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Entre las estrellas

  Tras ayudar a Zein a superar todo lo ocurrido, algo en él cambió. Se volvió más serio, más centrado, y entrenaba sin descanso todos los días. Su mirada, antes perdida, ahora reflejaba una determinación casi aterradora. Alexander, preocupado por la impresión que causaba en los clientes, decidió ponerlo a trabajar en la cocina en lugar de atender en el café.

  Me alegraba verlo más fuerte, más decidido... pero no podía evitar sentir que algo no estaba del todo bien. A medida que entrenaba, también me entrenaba a mí, ense?ándome todo lo que sabía. Era lo normal, después de todo, yo era su alumna. Pero en nuestras peleas de práctica, a veces me asustaba. Se tomaba las cosas demasiado en serio, sus golpes eran implacables y, en más de una ocasión, me lastimó sin darse cuenta.

  Los días pasaron, y finalmente llegó el momento que cambiaría el curso de la historia: la humanidad estaba lista para dar un paso gigantesco hacia otro planeta. Una batalla se avecinaba. Preparar todo tomó tiempo; antes de poder partir, fue necesario construir un puerto espacial para alcanzar la nave, que hasta ahora se había mantenido oculta en el lado oscuro de la luna. Para acceder a ella, utilizaríamos una nave de transporte más peque?a.

  La organización del viaje fue un proceso complejo. Sora, como capitán, estuvo a cargo de los preparativos, asegurándose de que todo funcionara a la perfección. Finalmente, para que la nave estuviera completamente operativa, tuvieron que llevar consigo a una gran parte de la tripulación original, prisioneros de guerra incluidos.

  Cuando el día llegó, todos abordamos la nave en un evento que se sintió casi solemne. Uno por uno, subimos a bordo mientras la multitud observaba en silencio. Zein me prestó su antigua armadura, la que el siempre llevaba. Ahora era la primera vez que el aparecía públicamente con la armadura con la que asesinó al embajador, y quería asegurarse de que yo estuviera protegida.

  Su armadura me resultaba sorprendentemente cómoda. Tenía detalles que me recordaban a él, lo que me hacía sentir segura... pero, al mismo tiempo, esa conexión me inquietaba. Tal vez por esa misma razón no me gustaba su nueva armadura.

  Era completamente negra, con un dise?o futurista y agresivo. Imponente. Aterradora. No había rastro del Zein que conocía en ella. Su sola presencia bastaba para infundir miedo, y combinada con sus habilidades, se convertía en un símbolo de pura fuerza.

  Cuando pasamos frente a los reporteros, el bullicio se detuvo por completo. El silencio fue inmediato y absoluto. Al verlo caminar con esa armadura, se hizo evidente para todos: él era el hombre que mató al embajador. él era la sombra detrás de aquella noche. Y ahora, estaba aquí, preparándose para la batalla.

  A mi lado, Kiomi llevaba su propia armadura, ajustada perfectamente a su estilo de combate. Miguel, en cambio, vestía un traje militar sofisticado, con múltiples modificaciones y herramientas integradas. Pero lo que realmente me sorprendió fue Alexander. No llevaba una armadura completa como el resto. Apenas unas pocas piezas de protección, ligeras, como si estuviera preparándose para moverse con agilidad en lugar de resistir ataques.

  Parecía que cada uno tenía un papel que desempe?ar en lo que estaba por venir.

  Y así, en completo silencio, ingresamos a la nave de carga.

  Al principio me preocupaban las ni?as, ya que Sora también nos acompa?aría en esta misión. Sin embargo, terminé sintiéndome aliviada cuando Paul se ofreció a cuidarlas. Judas, por su parte, se quedó a cargo de la cafetería. últimamente parecía más cercano a Alexander, aunque a mí seguía sin agradarme demasiado.

  El interior de la nave estaba sumido en penumbra, con apenas unas pocas luces iluminando el pasillo principal. No me quejé; al fin y al cabo, solo era un transporte que nos llevaría hasta la nave principal.

  Había muchos soldados y miembros de la tripulación a bordo. Me sorprendió ver que habían dise?ado trajes específicos para los exsoldados de la EDI, lo que me alegró bastante. Escuché rumores de que una gran parte del ejército participaría en esta incursión, y que la Liga árabe también enviaría refuerzos, tanto para fortalecer la alianza como para asegurar una victoria para la humanidad.

  Cuando llegamos a nuestro destino, un oficial nos escoltó hasta una zona de carga enorme. El lugar estaba repleto de tanques, soldados y equipo militar de todo tipo. Aunque algunos de los tanques me parecieron algo obsoletos, reconocí varios modelos que había visto en las noticias durante la Tercera Guerra Mundial, cuando era peque?a.

  Nos llevaron al centro de la nave, donde nos presentaron ante toda la flota. Junto a nosotros, comenzaron a aparecer otros comandantes. En ese momento, los soldados se formaron en distintas columnas, separadas unas de otras, cada una frente a los líderes asignados.

  El mayor que nos había guiado hasta allí tomó la palabra y anunció que, a partir de ahora, los que estábamos al frente de esas filas de soldados seríamos sus comandantes durante la incursión.

  El plan era relativamente sencillo: aterrizaríamos en distintos puntos del planeta, evitando la capital para no alertar al enemigo antes de tiempo. Como el planeta era peque?o, la distancia no sería un gran problema. Cada división avanzaría por su cuenta hasta rodear la capital, donde nos reagruparíamos para lanzar el ataque final.

  Cuando los soldados frente a mí adoptaron una postura de respeto, sentí un escalofrío recorrer mi espalda. Todos esperaban órdenes de mí, como si yo realmente supiera lo que estaba haciendo.

  —Disculpa… ?crees que sea buena idea que yo comande a estas tropas? —pregunté, con el nerviosismo reflejado en mi voz.

  El mayor ni siquiera me miró. Simplemente nos indicó que descansáramos y se alejó.

  Al voltear, los soldados seguían ahí, firmes, en completo silencio, esperando mis instrucciones. No tenía idea de qué decirles. La presión comenzó a sofocarme, mi mente se nubló y el miedo empezó a apoderarse de mí.

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  Fue entonces cuando Kiomi se acercó para ayudarme.

  —Descansen, soldados.

  En ese momento, todos se dispersaron y volvieron a sus respectivas tareas.

  —No te estreses mucho —dijo Kiomi, acercándose a mí—. Si necesitas ayuda, aquí estoy para ti.

  —Kiomi… —murmuré, con la voz temblorosa y al borde de las lágrimas.

  Sin poder contenerme, la abracé con fuerza. Ella respondió al gesto con calma y, tras separarnos, me entregó una insignia. Al parecer, con ese símbolo podría identificar a todos los soldados de mi batallón.

  —Te recomiendo que hables con ellos —a?adió—. Conocerlos y ganarte su confianza te ayudará a comandarlos mejor.

  Asentí, aún sintiéndome abrumada por la responsabilidad que acababa de caer sobre mis hombros.

  Poco después, nos llamaron a una reunión para discutir los detalles de la misión. Nunca imaginé que manejaríamos tanto poder como comandantes.

  La incursión contaría con la mitad del ejército de la Nueva República, incluyendo personal de reserva. En total, los cuatro generales a cargo lideraríamos aproximadamente 1.25 millones de soldados cada uno, sumando un total de 10 millones de tropas desplegadas.

  No podía creer lo que escuchaba. Nunca pensé que la Nueva República tuviera tal cantidad de soldados. Además de las tropas, también se nos asignaron suministros y equipos de manera “balanceada”, aunque no pude evitar preguntarme qué tan justo sería ese reparto en la práctica.

  Las divisiones quedaron organizadas de la siguiente manera:

  Batallón de Infantería Mecanizada – Comandado por Zein. Era la principal fuerza de ataque y contaba con:

  


      
  • 1.25 millones de soldados.


  •   
  • 6,250 tanques (aunque la mayoría eran modelos obsoletos de la Tercera Guerra Mundial).


  •   
  • 25,000 IFVs y APCs.


  •   
  • 3,000 piezas de artillería móvil.


  •   
  • 2,000 drones de combate.


  •   


  Batallón Blindado Pesado – Mi unidad. Se encargaría de la superioridad blindada, contando con:

  


      
  • 1.25 millones de soldados.


  •   
  • 10,000 tanques.


  •   
  • 15,000 IFVs.


  •   
  • 5,000 piezas de artillería autopropulsada.


  •   
  • 1,500 drones de combate.


  •   


  Batallón Aerotransportado y de Asalto – A cargo de Kiomi, especializado en despliegues rápidos y combate en terrenos complicados. Disponía de:

  


      
  • 1.25 millones de soldados.


  •   
  • 10,000 IFVs ligeros.


  •   
  • 10,000 aeronaves, incluyendo cazas, bombarderos, transportes y helicópteros de ataque.


  •   
  • 5,000 drones de asalto.


  •   
  • 2,500 piezas de artillería.


  •   


  Batallón de Artillería y Apoyo – Liderado por Miguel, enfocado en bombardeo de largo alcance y respaldo estratégico. Tenía a su disposición:

  


      
  • 1.25 millones de soldados.


  •   
  • 10,000 piezas de artillería pesada.


  •   
  • 2,500 drones de artillería.


  •   
  • 8,000 blindados ligeros de apoyo.


  •   


  Mientras escuchaba la distribución de recursos, no podía dejar de pensar en la magnitud de esta operación.

  Batallón de Inteligencia y Guerra Electrónica – Comandado por Alexander. Este batallón tenía un rol crucial en el manejo de información y ciberataques. Contaba con:

  


      
  • 1.25 millones de soldados.


  •   
  • 10,000 drones de reconocimiento.


  •   
  • 5,000 unidades de guerra cibernética.


  •   
  • 3,000 IFVs especializados en comunicación.


  •   


  El resto de los tres batallones serían comandados por otros de los presentes en la sala. Al final, aterrizaríamos la mitad en un polo del planeta y la otra mitad en el otro polo. Avanzaríamos directamente a la capital (que era más bien una fortificación) y nos reuniríamos los batallones ahí, rodeándola. Después, entraríamos los líderes y buscaríamos la información necesaria, así como liberar ese planeta.

  Todo esto era bastante raro, y no me sentía preparada para eso, pero aun así tenía que hacerlo. Sora me apoyaría quedándose a mi lado durante la incursión para ayudarme a comandar a las tropas, ya que mi inexperiencia en el campo de batalla como comandante era evidente.

  Mi primer paso era entablar relaciones con la mayor cantidad posible de soldados de mi batallón. Al final, tenía tiempo. Iría por subdivisiones visitándolos. Después de todo, llegaríamos en aproximadamente seis meses, por ahí de agosto.

  Decidí pasar los primeros tres meses conociendo a las divisiones 2, 3 y 4 de mi batallón. La mayoría eran jóvenes como yo, que de peque?os vivieron la guerra y querían evitar que sus familias pasaran por lo mismo. Eran gente de buen corazón, bastante experimentada y, en general, buenas personas. Con el tiempo, terminaron confiando en mí como su comandante.

  Después pensé en ir con la primera división, aquella que sería comandada directamente por mí y que serviría como la punta de lanza del batallón: la división “Garras de Hierro”.

  Al acercarme a hablar con ellos, simplemente me ignoraron. Seguían con sus tareas: pintaban sus tanques, pulían sus armas, hacían cualquier cosa para evitar interactuar conmigo.

  Había tres brigadas en esta división: la primera de tanques, la segunda de apoyo blindado a la infantería y la tercera de vehículos de artillería.

  Cuando miraba sus rostros, veía asco y crítica. No me querían ahí. Para ellos, sería mejor si simplemente me apartaba de su vista y les daba órdenes sin más. La mayoría eran soldados veteranos que ya habían peleado durante la guerra. Sabían cómo era, y eso les había dejado cicatrices.

  Intenté acercarme, pero seguían ignorándome. Incluso llegué a escuchar algunos susurros en mi contra. Pero eso no me detuvo

  Empecé a comer junto a ellos y no con los generales, como se hacía usualmente. Me miraban raro. Susurraban cosas como:

  "?Y esta ni?a qué hace aquí?"

  "Seguro entró por sus conexiones."

  "Ella no conoce el campo de batalla, solo es una ni?a."

  "Jamás se ha de haber ensuciado las manos."

  A pesar de todas las críticas, seguí estando a su lado. No me apartaba aunque me miraran mal y dijeran todo tipo de cosas. Sabía que no eran malas personas, pero aun así tenía que dar mi mayor esfuerzo.

  A las otras divisiones les pedía ayuda con distintas tareas. Me ense?aban y me apoyaban. Aprendí a hacer reparaciones peque?as y a ayudar a mi división.

  Poco a poco, comenzaron a hablarme más. Lo cual me alegraba. De a poco, empezaron a verme como una compa?era. Escuchaba sus problemas sin victimizarlos ni minimizarlos, sin interrumpirlos. A pesar de todo, sí eran buenas personas como yo pensaba, solo que con pasados difíciles.

  Pero, a pesar de todo, no parecían confiar en mí. Mucho menos en que los comandara. Creían que solo iba a ser una ni?a que se quedaba en la retaguardia mientras ellos peleaban en el frente. Así que decidí mostrarles que no era tan débil como pensaban.

  Empecé a entrenar con ellos cuando solo quedaban dos meses para llegar. Parecían sorprendidos con lo que podía hacer. Podía mantener una pelea cuerpo a cuerpo con los más experimentados del grupo e incluso hasta ganarles.

  Creía que si seguía así, lograría acercarme más a ellos. Que confiarían en mí. Empezaron a llamarme “Naoko” en vez de “general”. Me confiaban más tareas que antes, hablaban más conmigo y así.

  Para el último mes, al fin había logrado entablar una relación con todo mi batallón. Fue bastante duro, pero lo logré. Estaba exhausta.

  Traté de ir a ver a Zein. Había escuchado que se la pasó estos meses entrenando. Solo entrenando. Sin hacer nada más.

  Me preocupaba.

  Cuando llegué a la zona de entrenamiento donde estaba él, encontré a Kiomi sentada afuera, esperándolo con una toalla y agua.

  Cuando me fijé por la ventana, ahí estaba. El campo de entrenamiento artificial estaba bastante destruido. Zein seguía entrenando sin importar nada. Se veía cansado, pero aun así continuaba. Con peso extra, al parecer.

  ?Tanto se ha esforzado para este simple momento?

  Aunque, si lo pienso mejor, yo también debería haber entrenado más. Me pasé la mayoría del tiempo con mi batallón y casi no hice nada más.

  Los últimos días del viaje me la pasé entrenando y pasando tiempo con ellos.

  El día de la batalla poco a poco se iba acercando.

  Y no sabía si estaba preparada para esto.

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