El emperador caminaba con parsimonia entre los campos de trigo, dorados y verdes. Vestía una túnica púrpura y una corona de plumas que lo hacía parecer más alto de lo que en realidad era.
A su lado, su sobrina Jontana caminaba a su ritmo, dando peque?os golpes con su cetro celeste sobre el camino de tierra que transcurría entre los cultivos, que se extendían hasta donde alcanzaba la vista.
—Este lugar me trae mucha paz, tío —dijo ella, con su voz melodiosa, que agudizaba a propósito para enternecer al hombre más poderoso del continente—. Debo admitir que cada día es más hermoso. Ya quisiera que mi jardín astral fuera la mitad de grande.
El anciano siguió caminando, apoyándose de forma simbólica en su propio cetro. Aunque superaba en edad a la mayoría de sus súbditos, tenía una vitalidad envidiable.
—Ya verás cómo crece con el tiempo, hija. Ningún imperio se levanta en un día. Es más bien el resultado de peque?as victorias ínfimas a lo largo del tiempo.
La mujer siguió sus pasos en silencio, mientras observaba los campos cultivados a su alrededor. Estaban casi listos para ser recogidos, aunque Jontana sabía que nunca serían cosechados, ya que se trataba de un lugar en medio de una dimensión astral: un lugar intangible en el que sólo ella y el emperador podían entrar, mientras sus cuerpos mortales estaban en una de las cámaras más profundas y mejor defendidas de la pirámide imperial, en Dalux, rodeados de guardias.
El anciano tomó una manzana verde de un árbol por el que pasaron y le dio un mordisco metódico.
—Aún así, no deja de ser admirable lo mucho que has conseguido convertir un paisaje blanco en un jardín tan bello. Tal como has hecho con Anen y sus países subsidiarios.
—Es por eso que te he pedido que vinieras, Jontana. Aunque mi jardín crece, las cosas allá afuera se están empezando a estancar.
Ella siguió caminando en silencio entre los extensos campos de trigo.
?Cada campo cultivado que ves aquí es una idea en la que me he pasado varias horas estudiando, en especial en libros, pero también en el mundo real —le había explicado Valtorius la primera vez que la había llevado allí, cuando todavía era una ni?a. En esa época, el emperador aneita era mucho más joven, aunque las arrugas ya poblaban su rostro como los ríos que recorrían el país—. Cuantas más ideas y más palabras absorbas, más crecerá tu jardín y tu habilidad de moverte por el mundo.?
Desde entonces, Jontana se había obsesionado con crear su propio jardín, y no dejaba de trabajar en él, destinando muchas horas a estudiar en la biblioteca principal de la pirámide y a prestar especial atención en las sesiones del senado. Pero el suyo seguía siendo una peque?a finca en comparación con aquel latifundio en la mente de su tío.
—No lo entiendo, mi se?or. Los informes de los espías sólo revelan que nuestros ejércitos están arrasando. Las tropas no paran de tomar ciudades en Ixtul, y en el mar, los corsarios que contrataste dominan las zonas de pesca.
El sol brillaba en lo alto, y su reflejo se iluminaba con claridad en el cristal en la punta de su cetro, que la designaba como la regente del senado. Pero por el gesto del emperador, Jontana supo que sus ideas no estaban tan esclarecidas como aquel diamante.
—Hay que ver más allá de los informes, hija. Muchos de ellos saben que a los poderosos no nos gustan las malas noticias, y maquillan sus palabras para salvar su pellejo —la miró con sus profundos ojos negros—. Tenemos que fijarnos en las se?ales más obvias: nuestras arcas se drenan con cada día de campa?a, y aunque parece que avanzamos, perdemos tropas sin resultados tangibles —el anciano suspiró, impotente, algo que Jontana muy pocas veces había visto—. La guerra en el sur ha salido más cara de lo planeado.
En ese momento, los dos parientes llegaron a los confines del cultivo, donde las altas y orgullosas ramas de trigo daban paso a campos más bajos, con peque?as setas que empezaban a germinar.
El anciano continuó masticando su manzana y luego arrojó las semillas a uno de los huertos.
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—Pero se?or, el dinero fluye como el agua; nuestros campos están tan llenos de vida y riqueza como los que observamos en este momento, y los otros países bajo el yugo imperial pagan sus impuestos con juicio. ?De verdad la situación en Ixtul es tan apremiante como para que te quite el sue?o?
—Lo es. De nada sirve que el oro ingrese si se va en la guerra —parecía agobiado, arrepentido—. Sabía que no debía emprender la guerra a la ligera, pero me dejé llevar por las promesas de mis consejeros, y hasta ahora vengo a ver el precio de mis actos. Aunque se trata de un país peque?o, al menos seis veces más peque?o que Anen, está infestado por la selva, lo que les facilita a los ixtalitas las emboscadas y la guerra sorpresiva. Debí haber hecho pelear a sus facciones entre sí antes de emprender cualquier tipo de campa?a.
Era verdad, pensó Jontana. En el senado se hablaba de que la ferocidad con la que los escuadrones eyen habían penetrado en el país sure?o sólo había aumentado la determinación de los indígenas para hacerles frente.
Mientras caminaban por los terrenos yermos, todavía por cultivar, Jontana sintió un escalofrío. Era cierto que era la mujer más poderosa del senado, y ya que el emperador no tenía hijos, se convertiría en la heredera implícita de las riendas del imperio una vez que su tío Valtorius fuera arrastrado a las sombras de la muerte. Pero no se sentía preparada para gobernar sin su sabiduría. Verle desfallecer de aquella forma la hacía estremecer.
—?No hay una solución, tío? Quizá una retirada estratégica no nos caería mal. Al menos mientras el tiempo pasa. Tú mismo me lo dijiste con una de las ideas que más ensancharon tus campos: “La acción a través de la inacción”. A veces, una derrota resulta más gratificante que una victoria vacua.
—No en este caso, hija. Hemos llegado demasiado lejos para poder anexionar Ixtul al imperio. Aunque parece insignificante, hacernos con sus selvas es vital. Estas proveen una fuente ilimitada de recursos, sin mencionar los portales. Debemos actuar antes de que se den cuenta del poder sobre el que están sentados.
—Pero la campa?a nos está exprimiendo —dijo ella, fijando su vista de nuevo en los campos dorados a sus espaldas.
—Es cierto, pero no podemos demostrar debilidad ante los demás países, o las rebeliones empezarán a lo ancho del imperio como una plaga —el anciano miraba hacia los campos desolados, más allá de sus extensiones—. Creo que dentro del propio corazón de Anen ya se deben estar empezando a fraguar varias conspiraciones en mi contra. Tenemos que estar más unidos que nunca, Jontana. Tenemos que aferrarnos a nuestros aliados y castigar con mano dura a todo aquel que ose hacer frente a nuestra autoridad.
El emperador dio media vuelta y empezó a caminar por el camino por el que habían llegado. Jontana lo siguió; pronto llegarían a la hacienda donde quedaba la entrada al portal, y una vez la cruzaran, regresarían a sus cuerpos. Pero todavía faltaba un buen tramo para eso. El jardín astral del emperador tenía que ser el más grande del mundo, sin ninguna duda.
—Son demasiados problemas, mi se?or. ?No hay algo que podamos hacer para invadir Ixtul de una buena vez? Si por alguna razón nuestros ejércitos mueren, no quedaremos muy bien parados —lo miró con preocupación—. No ahora que las víboras están empezando a salir de sus nidos.
—La hay. ?Recuerdas aquel mago del tiempo del que me hablaste? ?El tal Xhano? Creo que vamos a requerir de sus servicios.
Jontana sintió un escalofrío. Xhano le parecía un charlatán. Era un cortesano de raza, que sabía vestir bien y endulzar los oídos de quienes lo rodeaban. La clase de sujetos que siempre se salían con la suya. Pero si por algún motivo eran ciertas sus habladurías…
—Mi se?or, tiene que haber otra forma. Jugar con el tiempo nunca es buena idea. Nunca se saben las consecuencias de manipularlo. Estoy segura de que una estrategia más gradual puede doblegar a los sure?os.
—No pienso modificar el tiempo. Al menos no de forma colosal. ?Recuerdas los huevos de dragón que te mostré la semana pasada?
Entonces Jontana comprendió por dónde iban los tiros. Dragones. Se habían extinto varios siglos atrás, según la voluntad del Ojo del Mundo. Pero ahora su tío quería traerlos de vuelta. Quizá fuera voluntad del propio Ojo, y ellos su instrumento para lograrlo. Nunca era bueno llevar la contraria. Aún así, la archimaga supo que debía disuadir al emperador de una estrategia tan arriesgada, pero no sería fácil.
—Por supuesto que los recuerdo, tío. Son las joyas más hermosas que he visto nunca… no vale la pena echarlas a perder. Los dragones no son criaturas de buen agüero.
El anciano siguió caminando en silencio, meditando en las palabras de su sobrina. Pero Jontana supo por su gesto que no lo iba a persuadir.
—Son armas, y como tal deben ser usadas —dijo al fin.
—Mi se?or, la idea no es mala. ?Pero sabes cuánto maná puede costar un hechizo para convertir unos huevos de dragón en bestias voladoras capaces de derretir ciudades enteras con su aliento? Si el imperio está entrando en quiebra, eso sólo sería precipitar la catástrofe.
El emperador la miró como si todavía fuera una ni?a peque?a.
—?Crees que no he pensado ya en ello, hija? Con un dragón, ni siquiera la selva salvará a los ixtalitas de su inevitable destino. Es una decisión ya tomada. Prepara a los contadores reales y diles que nos veremos en la sala del consejo a primera hora de la ma?ana. Trae también al tal Xhano. Ha llegado la hora de jugar nuestra última carta.
Por la determinación en la voz del emperador, Jontana supo que no serviría contrariarlo.
—De acuerdo, tío.
Sólo espero que no derrumbes mi imperio en un sólo golpe, anciano, o me uniré a tu séquito de conspiradores.