos acercamos a mi casa, lo vi. Lo que tanto temía, lo que no quería enfrentar. El edificio estaba parcialmente destruido. No todo, pero lo suficiente como para llenar mi pecho de un vacío indescriptible.

  Corrí. No me importaba nada más. Mis piernas se movían más rápido de lo que mi mente podía procesar, y al cruzar el umbral, me resbalé por la prisa.

  Por favor, no.

  —?Naoko! —me gritaron desde atrás, pero no me detuve.

  Cada paso que daba parecía más pesado, como si el miedo intentara detenerme. Subí las escaleras apresurada, tropezando con cada escalón. Mis manos temblaban. Mi respiración era un nudo en mi garganta.

  Por favor, no.

  Cuando finalmente llegué a la puerta, estaba trabada. La golpeé desesperadamente, pero no cedía. Una y otra vez la embestí con mi hombro, ignorando el dolor, hasta que finalmente cayó con un estruendo.

  Al cruzar, mis ojos escanearon la habitación frenéticamente. Mi corazón latía con fuerza.

  "?Dónde estás? ?Dónde estás?"

  Mis manos temblaban mientras levantaba los escombros, y entonces… entonces lo vi.

  Lo que nunca quise ver.

  Ahí, bajo los restos de lo que una vez fue nuestro hogar, yacía ella. Mi abuela. Su cuerpo inmóvil, frágil… sin vida.

  No, no puede ser. Esto no está pasando.

  Sentí cómo el mundo se desmoronaba a mi alrededor. Todo lo demás se volvió un ruido lejano. Solo podía mirar, paralizada, mientras el peso de mi culpa me aplastaba.

  Ella siempre estuvo ahí para mí, incluso en sus días más oscuros, incluso cuando no tenía fuerzas para seguir adelante. Siempre me apoyó, siempre fue mi refugio. Y ahora, cuando me necesitaba más que nunca, yo no estuve.

  Un sollozo escapó de mis labios, y con él, la certeza de que había fallado.

  —Naoko… —la voz de Kiomi me llegó desde detrás, suave, casi temerosa.

  —Es… es mi culpa, ?sabes? —murmuré, mi voz rota, apenas un susurro ahogado. Las lágrimas comenzaron a deslizarse por mi rostro sin control.

  —Yo… no estuve para ella. Esto es mi culpa. Toda mi culpa.

  Me arrodillé frente a mi abuela, al cuerpo que una vez estuvo lleno de vida y calidez. No quería aceptarlo. No podía.

  —Vamos, abuela, solo estás dormida, ?verdad?... ?verdad? —dije con la voz quebrada, las lágrimas ahogando cada palabra mientras movía su cuerpo suavemente, esperando una respuesta que nunca llegó.

  Kiomi se acercó y se arrodilló junto a mí. Su mano cálida descansó en mi hombro.

  —No es tu culpa —dijo en un susurro, su voz cargada de compasión.

  La miré, mi esperanza tambaleándose.

  —Ella se pondrá bien, ?no? —insistí, aferrándome a una mentira que sabía no era real.

  Kiomi solo me miró en silencio. Su silencio fue más devastador que cualquier palabra.

  No aguanté más. El peso de la pérdida, de la culpa, de mi impotencia, cayó sobre mí como una tormenta implacable. Grité, un grito desgarrador que resonó en las paredes destrozadas, un eco de todo el dolor que no podía contener. Las lágrimas caían sin control, y mi pecho se sacudía con cada sollozo.

  Kiomi no dijo nada, solo me abrazó. Su presencia era lo único que me mantenía de pie en medio de ese abismo de oscuridad. Me quedé ahí, abrazándola, llorando hasta quedarme sin fuerzas.

  Perdóname, abuela. Perdóname por todo.

  Cuando finalmente me calmé, tomé una decisión. No iba a dejarla ahí. Con cuidado, envolví su cuerpo en una sábana. Aunque el dolor seguía apu?alándome el corazón, sabía que debía continuar. Bajé las escaleras con ella en mis brazos, sintiendo lo ligera que estaba. Miguel me vio y, con una expresión solemne, me ofreció su pésame.

  —Yo me haré cargo del frente de la caravana —dijo con firmeza, dándome un respiro.

  Caminé detrás del grupo, mis ojos clavados en el cuerpo envuelto entre mis brazos. Cada paso era un recordatorio de lo que había perdido. El mundo parecía más gris, más vacío.

  Mientras avanzábamos, revisábamos los alrededores en busca de sobrevivientes. Pasamos por locales destruidos, calles desiertas llenas de escombros… y cuerpos. Cuerpos de civiles, soldados… vidas que no volverían.

  Finalmente, llegamos a la cafetería. Decidimos hacer una pausa para descansar, mientras Miguel se quedaba vigilando la caravana. Al entrar, el lugar estaba tan destrozado como todo lo demás. Los muebles rotos, las ventanas destrozadas… era un reflejo de la ciudad misma.

  En un rincón, ahí estaba Kio, dormida en su forma de animal, ajena a la devastación a su alrededor.

  —Kio, ?cómo es que puedes estar dormida con todo lo que está pasando? —le preguntó Kiomi mientras se acercaba, sorprendida por la indiferencia de la criatura.

  Kio abrió los ojos lentamente y se estiró con desgana, como si nada fuera diferente.

  —?Dónde están Mei y Aiko? —preguntó Alexander, su voz cargada de preocupación.

  Kio bostezó y respondió con indiferencia:

  —No lo sé.

  Alexander apretó los pu?os.

  —?Cómo que no lo sabes? —preguntó con frustración.

  —?No me ves? Estaba dormida —respondió con un tono tranquilo, como si el caos que los rodeaba no fuera su problema.

  —?Siguen aquí? —insistió Alexander, con la voz cargada de frustración.

  —Ya te dije que no lo sé —replicó Kio con indiferencia, estirándose como si la situación no fuera importante.

  Alexander no perdió tiempo y comenzó a buscar por todos lados. Revisó cada rincón, moviendo escombros y abriendo puertas en busca de algún indicio.

  —?Mei! —gritó desde el segundo piso, su voz reverberando con desesperación.

  Todos subimos corriendo tras él, temiendo lo peor. Al llegar, vimos algo que nos dejó helados: Mei y Aiko estaban encerradas en una habitación. Mei estaba frente a Aiko, claramente protegiéndola. La escena era desgarradora.

  Cuando nuestros ojos se encontraron con los de Mei, notamos lo mal que estaba. Estaba pálida como la nieve, y la sangre empapaba su ropa. La habían herido gravemente.

  —Qué bien que llegaste, querido… —susurró Mei, con una débil sonrisa mientras su cuerpo empezaba a tambalearse.

  Alexander corrió hacia ella, sosteniéndola antes de que cayera.

  —No te duermas. Quédate conmigo, Mei —dijo con desesperación, su rostro lleno de preocupación.

  —Ellos… ellos llegaron al local. Tuve que proteger a nuestra peque?a. Perdón por no poder hacer más… —su voz era apenas un murmullo, quebrándose con cada palabra.

  —No, no digas eso —replicó Alexander, sacudiendo la cabeza con fuerza—. Estoy tan feliz de haberlas encontrado a las dos. Eso es lo único que importa.

  Aiko, con lágrimas en los ojos, corrió hacia mí y me tomó de la mano. Su miedo era palpable, temblaba de pies a cabeza. La levanté en brazos y la abracé con fuerza, tratando de darle algo de consuelo.

  Mientras tanto, Mei intentaba seguir hablando. Su voz se debilitaba cada vez más.

  —Cuida a nuestra hija, ?sí? —dijo con una sonrisa cálida, mientras miraba a Alexander.

  —No hables así. Vas a estar bien, Mei. Solo aguanta un poco más. ?Por favor! —Alexander se inclinó hacia ella, como si su voluntad pudiera mantenerla viva.

  —No creo aguantar mucho más… —susurró ella, cerrando los ojos por un momento—. Perdóname.

  —?No, Mei! Aguanta por Aiko, aguanta por mí… ?Te necesito! —su voz se rompió, las lágrimas comenzando a correr por su rostro.

  Unauthorized content usage: if you discover this narrative on Amazon, report the violation.

  Mei levantó la mano con esfuerzo y acarició la mejilla de Alexander.

  —Te quiero… —murmuró, su voz apenas audible.

  —Yo también te quiero… —respondió Alexander, su voz ahogada por la emoción.

  Los dos compartieron un beso, uno que claramente sería el último. Mei dejó escapar un suspiro y cerró los ojos con una serena sonrisa, su cuerpo perdiendo toda fuerza en los brazos de Alexander.

  El silencio que siguió fue ensordecedor. Nadie se atrevía a hablar, atrapados en el peso de lo que acababa de suceder.

  Hasta que el bostezo despreocupado de Kio rompió la tensión.

  —Tú… —dijo Alexander, levantándose con lágrimas en los ojos, pero ahora lleno de ira.

  Se acercó a Kio y la levantó a la altura de su rostro, sosteniéndola con fuerza.

  —?Cómo pudiste dejarlas solas? ?Dónde estabas cuando las necesitaban? —gritó, su voz cargada de rabia y dolor.

  —??Qué carajos estuviste haciendo mientras esto pasaba?! —explotó Alexander, su voz llena de rabia y dolor.

  En ese instante, Kio volvió a su forma humana, algo que nunca había visto antes. Su figura era tan imponente como su naturaleza animal, pero todavía estaba suspendida en el aire, sostenida por la camisa de Alexander.

  —Para tu información, tengo un contrato con Zein, y ese contrato no me permite transformarme en mi forma humana mientras él está peleando, así que no pude hacer mucho —respondió Kio, su voz tensa y cortante. Al instante, volvió a su forma de animal, encogiéndose de hombros, como si la situación no fuera tan grave para ella.

  —?Esa no es una excusa! —gritó Alexander, la frustración desbordándose en su tono.

  —?NO ES UNA EXCUSA! —replicó Kio, también alzando la voz. Su mirada se volvió feroz, pero su tono de voz reveló una vulnerabilidad inesperada. —?Crees que no me dolía ver y escuchar todo lo que les estaban haciendo? ?El sentirme impotente y no poder moverme? ?Me afectaba a mí también! ?Traté de moverme todo lo que pude!

  Alexander, abrumado por la culpa, se hincó, su rostro desmoronándose.

  —Perdón, yo… —murmuró, pero sus palabras se perdieron en el aire, ahogadas por el peso de su arrepentimiento.

  —No te disculpes —respondió Kio, su tono más suave, aunque todavía marcado por la tensión.

  —Pero ?cómo pudiste transformarte si se supone que Zein está peleando en este mismo momento? —preguntó Alexander, frunciendo el ce?o, buscando una lógica en todo esto.

  —Deberían apurarse en volver —dijo Kio con urgencia—. Lo más probable es que esté perdiendo.

  La gravedad de sus palabras fue un golpe directo a la conciencia de todos. Sin perder más tiempo, nos pusimos en marcha. Improvisamos una carreta para cargar los cuerpos y a las personas agotadas, avanzando rápidamente hacia la zona de contención.

  Cuando nos acercamos, algo en el aire cambió. Había más enemigos de lo habitual, lo que nos obligó a abrirnos paso con rapidez y determinación. Luchamos por cada metro, pero finalmente logramos llegar. Al otro lado, nos recibieron militares y tanques, quienes apenas contenían los ataques enemigos.

  Al vernos, los soldados se alegraron, y entre ellos estaba Paul, quien también mostró una sonrisa de alivio al vernos llegar.

  Logramos llevar a todos a salvo, pero la tranquilidad no duró mucho.

  —Tenemos que volver —le dije a Kiomi, mientras me vendaba rápidamente unas heridas que me hice durante el camino.

  —Alexander, ?puedes…? —comencé, pero él me interrumpió antes de que pudiera terminar.

  —No te preocupes, me quedaré aquí ayudando. Ustedes tres vayan. —Alexander hizo una pausa y luego a?adió—. Pero antes de irte, Kiomi, ocupo ense?arte algo.

  …

  La batalla se estaba volviendo cada vez más agotadora y difícil. Sora era un oponente formidable, no dejaba ni un respiro.

  —No sabes cuándo rendirte, ?verdad, Zein? —su voz resonó, cargada de desprecio.

  —Jamás me verás rendirme —respondí, con la mandíbula apretada.

  De repente, el aire se llenó de un aroma penetrante, algo que parecía corroer incluso mis pensamientos. El ambiente se volvió opresivo, como si cada respiración fuera más difícil que la anterior. Me sentí mareado, mis ojos ardían, y la presión en mis pulmones aumentaba, como si el aire mismo estuviera intentando aplastarme.

  Instintivamente, me tapé la boca y la nariz con mi brazo, intentando protegerme de esa asfixiante sensación.

  —?Notas cómo el aire empieza a traicionarte, Zein? —La voz de Sora se acercaba lentamente, llena de esa arrogancia que solo los que dominan el terreno pueden tener. Se movía alrededor de mí como un halcón, esperando su momento para atacar. —Este bosque es mío, y hasta el mismo oxígeno me obedece.

  Fue entonces cuando lo noté. Con esfuerzo, logré distinguir una ligera neblina en el aire, casi imperceptible. Tal vez era gas. Mi mente comenzó a procesarlo rápidamente: si el gas era inflamable, podría salir de ese lugar, pero si no lo era... estaba en problemas.

  Debía pensar rápido.

  Necesitaba idear una estrategia, y pronto. El aire estaba en mi contra, pero la batalla no estaba perdida.

  —Oye... —La voz de Sora me sacó de mis pensamientos.

  —?Qué pasa? ?Al fin estás por rendirte? —Su tono burlón me hizo apretar los dientes.

  —Jajaja, no —respondí con una sonrisa cargada de determinación. Mientras hablaba, generé una bola de energía en mi mano, un resplandor brillante que iluminaba el aire denso. —?Tú qué crees que haré?

  Sora se detuvo un momento, observando la esfera de energía que formaba en mis manos. Su rostro se endureció, pero no vaciló.

  —No estarías tan loco —dijo, y con eso confirmé mis sospechas: el gas era inflamable.

  —?Quieres probar? —repliqué, lanzando la bola de energía lo más rápido que pude.

  Al instante, vi cómo Sora se reforzaba, preparándose para resistir la explosión. Lo mismo hice yo, cubriéndome con una capa de energía para soportar la onda expansiva.

  El impacto fue inmediato. El sonido de la explosión resonó como un rugido, y el aire se llenó de una luz cegadora. El lugar entero estalló, como un infierno liberado en un solo segundo.

  Cuando finalmente la neblina se disipó, pude ver la luz del sol atravesando el caos. A pesar de la devastación, el sol brillaba con fuerza en su punto más alto, y el cielo estaba completamente despejado, como si el mundo hubiese decidido seguir adelante, indiferente a la destrucción.

  Sin embargo, la calma no duró mucho.

  Al caer, me golpeé fuertemente con unos escombros, el dolor recorriendo mi cuerpo al instante. Estaba agotado, mi cuerpo no respondía como esperaba. Apenas podía moverme, y un dolor insoportable se instaló en mi brazo. Al mirar, me di cuenta de que estaba roto, y sentí cómo el peso de las fracturas en mis costillas me quitaba el aliento.

  La batalla había cobrado un precio más alto de lo que pensaba.

  —Debo decir que eso fue verdaderamente temerario —dijo la voz, cargada de sarcasmo. Volteé a verla y, para mi sorpresa, era Sora, sin un solo rasgu?o, como si la explosión no le hubiera afectado en lo más mínimo. —No creí encontrar a dos personas tan admirables en este planeta. Tal vez de verdad tenga algo de valor.

  Sentí cómo la fatiga me invadía por completo, pero no podía rendirme. No podía. Si lo hacía ahora, todo lo que había luchado por construir, todo lo que amaba, caería en pedazos.

  Me levanté, usando las pocas fuerzas que me quedaban. Cada músculo de mi cuerpo gritaba por descanso, pero la determinación en mi interior me empujaba a seguir.

  —Ríndete de una vez, ?quieres? —Sora se acercaba cada vez más, su presencia tan dominante que sentía el peso de su poder aplastándome.

  Era cierto que ya no tenía fuerzas para pelear, pero no iba a dejar que todo terminara así.

  En ese instante, Sora lanzó un ataque directo hacia mí, y aunque intenté esquivarlo, mis piernas no respondieron. Cerré los ojos, preparado para el impacto, pero… no lo sentí. Cuando los abrí, vi a Miguel, parado frente a mí, bloqueando el golpe con su propio cuerpo.

  —?No te rindas, amigo mío! ?Aún hay una batalla que ganar! —gritó, su voz llena de energía y esperanza.

  —?Y quién dijo que me había rendido? —respondí con una sonrisa, levantándome con esfuerzo.

  —?Zein! —La voz de Kiomi me llegó desde lo lejos. Miré y vi a Naoko y Kiomi acercándose rápidamente, parecía que habían llevado a los civiles a un lugar seguro.

  Naoko llegó a mi lado, apoyándome para caminar.

  —Ven, vamos a un lugar más seguro.

  —Aún puedo pelear, ?sabes? —le dije, tosiendo por el esfuerzo.

  —Claro que no, ?no ves cómo estás? Vamos, rápido. —Naoko me ayudó a avanzar, pero algo en su actitud me sorprendió. Estaba diferente, más decidida, más fuerte. —Kiomi, Miguel, ?pueden distraerlo un rato?

  —Claro —respondieron al unísono.

  —Ahora me toca a mí pelear —dijo Miguel, con una sonrisa desafiante mientras se acercaba a Sora.

  —Te estaba esperando, simio calvo —respondió Sora con una sonrisa fría y burlona.

  —Hora del round 2, perra —replicó Miguel, su tono lleno de confianza y energía.

  Mientras tanto, Naoko me llevó a un lugar más apartado, lejos de la batalla directa.

  —Déjame curarte —dijo, comenzando a examinar mis heridas.

  —Me alegra ver que están bien —comenté, esforzándome por sonreír.

  —Eso debería decirlo yo —respondió ella con una sonrisa, pero algo apagada, como si la situación aún la afectara profundamente. —Ahora déjame concentrarme.

  Ella juntó las manos sobre mi herido cuerpo y cerró los ojos con concentración. Pasaron unos momentos en silencio, hasta que una suave luz comenzó a emanar de sus palmas. Reconocía bien lo que estaba sucediendo; era magia de curación, algo que, aunque familiar, seguía siendo asombroso.

  Cuando la luz se desvaneció, me sentí mejor, pero no completamente curado. Aún tenía varios cortes visibles y algunas heridas dolorosas, pero sin duda, me sentía mucho más fuerte.

  —Volvamos —dije, poniéndome de pie con determinación. Pero justo cuando iba a dar un paso, Naoko me detuvo al tomarme la mano, su mirada llena de preocupación.

  —Zein, —dijo suavemente, —prométeme que no harás ninguna estupidez.

  Le sonreí, aunque sabía que la situación era más grave de lo que dejaba ver.

  —Te lo prometo —respondí.

  Nos miramos un momento, intercambiamos sonrisas breves y luego nos dirigimos de nuevo al campo de batalla.

  Cuando llegamos, vi que Kiomi y Miguel estaban luchando a la par de Sora, o al menos eso parecía. Sin embargo, la balanza se inclinó rápidamente hacia Sora, que comenzó a dominar de nuevo.

  —?Sora! —grité, intentando detener la pelea.

  Sora me miró, su expresión era ahora seria, un toque de sorpresa asomando por sus ojos.

  —Has vuelto, y te ves mucho mejor —comentó, antes de ponerse aún más serio. —?Qué quieres? ?Qué tienes en mente?

  —?Tanto se nota? —me acerqué a él, con la mirada fija y desafiante. —Pruébame que eres tan fuerte como dices.

  Sora frunció el ce?o, claramente confundido por mi actitud.

  —?Perdón?

  —Si eres tan fuerte como dices y nosotros tan débiles, entonces pruébamelo —respondí sin vacilar.

  —?Y cómo quieres que haga eso? —la arrogancia en su tono era evidente.

  —Recibe mi ataque más poderoso —desafíe, levantando la mano. —De frente, sin esquivarlo.

  Sora soltó una risa baja, y por primera vez, sus brazos, que estaban listos para atacar, cayeron a sus costados en se?al de relajación.

  —Vaya, qué interesante —dijo, con una sonrisa arrogante. —Está bien, acepto. Les mostraré cuán débiles son.

  —Zein, ?qué vas a hacer? —preguntó Kiomi, visiblemente preocupada.

  —Sólo aléjense de aquí y observen —respondí, mientras me posicionaba frente a Sora.

  Nos colocamos a una distancia prudente, algo alejada del campo de batalla. Sora se había subido a unas ruinas que le daban un poco de ventaja de altura, pero eso no sería suficiente. Sabía que su confianza sería su ruina.

  —?Bien, estoy listo! —gritó Sora, cruzando los brazos de manera arrogante, completamente calmado.

  Preparé mi ataque, apuntando mi mano hacia él como si fuera una pistola. Sora se burlaba de mí, pero decidí ignorarlo.

  Imaginé el ataque, lo representé en mi mente tal como lo había hecho en el torneo, pero esta vez no iba a contenerme. Sabía exactamente qué era lo que estaba invocando, qué poder estaba a punto de desatar.

  Este ataque no solo lo definía el poder; también dependía de la imaginación. El poder lo representas tú, pero la imaginación carga una parte esencial de esa energía. No importa cuán fuerte seas, si no sabes cómo redirigir ese poder, no te sirve de nada.

  Visualicé la creación de una esfera brillante, como un sol en miniatura. Era radiante, y su calor y luz comenzaron a envolverme. La sentía, palpitaba a mi alrededor. De repente, la esfera empezó a contraerse violentamente, perdiendo su brillo poco a poco. La luz se desvaneció en un parpadeo, y la esfera se tornó oscura, como si estuviera absorbiendo todo a su alrededor. Comenzaron a formarse ondas de energía que distorsionaban el espacio, un agujero negro comenzaba a formarse en su centro.

  El borde de la esfera brillaba como un halo distorsionado, como si la luz estuviera atrapada, doblándose alrededor de él, mientras el centro permanecía totalmente oscuro, sin emitir ni una chispa.

  Abrí los ojos. Ahí estaba, justo en la punta de mis dedos.

  —?Listo? —le pregunté, mi voz baja pero firme.

  —Cuando tú quieras —respondió Sora, su tono confiado, casi arrogante.

  Todo quedó en silencio. El aire parecía contenerse mientras me preparaba para liberar la energía contenida. Sabía que no podría mantener esa masa de energía por mucho tiempo, así que dejé que colapsara, pero logré controlar ese colapso. Disipé toda la energía hacia Sora, como un rayo de pura destrucción dirigido a él.

  En ese instante, descargué todo lo que tenía dentro, sin contenerme. No importaba el precio que tuviera que pagar. Este era el final. Debía acabar con Sora ahora, de una vez por todas.

  Sora se dio cuenta demasiado tarde. El ataque era demasiado poderoso para él. Intentó resistirlo, pero fue inútil. El impacto de mi ataque lo golpeó de lleno, arrasando todo a su paso. El sonido de la explosión fue ensordecedor, y cuando la energía se disipó, lo único que quedó fue un enorme agujero en los edificios, que empezaron a colapsar poco después.

  El cielo parecía haberse desgarrado en dos, como si todo a mi alrededor se hubiera quebrado bajo la fuerza de mi ataque. Todo lo que estaba frente a mí desapareció en un instante, incluso Sora, quien ya no estaba allí. Lo había evaporado.

  Ya no podía aguantar más. Había gastado toda mi energía en ese ataque, y mi cuerpo ya no me respondía. Estaba a punto de colapsar cuando sentí una mano agarrar la mía, levantándola al aire. Miré hacia el due?o de la mano y vi a Miguel, quien, con una sonrisa, levantaba mi brazo en se?al de victoria.

  —No te desmayes aún, nos están viendo —dijo, su voz llena de un tono alentador.

  Cuando miré hacia arriba, vi un helicóptero de noticias flotando sobre nosotros. A pesar del gran peligro, estaba claro que estaban grabando toda la pelea y transmitiéndola en vivo.

  Habíamos ganado. Finalmente lo habíamos logrado. Fue un enemigo formidable, pero conseguimos derrotarlo. Si no hubiera aceptado mi propuesta, probablemente nunca habríamos salido victoriosos.

  Miguel me ayudó a caminar, y nos acercamos todos al lugar donde se había quedado Sora. Lo que vimos me dejó sin palabras: ahí estaba él, o al menos, lo que quedaba de él.

  —?Cómo fue que…? —preguntó Naoko, visiblemente sorprendida.

  —Justo en el último segundo, logré separar un dedo de mi cuerpo, lo que me permitió sobrevivir, a pesar de que mi cuerpo fue completamente vaporizado. Aun así, quedé demasiado débil como para seguir peleando —dijo, cerrando los ojos como aceptando su destino. —Lo admito, ustedes ganaron, Simios calvos.

  —Fuiste un gran oponente —respondí, sincero.

  —?De qué hablas, Zein? —parecía avergonzado de sí mismo. —Tenía la victoria asegurada, si no hubiera aceptado tu propuesta habría ganado. Mi orgullo me condenó.

  —Aun así, fuiste bastante fuerte —le dije.

  —Vamos, solo soy otro general más. Hay personas mucho más poderosas que yo. Solo soy un punto medio en la lista; no soy ni el más fuerte ni el más débil. Solo estoy ahí, como un don nadie.

  —A pesar de eso, eres un guerrero admirable. Sobreviviste a mi ataque por tu voluntad de vivir. Eres alguien increíble.

  él sonrió, aunque parecía haberse rendido en algo. A pesar de todo, esa sonrisa me transmitió respeto.

  —Ja… en verdad, Zein, eres alguien increíble. Vamos, acaben con esto de una vez.

  —?Kiomi, me haces el honor? —le pedí.

  —Con gusto —respondió ella.

  Kiomi se posicionó frente a él y, con un movimiento de su mano, lanzó un ataque de energía tan potente que lo pulverizó por completo, esta vez, de verdad.

  Al fin, habíamos ganado. Aunque, sin duda, esto dejaría una cicatriz profunda en la sociedad.

Recommended Popular Novels