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Capítulo 11 - La Compañera Reticente

  El fuego crepitaba en la oscuridad, proyectando sombras danzantes sobre los árboles que rodeaban el claro. Martín, aún con el corazón latiendo con fuerza tras el ataque del lobo gigante, observaba a la guerrera Beastman que lo había salvado. Ella, con la respiración aún agitada por el combate, se movía con una gracia salvaje mientras revisaba su lanza, asegurándose de que la punta de obsidiana no se hubiera da?ado. Un amuleto de hueso tallado con la figura de un lobo colgaba de su cuello, y Martín notó que emitía un leve brillo verdoso, como si estuviera imbuido de una energía extra?a. De pronto, una peque?a rama seca que yacía cerca de la fogata se encendió con una llama verde, sin haber entrado en contacto directo con el fuego. Althaea la observó por un instante, con una leve sonrisa en su rostro, antes de volver a concentrarse en su lanza.

  La mirada de Martín se posó en la guerrera, una mezcla de temor y fascinación lo embargaba. Ella, percibiendo su atención, se giró hacia él, sus ojos ámbar brillando en la oscuridad. Su rostro, curtido por el sol y marcado por la vida en el bosque, transmitía una fuerza que contrastaba con la fragilidad que Martín sentía en ese momento. La guerrera, que se hacía llamar Althaea, frunció el ce?o, como si intentara comprender los pensamientos del extra?o que tenía frente a ella. Sus sentidos agudizados detectaban el aroma a miedo que emanaba de Martín, pero también una curiosidad, una chispa de valentía que no esperaba encontrar en un ser tan diferente a ella. ?Qué hace este extra?o en nuestro territorio?, se preguntó, mientras sus instintos le decían que debía ser cautelosa. ?Representa una amenaza o podría ser un aliado?

  Para intentar comunicarse, Martín sacó su cuaderno de campo y comenzó a dibujar. Primero, dibujó un sol, luego una flecha apuntando hacia abajo, y finalmente, la figura de un hombre. Althaea observó con atención, sus ojos ámbar siguiendo cada trazo. Parecía entender que Martín intentaba explicar su llegada desde otro mundo.

  Althaea, a su vez, tomó el carbón y dibujó la figura de un lobo, luego una flecha apuntando hacia él, y finalmente, la silueta de una mujer con una lanza. Martín asintió, comprendiendo que ella se refería al ataque del lobo y a su propia intervención.

  Martín, con un gesto de interrogación, se?aló a Althaea y luego al bosque, como preguntando quién era ella y por qué lo había ayudado. Althaea, con un movimiento de cabeza, le indicó que la siguiera.

  El corazón de Martín latía con fuerza mientras se adentraba en el bosque tras Althaea. La incertidumbre lo carcomía. ?A dónde lo llevaba? ?Cuáles eran sus verdaderas intenciones? La guerrera Beastman se movía con una seguridad que contrastaba con la inquietud de Martín. Ella parecía conocer cada sendero, cada recoveco del bosque, mientras que él se sentía como un intruso, vulnerable y perdido. El aire se espesaba a medida que avanzaban, cargado con el aroma a tierra húmeda, musgo y el dulce perfume de flores silvestres. El canto de los pájaros se mezclaba con el zumbido de insectos, creando una melodía constante que, a veces, se veía interrumpida por el graznido de un cuervo o el crujir de ramas bajo las patas de alguna criatura invisible. El suelo, cubierto de hojas secas y ramas caídas, crujía bajo sus pies, y la humedad del bosque se sentía como un abrazo frío que lo envolvía.

  Caminaron en silencio durante un largo rato, el sonido de sus pasos sobre la hojarasca era la única melodía que rompía la quietud del bosque. Althaea se movía con la gracia de un felino, sus sentidos agudizados detectando cada sonido, cada movimiento a su alrededor. Martín, en cambio, tropezaba con las raíces y ramas, sus sentidos abrumados por la intensidad de los aromas y sonidos del bosque. La humedad se pegaba a su piel, y la oscuridad del bosque, apenas iluminada por los rayos de sol que se filtraban entre las hojas, le generaba una sensación de claustrofobia.

  De pronto, Althaea se detuvo en seco, alzando la mano para indicar a Martín que se detuviera. Su mirada se agudizó, y sus ojos ámbar se fijaron en un punto entre los árboles. Martín, con el corazón latiendo con fuerza, intentó seguir su mirada, pero no pudo distinguir nada en la penumbra. Un escalofrío recorrió su espalda al sentir la tensión en el cuerpo de Althaea. La guerrera Beastman se agachó, examinando el suelo con atención.

  Con un dedo, se?aló unas huellas casi imperceptibles para el ojo inexperto de Martín. Eran peque?as, con dedos largos y afilados, y estaban impresas sobre el musgo húmedo. Althaea frunció el ce?o, su expresión se endureció. Goblins, pensó, reconociendo las huellas de las criaturas que habían atacado su aldea semanas atrás. Un nudo de tensión se formó en su estómago. ?Estarían cerca?

  Althaea, con un movimiento rápido, se agachó y tomó un pu?ado de tierra cerca de las huellas, llevándolo a su nariz. Inhaló profundamente, sus fosas nasales dilatándose mientras analizaba el aroma. Una mueca de disgusto se dibujó en su rostro, y su expresión se endureció. El olor a humedad y podredumbre, mezclado con un ligero aroma a azufre, le confirmó sus sospechas. No solo eran goblins, sino que eran muchos, y se acercaban rápidamente.

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  Se?aló las huellas con la lanza, luego hizo un gesto con la mano que imitaba el movimiento de un grupo de personas, y finalmente, apuntó con la lanza hacia el norte, en la dirección que habían estado siguiendo. Martín comprendió el mensaje: un grupo de goblins se dirigía hacia el norte, hacia su destino. Un escalofrío recorrió su espalda al comprender la situación. Recordaba con claridad su encuentro con un goblin en el bosque, la ferocidad en sus ojos rojos y el dolor de la herida que le había infligido. ?Estarían cerca?, se preguntó, con un nudo en la garganta.

  Althaea, con un gesto decidido, le indicó a Martín que la siguiera. Se movió con rapidez, agachándose para evitar ser vista, y utilizando los árboles como cobertura. Martín la seguía de cerca, intentando imitar sus movimientos, pero sintiendo que su torpeza lo delataba.

  Avanzaron durante varios minutos, hasta que Althaea se detuvo de nuevo, ocultándose tras un árbol gigantesco. Se?aló con la lanza hacia un claro del bosque, donde Martín pudo distinguir un grupo de goblins reunidos alrededor de una fogata. Eran cinco en total, peque?os pero musculosos, con piel verdosa y ojos rojos que brillaban en la oscuridad. Llevaban toscas lanzas y cuchillos de piedra, y sus expresiones eran una mezcla de crueldad y astucia.

  Althaea, con un movimiento de cabeza, le indicó a Martín que se quedara donde estaba, mientras ella se preparaba para atacar. Martín, con el corazón latiendo con fuerza, observó cómo Althaea se movía con sigilo, acercándose a los goblins sin ser detectada. Martín, recordando las ense?anzas de Talia sobre el combate, desenvainó el cuchillo que Bronn le había dado y buscó una posición estratégica entre los árboles, desde donde pudiera observar la situación y ofrecer apoyo si era necesario.

  Althaea, con la velocidad de un rayo, saltó desde su escondite, lanzando un grito de guerra que resonó en el bosque. Su lanza, con la punta de obsidiana brillando bajo la luz de la luna, atravesó el aire y se clavó en el pecho de uno de los goblins, quien cayó al suelo sin vida. Un chorro de sangre oscura manchó la tierra, y el olor metálico se extendió por el aire.

  Los otros goblins, sorprendidos por el ataque, reaccionaron con furia. Dos de ellos se lanzaron hacia Althaea, blandiendo sus lanzas con ferocidad. Althaea, con una agilidad sorprendente, esquivó sus ataques, girando su cuerpo con la fluidez de un bailarín. Su lanza, como una serpiente de luz, se movía con una velocidad que deslumbraba a los goblins, golpeándolos en puntos vitales y haciéndolos retroceder. El sonido del metal contra la madera resonaba en el claro, acompa?ado por los gru?idos de los goblins y los gritos de dolor de los heridos.

  Los otros dos goblins, viendo que sus compa?eros no podían vencer a la guerrera Beastman, decidieron atacar a Martín, quien observaba la batalla con una mezcla de terror y fascinación. Martín, al verlos acercarse, desenvainó el cuchillo que Bronn le había dado y se preparó para defenderse. Recordando las ense?anzas de Talia, intentó esquivar el ataque del primer goblin, pero la ferocidad de la criatura lo superó. La lanza del goblin rozó su brazo, causándole un corte superficial, pero Martín logró bloquear el segundo ataque con su cuchillo. Sin embargo, los otros dos goblins se acercaban rápidamente, y Martín se dio cuenta de que no podría enfrentarse a los tres al mismo tiempo.

  Althaea, con un rugido, se abalanzó sobre los goblins restantes. Su lanza, imbuida con una energía verde, se movía con una velocidad brutal, golpeando a los goblins con precisión. Uno de ellos intentó bloquear la lanza con su cuchillo, pero la fuerza del impacto lo desarmó, y la lanza de Althaea se clavó en su hombro. El otro goblin, aterrorizado, intentó huir, pero Althaea lo interceptó, derribándolo con un golpe en la cabeza. Los goblins yacían inertes en el suelo, rodeados por un halo verde.

  Althaea, con la respiración agitada, se giró hacia Martín, quien la observaba con una mezcla de asombro y gratitud. La guerrera Beastman, con un gesto inquisitivo, se?aló la herida en el brazo de Martín y luego a su amuleto, como preguntando si entendía la naturaleza de su poder. Martín, asintiendo lentamente, intentó imitar el gesto de Althaea, se?alando la herida y luego el amuleto, para mostrar que comprendía la conexión entre ambos. Althaea sonrió levemente, satisfecha por la rápida comprensión del humano, y luego se?aló hacia el norte, indicando que debían seguir adelante. Martín, con un gesto de agradecimiento, se acercó a Althaea y le ofreció la cantimplora con agua que Talia le había dado. Althaea aceptó la ofrenda con un gesto de cabeza, bebiendo un poco de agua antes de devolverle la cantimplora. La miró a los ojos, y por primera vez, vio más allá de su apariencia salvaje. Vio la fuerza, la valentía y la compasión que se escondían tras su mirada felina.

  Continuaron su camino hacia el norte, el silencio entre ellos ya no era incómodo, sino una se?al de la confianza que se había forjado entre el humano perdido y la guerrera Beastman que lo guiaba a través del bosque, a pesar del dolor que la acompa?aba

  Ahora comparten camino… pero no destino.

  La bestia en el bosque no era la más peligrosa. Lo que viene no ruge: susurra desde debajo de la corteza.

  Incluso a uno mismo.

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