El hombre pájaro, atrapado ahora entre las barreras de Aya, gritaba y se retorcía de dolor, pero ya no era una amenaza inmediata si tomábamos en cuenta el tiempo que les costó romper la barrera mágica a los otros, que eran como seis.
Ahora este tipo estaba contenido. Había perdido su furia inicial, y parecía patético, como un animal acorralado que, al darse cuenta de su debilidad, se desmorona.
Aya y él estaban discutiendo mientras Suminia se recomponía.
"Cierra la boca de una vez".
"?No me voy a callar! ?Debes venir con mi padre!"
Caminé junto a Suminia con mis padres siguiéndonos los pasos, ayudándola a mantenerse en pie mientras nos alejábamos un poco del caos. Las palabras de Aya y los gritos del hombre pájaro se convirtieron en un murmullo lejano.
"Vamos, tomá del agua. Ya sabés lo que hace", dije, se?alando una zona donde fluía clara y sin hojas alrededor.
"Uhm..."
"?Qué pasa?"
"Nada. No es nada".
Suminia se agachó con cierta torpeza y formó una peque?a cavidad con sus manos. Bebió despacio. Al principio, todo parecía normal... pero luego sus cejas se fruncieron.
"?Eh...?" Soltó, con un murmullo que se transformó de golpe en un grito.
"??Aaah!!"
Me sobresalté y me acerqué rápidamente mientras ella se arrodillaba sin razón alguna, con una mano temblorosa alzándose frente a su rostro. Su voz había sido aguda, alarmada, como si hubiese visto un bicho raro en su propia piel.
"??Qué pasa!?"
Me agaché enseguida, tomándola de los hombros.
"?Mi piel! ?Luciano, mi piel! ?Mira esto!"
Se alzó el brazo derecho, y lo que vi fue... una Suminia distinta. Lo que antes era una piel dorada por el sol, curtida y morocha, ahora era de un blanco pálido, como el mío. Las marcas de las ropas, las partes que siempre habían estado cubiertas, ahora se fundían con el resto de su cuerpo.
Era como si hubiera sido... blanqueada.
Me quedé unos segundos en silencio, pesta?eando varias veces. Mis padres también se acercaron de inmediato y yo retrocedí un paso para darles lugar.
Rundia se arrodilló enseguida frente a la ni?a, con los ojos bien abiertos y las manos temblorosas. La tocó con suma delicadeza, como si temiera que le sucediera lo mismo. Rin, en cambio, la miraba de arriba abajo con el ce?o fruncido y los pu?os ligeramente apretados. Su rostro seguía tenso, cargado con la misma energía del reproche anterior.
"?Qué hiciste?" Preguntó con un tono que ya no era solo autoritario, sino profundamente desconfiado.
"?Qué tiene esta agua, Luciano? ??Qué le hiciste?!"
Me erguí de golpe al escucharlo y me quedé ahí congelado por un instante, sin saber si responder o mandarlo al carajo.
"Nada. No le hice nada. Solo le dije que tomara del agua del arroyo. La misma agua que usamos todos".
Suminia no decía nada. Solo se miraba la piel con un pánico silencioso, como si no reconociera su propio cuerpo.
Rundia la sostuvo de la espalda y le acarició el cabello con ternura, en un intento por calmarla. Entonces Rin estiró el brazo y la obligó a mostrarle el otro lado del cuello, donde también el cambio de tono era evidente.
"Esto no está bien... esto no es normal".
"No puede ser... El agua mágica también cura las quemaduras del sol", susurré.
Me llevé una mano al mentón, como si eso lo explicara todo.
Miré más detenidamente a mi padre; él siempre había tenido una piel un poquito tostada. No como Suminia, obvio, pero se notaba su vida bajo el sol, en la caza. Sin embargo, ahora... su rostro, sus manos... Toda su piel era más clara.
Bajé la vista hacia mamá; ella seguía arrodillada, ayudando a sostener a Suminia. Su piel parecía mantenerse igual, pues ella siempre fue blanquita. Aun así, parecía más pareja en tonalidad.
Mis labios se entreabrieron, pero no dije nada enseguida. ?Cómo se lo iba a tomar?
"Papá... vos también cambiaste", murmuré.
él alzó la vista de golpe hacia mí, como si no entendiera al principio. Entonces se miró las manos. Las giró, observándolas con una mezcla de sorpresa y rabia contenida.
"No puede ser..."
"No se preocupen. Parece ser que el agua también cura la piel quemada por el sol".
Me abrí paso hasta ponerme al lado de Suminia, y ella me miró.
"Vos eras más blanca debajo de la ropa, ?no? Pero como viviste siempre cerca de la playa, seguro que tu piel se bronceó hasta ese tono, y ahora el agua te devolvió a como eras antes".
Ella me miró con cara de horror.
"??No ves que estoy rara?! ?No parezco yo!" Exclamó, como si acabaran de afeitarle la cabeza.
"No es nada malo, Suminia. De verdad te lo digo".
"?Pero yo no quería cambiar!"
"Hijo, ?está bien todo esto?" Interrumpió Rundia, levantándose.
"Sí. El agua no es mala, mamá. Ahora necesito que dejemos esto a un lado y volvamos a la cueva lo más rápido posible".
"Sí..."
Mientras tanto, la discusión a lo lejos entre Aya y el hombre pájaro seguía. Justo allí me dirigía yo.
"?Ya basta! No me importa tu padre. No me importa lo que te prometió. Nadie te obligó a atacar a Luciano".
"?Maldito ni?o de oro!"
"Aya, vámonos ya a la cueva. Seguro que ahí debe estar Mirella", dije, agarrándola de la mano.
"Está bien, pero vamos a tener que hablar sobre muchas cosas que tienes que reconsiderar".
?Ella ya sonaba como si fuera mi madre! Hace unos minutos me felicitaba y ahora estaba enojada conmigo.
"?Ni?o de oro! ?Ni?o de oro! ?Aaghhh!" Gritaba para llamar mi atención el plumoso dentro de la jaula mágica.
De pronto, entre los árboles se movía una figura a gran velocidad.
"?Mirella!" Grité al ver las partículas mágicas en el aire.
"?Sí! ?Es el dada!" Exclamó Tarún y se puso al lado mío.
'Dada'... Lo que es ser ni?o, ?eh!
Ella se frenó abruptamente frente a mí y se?aló el lugar desde donde venía. Actuaba como si antes no la hubiera necesitado.
"Luciano, ?ellos ya nos encontraron! ??Qué hacemos?!"
Su rostro reflejaba preocupación y urgencia; seguía se?alando en dirección al bosque, donde todo parecía estar normal. Los hombres pájaros debían de estar realmente cerca como para que ella lo dijera con tanto ímpetu.
"?En serio nos siguen...? Hay que apurarse".
Estaba claro que no era momento de poner a reclamarle que había desaparecido sin previo aviso. Ahora nos había traído una información importante que ni Aya había logrado percibir.
Aya, aún con el rostro serio, se cruzó de brazos y me miró con severidad.
"No podemos quedarnos aquí, Luciano. Si vienen más, no podremos manejarlos a todos. Debemos movernos, y rápido".
?Acaso estaba intentando tomar el mando? Encima, ni que estuviera diciendo algo nuevo.
"Eso acabo de decir, Aya".
Ella desvió la mirada hacia donde se suponía que ellos venían.
Miré al cielo, cubierto por las copas de los árboles. ?Sariah estaría observando desde su reino Inter dimensional? En ese momento, deseaba poder comunicarme con ella, pedirle un consejo, una se?al, algo que me fuera de ayuda. Pero sabía que eso no sucedería.
Por más que ella pueda escuchar todos mis pensamientos, estaba solo en esto. Me había traído aquí para un propósito, solo que ese propósito parecía cada vez más difícil.
Debía responder.
"?Necesito que vengan todos!"
Tarún se sobresaltó un poco, pero no se movió de mi lado. Mirella también se mantuvo ahí, apretando los pu?itos, lista para cualquier cosa.
Aya giró apenas el rostro, aún de brazos cruzados, pero atenta. Su expresión seguía seria, contenida, como si masticara su frustración.
Vi cómo Rundia tiraba suavemente del brazo de Rin, quien no daba un solo paso. él me miraba desde la distancia con enojo, el ce?o todavía fruncido, los ojos tensos.
“Vamos, Rin... no es el momento de estar enojado con él”, le dijo mi madre con voz suave.
él apretó la mandíbula y soltó un chasquido con la lengua. Caminó hacia nosotros con pasos pesados, la mirada fija en el suelo como si se estuviera teniendo una tormenta entera.
"Esto no termina acá", murmuró por lo bajo, casi para sí mismo, aunque lo escuché bien clarito.
Antes de que pudiera decir lo que íbamos a hacer, la voz chillona y quebrada del plumoso enjaulado volvió a llamar la atención de todos.
"?No importa lo que hagan, nuestro líder se hará más fuerte!"
"Vamos a seguir el plan original y llegar hasta la cueva con Samira", dije rápidamente, intentando que nadie se distrajera.
"?Todos hacia la cueva, vamos! No podemos perder más tiempo con este tipo".
Comencé a avanzar, haciéndoles se?as con la mano, indicando que empezáramos a avanzar.
Rin no dijo nada, pero se posicionó detrás de todos, como queriendo asegurarse de que nadie quedara atrás. Incluso enojado, no dejaba de ser un padre.
"?Ni?o de oro! ?No huyas, ni?o de oro!"
El hombre pájaro continuaba con su insistente apodo estúpido desde su prisión mágica y sus palabras apenas eran un zumbido en mis oídos. Aya lo tenía atrapado, y aunque sabía que ya no representaba peligro, su sola presencia me molestaba, porque era un recordatorio viviente de los problemas que seguían acumulándose, uno tras otro, sin que yo pudiera detenerlos.
"?Te juro que te voy a encontrar y te voy a hacer pagar lo que me hiciste, peluda de mierda! ?Maldita seas tú y el ni?o de oro!"
Su voz se desvanecía entre los árboles mientras corríamos, con más facilidad que antes, por el bosque.
'Peluda de mierda' debe haber sido el insulto más estúpido que había escuchado en mi vida. Bueno, al menos en Argentina, nunca se escucharía algo de tan bajo calibre.
Si querían destruir lo que habíamos formado, iban a tener que pasar por encima de mí. Y no iba a ser tan fácil.
Mirella, siendo la más ágil, lideraba el avance, ayudándonos con una bola de luz que la seguía a gran velocidad por entre los árboles. Mientras que a mi izquierda se encontraba Suminia.
Detrás mío estaban Aya, Anya y Tarún, y más atrás, mis padres. Rundia ya se notaba algo agitada, mientras que Rin iba a paso firme, pero con una mirada muy seria.
Espero que estén bien y no suceda nada raro...
Mejor me centro en mirar hacia delante.
"Mamá… ?Mirella es increíble!" Escuché de la voz de Tarún, que parecía siempre emocionarle el ver a Mirella.
"Sí, hijo", respondió un poco agotada Anya.
Yo lo tenía como que era un poco tímido, pero parece que en este tiempo que estuve fuera, él estuvo entrando en confianza con los demás. No sé si ya estarán viviendo con nosotros.
Lo que sí no se lo quita nadie es el ser mamero.
***
No me costó mucho tiempo darme cuenta de que mi cuerpo de ni?o ya estaba al límite y que, a pesar de que el agua mágica me había aliviado una buena parte del cansancio muscular, me dolían los músculos de las piernas. Menos mal que acabábamos de llegar a la bendita cueva.
Hoy debo haber pasado el día más agotador de mi vida. De mis dos vidas.
Mirella redujo su velocidad para dejarme pasar primero.
"Tranquilo, Luciano, ya llegamos", dijo al verme respirar agitado.
Tenía una sonrisa en su cara, volando cerca de mi rostro. Su tono se había vuelto calmado, casi maternal, como si supiera exactamente lo que necesitaba en ese momento.
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Por Dios... que Samira esté bien y podamos tener unos segundos en paz.
Acomodándome un poco el cabello hacia atrás, miré de reojo los cubiertos y los dos platos que había fabricado para mostrarles lo que podía hacer con magia. Realmente ya no me importaba hacerlo, solo estaba pensando en cómo salir de este problema. Pasé de largo y Mirella me siguió, haciendo que la bola de luz iluminara el lugar.
Por suerte, al mirar hacia el fondo, allí estaba Samira, con sus ojos brillando bajo la magia de luz.
Ella ni siquiera había terminado de comer la ?a?a que le dimos. Espero que ahora mejore de ánimo al ver a su hermana, al ver que cumplí mi promesa de traerlos a todos de vuelta.
"Samira... mirá quiénes vinieron".
Me hice a un costado para dejar pasar a los demás; Suminia fue la primera en salir corriendo a abrazarla.
La peque?a se levantó del suelo y corrió hacia su hermana como si todo el miedo y la angustia que llevaba acumulando se derritieran en ese abrazo. Las lágrimas que había estado conteniendo finalmente se desbordaron, y ambas se quedaron ahí, abrazadas, llorando juntas en un silencio que, por extra?o que parecía, traía paz. No necesitaban palabras para demostrar lo aliviadas que se sentían.
Suminia acariciaba la cabeza de Samira, apartándole el cabello del rostro mientras le susurraba palabras que yo no alcanzaba a escuchar.
Solo por unos segundos, la cueva nos daba una sensación de seguridad, de que ya habíamos superado todo. Claramente, todo eso era solo pasajero.
Rundia, jadeante, se dejó caer sobre el suelo, de rodillas y apoyándose con sus manos sobre el suelo.
"Ay... N-No puedo más... No quiero... correr más".
"?Rundia, te sientes bien bien?" Le preguntó Rin, que ya se encontraba a su lado, asegurándose de que estuviera bien, más sabiendo que está embarazada.
"S-Sí…"
Luego caminó hacia la entrada de la cueva, mirando hacia un lado y hacia el otro.
Los tres restantes, que se habían atrasado para ayudar a Tarún, llegaron en buen estado, esperando ver si decidíamos algo.
Hasta ahora, Anya, Tarún y Aya eran esos tres que no pertenecían al cien por ciento a nuestro grupo, más que todo por Aya, que ni siquiera la presenté formalmente con los demás.
Y Anya y su hijo... Parecía que al final habían aceptado mi propuesta de quedarse con nosotros.
Respiré profundamente una y otra vez, intentando calmar la agitación que tenía. Antes de hablar, necesitaba sonar seguro. Sabía que tal vez no todos los presentes podrían estar de acuerdo en seguir con mi familia. A eso se le sumaba que podría haber dudas por culpa de lo que sucedió antes.
Mirella me tironeó un mechón de cabello para llamar mi atención.
"Luciano, ?qué hacemos ahora?"
Me rasqué la nuca, fastidiado, con una media sonrisa de resignación.
“Tal vez tengamos que seguir escapando... Pero sea lo que sea, necesito que me sigan sin armar quilombo”.
“Entonces, listo. No importa lo que decidas, te voy a apoyar en todo”.
Me sorprendió el nivel de determinación que traía en la voz.
“Todo, ?eh?”
Mirella se acercó aún más, hasta apoyarse en mi hombro, apenas perceptible su peso, y puso su cabeza cerca de mi oreja.
“Sí. Incluso si quieres hacer algo que a los demás les moleste".
Asentí sin decir nada. Ahora sí, tenía que ponerme firme.
Respiré hondo otra vez y di unos pasos hacia el centro de la cueva. Ahora venía lo difícil: recuperar la confianza de los demás.
"Escuchen todos", comencé diciendo, levantando la voz lo más posible.
"Supongo que ya se dieron cuenta de que es peligroso seguir viviendo en esta cueva, porque lo más seguro es que sigamos estando en la mira de esos tipos, los que yo llamo hombres pájaro. De hecho, en este momento deben estar viniendo hacia acá o planeando algo para atraparnos. Hay que moverse y dejar atrás este lugar, y ya tengo la idea de dónde podemos irnos para..."
"??Por qué sigues decidiendo por tu cuenta?!" Papá cortó en seco mis palabras, viniendo hacia mí.
Su tono grave dejó claro que estaba dispuesto a discutir, y Rundia, visiblemente exhausta, se sentó en el suelo, intentando recuperar el aliento, sin decir nada.
La situación demandaba elegir mi decisión, algo rápido y de sentido común.
Miré a mi padre, pero esta vez con más determinación que cuando estábamos en el arroyo. No podía simplemente dejar que la duda me comiera por dentro. Había tomado decisiones difíciles, y aunque algunas podrían haber sido impulsivas y no haber salido como yo quería, siempre habían sido con el bienestar de todos en mente.
"?Acaso querés quedarte en este lugar tan peligroso, papá? No podemos quedarnos acá, no después de lo que pasó. Solo estoy proponiendo algo que nos va a poner a salvo".
Me se?aló con el dedo antes de responder, como si con solo ese gesto pudiera hacerme responsable de todo lo que estaba pasando.
"?Tú tienes que escuchar a tus padres y no meterte en cosas raras! ?Sabes que vinieron por tu madre porque tú te fuiste con estas dos mujeres a quién sabe dónde!"
Sentí que mi corazón latía con más fuerza de lo normal, acelerándose por la tensión del momento. ?Realmente él creía que todo esto era mi culpa? ?Que mis decisiones habían puesto en peligro a mi madre?
Intenté pensar bien en cómo responderle, pero... ?Cómo le explicaba a este hombre, que solo me veía como su hijo, que yo no era solo un ni?o? Que llevaba dos vidas dentro de mí, dos historias, dos pasados. Y que una parte de mí todavía estaba anclada en ese Luciano que había muerto en la Tierra, en ese chico que había vivido una vida completamente diferente. Quería gritarle eso, hacerle entender que yo no era solo un ni?o, que había razones detrás de mis decisiones, aunque él no pudiera verlas.
Aya se quedó callada, sabiendo que, en su momento, ella impulsó la idea de quedarse en el santuario hasta que aprendiera la magia.
Pero Mirella...
"?Tú eres el que debe escucharlo! ?Luciano se preocupó mucho por ustedes al querer aprender magia, así fue como los salvó! Y si te crees más inteligente que Luciano, entonces, ?por qué no nos cuentas tu idea para solucionar todo esto, eh?"
Sus palabras salían desenfrenadas una tras otra.
Papá no le respondió, como si el peso de las palabras de Mirella fuera insignificante. En cambio, se acercó a mí, agarrándome fuertemente del brazo y llevándome hacia fuera de la cueva a rastras.
Me revoleó contra el suelo y me clavó una mirada fulminante.
"Escúchame bien lo que voy a decirte. ?A mí no me van a faltar el respeto, ?está claro?!" Gritó y me dio una cachetada.
El impacto resonó en mi mejilla, dejando una sensación ardiente que no solo dolía en la piel, sino también en el orgullo. Papá había cruzado una línea, y aunque era el tipo de hombre que actuaba de manera firme y conservadora, nunca lo había visto perder el control de esa manera. Lo miré desde el suelo, confundido y lleno de rabia contenida.
"Además, ??qué fue eso que dijiste allá afuera?! 'Escoria', 'porquería', 'desechable'... ?Maleducado de mierda!"
Volvió a se?alarme con un dedo, ahora más frenéticamente.
"?Tú no eres quien debería estar tomando decisiones por la familia! ?Yo soy el padre aquí, Luciano! ?Yo soy el que debería decidir lo que es mejor para todos nosotros!"
Solté una sonrisa desafiante.
"No sabés nada de lo que yo soy capaz de hacer, Rin... Y puedo hacer más de lo que imaginás para proteger a esta familia".
"?Tú no me vas a contestar así! ??No ves que soy tu padre?!"
Justo cuando estaba por darme otro manotazo a mano abierta, Mirella se interpuso entre nosotros y bloqueó su golpe, creando una esfera de luz que rodeaba todo su peque?o cuerpo.
"?Mirella, quítate de en medio!" Ordenó Rin, con su voz cargada de desdén.
Su mano, aún levantada y ahora magullada por el choque, parecía temblar de rabia contenida.
"?Esto es entre mi hijo y yo! ??No puedes entender eso?!"
Ella deshabilitó su protección de luz, la cual nunca le había preguntado cómo funcionaba, y se posó majestuosamente sobre mi rodilla, apoyando sus pies descalzos uno después del otro.
"?Quieres salvar a tu familia o no?" Preguntó, esta vez con un tono más sombrío, como si intentara que él le temiera.
"?Ya miraste a tu alrededor? Todos queremos irnos de este lugar, pero tú únicamente estás queriendo llevarle la contra a Luciano porque no quieres que tu hijo te diga lo que tienes que hacer".
Rin poco a poco fue bajando la mano que sostenía en el aire. Su cara demostraba que no podía creer lo que estaba escuchando.
"?Eres su padre? Sí. Pero te tienes que dar cuenta de que, estando de su lado, todos pueden tener una mejor oportunidad", siguió Mirella, ahora con un tono que era más conciliador.
"?Recuerdas esa almohada que Luciano hizo y tú te la quedaste? Ese solo fue el comienzo... No sé cómo se lo imagina, pero él tiene la capacidad de crear cosas nuevas de la nada. Y también puede usar magia siendo tan peque?o, lo que lo hace aún más increíble".
Sus alas comenzaron a moverse, haciéndola flotar en frente del rostro de Rin.
"?Qué dices? ?Vas a aceptar la realidad y confiar en él o vas a seguir gritándole sin ayudarnos en nada?"
Wow...
él se quedó en silencio, probablemente intentando procesar todo el discurso que le había soltado la diminuta hada. Su mirada se deslizó hacia el interior de la cueva: Tarún estaba abrazado a las gemelas, Rundia lo observaba con lágrimas contenidas, Anya no le quitaba los ojos de encima a su hijo y Aya permanecía en silencio, apoyada con la espalda contra la pared de piedra.
Sin pronunciar palabra, comenzó a caminar hacia la entrada de la cueva mientras se echaba hacia atrás su cabello negro y relativamente corto, el cual había aprendido a cortárselo al verme a mí y nunca dijo una palabra sobre ello. Siguió su camino hasta el fondo, al rincón donde dormía con Rundia, agarró su almohada, poniéndola bajo el brazo izquierdo, y regresó en silencio hacia nosotros.
En los ojos de Rin había una pizca de resignación, lo que encendía una leve chispa de esperanza en mí y en el avance del plan. Nos dio la espalda, observando hacia donde habíamos venido, y me miró por encima del hombro.
"Vas a tener un castigo muy grave, Luciano. Solo así vas a aprender a respetar a tu padre".
Decidí no responder. Solo me limité a recomponerme del suelo, sacudiendo mi ropa con las manos para quitar la tierra.
Mirella se volteó hacia mí y me sonrió ligeramente, como diciendo 'Lo hiciste bien'. Ese peque?o gesto me reconfortó más de lo que estaba dispuesto a admitir en ese momento. Ella siempre estaba ahí, siempre dando la cara por mí, incluso cuando los demás dudaban. Era mi aliada incondicional, y eso significaba más de lo que podría decir con palabras.
Voy a optar por no decirle que antes me equivoqué al confiar ciegamente en ella. No fue su culpa, sino mía.
A todo esto, Mirella por fin había logrado tener una conversación en buenos términos en el momento de tener que defender mi postura. ?Será porque es mi padre y por eso se contuvo? Pero unos segundos antes le estuvo gritoneando...
Parece que esta peque?a se?orita no es tonta e ingenua como yo pensaba. De hecho, ahora que lo pienso detenidamente, los seres mágicos podrían llegar a ser un poco más inteligentes que los humanos.
Aún me duele el cachetazo que me pegó este hombre...
"Dijiste que sabes de un lugar en el que podemos estar seguros, ?no?" Dijo Rin con cierto desdén, todavía sin voltearse.
"Sí..."
"Entonces vamos al santuario, ahí es el lugar más seguro y en el que hemos estado este último tiempo".
El que hablaba no era yo. Era Mirella. Ella se mantuvo volando en el centro de todos y tomó el mando momentáneamente. Aunque realmente no necesitaba que hiciera eso por mí. ?Habrá notado que me quedé un poco callado?
Volviendo a sus palabras, Mirella acababa de decir que íbamos a ir al santuario de Aya, pero nunca le consultó a ella para saber si le parecía bien la idea. Yo tampoco iba a hacerlo, claro.
"?Qué es un santuario?" Preguntó Anya, casi que hablando por todos los demás.
Aya rápidamente tomó la palabra. Después de todo, debía de ser su lugar más importante en el mundo.
"Es un lugar sagrado para aquellos que lo habitan y lo protegen. Los requisitos para entrar son simples en apariencia, pero profundos en significado. Deben tener respeto por la naturaleza y la magia, así como una intención pura y noble".
Espera... eso es algo que ya había oído antes; dijo lo mismo que a Mirella y a mí, cuando estábamos por entrar por primera vez. Lo dice de una manera tan convencida que pareciera que hubiese estado practicando esas frases por muchos a?os.
'Santuario' lo hacía llamar, pero realmente no se veneraba a ningún santo o cosa en especial. No sé de dónde sacó la palabra. Solo hay una pictografía del supuesto Rey Demonio, y la verdad es que eso hacía que todo esto fuera medio confuso.
Anya frunció el ce?o, caminando hasta acomodarse al lado de Rundia, que ya parecía sentirse mejor.
"?Y cómo es ese 'santuario'? Porque no me imagino nada con ese nombre..."
"Yo tampoco entiendo", murmuró Rundia, limpiándose el ojo izquierdo con un dedo.
"?Acaso ese lugar es seguro? ?Esa gente mala no podrá alcanzarnos si vivimos ahí?"
Aya, aún apoyada contra la pared, abrió los ojos lentamente como si acabara de despertarse de un letargo.
"El santuario es muy seguro, aunque no se puede describir con simples palabras. Es... un lugar que protege a quienes lo respetan. La entrada está en el final de la cueva donde va el agua del arroyo. Hay que bajar para verlo".
"Oye... Yo traté de ir una vez cuando era joven, por pura curiosidad", comentó Anya.
Mi madre la miró.
"?En serio?"
"Sí, pero esa cueva se ve tan profunda que parece que no tiene final. Y hay un momento donde la luz desaparece completamente. Nunca pude pasar de ahí".
Aya se despegó de la pared lentamente, caminando hacia las dos mujeres con una elegancia casi hipnótica.
"No pregunten más. Solo vayan y verán con sus propios ojos cómo es por dentro".
"Está... bien", respondió Anya.
La cueva, aunque familiar y reconfortante, se sentía ahora solo como un refugio temporal, cargado de tensiones y miradas que reflejaban una mezcla de cansancio, preocupación y frustración. El ambiente dentro estaba todavía cargado de la adrenalina de la huida y la tensión del conflicto recién vivido. La calma llegaba gradualmente, pero la sensación de amenaza seguía palpable.
Eso es lo que pude observar los minutos que estuve esperando fuera de la cueva. Si bien no quería perder tiempo, la situación ameritaba esperar un rato hasta calmar las aguas.
"Mirella, necesito que vayas por el bosque y te fijes si vienen los hombres pájaro".
"?Estás seguro?"
"Sí. Por favor".
"Está bien. Lo haré. Ya regreso".
"Te esperamos acá para salir", respondí mientras la veía pasar por encima de la cabeza de Rin.
Aproveché el momento para acercarme al centro de la cueva para hablar. Ahora no solo se trataba de sobrevivir, sino de establecer un nuevo camino para todos nosotros.
"Quiero decirles algo a todos, escúchenme. Hemos logrado salir de una situación muy fea, y es por eso que vamos a ir a un lugar más seguro, que es el santuario".
Mi mirada se desvió hacia Anya.
"Lo que necesito es que me digan quiénes nos seguirán, porque, como verán, mi familia está metida en un problema muy grave, y no quiero terminar involucrando a los demás. Lo que sí puedo asegurarles es que, junto a Aya y Mirella, vamos a dar lo mejor de nosotros para protegerlos".
Solo dije esas palabras para sonar más confiable, pero en realidad, en sus caras se notaba que íbamos a mantenernos como estábamos.
Por cierto, terminé de meter a Aya en nuestros problemas... Bueno, ?qué le vamos a hacer, no? Al fin y al cabo, ella quiso seguirme.
Anya fue la primera en tomar la palabra, como lo suele hacer regularmente.
"Ya estamos todos en esto, Luciano. ?Recuerdas que nos habías invitado a vivir con tu familia? Ya aceptamos, así que tenemos claro que debemos seguir con ustedes. Además, si mi hijo y yo nos quedamos en nuestra cueva, nos vamos a aburrir mucho sin ustedes, ?no es cierto?"
Ella miró a su hijo, y él vino corriendo para abrazarla.
"?Sí, mamá! Yo también quiero quedarme con ellos".
"Muy bien, hijo. Entonces ya está decidido: nos quedaremos con la familia de Rundia".
Un murmullo llegó desde la oscuridad de la cueva.
"Supongo que no tenemos otra opción que seguirlo a él..."
"?H-Hermana! No seas tan dura con Luciano, si acabas de decirme que..."
La gemela malvada le tapó la boca y se tiró sobre ella para que no terminara la frase. Eso siempre le pasa por querer ocultar sus pensamientos.
Aya observó el intercambio entre las gemelas con una leve sonrisa; su presencia segura ayudaba a calmar un poco el ambiente tenso.
"Bueno, parece que la decisión está tomada", dijo, girando su mirada hacia todos los presentes.
"Como dije, el camino hacia el santuario es siguiendo el agua en la que estuvimos antes. Avísennos cuando estén listos".
"?Y al final tú quién eres? Todavía no te has presentado", dijo Rin, todavía parado en la entrada de la cueva, aunque ahora no nos daba la espalda, sino que miraba hacia la pared en vez de a nosotros.
él ahora la miró de reojo.
"Nunca había visto a alguien como tú... ?De dónde sacaste esa ropa que llevas puesta? No quiero que pienses que no estoy agradecido por habernos ayudado, pero... parece que alguien tiene una especialidad para atraer gente que nunca habíamos visto".
Obviamente, se estaba refiriendo a mí.
Estoy seguro de que va a terminar aflojando con el tiempo y va a aceptar que lo que hago es por el bien de todos. Cuando vea las cosas que puedo hacer, se va a poner contento.
Ella se acercó a Rin, y la diferencia de altura era notoria a pesar de que mi padre estaba siendo el más alto del grupo.
"Me disculpo... Mi nombre es Aya, y mi especialidad es la magia de defensa. También soy de una especie llamada zorros místicos..."
Empezó a juguetear con el dobladillo de la manga del yukata, como si no quisiera hablar mucho del tema.
"Y sobre lo que llevo puesto de ropa, creo que lo he llevado puesto toda mi vida. No recuerdo muy bien. Solo sé que me gusta mucho".
Papá volvió a darnos la espalda.
"Está bien, llévanos a donde sea que quede ese lugar".
"Y su nombre es Rin, ?verdad? Usted es el padre de Luciano".
"Veo que has estado escuchando bien..."
Debe ser difícil para alguien que vive sola el comenzar a vivir una vida rodeada de gente nueva, pero seguro que mi presencia y la de Mirella la reconfortan para tomar valor. Somos amigos después de todo.
Ahora tocaba esperar a que Mirella nos dijera que estaba todo bien, así podíamos irnos.