Antes de que el día amaneciera, Rory ya estaba despierto, aprovechando uno de los inventos de su hermana para que pudiéramos disfrutar de un café recién hecho antes de enfrentarnos a nuestra misión. El aroma no tardó en espabilar al resto de la expedición, que se arrimó con curiosidad al improvisado barista.
―Anda, toma. ―El alquimista me tendió la primera taza―. Al final no has pegado ojo en toda la noche, ?no?
―Yo le sustituí un rato ―presumió Mirei―. ?Puede ser para mí la segunda? Además, aproveché la vigilia para pensar cómo mejorar nuestro peque?o proyecto, así que me lo debes. ?Café, café!
El silencio no tardó en convertirse en un chacoteo que se veía acrecentado con el eco de la cueva. Todos disfrutaban de su desayuno compartiendo anécdotas con alegría, así que tuve que volver a alzar la voz para avisar de que los primeros rayos de luz se?alaban que era hora de levantar el campamento y encaminarnos al lugar de recogida que los teu’iran habían designado.
―De acuerdo, ahora solo resta esperar. ―Instintivamente, adopté una posición de guardia―. Espero que en esta ocasión sean más puntuales.
No tuve tiempo a terminar la frase antes de que el suelo bajo nuestros pies retumbara, desestabilizando a los que no tenían tanta experiencia de cambio. A pesar de ello, mi hermana contravolanteó, echó los hombros hacia detrás y descargó todo el aire de sus pulmones en una risotada de júbilo.
―Así que el Puente es un... ascensor electromagnético ―apreció Amelia mientras la extra?amente pulida piedra sobre la que nos colocamos empezaba a ascender en el aire―. Una roca metálica que repele el suelo sobre el que se posa. Un dise?o la mar de inteligente, si me permitís mis impresiones.
Inhalé una bocanada de aire. Fue una sensación extra?a; a pesar de que el aire a esas alturas era seco, poco oxigenado y extremadamente frío, los tónicos del alquimista hicieron que respirarlo fuera tan natural como exótico. No pude contenerla por mucho tiempo al darme cuenta que la verdadera sorpresa que me aguardaba en el ascenso era el ver la isla dibujándose según cruzábamos las nubes.
Poco a poco, los tallados de la piedra se empezaban a distinguir, y la luz del sol, aunque fría y aún temprana, tintaba el paisaje de tonos anaranjados. Cuando llegamos a la parte más alta, pudimos ver la superficie de la zona que nos recibiría: un jardín en el que la flora autóctona se componía de diversas plantas de tonalidades brillantes ya había encontrado en otros lugares azotados por el fríos y otras tantas que eran completamente nuevas para mí.
―Por su distribución, diría que alguien las cuida personalmente ―apreció Rory, agachándose a comprobar la fragancia de una ellas―. Precioso, pero una verdadera pena; se van a dar cuenta si me llevo una o dos plantas a casa para estudiarlas.
―Quizá podamos comprar algunas a la vuelta. ―Mirei arqueó su espalda para estirarse. Para lo que había aprendido de ella durante las últimas semanas, la notaba inusualmente relajada en ese viaje―. ?Habrá herbolarios en esta ciudad?
―?Me encantaría probar los tés de Medliria! ―dijo Amelia, enganchándose a su brazo―. No sé dónde lo he leído, pero dicen que son electrizantes.
―No te tenía por alguien que soltara chistes tan horribles ―chanceó Jenna, divertida por la situación―. Aun así, es cierto que sería un buen recuerdo de nuestra excursión... ―Ante una de mis inquisitivas miradas, se corrigió con las mejillas encendidas―. ?Misión! ?Quería decir misión!
No había nadie para darnos la bienvenida en ese lugar, pero tampoco es que hubiera pérdida: solo tuvimos que seguir el camino para llegar al centro de Medliria. Tal y como me la habían descrito, las casas prácticamente crecían entre la extra?a vegetación en un equilibrio casi perfecto del que se ocupaban sus habitantes. Cada una de las hojas estaba en el sitio que le pertenecía. Ninguna enredadera se extendía un palmo más de lo necesario. Ningún cristal de éter se escapaba de los patrones geométricos, que se definían en las superficies recordándome a los circuitos mecánicos del taller de Mirei. Ningún árbol superaba en altura a otro, y ninguna de sus copas se escapaba del arreglo cromático. Era una ciudad que, al mismo tiempo, era capaz de contar con su encanto natural y de mostrarse dise?ada hasta el más mínimo detalle.
Claro estaba, algo así solo podía ser obra de los teu’iran, que atendían incansable pero silenciosamente a sus tareas. Unos cuidaban la vegetación, otros se aseguraban de que la instalación etérica funcionase como debiera y otros patrullaban en un cómodo paseo, ya fuera por tierra o por aire, para asegurarse de que todo iba según el plan. Algún ni?o nos dirigía una aviesa mirada, pero no tardaba en continuar con lo que estaba haciendo sin dedicarnos mayor atención.
―Aunque sepan hablar nuestra lengua, los teu’iran no necesitan comunicarse con palabras ―explicó Mirei a su curiosa hermana menor―. No conozco los detalles, pero la teoría más extendida es que el mismo Dragón es capaz de redirigir todos los pensamientos a sus respectivos destinatarios.
―Eso es... preocupante. ―Lilina estiró sus brazos hacia atrás―. No me gustaría que una divinidad espiara todo lo que pienso y decidiera a quién y cómo mandarle mis ideas.
La muchacha aceleró el ritmo y, tras dar una larga vuelta, se puso frente a mí. Su tono sonaba juguetón.
―?Dan! ―me clavó la mirada―. ?En qué estoy pensando?
―?Conociéndote? ―repliqué con seriedad―. En alguna bribonada. Firme ante la misión, Lilina.
No contestó, pero era obvio que buscaba otro tipo de respuesta. Guri decidió echar sal sobre la herida con unos gestos de inequívoca burla, así que la muchacha se adelantó hacia la enorme efigie que coronaba la ciudad.
Dos teu’iran le cortaron el paso para cerciorarse de que, a pesar de ser los únicos humanos en toda la isla, nuestro grupo era el que había logrado la audiencia.
―Emisarios ―dijo por fin uno de ellos. Aunque era enjuto para su raza, su acentuado plumaje le hacía destacar―. Bienvenidos.
El Templo del Dragón Celeste se alojaba en el pecho de la enorme estatua (como mi pupila se aseguró de se?alar, había un patrón en la cantidad de escaleras de caracol que había que recorrer para ver a las divinidades) y, si bien algo se mostraba austero en su decoración, las numerosas cristaleras tintadas sabían compensar en su elegancia. Desde ellas, era sencillo para la deidad supervisar todo el mar de nubes con solo enroscarse sobre el pilar giratorio que hacía las veces de trono.
No tardé en averiguar el motivo. El elusivo Dragón tenía la forma de una sierpe alada. Una de decenas de alas moradas que chisporroteaban erizando sus plumas de éter. Su aspecto era regio, y lo que parecía ser una barba plateada ocultaba la mitad inferior de su rostro. La superior, en cambio, la tapaba una suerte de casco de escamas negras, ocultando así todo lo que no fueran sus electrizantes ojos.
―Mi nombre es Amelia Tennath ―anunció mi hermana en voz alta y clara―. En primer lugar, desearía presentarle mis respetos, venerable Ka’rosh. Mas el objeto de mi visita no es sino advertirle sobre el peligro que corre esta estrella.
―Soy consciente de tal sino. ―Agachó la cabeza, en se?al de respeto―. Ya he sido informado de la amenaza que suponen las especies invasoras de allende las estrellas gracias a la misiva de Gregory Tennath.
Sentí un escalofrío por la espalda y eché mano a la empu?adura de Adresta de forma casi instintiva. Había algo raro en el tono de sus palabras. Algo frío, artificial y perturbador. Algo que me hacía estar en guardia.
―Requerimos de su Favor Divino. ―Se llevó la mano al pecho y agachó la cabeza en se?al de deferencia―. Es imperioso para proteger esta estrella.
Pude escuchar el crepitar de la electricidad acentuarse. Noté cómo el ambiente se estaba cargando mientras hablábamos y el temblor que recorría mi columna vertebral se acrecentó. Lancé una mirada a mi pupila y ella asintió con la cabeza. No era impresión mía; algo iba mal.
―?Y por qué debería dotarle de mi Favor, joven Tennath? ―Su voz crujió como la madera antigua―. ?Cree que lo merece? ?Considera que he de dotar con mi poder... al enemigo? Una petición ciertamente atrevida.
Escondí mi mano libre tras mi espalda y lancé unos gestos en lengua momoolin a Guri. Un ligero temblor bajo mis pies me indicó que había recibido el mensaje.
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―?A... a qué se refiere? ―La muchacha se puso en pie y tomó una postura defensiva, si bien algo agitada―. Estamos en el mismo equipo... Queremos salvar esta estrella. Queremos...
―Es una pena, amiga Tennath. Medliria ya ha elegido bando ―a?adió una voz desconocida que resonó en toda la estancia―. Y no es el de vuestra peque?a banda de rebeldes.
De repente, un equipo de teu’iran surgió de entre las sombras. Entre ellas, destacaba su líder, una esbelta alienígena de piel pálida con negras alas de murciélago y prominentes colmillos dorados que contoneaba visiblemente sus caderas al caminar hacia la luz. Cuando por fin era visible del todo, desenfundó un par de filos fotónicos y susurró su deseo de acabar con nosotros en un tono carente de toda emoción.
―?Qué? ―Se encogió de hombros―. ?Creíais que iba a ser todo tan fácil? ?Que no ibais a estar en nuestro punto de mira después de que ese estúpido científico nos delatara antes de tiempo? Ah, peque?os e inocentes bárbaros...
Amelia dejó caer la cabeza. Apretaba el pu?o con fuerza, pero no era capaz de hacer mucho más que maldecir con un roto hilo de voz el haber caído en una trampa tan ?evidente?.
―Me he confiado demasiado ―sollozó―. Tenía que haber considerado la posibilidad de que... Y no comprobé las... ?Mierda! ?Mierda! Estar tan cerca de una solución me cegaba tanto que...
―?Has caído de lleno en mis redes? ―La voz sedosa de la alienígena parecía ridiculizar el llanto de mi hermana―. Lo siento, chica. No es nada personal. Seré suave con vosotros. Rápido e indoloro, lo prometo.
Se mantuvo con la cabeza agachada. Sabía que cada una de las palabras de la arunita hacía que se hundiera más. Que se avergonzara aún más de su error. Y yo no estaba dispuesto a aceptarlo. Aunque no quisiera que la llamase así, seguía debiéndome a mi se?ora.
―??Silencio!! ―bramé, espada en mano―. ?Mi se?ora, no desistáis! ?Nada está perdido!
Sin esperar a mi instrucción, Lilina saltó presta al combate y fue capaz de plantar cara a dos de los teu’iran al mismo tiempo con su Nébula. Sonreí para mis adentros al ver que mi entrenamiento no había sido en balde. Mirei abrazó a mi hermana para intentar consolarla pero, tras ponerla en un rincón seguro junto a Jenna supo a bien que su lugar estaba en primera línea de batalla. Haciendo que Runi se transformase en un par de pistolas, se enfrentó al resto de los emplumados enemigos lanzando llamaradas de furia y haciendo que el suelo temblara a su paso. Rory, por su parte, se dedicó a darnos apoyo. Gracias a las cápsulas que lanzaba al suelo, la habitación se llenó de una mezcla de vapores que entorpecía el éter eléctrico y restauraba poco a poco nuestras fuerzas al inhalarlos.
Que entorpeciera los sistemas electromagnéticos de la arunita no dejaba de ser un gran a?adido.
Guri supo adelantarse gracias a mis indicaciones y tomó un rol defensivo, irguiendo muros de roca frente a los miembros con menor capacidad defensiva de nuestro grupo y, si había entendido correctamente mi mensaje, también estaría preparando el plan de huida.
Tras observar que la situación empezaba a mostrarse controlada, me lancé para enfrentarme a la líder del batallón. Me resultó difícil medir sus habilidades: al principio, parecía que era capaz de repeler sus tajos sin problema. Quizá, desde la distancia, podía ganar el suficiente tiempo como para evaluar si teníamos algún tipo de oportunidad real frente a la emboscada.
?Había realmente una oportunidad de imponernos en combate? Al fin y al cabo, Mirei y Lilina parecían tener las de ganar en sus respectivas luchas. Si yo lograba hacerme con la victoria, quizá...
No. Había que priorizar nuestra seguridad. Por mucho que ellas fuesen capaces de vencer, aún restaba un Dragón Celeste parecía deseoso de unirse a la refriega en cuanto sus súbditos hubieran mermado nuestras fuerzas. Por muchos límites que me esforzara en romper, nunca me atrevería a batirme en duelo con un dios.
Pero, si quería una oportunidad en el futuro, tenía que...
―Que así sea. ―Tragué saliva―. ?Luchemos, arunita!
Mi rival estaba rompiendo todos mis esquemas. Tras un preludio que probablemente hubiera usado como termómetro, decidió igualar mi esgrima. Cada uno de sus tajos era capaz de parar sin esfuerzo mis estocadas, pero yo tenía la ventaja de la fuerza y de las propiedades etéricas de Adresta. Tras un par de intercambios que no impactaron su objetivo, di un salto hacia atrás y conjuré una llamarada que alertó a mi rival. Eso sí, a pesar de su sorpresa inicial, la esquivó sin demasiado esfuerzo.
En represalia, subió el ritmo. Como si lo estuviera calculando, fue el acelerón exacto que necesitaba para evitar que pudiera concentrarme en usar los poderes etéricos de mi espada. Probablemente ya se hubiera dado cuenta de que se trataba de mi mayor baza contra sus escudos, especialmente si habían sido debilitados por los vapores de éter del alquimista. Al fin y al cabo, la energía de este mundo no dejaba de ser la única cosa que los luchadores de Aruna temían... y tenía que aprovechar la ventaja al máximo.
Cargué toda la fuerza de mis brazos en un tajo horizontal y di un salto hacia atrás para ganar algo de distancia. No podía flaquear, así que usé uno de los caramelos alquímicos de Rory y lo partí en pedazos de un solo mordisco. Sabía que agotaría mis fuerzas más rápidamente, pero era la única opción que tenía en mi bolsillo si quería ser capaz de mantener su ritmo. Sí. Iluminaría a Adresta a costa de todo el éter de mi cuerpo para superar la brecha de poder que nos separaba.
Tenía que darlo todo. No podía dejar que un oponente tan peligroso llegase hasta las personas a las que había jurado proteger. Quebraría las espadas fotónicas de la arunita a base de voluntad, si era necesario. Concentré un ataque con el objetivo de despojar a mi enemiga de una de sus espadas y, cuando saltó por los aires, no tendría más que repetir la jugada para desarmarla e ir a por su vida con las pocas energías que me restaran.
Craso error. Con solo una hoja que manejar, podía permitirse subir un par de marchas la velocidad de sus movimientos. En cuestión de un instante empezó a hacerme imposible mantener la planta con sus acometidas. Solo sobrevivir al duelo estaba siendo todo un reto para mí... Y, tras unos minutos de intercambio de aceros, mi cuerpo comenzaba a dar de sí. Los efectos secundarios de la alquimia empezaron a hacer mella en mis reflejos y, de un contundente golpe, caí de rodillas frente a ella.
Me maldije con un grito ahogado. A pesar de haber dedicado toda mi vida a prepararme para ese momento, mis capacidades no habían estado a la altura de una guerra. Y si yo no era capaz de hacer frente a una sola de sus unidades de élite... ?Qué otra esperanza le quedaba a ese planeta?
―No lo entiendes, arunita... ―Tosí con violencia, incapaz de seguir blandiendo mi arma con firmeza―. Por muchos planes que urdáis en contra de mi familia, el ingenio de esta estrella será su salvación. Estoy convencido de ello. Así que... adelante. Cóbrate tu victoria... Será la última de tu vida.
―Ha sido divertido, muchacho ―se burló la alienígena, alzando mi barbilla con una de sus afiladas u?as―. Es una verdadera pena que mis órdenes sean las que son. ?Sabes?
Golpeó mi esternón con un pu?etazo potenciado por su unidad Alrune. Las placas de metal de mi armadura se hundieron hacia dentro, constri?endo mi cuerpo. Algunos de los trozos se rompieron por sus juntas y se clavaron en mi piel. Intenté aguantar el dolor con estoicismo, pero ni siquiera toda la voluntad que podía reunir era suficiente para ocultar el dolor del metal incrustado en mis músculos.
En un acto de desafío, tosí una bocanada de sangre en su cara, pero eso solo aumentó el sadismo en su sonrisa.
―Vaya, vaya... El primitivo caballero se resiste. ―Echó un vistazo al resto del templo. Al menos, el Dragón aún no parecía querer inmiscuirse en el combate―. Te daré un consejo de veterana de guerra, chico: acepta cuando todo está perdido. Márchate de este mundo con honor.
―?Qué honor hay en asumir una derrota y agachar la cabeza, alienígena? ―Sentí cómo la sangre me chorreaba por las comisuras de la boca. Las fuerzas me estaban abandonando, así que continué en un acolchado susurro―. Si tengo que irme, que sea con la barbilla bien alta.
Me aferré con fuerza a mi espada y, mientras mi pecho jadeaba, recorrí la estancia con la mirada. Que estuviera contra las cuerdas no quería decir que fuera incapaz de proteger a los que me rodeaban. De ganar el tiempo necesario para que los demás tuvieran una segunda oportunidad. Al fin y al cabo, era la pieza más prescindible del tablero en ese momento. Confiaba en que Amelia sería capaz de tener otro de sus ingeniosos planes. Sabía de buena tinta que Lilina se terminaría convirtiendo en la protectora que estaba destinada a ser, con o sin mi guía. Que Rory lograría llegar a una solución para el dilema del escudo protector. ?Y Mirei? Ya había comprobado en primera persona que no había unas manos mejores en las que dejar todo mi legado.
Ya había tomado una decisión. Tenía que apostar el futuro a una estrella a una última jugada. Algo en mi corazón me decía que un último grito sería todo lo que necesitaría para lograr un ma?ana mejor.
―?Préstame una vez más tu poder, Adresta! ―clamé al cielo.
La hoja de la espada se envolvió en un aura etérica que atravesó el vientre de mi rival en lo que sería la estrategia más rastrera de mis casi dos décadas de vida, pero la única que sería capaz de salvar a los míos. A cambio, sentí cómo algo punzante y ardiente atravesaba mi armadura y poco a poco se clavaba en mis órganos, retorciéndose con sa?a.
Solté un alarido. Creía que podía aguantar el dolor, pero la sangre caliente cayendo por rostro hacía que cada vez me costase más sentir el calor de mi espada. Quizá era precisamente esa punzada que atravesaba mi cuerpo y mi alma la que me daba esa oportunidad de que, de alguna forma, acabara siendo el vencedor del duelo. Aunque me no hubiera vuelta atrás. Tenía que lograrlo, aunque no siguiera en esta estrella para conocer el final de esa historia. Solo así tendría la satisfacción de haber podido cumplir la promesa de proteger a la gente que me importaba... hasta las últimas consecuencias.
Los desgarradores gritos de los teu’iran que caían en combate frente a los alquimistas empezaron a fundirse con ese pitido que llenaba mis oídos. Ni siquiera pude escuchar con claridad las últimas protestas de mis compa?eros mientras Guri los forzaba, en un último esfuerzo por una huida a tiempo, a caer por sus pasadizos.
Esbocé una última sonrisa. Lo había logrado. Sin esa arunita de élite preparada para darles caza, nuestra estrella tendría una nueva oportunidad. El precio había sido alto, pero la victoria era mía. Dediqué a mi agonizante rival una rota mueca de seguridad y dejé, por fin, que mis fuerzas flaquearan hasta caer al suelo.
Como suele decirse, vi pasar mi vida frente a mis ojos. Sin embargo, lo hice con una completa satisfacción por el camino recorrido. O casi. Solo lamenté no haberme podido despedir de forma debida de la gente a la que había abandonado. Aunque, para ser fiel a mis pensamientos, también fue eso lo que me proporcionó fuerzas para aferrarme al hilo que aún me unía a la vida.
Vomité una bocanada de sangre y mis ojos se cerraron, inseguros de si volverían a ver a la gente que más quería.