Mirella me miró, asomándose por encima de mi cabeza. No sé si estaba esperando a que me moviera o en realidad no había entendido lo que le dije.
?Acaso solo me quise quitar la presión de encima para no sentir que arruiné mis metas? Mirella es alguien que actúa sin pensar en las consecuencias si mi vida o la de mi familia corren riesgo.
Miré a los enemigos con seriedad. El hombre pájaro que yo conocía era el único que ahora no golpeaba la pared invisible. En cambio, lo que hacía era observarme mientras estaba en cuclillas.
?Observaba mis movimientos o simplemente quería causarme temor? Intenté no hacer contacto visual, pero el ver que aún le quedaba una partícula mágica revoloteando a su alrededor cambió mis planes.
?Será que tiene un as bajo la manga?
Las preguntas incesantes en mi mente me hacían querer controlar y predecir todo lo que iba a pasar, pero solo me bloqueaban más.
Ahora parecía que el tiempo me sobraba... Solo un poco más.
"Luciano, ?qué es lo que pasa?" Preguntó en un tono ansioso Aya, dos posiciones detrás de mí en la fila humana.
"?Hay que actuar ya!"
El murmullo comenzó a extenderse.
Cuando quise mover un pie, el hombre pájaro comenzó a golpear la pared invisible con una de sus garras, como si estuviera tocando un vidrio para llamar la atención del que reside del otro lado. Lo extra?o fue que los otros se detuvieron cuando él empezó a hablar.
"?En qué piensas? ?Acaso crees que vas a poder pasar a nuestro lado sin que los ataquemos? Si quieres, puedo comerte solamente a ti y dejar ir a los demás. ?Qué te parece?"
Su tono era burlón, casi juguetón, pero debajo de eso se notaba una intención perversa. Lo dijo como si fuera un trato razonable.
El silencio que se formó fue interrumpido por algo inesperado:
"??Cállate, hombre asqueroso!!" Gritó mi mamá de pronto, con una voz temblorosa, cargada de angustia.
Yo me giré, sorprendido. La vi con los ojos otra vez ba?ados en lágrimas, el rostro rojo y lleno de una rabia que parecía no caberle en el cuerpo.
"??Qué te hicimos nosotros?! ??Nada!! ??Solo estamos viviendo... viviendo como podemos!! ?Tenemos hijos!"
Su voz se quebró, pero no se detuvo.
"??Ellos no te hicieron nada!! ?Mi hijo tampoco! ??Déjalo en paz!! ??Déjanos en paz a todos!! ??Vete!! ?Vete con tus amiguitos y ya déjanos tranquilos!"
Rundia había soltado a los demás y ahora apretaba los pu?os; sus u?as se clavaban en las palmas. El pecho le subía y bajaba de forma errática mientras escupía las palabras entre sollozos. Sus piernas temblaban. No era una guerrera, ni una heroína. Era una madre. Era mi madre. Y verla así, rota, tan fuera de sí, me hizo sentir como si me hubieran arrancado algo del alma.
Noté que Rin volvió a agarrarle de la mano, consolándola en voz baja.
El hombre pájaro inclinó apenas la cabeza hacia Rundia, como si quisiera escucharla mejor. Su mueca, torcida y siniestra, se fue borrando lentamente. Lo que emergió después fue algo más oscuro. Una expresión de profundo desprecio.
"?Culpa...?" Repitió en voz baja, casi como si saboreara la palabra.
Se puso de pie, estirando las alas con lentitud, como si quisiera intimidar.
"?Claro que tienes la culpa! ?Tú lo trajiste! ?Tú trajiste a ese engendro a este lugar!"
Sin darnos tiempo a reaccionar, se?aló con una garra afilada directamente hacia mí, su rostro desencajado por la ira.
"?Los humanos no pueden usar magia! ?No pueden! ?No es natural! ?No es correcto! ?Y sin embargo tú... tú estás aquí parado con esa mirada de adulto y esa magia girando a tu alrededor como si fueras uno de nosotros!"
Dio un paso hacia adelante, aparentemente chocando la punta de su pico contra el muro invisible. El resto de sus compa?eros retrocedió un poco, como si reconocieran que algo en él se estaba rompiendo.
"??Tú eres el error!! ?Y todo esto...! ?Todo esto es por tu culpa, porque ahora yo quiero ser más poderoso que tú! ?No puedo solo quedarme mirando!"
Al final de su frase, gritó con una furia visceral y, de un zarpazo violento, descargó toda su fuerza contra la barrera mágica que aún nos protegía, rompiéndola en un sonido similar al de un vidrio estallando.
Lo que él no sabía era que romper la barrera era lo que yo necesitaba que hiciera. El desorganizado plan de escape se había activado.
En un instante, Mirella se paró sobre mi cabello y, en un grito ahogado de furia, lanzó uno de sus hechizos más potentes.
Ni siquiera cerré los ojos ante la inmensa cantidad de luz; solo arranqué a correr hacia delante sin parar, esquivando por la izquierda a los hombres pájaro. Suminia me agarraba tan fuerte la mano derecha que parecía que iba a quebrar mis peque?os huesos.
"?No se detengan!" Grité, intentando pisar bien en los escalones naturales que llevaban hacia el exterior.
Busqué con la mirada el sendero hacia el arroyo mágico mientras se escuchaban murmullos y gritos de amigos y enemigos. No podía mirar hacia atrás.
"?Luciano, no veo nada!"
La que gritaba era Suminia, aparentemente llorando; podía sentirlo en su voz quebrada.
Cuando finalmente encontré el camino de vuelta al arroyo y todo parecía ir encaminándose para bien, algo se deslizó desde mi cabeza hasta mi cara, tapándome la visión por completo.
?Era Mirella? La figura me era familiar, demasiado familiar.
Instintivamente, con la mano izquierda tanteé lo que me tapaba la visión. Al palpar su textura cálida y suave, el tiempo se rompió.
Mis pasos siguieron por inercia, pero mi mente… se quebró.
Allí estaba. Mirella. Inmóvil. Su peque?o cuerpo, liviano como un suspiro, colgaba entre mis dedos temblorosos. No se movía. No emitía ni un zumbido, ni una risa juguetona, ni siquiera ese murmullo pícaro que solía lanzarme cuando quería llamar mi atención. Nada. Solo un silencio... brutal.
La presión en mi pecho fue inmediata, como si una lanza invisible me atravesara de lado a lado. Sentí náuseas, angustia, un calor áspero subiéndome por la garganta. Sus alas estaban marchitas, y su vestido celeste tenía marcas, manchado con tierra.
El mundo se volvió distante. El crujir de ramas, los jadeos del grupo, los gritos de desesperación... todo parecía amortiguado, como si estuviera sumergido en agua. Yo solo podía mirar sus párpados cerrados. Mi Mirella... La misma que siempre se colaba en mi hombro cuando me distraía, la que sonreía incluso cuando todo se iba al carajo. ?Ahora estaba así... por mí?
Me había obedecido. Sin cuestionar. Le pedí que usara toda su magia. Y ella... me dio todo.
"?Mirella! ?Mirella, despertá!" Grité, con la voz quebrada, cargándola contra mi pecho mientras seguía guiando al grupo a ciegas por la selva.
Una parte de mí se negaba a aceptarlo. Otra, me gritaba que ya era tarde.
No pude evitarlo. Una marea de culpa me aplastó sin piedad. Sentía que mis huesos crujían bajo el peso de mis propias decisiones. ?Cómo pude permitirlo? ?Qué clase de imbécil era, dándole esa orden, sabiendo que su energía tenía un límite?
?Desde cuándo me volví así? ?Tan ciego? ?Tan frío?
"Mirella... no. No, por favor..." Musité, pero apenas fue un murmullo tembloroso, perdido entre los árboles.
Entonces, escuché la voz de mamá, nerviosa, agotada, preocupada.
"Luciano... ?Qué le pasó a Mirella? ?Por qué dices su nombre?"
"?N-No es nada!" Me apuré a responder con una sonrisa forzada que ni siquiera llegué a mostrarle.
No podía dejar que lo notaran. Nadie podía ver al líder tambalear. Tenía que seguir. Uno delante del otro. Tenía que protegerlos. Tenía que... ?Mentirles?
Mirella... siempre había estado a mi lado, confiando en mis decisiones, protegiéndome sin dudar. Y ahora, cuando más la necesitaba, yo la había empujado al límite. No había manera de negar lo evidente: la había matado, indirectamente, con mi imprudencia, y ahora ya no sabía si estaba avanzando... o cayendo.
"No puedo perderla, no puedo perderla", me repetía en un susurro, como si de alguna forma mis palabras pudieran revertir lo que acababa de suceder.
No podía darle vida de nuevo, menos cuando ni siquiera entendía cómo funcionaba del todo la magia en este mundo.
En medio de la carrera, una parte de mí deseaba poder detener el tiempo. Poder parar y pensar, reflexionar sobre todo lo que habíamos dejado atrás y buscar una solución, pero la realidad era que estábamos en medio de una huida desesperada.
?Qué dirían los demás si supieran lo que había sucedido? ?Cómo podría mirarlos a la cara después de esto? Anya, Suminia, Aya... todos confiaban en mí para guiarlos a un seguro, para protegerlos. Y acá estaba, fallando de la manera más devastadora posible.
"Mirella..." Susurré una vez más, apretando los dientes sin mirarla.
La idea de seguir sin ella... no podía aceptarla.
"?Sí, Luciano?" Escuché de una voz chillona y el alma me volvió al cuerpo al bajar la vista.
El alivio que sentí al ver a Mirella con los ojos abiertos fue casi indescriptible, como si una ola cálida hubiera barrido todo el miedo y la culpa que había estado acumulándose dentro de mí. Ahí estaba ella, tirada sobre mi mano, pero despierta, con esos ojos verdes que me miraban de vuelta, brillantes, aunque cansados.
?Fue por la magia? En este preciso momento, algunas de mis partículas se estaban traspasando hacia ella.
No me salieron las palabras. No podía formar ni una frase; tenía las palabras atascadas en la garganta.
"?Luciano? ?Por qué me miras así?" Su voz era suave, casi juguetona, pero también noté una fragilidad en su tono.
Estaba agotada, y yo lo sabía, incluso aunque ella no quisiera admitirlo.
"Solo quería decirte que... te quiero mucho", respondí, acariciándole la cabecita con un dedo antes de levantar la mirada.
Mi dedo seguía rozando con delicadeza el cabello de Mirella, y ella, apenas consciente, soltó una risita débil, como si quisiera mantener esa fachada de normalidad, esa ternura imperturbable que la había definido desde que la conocí. Pero ahora... ahora yo sabía. Sabía cuánto le dolía, cuánto había dado por mí, cuánto había puesto sobre la mesa sin esperar nada a cambio, más que mi mirada, mi sonrisa, una palabra de aliento.
Dios... qué situación de mierda.
Apreté los labios y cerré los ojos un segundo, solo uno. En ese breve parpadeo, lo vi todo: la cueva, las alas del hombre pájaro, el pico estrellándose contra la barrera, las lágrimas de mi madre, el agarre tembloroso de Suminia, los gritos, la desesperación... y a Mirella, cayendo como una flor arrancada del tallo.
Pero también vi otras cosas: su voz, su risa débil, su presencia, chiquita y valiente, desafiante incluso cuando no podía mantenerse en el aire. Mirella no se rindió, y no lo hizo solo por coraje... lo hizo por mí. Porque confía en mí. Porque cree en lo que represento, incluso cuando yo me lleno de dudas.
?Cómo no voy a estar a la altura? ?Cómo no voy a pelear con todo lo que tengo, si ella estuvo dispuesta a hacer de todo con una sonrisa solo para que yo siguiera caminando?
Abrí los ojos. El sendero seguía delante, el arroyo no estaba lejos, los demás aún me seguían, incluso si yo sentía que me arrastraba por dentro. Tenía que levantarme, no con las piernas, sino con la voluntad. No podía detenerme a lamentarme ni a cargar culpas que no iban a salvar a nadie.
Después de unos largos minutos en los que Mirella se recompuso y empezó a volar en el aire, el arroyo apareció ante nuestros ojos. El agua cristalina reflejaba la luz de una manera casi mágica, como si nos invitara a entrar. Sabía que este arroyo no solo curaría nuestras heridas físicas, sino también las mágicas. Mirella y Aya podrían recuperar partículas, y yo... bueno, también lo haría, pero más me servía para aliviar un poco la carga que llevaba.
Todos llegamos exhaustos, principalmente mamá, que siempre se agitaba y se cansaba rápidamente.
"?El agua mágica!" Gritó Mirella, ya sabiendo a qué veníamos.
Se tiró de cabeza dentro, recargando sus partículas y bebiéndola para sanar heridas.
Me di la vuelta para mirar a los demás, soltando la mano de Suminia.
"Chicos, esta agua es especial, porque si beben de ella, sus heridas sanarán por completo. Sé que suena raro, pero es verdad. Pueden probarlo ustedes mismos".
La breve explicación era necesaria, porque claro, por más que mamá la hubiera bebido en su momento, no había sido directamente del arroyo. Y nadie más, salvo Mirella y yo, sabía de sus propiedades curativas. Bueno, creo que Aya también lo sabe, aunque nunca le pregunté directamente.
If you find this story on Amazon, be aware that it has been stolen. Please report the infringement.
Ellos se comenzaron a ubicar, desarmando la fila. Parecían confundidos, mirándose entre sí.
"?En serio...?" Preguntó Anya, todavía agarrando la mano de su hijo Tarún.
"Sí, sí. Rápido, necesito que todos tomen el agua así nos vamos".
Los dos se metieron dentro del arroyo... No hacía falta meterse, pero bueno...
"Ya habíamos venido aquí con mi mamá, pero no sabíamos que esta agua hacía eso", comentó Tarún, sintiéndose seguro para hablar bajo el agarre de su madre.
Parecía un poco asustado; podía notarlo al ver cómo miraba reiteradamente hacia el lugar por el que habíamos venido.
"Sí, Tarún, aunque ahora no quiero que perdamos más tiempo, por favor".
Me giré hacia los demás, que parecían entender que tenían que apurarse, aunque Rundia todavía estaba apoyada contra un árbol, respirando como podía.
"Todos beban del agua del arroyo; así nos vamos a buscar a Samira".
Suminia me miró con una cara diferente a la de siempre, como si de alguna manera le gustara que me comprometiera a pensar también en su hermana a pesar del caos en el que estábamos envueltos.
No podíamos perder nada, pero nada de tiempo, porque en cualquier momento los pajarracos podían llegar.
"?Te sentís bien, Suminia?"
"?Y-Ya les dije que sí!" Gritó y pasó a mi lado.
Debe sentirse nerviosa...
Cuando la vi arrodillarse en el borde, mirando fijamente el pasar de la corriente, yo también me acerqué al arroyo, metiendo mis manos en el agua.
Cuando se traspasaron todas las partículas, junté un poco de agua al hacer un cuenco con mis palmas y bebí, por fin curando la herida en el hombro.
Eso sí, pareciera que no solo se me curaron las heridas, sino también un poco el cansancio corporal que acarreaba... Solo un poco.
Aya, que fue la menos afectada físicamente, se acercó a mí mientras mis padres la seguían a un costado. Ella ya había recargado sus partículas.
"?Ya estás mejor?" Preguntó mientras tocaba suavemente la tela roja que había estado sirviendo de vendaje improvisado.
"Sí, me siento mejor".
Comencé a desatar el nudo en la tela, dejando expuesta la piel que ahora se encontraba en perfecto estado.
"Esta agua tiene ese efecto de curación. Vos ya lo sabías, supongo".
"?Sí...?"
"?'Sí' qué?"
"Que es la misma agua que baja por la cueva que llega hasta mi santuario".
"Sí, por eso digo que seguro ya lo sabías".
"?Es verdad! ?Sana las heridas!" Gritó Anya de repente, emocionada al sentir que la piel de sus manos quedaba como nueva.
"?Gracias por decirnos sobre esto, Luciano!"
"?Cierto!" Gritó mamá, algo exaltada al verse los brazos y las manos.
"Yo recuerdo que había tomado un agua que me curó de una herida, pero nunca supimos quién la trajo. ?Cierto, amor?" Preguntó y miró a papá.
"Sí. Entonces alguien la había traído desde aquí hasta nuestra cueva".
"?Es la bendición de Adán!"
Ellos se quedaron hablando sobre el agua. Mientras tanto, Aya escuchaba muy atentamente, moviendo las orejas.
Todavía tengo el recuerdo de que en esos dos o tres días la pasamos bastante mal... Bendita sea la magia de este mundo, nos salvó un montón de veces ya.
Me puse a refregar rápidamente la tela de Aya para limpiar la sangre, porque lo que le puse en su ropa es provisional y no quiero tener problemas de que se le salga y termine quedando desnuda frente a todos.
Una vez que más o menos estaba limpia la tela, la estrujé lo más fuerte posible y me acerqué a Aya, agarrándola del brazo.
"Vení que te voy a acomodar la ropa. Está algo húmeda, pero no importa mucho".
Asintió con la cabeza.
"Está bien".
Nos alejamos del grupo unos metros y nos pusimos detrás de unos de los árboles.
"Una pregunta: ?vos sabes si nos están persiguiendo? ?Podés escuchar algo?"
"Yo diría que no viene nadie".
"Está bien... Me quedo más tranquilo con eso".
Esta vez Aya no se avergonzó al ver que alguien más tocaba su ropa. Le quité el alfiler de piedra improvisado y ajusté rápidamente la tela roja alrededor de su prenda, evitando ver su piel expuesta.
Luego de envolver su tela alrededor de su cuerpo, ella se dio la vuelta y me dio permiso para atar la tela desde atrás.
"Hiciste un buen trabajo llevándonos a todos fuera del peligro. Aunque a veces no entiendo bien la forma en la que piensas", dijo, mirándome por encima de su hombro.
"Mi forma de actuar no siempre tiene sentido, ni para mí", admití.
"Pero en momentos como estos, en los que no hay tiempo para pensar demasiado, solo... actúo".
"Claro. Entiendo que debe ser difícil para ti".
Se me hizo un poco difícil hacer el nudo tipo mo?o por culpa de sus cinco colas pomposas que se movían de un lado a otro, rozando mis manos. A pesar de la situación, no pude evitar sonreír ante el roce y el ver que parecían casi tener vida propia. Me pregunto si Aya se daba cuenta de cuán poco discretas eran...
Finalmente me abrí paso y terminé de ajustar todo como estaba antes. Ella emitió un suspiro de alivio cuando terminé.
"Listo, ahora ya nos vamos a mi hogar; allá nos espera la chica que se llama Samira".
"Sí, claro".
Una vez ya de vuelta con el grupo, escuché que Rundia y Anya cuchicheaban algo sobre Aya, pero rápidamente les corté la inspiración.
"?Están listos? Ya tenemos que irnos a la cueva..."
Miré para todos lados. Faltaba alguien.
"?Y Suminia...? Chicos, ?no vieron a Suminia?" Pregunté, pero tenía más ganas de decirles: '?son idiotas o descuidaron justo a la más afectada en todo esto?'
Anya se acercó, con Tarún a su lado y de la mano.
"?Crees que ella se haya escondido por alguna razón? No parecía muy segura de sí misma cuando la encontramos... Lo siento, pero yo no vi nada. Hay que buscarla rápido".
Al instante, mi mente comenzó a correr a mil por hora. ?Cómo es posible que no la hayamos notado irse? Miré a Mirella, que estaba cerca, flotando sobre el arroyo.
"Mirella, ?vos la viste moverse en algún momento?"
Ella negó con la cabeza; su expresión era seria.
"No... Pensé que estaba con el resto del grupo todo el tiempo".
Justo cuando Mirella terminó de hablar y mis padres se acercaban a mí, una voz desde las sombras resonó por todo el ambiente.
"?Todos quietos o la mato!" Fueron las palabras que se escucharon del... hombre pájaro al que Aya le había roto el pico de alguna forma.
"?Ahora traigan a la madre del ni?o de oro! ?La quiero conmigo ya!"
El aire se llenó de tensión ante tal escenario. él la tenía tomada por el cuello, con sus garras clavadas en la piel para no dejarla escapar y matarla en cuanto hagamos un paso en falso. Ella parecía aterrorizada, con lágrimas corriendo por su rostro sucio.
Salvo Mirella, que empezó a volar y sacudir el agua de su cuerpo, todos quedamos paralizados al costado del arroyo mientras mirábamos al hombre pájaro tener de rehén a Suminia. Era aquél que dejamos encerrado entre cuatro barreras en medio de la selva, pero se ve que, al demorarnos tanto, logró escapar... No lo tuvimos en cuenta y ahora nos encontrábamos en una encrucijada.
"P-Por... Por f-favor... ?Vayan con mi hermana! ?No dejen a Samira sola!" Gritaba Suminia en un llanto ahogado, casi sin poder respirar.
Sus pies se arrastraban contra la tierra, intentando zafarse del agarre por sus propios medios. O tal vez solo quería darnos tiempo para escapar.
Esto se había complicado más de lo esperado. ?En qué momento la había agarrado? Ella ni siquiera parecía haber logrado tomar el agua del arroyo.
"?No te vamos a dejar acá, Suminia! ?O nos vamos todos o no nos vamos!"
Mientras hablaba, fui mirando a mi alrededor, intentando idear alguna estrategia. Terminé apuntando un dedo al hombre pájaro.
"?Eu, vos! Decime, ?por qué hacen esto?"
"El maldito ni?o de oro... ?Ya te dije que vivimos para nuestro líder! Necesitamos que él se haga más fuerte, ?así que tráeme a tu madre y los dejaremos en paz!"
"?No te daremos a nadie! ?Ya suelta a la ni?a!" Gritó Rin, enojado e intentando avanzar hacia él, pero lo frené con la mano y lo miré a la cara, dando un paso adelante.
Mi papá no me miró con buena cara. Parecía que toda esta situación lo estaba sacando de quicio.
"?Luciano, ?qué haces?! ?Déjame hablar!"
Como si eso fuera poco, noté que Rundia se derrumbó en el suelo detrás de mí, llorando.
Algo de tiempo... Había que lograr algo de tiempo hasta que Mirella encontrara el momento adecuado para atacar. Era la única manera.
Por más que me pesara lo que le sucedió antes, este tenía que ser el último esfuerzo.
Con todos detrás de mí intentando consolar a mi madre, di otro paso más antes de volver a hablar, ahora con voz más serena y persuasiva.
"Hacerse fuerte a costa de matar a los demás no es algo que esté bien, ?sabías? Además, ?por qué querés que otro se haga fuerte cuando vos también tenés la oportunidad de hacerlo? ?O el problema es que le tenés miedo a tu líder?"
Esperando su respuesta, por lo bajo le hice una se?a con la mano a Suminia para que no se moviera. Ella pareció entenderlo y dejó de forcejear.
El ambiente se tensó aún más mientras el hombre pájaro procesaba mis palabras. Su rostro, aunque en parte deformado por el pico roto, revelaba duda, quizás hasta miedo. Mantuve mi mirada fija en él, aprovechando cualquier fisura en su resolución. Sentí que cada segundo contaba. Que, si bajaba la guardia, Suminia sufriría las consecuencias.
él ensanchó los ojos de un momento a otro, ahora apretando menos el cuello de Suminia.
"Yo... ?Hacerme más fuerte? ?Me estás mintiendo!"
"Tu líder me dijo que iba a comerse al futuro hijo de mi madre. Así es como él se volverá más fuerte, ?o no?"
Comencé a avanzar a paso lento, haciéndolo retroceder instintivamente.
"?Por qué él sí y vos no? ?No te pusiste a pensar por qué ustedes no pueden usar magia y él sí? ?No será que les está ocultando algo?"
"?Detente ahí! ?Si sigues hablando, la mato!"
"?Luciano, tengo miedo!" Gritó Suminia con la voz rota, mientras su cuerpo temblaba en las garras de esa criatura alada.
La sangre le empezó a chorrear en hilos rojos desde el cuello hasta la ropa que cubría su torso, pero sus ojos seguían firmes en mí. Confiaba en que haría algo. O al menos eso quería creer.
?Cuánto más podía prolongar esto? Sentía la presión de cada mirada detrás de mí. Mamá, aterrada, estaba en el suelo, papá listo para saltar en cualquier momento, y Mirella... La había perdido de vista, pero seguro que estaba lista, lo sabía.
Decidí detenerme. Nos separaban unos tres o cuatro metros.
"?No será que su líder lo quiere acaparar todo y ustedes son tan sumisos que hacen lo que él quiere? Son escoria, basura, algo desechable para él".
"?Eso no es verdad...!"
Su ala izquierda temblaba. Dudaba. Eso era todo lo que necesitábamos.
"?El líder es mi padre! ?él no me haría eso!"
Mis cejas se alzaron al instante cuando escuché eso.
"?Tu padre...?" Repetí, sin poder evitar que se me escapara en voz alta.
Un escalofrío me recorrió la espalda mientras repasaba mentalmente lo que sabía hasta ahora de esas criaturas. Todos se veían parecidos: con esos cuerpos delgados y altos. Todos hablaban con voces fuertes, algo guturales, y hasta ahora... no habíamos identificado ninguna diferencia clara entre ellos más allá de diferentes patrones de plumas entre blanco y negro.
De hecho, todos parecían hombres. O al menos, masculinos en su forma de comportarse y hablar.
?Pero si no había hembras visibles... cómo rayos se reproducían?
Tal vez por eso lo veneraban tanto. Tal vez no era solo un jefe: era una especie de patriarca, un dios viviente para ellos, el único con magia.
Y claro, si él era el único que tenía acceso a las partículas mágicas... si él era el único con poder... entonces tenía sentido que se creyeran sus súbditos. Sus descendientes. Sus herramientas.
"No están siguiendo un ideal... están siguiendo a su padre. A su creador. Están atrapados en una maldita jaula de obediencia y miedo", susurré.
Aya se puso a mi lado.
"Luciano... ?Debo hacer algo?"
"No. Dejame a mí".
Estaba jugando un juego peligroso, pero si había algo que entendía, era que el orgullo herido era una herramienta poderosa. Cada paso que había dado hacia él era una apuesta que tenía que ganar.
La duda que sembraba en él era mi única esperanza de ganar tiempo. Un minuto más, solo un minuto más...
"Bueno, que sea tu padre tampoco cambia mucho la situación", dije y volví a caminar.
"?Aléjate!" Respondió ante mi avance, apuntándome con una de sus garras.
"?La voy a matar!"
Hizo unos pasos más hacia atrás y chocó de espalda contra un árbol.
Logré ver la diminuta figura de Mirella moviéndose rápidamente por entre los árboles, aunque estaba extra?amente muy lejos.
Mis pasos no se detuvieron, al igual que los sollozos de Rundia.
"Imagínate lo tan despreciable que sos que no podés ni siquiera contra unos ni?os. Además, ya estás viejo, usado y roto".
Puse mi mano sobre mi boca, formando un pico con los dedos hacia delante.
"Sos una porquería, algo que se usa hasta romperse y se tira para no tener que verlo nunca más".
El hombre pájaro se quedó callado por un momento, mirándome fijamente. Podía oler su sed de sangre mientras la presión en su garra sobre el cuello de Suminia aflojaba levemente. Ahora al que quería matar era a mí.
Perfecto, ahora lo tengo donde quería.
"?Cállate!" Gritó y pataleó, rompiendo su silencio con rabia.
"?No sabes nada sobre nosotros! Nuestro padre es poderoso; nos ha prometido cosas. Nos ha... nos ha..."
Aya empezó a avanzar desde mi derecha.
"Aya, fuera. Que no se acerque nadie", dije, sin girar la vista.
Se?alé con mi dedo hacia atrás, para que retrocediera junto a los demás.
"No te escuché, ?qué dijiste que te dio?"
"Yo... Yo..." La voz del hombre pájaro se llenó de duda por un instante.
Tiró a Suminia fuertemente a un costado y se abalanzó contra mí a paso rápido, con sus garras afiladas estiradas y listas para agarrarme por el cuello.
"?Maldito!"
Por más que nos separaban unos pocos metros, me quedé inmóvil, con mi más plena confianza en Mirella. En estas circunstancias ella no fallaba, más si ve que estoy en un peligro inminente.
'Permiso para matar', le dije antes, pero en realidad, desde lo más profundo de mí, no quería terminar matando a nadie. Así no era el plan perfecto que había ideado. Seguro que así no lo querría Sariah... Ya no sé ni qué es lo correcto.
El tiempo parecía pasar a cámara lenta y Mirella todavía no atacaba. Lo que era confianza se fue transformando poco a poco en temor.
Justo antes de que yo hiciera un paso hacia atrás, él chocó contra algo invisible, quebrándose un poco más el pico de lo que ya estaba y agarrándoselo con dolor. Estaba claro que Aya fue la primera en actuar. Pero, ?por qué?
"??Por qué no te moviste?! ?No seas idiota!" Gritó Aya, acercándose al enemigo y aparentemente encerrándolo una vez más entre cuatro barreras mágicas.
Mi mente quedó en blanco. Aya me había salvado, y retado otra vez, pero la mirada que me lanzaba no era de alivio, ni mucho menos. Era una mezcla de ira y decepción, una combinación que me hizo sentir peque?o, vulnerable.
No le respondí nada, todavía estaba procesando lo que acababa de pasar... ?Dónde carajos está Mirella? Yo confiaba en ella, ?cómo iba a saber que no actuaría a tiempo si siempre lo había hecho?
"?No vuelvas a poner en riesgo tu vida de esa manera!" Gritó papá desde detrás de mí.
Sus palabras se sintieron frías y repulsivas al chocar contra mi nuca, esparciéndose como un virus letal por dentro de mis oídos.
El pico partido intentaba detener el sangrado con sus manos.
"?No... otra vez no! ?Maldita!"
Mi pecho se llenó de un calor sofocante al pensar en lo sucedido.
Mierda... Sabía que había sido un error, pero ?acaso no confiaban en mí? Yo era el que había estado al frente todo este tiempo, enfrentando una situación peligrosísima, tratando de que todo saliera bien. Al final, era yo el que estaba lidiando con lo que nadie más se atrevía a enfrentar. Y ahora parecía ser el peor.
Sí, Aya me acababa de salvar. Sin embargo, todo lo que yo hice fue lógico.
Y Mirella... ?Dónde estaba Mirella? Su ausencia era una carga adicional. Confiaba en ella para hacer el golpe decisivo, pero no la había visto actuar. Tal vez estaba esperando el momento perfecto hasta la última milésima de segundo. O tal vez no estaba lista. No quería pensar mal de ella, aunque la incertidumbre me carcomía.
Miré hacia atrás; ahí estaba mamá, todavía intentando levantarse del suelo con la ayuda de su amiga. Ella no sería alguien que también me rega?aría, ?no? Siempre la había sentido más comprensiva, más dispuesta a apoyarme... ?Qué pensaba de todo esto?
Me volví a acordar de la urgencia en las palabras de Samira: Rundia está embarazada. A partir de ahora debía mimarla y no causarle ningún tipo de problema extra.
Mientras tanto, Tarún observaba todo en silencio.
"??Me escuchaste o no!? ?Te dije que no vuelvas a hacer algo así!" Volvió a gritar mi padre, se?alando el suelo.
"Sí... papá", respondí sin mirarlo a los ojos, casi como si fuera una obligación decirle esas dos palabras.
Eso era lo que un ni?o debía hacer.
Fui directo a ver a Suminia, que ya estaba recomponiéndose solitariamente. Todavía había sangre sobre su piel.
"Suminia, ?estás bien?"
Se sobó las marcas en su cuello antes de hablar.
"Sí, estoy bien... Deberías pensar más en ti, tonto", respondió, bajando la voz mientras terminaba la frase.
"Menos mal... Y vos deberías tomar el agua del arroyo".
Me arrodillé junto a ella mientras escuchaba los pasos de mis padres al acercarse.
Solté un suspiro largo al ver que todo se estaba acomodando para bien. Faltaba encontrar a Mirella y ya podíamos irnos.