Acababa de hacer una varilla de piedra con esta magia extra?a que obtuve gracias a las partículas mágicas, y Mirella estaba completamente emocionada mientras lo miraba desde todos los ángulos posibles.
"?Te gusta? Te lo regalo... No, mejor esperame un momentito".
Imaginándomelo en mi mente, y en conjunto con la magia, dividí la peque?a varilla en tres partes e hice un anillo por cada trozo. Cada uno de los tres tenía diferente tama?o.
"Miren, estas cositas que hice se llaman anillos, y se las voy a regalar a ustedes, para que se vean más bonitas... ?Saben qué es un regalo?"
Mirella asintió, pero Aya se quedó mirándome.
"Aya, ?vos no sabés?"
"Uhm... No".
"Bueno, imaginate que vos tenés una piedra que te gusta mucho, pero también tenés a alguien que querés mucho, y vos querés que esa persona esté feliz, ?no?"
Levanté el anillo más grande para enfatizar el punto de que esa era la roca imaginaria.
"Bueno, entonces si vos le das esa piedra a esa persona para que sea suya, se va a poner muy contenta, porque te preocupaste por ella. Eso es un regalo: darle algo a alguien para que sea suyo, con la intención de que a la otra persona le guste".
"Sí, entendí perfectamente. Sería como cuando yo te doy los pescados para que comas".
"Sí, prácticamente es lo mismo".
Puse los tres anillos primitivos sobre la palma de mi mano izquierda, acercándosela a ellas para que los vieran mejor.
"Ahora sí, mírenlos bien. Acabo de crear esto que llamo anillo, y si se lo ponen en uno de sus dedos, entonces se van a ver más bonitas".
"?Esas piedras se llaman anillos? ??Me voy a ver más bonita?! ?Yo sí las quiero! ?Quiero el regalo de Luciano!"
"A-A-Ani..."
"Sí, anillos. Además de verse bonitas, mientras lo tengan puesto significa que seguimos siendo buenos amigos. Son como si fueran los anillos de la amistad".
Mirella no pudo contener su felicidad y comenzó a dar peque?os giros en el aire, haciendo zumbar sus alas más fuerte de lo normal.
"?Oh, qué emoción! ?Ya quiero tener el mío! ?Luciano, dámelo, dámelo!"
"Está bien. Mostrame tus manos".
Sus diminutas manos se alzaron hacia mí, esperando impacientemente. Le puse el anillo en el dedo índice de su mano derecha y su sonrisa se volvió tan radiante como su magia de luz.
Claramente no se lo iba a poner en el dedo anular, por más que ellas no supieran el significado.
"?Sí! ?Ahora me veo más bonita!"
"Claro que sí, Mirella. Te queda muy bien".
Como si no quisiera quedarse a un lado, Aya extendió la mano izquierda con cierta cautela. Sus dedos largos y delicados parecían dudar por un segundo, pero finalmente los puso firmes. Era gracioso cómo, a pesar de su presunta experiencia y sabiduría, todavía conservaba algo de inocencia ante las cosas nuevas.
"Luciano, ?entonces esto es para mí?" Preguntó en voz baja.
"Claro que sí, Aya. Es un peque?o regalo que les quiero dar a las dos, nada más", respondí, tomando su mano.
El anillo encajaba perfectamente en su dedo índice.
Me quedé mirando sus manos un segundo más de lo necesario; tenía unas u?as largas y terminadas bien en punta. Casi que parecían u?as postizas.
Había algo reconfortante en ver el fruto de mi magia transformado en algo tan tangible.
Finalmente, solté su mano, viendo cómo ella miraba fijamente el objeto como si tratara de descifrar un propósito oculto detrás de él. Y sus colas, que normalmente se movían de manera relajada, ahora parecían congeladas, como si algo en su mente estuviera trabajando en silencio, intentando comprender. También lo olfateó.
Yo sabía que a veces podía ser difícil para ella y los demás entender por completo mis intenciones, pero yo solo estoy intentando que todos se sientan felices estando a mi lado.
Me terminé poniendo el último en el dedo anular de mi mano derecha.
?Por qué lo hice? Ni siquiera yo lo sé. Fue una reacción instintiva, tal vez. Aun así, me gusta cómo me queda.
Aya sonrió tímidamente mientras observaba su mano izquierda.
"Es un gesto muy bonito, Luciano. Gracias".
Mirella se puso entre Aya y yo, dándole la espalda a ella.
"?Es genial! ?Nunca había visto algo tan lindo! ?Puedo usarlo siempre? ?Te gusta cómo me queda?"
Prácticamente me puso el dorso de la mano entre ojo y ojo.
"Por supuesto, Mirella... Ya te dije que te queda muy bien".
"?Síiii!" Gritó, saliendo volando hasta el techo y luego por toda la sala.
Aya se me acercó un poquito más.
"Es curioso ver cómo has aprendido a usar tu magia tan rápido. ?Será que tienes algo especial dentro de ti?"
"Yo... No lo sé, simplemente aprendí rápido usando mi imaginación".
Mirella se posó sobre el hombro de Aya y la abrazó por su cuello.
"Te quiero mucho, Aya".
Parece que en el fondo sí la quiere.
"Yo también los quiero a los dos. Les aseguro que seremos buenos amigos".
"Eu, Aya", dije, haciendo que ella desviara su vista hacia mí.
"Ahora que ya aprendí a controlar todo esto de la magia... serán nuestros últimos días contigo en este santuario. Mirella y yo debemos volver a nuestro hogar".
"Entiendo..." Murmuró Aya en respuesta, agachando la cabeza mientras acariciaba el anillo con su mano izquierda.
La hadita pegó un salto desde su hombro para flotar en el aire.
"??Qué!? ?Acaso piensas abandonar a Aya?"
"Mirella, no vamos a discutir sobre eso ahora..."
Dejé una chispa de suspenso en el aire mientras me iba a recargar mis partículas mágicas.
Y sí, lo del suspenso era a propósito. Tengo un peque?o plan en mente.
***
Tres o cuatro días pasaron rápidamente. Durante ese tiempo, seguí practicando mis habilidades mágicas, intentando perfeccionarlas. Sabía que no podíamos quedarnos acá para siempre, pero antes de irnos, quería demostrar lo que aprendí.
Reuní a las chicas en el centro del lugar para mostrarles más de mi magia; creo que ya había desarrollado mis habilidades lo suficiente como para decir que estoy a un nivel similar al de ellas.
"Miren, ayer mientras estaba por dormir, pensé en más cosas para crear", comencé, intentando sonar con la emoción de un ni?o inocente.
"Pero primero quería saber si a Aya no le importaba que quitara algo de piedra de la pared, porque hasta ahora solo he quitado lo que utilicé para los regalitos".
"No pasa nada, Luciano. Estoy más que interesada en saber qué es lo que vas a hacer".
"Gracias, Aya. Y no miento, se me ocurrieron bastantes cosas que van a ser importantes".
"Luciano, ?vas a hacerme otra cosa para que me vea más bonita?"
Los ojos de Mirella estaban como dos estrellas, pero realmente no sabía qué más hacerle.
"No te hacen falta más cosas, Mirella, porque ya sos la chica más bonita que he conocido".
Esta vez no era una respuesta para hacerla feliz, era la verdad. Y no solo por su apariencia física, sino por cómo irradiaba esa luz que, en un mundo tan oscuro como este, era más necesaria de lo que ella misma se daba cuenta.
Antes de hablar, Mirella me lanzó una mirada que, a mi parecer, fue algo coqueta.
"Oh, Luciano... siempre sabes cómo hacerme sentir especial".
Luego se acomodó un poco el cabello mientras me miraba sonriente.
Pero más allá de esa sonrisa, no pude evitar notar que Aya observaba la escena con una leve inclinación de la cabeza; su mirada era curiosa.
Ya soy todo un galán, ?eh?
Aya se aclaró la garganta.
"Bueno... ?Qué tienes pensado mostrarnos hoy con tu magia? Estoy esperando".
"En realidad, las cosas que voy a hacer ahora son para mí, para facilitarme las cosas del día a día".
"?Oh! ?Por qué solo para ti?" Intervino Mirella.
"Eso es porque esta vez solo pensé en mí. Qué egoísta soy, ?no?"
"?Sí, eres un tonto!"
Tan solo una frase podía hacerla cambiar de humor. Qué locura.
"Tranquila, tranquila, ya voy a pensar en algo para hacerte".
"Bueno... ?Pero tienes que pensar en algo ya!"
"Sí, sí. Después".
Mirella se cruzó de brazos en el aire, inflando las mejillas como un globo a punto de estallar.
"?No es justo! ?Luciano ahora solo piensa en sí mismo! ?Cómo es posible que no haya pensado en hacerme algo bonito esta vez? ?Después de todo lo que hacemos por él!"
Aya, por su parte, dejó escapar un suspiro, aunque su mirada no se apartaba de mis manos.
"Mirella, deja de quejarte tanto... Quiero ver lo que va a hacer".
Pero el hada no tenía intención de rendirse tan fácilmente.
"?No! ?No hasta que Luciano prometa hacerme algo después! ?Nosotras lo ayudamos un montón, y él solo piensa en él! ?Egoísta, egoísta, egoísta!"
Mientras ella seguía con su berrinche, yo ya había empezado a usar mi magia para extraer un círculo de piedra de la pared.
Aya, claramente más interesada en el proceso, se acercó un poco más.
"Luciano, ?vas a comenzar o no?"
"Lo haría si Mirella dejara de gritar en nuestros oídos".
"?No voy a dejar de quejarme hasta que me prometas hacerme algo!"
"?Acaso no puedo pensar también en mí?"
"?No! ?No hasta que yo tenga más cositas lindas!"
Aya ya estaba perdiendo la paciencia.
"Mirella..."
"?Pero Aya, no te pongas de su lado! ?Esto está muy mal!"
Le se?aló mi cuerpo con dramatismo, revoloteando frente a ella.
"No podemos dejar que Luciano se vuelva un egoísta..."
"Ya déjalo, Mirella. Esto no es nada malo".
"?No! ?Esto es muy importante! Si dejamos que piense solo en él una vez, lo hará siempre. Y eso es peligroso, Aya, muy peligroso".
Aya apretó los pu?os y cerró los ojos por un momento. Luego, los abrió de golpe y miró a Mirella con una expresión mucho más determinada.
"?Mirella, yo quiero ver la magia y listo!"
Hubo un peque?o silencio. Mirella la miró fijamente, con la boca entreabierta, como si hubiera recibido una bofetada de la realidad. Sus alas dejaron de zumbar tan frenéticamente y bajó un poco el vuelo, llevándose una mano al mentón.
"Ah…"
Se giró hacia mí, y después volvió a mirar a Aya, quien ya tenía los ojos brillando de emoción.
"Bueno... supongo que yo también quiero verla..."
Luego de ese ida y vuelta con Mirella, agarré bien fuerte el trozo de piedra y pensé en la forma de un plato mientras mantenía los ojos cerrados. En realidad, no sé para qué cerré los ojos, pero eso lo hacía ver más épico.
Lentamente pude ir moldeándolo entre mis manos hasta formar un plato peque?o.
"Miren, esto sirve para apoyar la comida y no ensuciarse las manos", dije y se lo alcancé a Aya para que lo agarrara, que se quedó observándolo junto a Mirella.
Luego quité otro trozo de roca e hice un cuchillo de sierra y un tenedor.
"Esto es para pinchar la comida, un tenedor".
Levanté la mano izquierda con la que sostenía el tenedor primitivo.
"Y este es para cortar la comida, un cuchillo", agregué, levantando la otra mano.
Mirella parecía haber cambiado el semblante una vez más; ahora estaba alegre.
"Increíble... En serio eres el mejor, Luciano. Esta vez no entendí mucho, ?pero me encanta cómo se ven!"
Aya parecía que practicaba decir algo en voz baja.
"?Aya?" Pregunté, acercándome a ella.
"?Tenedor y cuchillo!" Gritó fuertemente, levantando su cabeza de manera brusca.
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Su voz resonó por todo el santuario en un eco.
Solté una risita suave al escucharla.
"Vaya, parece que te lo aprendiste a la primera. Qué bueno".
Al rato, luego de cazar dos pescados, Aya me pidió que le hiciera un combo completo para probar las cosas y también porque tenía ganas de comer otra vez. Mirella no se quedó atrás y también me los pidió, pero como debían ser de un tama?o tan peque?o, no me salieron. Parece que todavía no puedo hacer cosas con tanto detalle.
"?Tonto, Luciano! ?Tonto!"
Se fue volando hacia la esquina donde siempre dormíamos, tirándose contra las hojas grandes y pisoteándolas con el pie.
"?Pronto nos vamos, así que si te portás mal, te dejo acá!" Grité.
"?Tonto!"
Me senté del otro lado de la fogata que habíamos armado para comenzar a cocinar mi pescado. Solo que no pude evitar ponerme a observar a Mirella, que desde la esquina me lanzaba miradas fulminantes.
Su actitud era mitad berrinche, mitad algo más que no lograba descifrar del todo. Era increíble cómo pasaba de estar completamente feliz a enojarse en tan solo un segundo, y todo por culpa de que no le había podido hacer un cuchillo y un tenedor a su medida. A veces parecía que quería todo de inmediato, como una ni?a malcriada, pero... ?Acaso no era eso parte de su encanto?
Pero esta vez hizo algo que me dejó sin palabras.
Con un movimiento brusco, se sacó el anillo de piedra que yo mismo le había hecho y lo sostuvo con fuerza, levantando el brazo como si estuviera a punto de reventarlo contra el suelo.
Mi atención se clavó en ella de inmediato. No era capaz de hacerlo, ?no?
"Mirella..." Murmuré.
Ella temblaba de ira, su pecho subía y bajaba con respiraciones agitadas, pero su agarre sobre el anillo se aflojó en el último momento. Su expresión se contrajo en una mueca de frustración y, con un bufido, se puso el anillo de nuevo en su dedo y volvió a su berrinche, ahora pisoteando con aún más fuerza las hojas.
"?Luciano ya no me quiere! ?No me quiere! ?No me quiere!"
Suspiré, pasándome una mano por la cara. De verdad que era como una tormenta en miniatura.
Aya, por su parte, observaba y cocinaba en silencio, con esa calma que casi siempre mostraba, casi imperturbable. La forma en que sostenía el plato de piedra con una mano, con sus dedos deslizándose suavemente por los bordes, me daba la impresión de que estaba más alegre de lo que mostraba. Tal vez ella también estaba intentando adaptarse a esta nueva vida, a este grupo tan peculiar que habíamos formado.
Era una pena que todo eso terminara ma?ana... ?O no?
"Aya, seguramente esta sea la última vez que comamos juntos. Gracias por haberme ayudado a usar mi magia y haberle hecho mejorar la magia a Mirella. Ella también te lo agradece".
"Luciano, eres tan dulce... Es una lástima que debamos separarnos tan pronto".
Aya dejó el plato en el suelo y llevó la mano a la barbilla, apoyando las yemas de los dedos sobre ella.
"Pero bueno, tú tienes una familia y tienes cosas más importantes que hacer, ?verdad? No puedes quedarte aquí conmigo por más tiempo".
Ese tono tan melancólico... Oh, ya entendí qué quiere.
"Aprendiste tan rápido a hacer estas cosas con magia... Eres increíble, Luciano, realmente te adaptas a todo con una facilidad impresionante. Es admirable... y también un poco triste que debas irte".
A ver, ?en qué momento esto se convirtió en un intento de manipulación emocional?
Me aclaré la garganta, cerrando los ojos por un momento.
"Aya, mi deber es volver con mi familia", dije con exagerada seriedad.
"Tengo muchas cosas por hacer. No puedo quedarme más tiempo".
Ella parpadeó rápidamente, como si no esperara que le respondiera tan formalmente.
"Está bien, ?pero seremos buenos amigos mientras llevemos esto puesto?" Preguntó, mostrando el dorso de su mano izquierda.
"Claro que sí, y si mis padres me vuelven a dejar salir, te prometo que vamos a visitarte seguido y... ?me seguirás ense?ando más sobre la magia!"
Aya sonrió, aunque su mirada reflejaba cierta amargura.
"Supongo que así será..."
Al final no le dije nada sobre las piedras con partículas que hay en este santuario... Después de cómo reaccionó al querer tocarle sus dibujos en la pared, es mejor hablarlo la próxima vez que yo venga acá o cuando entremos un poco más en confianza.
Por lo pronto, el plan secreto va avanzando tal y como esperaba. Aya no quiere separarse de mí, y eso es bueno.
***
Recién nos habíamos levantado al día siguiente y Mirella me recibió con un par de na?as para desayunar.
"Pensé que nos íbamos a ir directamente sin comer nada", dije, tomando una del suelo.
Mirella bajó un poco la mirada mientras revoloteaba cerca de mí, jugueteando con sus dedos.
"Eh... bueno... Es que..."
Sus mejillas se ti?eron de un leve tono rosado.
"Creo que me porté un poquito mal..."
Levanté una ceja, llevándome la na?a a la boca.
"?Un poquito?"
Ella frunció los labios y desvió la mirada, inflando las mejillas otra vez, pero esta vez no parecía enojada, sino avergonzada.
"?Bueno, está bien! Me porté muy mal... Yo había dicho que iba a ser un hada bien portada, pero... no pude aguantarlo y... y me enojé mucho contigo".
"Ahhh..."
Aproveché para darle otro mordisco a la na?a. Parecía que le faltaba algo más por decir.
Sus alas revolotearon un poco más lento, y sus ojos verdes me miraron de reojo.
"Así que traje comida para disculparme... un poquito".
No pude evitar sonreír mientras terminaba de masticar.
"Bueno, supongo que acepto la disculpa... un poquito".
Mirella frunció el ce?o mientras bajaba hasta posarse sobre el suelo.
"?Tonto, Luciano! ?Solo di que aceptas y listo!"
Reí una vez más, sintiendo que todo volvía a la normalidad entre nosotros.
"Sí, claro que acepto tus disculpas. Pero podrías haber evitado decirme 'tonto'".
"B-Bueno..."
Mirella se dejó caer con suavidad sobre el suelo, estirando sus pies frente a ella y dejando escapar un suspiro apenas audible. Sus alas temblaron un poco antes de doblarse sobre su espalda, como si estuviera soltando la tensión de lo que había dicho.
La miré en silencio mientras agarraba la segunda y última fruta.
Peque?a, frágil a simple vista, pero con un carácter explosivo. Esa es Mirella. Siempre revoloteando a mi alrededor, siguiéndome sin importar a dónde fuera, riéndose de mis ocurrencias, peleándose conmigo por tonterías y luego disculpándose de formas torpes como esta.
Agradecía mucho tenerla conmigo.
Esta peque?a aventura, solo con ella y Aya, tenía su encanto. Me gustaba la sensación de independencia, de estar lejos de la cueva de siempre. Pero, a la vez... me faltaba algo.
Era difícil explicarlo, pero lo sentía en la forma en que, por las noches, me costaba dormir un poco más de lo normal. En cómo a veces me sorprendía recordando el sonido de la voz de Rundia llamándome para hacer algo, o las palabras de Rin cuando me contaba cómo le fue en la recolección de comida del día. Aunque no lo sentía por completo como una verdadera familia, ellos me daban cierto calor que ahora, en este momento, me faltaba.
Y luego, estaba el otro vacío.
El que había intentado llenar con este nuevo propósito que Sariah me había dado. El que existía porque, por más que lo deseara, nunca volvería a ver a mi familia anterior. Mi madre, mi padre, mi hermana... Mi verdadero hogar.
Cerré los ojos un instante, pero los abrí rápidamente antes de dejar que esos pensamientos fueran más allá.
No... No tenía sentido pensar en eso. No iba a volver. No podía volver. Había seguido adelante todo este tiempo, había hecho planes, había encontrado un nuevo camino. Tenía que seguir con eso.
Pasamos un rato más así hasta que terminé de comer. Era hora de abandonar el santuario y seguir afrontando esta realidad.
"?Adiós, Aya! Te quiero mucho", saludó Mirella mientras me seguía hacia la salida junto a su bola de luz.
Aya se levantó del suelo, donde estaba sentadita mirándonos.
"?Ya se van?"
"Sí", intervine en respuesta.
"Gracias por todo, Aya, y espero que podamos volver a vernos pronto".
Ella se acercó a paso rápido y me dio un fuerte abrazo, tomándome por sorpresa.
"Los voy a extra?ar, chicos..."
Mirella se acercó flotando y apoyó su manita en la cabeza de Aya, con una sonrisa que intentaba ser alegre, pero en sus ojos había un destello de tristeza.
"Nosotros también te vamos a extra?ar..."
Aya suspiró, soltándome lentamente, aunque su mirada parecía querer retenernos un poco más.
"Prometan que volverán pronto".
Sonreí, dándole un leve golpe en la panza con mi dedo.
"Claro que sí. Además, todavía tengo mucho que aprender de vos".
"Entonces te estaré esperando, Luciano..."
"Nos vemos, Aya".
"?Adiós, Aya!"
"Adiós, chicos. Los quiero mucho".
Y con esas palabras, dejamos el santuario atrás, cruzando la grieta en la pared.
"Luciano, espero que tus padres no estén tan enojados", dijo Mirella mientras subíamos la cueva.
"Ya veremos..."
Llevaba conmigo el plato y los cubiertos que había creado, listos para mostrárselos a mi familia. Esa iba a ser la primera impresión de mi magia, algo que nos sirviera a todos.
El otro plato y utensilios se los quedó Aya, aunque no sé si va a seguir comiendo. Sería mejor que no, porque nos quitaría parte de comida a nosotros.
Ya afuera de la gran cueva, la luz del sol que entraba por los árboles me cegó un poco. Desde que buscamos las hojas no salía al exterior.
Con una mano haciéndome visera, me detuve un momento para admirar el paisaje; los árboles se mecían suavemente con la brisa y todo era muy tranquilo.
?Cuántos días habré estado? Más de una semana, seguro.
"?Luciano, Mirella, esperen!" Se escuchó desde detrás nuestro, dentro de la cueva.
"?Oh, Aya!" Exclamó Mirella al darse la vuelta.
"?Qué pasó?"
Me di la vuelta y esbocé una sonrisa de satisfacción al verla ahí. Era obvio que no iba a quedarse de brazos cruzados habiendo encontrado a alguien tan extra?o como yo: un humano que puede usar magia.
No solo eso, sino que debe sentirse muy solitaria viviendo tantos metros bajo tierra.
"?Chicos, yo quiero...! ?Yo...!"
Su respiración era agitada; su pecho subía y bajaba mientras sostenía mis creaciones de piedra abrazadas contra ella.
"?Yo quiero quedarme con ustedes y que sigamos aprendiendo cosas juntos!"
"?Estás segura de que querés venir con nosotros?" Pregunté, tratando de asegurarme que lo decía de verdad.
Aya asintió vigorosamente, como si la duda no tuviera lugar en su mente.
"Estoy segura, Luciano".
Tomó un poco de aire para seguir hablando.
"Voy a decirte la verdad: he estado sola mucho tiempo, y desde que llegaron... me he dado cuenta de cuánto necesitaba algo de compa?ía. No quiero quedarme aquí encerrada nunca más. Y ya no me importa si el Rey Demonio está aquí fuera... Por eso les pido, por favor, que me dejen ir con ustedes".
Mirella y yo cruzamos miradas, asintiendo al mismo tiempo.
"Está bien. Aya, sos bienvenida a unirte a nosotros".
"Gracias".
Se acercó a nosotros con sus pies haciendo saltar la poca agua mágica que se adentraba hacia la cueva.
"Vamos, debo presentarte a mi familia".
"Claro que lo haré".
Acomodándose el pelo despeinado con una mano, Aya se puso a caminar a nuestro lado.
Y así, tal y como lo había premeditado, se terminó sumando un nuevo integrante a mi grupo.
Con la situación resuelta, emprendimos el camino hacia nuestro hogar. El ambiente había cambiado. No era solo la brisa que nos acariciaba el rostro, ni el poco sol que volvía a calentar nuestra piel; era algo más profundo, algo en mi interior. Tenía la sensación de que las cosas nunca volverían a ser las mismas después de la decisión que tomé.
"Gracias por dejarme quedar con ustedes", volvió a repetir Aya.
"Siempre me había sentido muy sola y ahora creo que gracias a lo que vivimos puedo ver las cosas de una manera diferente".
"?Eso es lo que hacen los amigos!" Exclamó Mirella, que venía de un árbol luego de recoger una na?a, sentándose sobre la cabeza de Aya.
Ella rio tapándose con una mano y cerrando los ojos. También movía sus colas suavemente, con una sonrisa en el rostro.
"?Y cómo son tus padres, Luciano?" Preguntó de repente, sin mirarme.
"Ellos son amables, principalmente mi mamá".
"?Solo eso?"
"Bueno, mi mamá es hermosa".
Aya de repente se detuvo en seco.
"?Pasa algo, Aya?" Preguntó Mirella, intentando verle la cara al inclinar su cuerpo hacia delante.
"Hoy... el lugar se siente raro... Escucho demasiado movimiento", respondió, alzando sus orejas.
"Yo lo veo bastante tranquilo", comenté.
"?La otra vez nos atacó un oso! ?Deberíamos ir rápido!" Gritó Mirella, tomando la delantera de un salto y tirándome la na?a contra mi pecho, la cual apenas pude agarrar.
"Sí, mejor vayamos rápido".
Cuando finalmente llegamos, noté algo extra?o: la cueva estaba en silencio, demasiado en silencio. No se escuchaban las risas y voces usuales de mi familia.
Aunque es cierto que este es horario de salir a recolectar comida.
Mirella se quedó esperando a que yo entrara primero, y cuando crucé el umbral de la entrada, sentí que definitivamente algo no estaba bien.
"Acá pasó algo raro", murmuré, apurando el paso y dejando mis cosas apoyadas contra la pared rocosa. Creo que Aya hizo lo mismo con las suyas.
Ahora podía escuchar una voz que venía desde el fondo de la cueva.
"No pude hacer nada. No pude hacer nada. No pude hacer nada. No pude hacer nada".
Era Samira, que se mecía sentada hacia delante y hacia atrás, con la cabeza contra sus rodillas.
"?Samira! ??Qué te pasó?!" Grité, acercándome corriendo hacia ella.
Su cuerpo se veía un poco más flaco de lo normal, como si no hubiera comido por uno o dos días.
Levantó la mirada y pude ver que sus ojos negros estaban desorbitados, clavados en los míos.
"Lo siento, lo siento, lo siento, lo siento", repetía ahora.
Le di una sacudida en los hombros para que reaccionara.
"Samira, ?decime qué es lo que pasó! ?Dónde están los demás? ?Por qué estás así?"
"Samira, ?qué... te sucedió?" Preguntó Mirella con voz temblorosa.
La ni?a pareció reaccionar por un momento.
"?S-Se los llevaron... a-a todos! Vinieron unos hombres raros... ?Vinieron unos hombres raros y...!"
Se quebró en llanto, tirándose sobre mi hombro.
?Acaso los secuestraron? ?Qué carajos pasó acá? No tiene sentido.
Acaricié su espalda, intentando calmarla. Podía notar claramente sus vértebras al tacto.
"Está bien, Samira... Soy yo el que tiene que pedirles perdón por dejarlos solos este tiempo. Puse por encima mis propios intereses y me salió mal..."
Mirella acarició mi pierna, intentando darme ánimos.
"Luciano, no es tu culpa..." Murmuró entre dientes.
La separé de mi hombro y la miré fijo a los ojos.
"Dime cómo eran esos hombres y qué les hicieron. Necesito saberlo, Samira".
"Bueno..."
Se secó un poco las lágrimas antes de continuar, aunque seguía teniendo un llanto ahogado.
"Tenían esas... ?plumas? Q-Que te mostramos u-una vez... y se la quedó mi hermana".
?El maldito hombre pájaro!
"Tranquila, voy a intentar buscarlos a todos y los traeremos a salvo, ?sí?" Dije, fingiendo calma.
"Por favor, ya no llores..."
Me quedé acariciando su cabello, intentando consolarla de algún modo.
Admito que yo también estaba por llorar, pero me aguanté las lágrimas.
"?Lograste ver para dónde se los llevaron, Samira? ?O por qué se los llevaron?"
Samira bajó aún más la cabeza, con su cabello negro cubriendo parte de su rostro.
"S-Se fueron hacia más adentro del bosque..."
Sus dedos se aferraban a la tela de su ropa con fuerza, como si intentara hundirse en sí misma.
"Pero no sé muy bien qué pasó... Me escondí en un árbol, porque... porque soy una tonta miedosa..."
El hilo de voz con el que lo dijo me rompió el alma.
Le sostuve los hombros con suavidad.
"Samira, mirame".
Ella dudó unos segundos antes de levantar la mirada. Sus ojos estaban llenos de culpa y de lágrimas a punto de estallar.
"Gracias a eso ahora sabemos lo que pasó. No tenés que sentirte mal por haberte escondido. Lo importante es que estás bien y que gracias a vos ahora tenemos una forma de encontrarlos".
Mirella se abrazó a su brazo y la acarició con ternura, sin decir nada.
"Vamos a encontrarlos sea como sea", aseguré, con una determinación que no iba a romperse.
Le di una na?a de las que había traído durante el camino, pero ella simplemente se la quedó agarrando con su mano derecha mientras comenzaba a llorar en silencio con la vista perdida.
Era horrible dejarla en este estado, pero no había tiempo que perder, y claramente ella no podía venir con nosotros.
Cuando giré hacia la salida de la cueva, me encontré a Aya tirada en el piso, retrocediendo lentamente con sus manos mientras me miraba asustada.
"?Luciano, lo siento! ?Fue mi culpa! ?No debí convencerte de que te quedaras conmigo! ?Por favor, perdónenme todos!"
De un momento a otro comenzó a intentar quitarse el anillo.
"?No merezco ser la amiga de ustedes!"
Ya no tenía paciencia para lidiar contra un nuevo problema, así que me acerqué y le puse una mano en cada cachete, manteniendo firme su cabeza entre mis manos.
"?Basta, Aya! ?Levantate! ?Levantate, carajo! Levantate y luchá a nuestro lado, ?porque eso es lo que significa la amistad! Los verdaderos amigos no se abandonan, ??entendiste?!"
Aya me miró con ojos completamente abiertos, sorprendida por mi reacción. Mis palabras fueron duras, lo sé. Seguramente ella no merecía que la trataran así, pero eran necesarias. En este momento no podía permitirme ser el Luciano amable y comprensivo que todos esperaban. No ahora. No cuando mi familia en este mundo estaba en peligro sin motivo alguno.
Solté su rostro lentamente, viendo cómo el terror en sus ojos comenzaba a menguar y, sin decir una palabra, se levantó frente a mí, asegurándose con la mirada de que su anillo seguía ahí.
"Eso es... la amistad. Lo siento, me asusté mucho".
"Está bien. Mejor hablemos mientras caminamos por el bosque. Vamos a buscar a todos y traerlos sanos y salvos, ?sí? ?Confío en ustedes!"
Cuando ya estaba saliendo, noté que Samira corría hacia nosotros y me di la vuelta de inmediato.
Ella se tropezó y cayó al suelo. Luego se enderezó sobre él, volviendo a soltar lágrimas y apenas manteniéndose parada con un hombro apoyado contra la pared.
"Luciano... espera. T-Tengo que decirte algo..."
Hizo una pausa antes de seguir, alzando una mano hacia mí.
"Tu madre nos había d-dicho que... ?Rundia dijo que...! ?Que estaba embarazada!"
El mundo pareció detenerse a mi alrededor cuando las palabras de Samira entraron por mis oídos.
Mi madre... ?embarazada? Sentí cómo una especie de vértigo se apoderaba de mí. Todo lo que había estado planeando, toda la rabia que tenía acumulada por lo que vimos al llegar, quedó en un segundo plano. No podía procesarlo, y mi cabeza daba vueltas intentando unir las piezas, pero nada encajaba.
Me empezó a doler el pecho muy fuertemente. Rundia estaba embarazada... Ahora estaba en peligro y yo, mientras tanto, estaba jugando al ni?o prodigio cien metros bajo tierra.