Althaea caminaba unos pasos por delante del humano, manteniendo una distancia prudente que le permitía observarlo sin ser demasiado obvia. él se movía con torpeza, tropezando con raíces y ramas, con la mirada perdida en el mapa que ella le había dibujado. Un sentimiento de compasión la invadió. Este humano es débil, pensó. No está hecho para la vida en el bosque.
Recordó la noche anterior, cómo él había intentado comunicarse con dibujos, aceptando su ayuda sin cuestionarla. Quizás pueda confiar en él... quizás sea diferente. Pero la imagen de su aldea, arrasada por el fuego de humanos codiciosos, cruzó su mente como una cuchillada. Su mano se tensó instintivamente sobre el mango de su lanza. Los ojos ámbar se oscurecieron, y un gru?ido bajo escapó de sus labios. Sus músculos se endurecieron. Por un instante, deseó huir de él, de su olor, de su especie.
?Podía este humano ser distinto a los que destruyeron su hogar? ?O era solo una fachada para ganarse su confianza antes de traicionarla?
Un escalofrío le recorrió la espalda al recordar el olor a carne quemada, los gritos, la visión de su hermano peque?o cayendo bajo una espada humana. Cerró los ojos con fuerza. El dolor persistía.
El humano, ajeno a su tormento, tropezó con una raíz y casi cayó. Althaea contuvo un gru?ido. Una presa fácil para cualquier depredador del bosque.
Un cambio en el viento trajo el aroma a pino y tierra húmeda: el territorio de su clan. Althaea respiró hondo. Debía enfocarse en la misión. Su clan la necesitaba. No podía dejar que sus miedos y rencores la distrajeran. Levantó la vista. Las nubes se tornaban grises y un trueno lejano resonó. Se avecina una tormenta, pensó, acelerando el paso.
Horas después, el bosque se volvía más denso. La luz del sol apenas penetraba el follaje. El aire estaba cargado con humedad, musgo y flores silvestres. Los sonidos del bosque —cantos de aves, zumbidos, crujidos lejanos— creaban una sinfonía salvaje. Martín, fascinado, intentaba identificar cada sonido. El susurro del viento entre las hojas le parecía un idioma que no comprendía.
Althaea se detuvo de golpe y olfateó el aire. Un olor sutil, casi imperceptible para el humano, le crispó el estómago. Goblins. Humedad, podredumbre y un rastro de azufre confirmaban su sospecha.
Martín, absorto en el mapa, no notó el cambio. Althaea se interpuso en su camino, su lanza apuntando al suelo. él alzó la vista, nervioso, y esbozó una sonrisa al verla. Ella no respondió. Su mirada se posó en el disco de metal en las manos de Martín; gru?ó. Martín lo guardó con rapidez, en un gesto de no-hostilidad.
Tras unos segundos, Althaea alzó la mano en un gesto ritual: mostró la palma, luego la cerró y la llevó al pecho. Martín, sin comprender del todo, inclinó la cabeza e imitó lo que había visto en Talia. Ella asintió. Tal vez lo aceptaba. Tal vez no.
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Continuaron en silencio. Martín, consciente de sus pasos, intentaba evitar nuevos tropiezos. Sacó el disco de metal. Desde hacía días, había notado cómo reaccionaba ante fuentes de maná: vibraba levemente, y los destellos en su superficie se intensificaban. Esta vez, la vibración se volvió más intensa. Un escalofrío le recorrió la espalda. Un zumbido agudo le taladró los oídos. Algo no anda bien.
Con el rostro pálido, le mostró el disco a Althaea. Ella, al ver su expresión, olfateó el aire otra vez. El olor a goblins era más fuerte. Más cerca.
Con un gesto, le indicó que la siguiera. Se agacharon y avanzaron sigilosamente hasta un claro menos denso. Althaea se?aló entre los árboles: cuatro goblins. Dos con lanzas y escudos, uno más peque?o, con túnica de pieles y un bastón de madera nudosa. Un chamán.
El bastón se iluminó con un resplandor verde enfermizo. El disco vibró con violencia. Martín sintió un dolor agudo en la cabeza. Imágenes fugaces cruzaron su mente: líneas de código verde, como si la magia fuera una red digital conectando a los goblins.
Martín se?aló al chamán, luego a los otros. Dibujó en la tierra. El chamán estaba potenciando a su grupo. Althaea lo observó. No entendía sus palabras, pero comprendía su intención. Asintió. Una chispa de respeto cruzó su mirada. Quizás este humano no sea tan inútil... Puede ser útil.
Con un movimiento ágil, Althaea desenvainó su lanza. Martín se preparó también, cuchillo en mano. Ella lanzó su grito de guerra.
La lanza, imbuida por los espíritus del bosque, se movía con furia letal. El chamán intentó conjurar, pero Althaea fue más rápida. Lo derribó, partiendo su bastón y cortando el flujo mágico.
Un goblin se lanzó sobre ella con un rugido. Althaea esquivó y contraatacó, derribándolo. El segundo, con escudo, intentó bloquearla, pero la fuerza del golpe lo hizo retroceder. Martín aprovechó. Corrió hacia él, y le cortó el brazo. El goblin gritó, retrocediendo.
Con un último giro, Althaea abatió al último enemigo. Silencio. Solo el jadeo de la guerrera y el tambor del corazón de Martín.
Althaea se apoyó en su lanza, sangrando. Su rostro era una máscara de dolor. Martín se acercó, preocupado. Se?aló su herida, luego a sí mismo, haciendo el gesto de curación que había aprendido de Talia. Althaea retrocedió, tensa. “No”, gru?ó en su lengua, negando con la cabeza. ?Cómo puede este humano pensar que esas hierbas pueden curarme? pensó. Los humanos solo traen destrucción.
Martín insistió. Frotó una planta en su piel, demostrándole que no era venenosa. Luego la machacó hasta formar una pasta. La ofreció. Althaea dudó. La observó. Olió su aroma. Finalmente, bajó la lanza.
Martín aplicó la pasta. Ella contuvo un gru?ido, pero pronto sintió frescor. La hemorragia se detuvo. El dolor menguó. Lo observó, incrédula. Estas hierbas… funcionan. Este humano… me ha curado.
Relajada, le ofreció un trozo de carne seca. Martín lo aceptó. Compartieron el alimento en silencio, al abrigo de una fogata.
Un trueno resonó. La lluvia comenzó a caer. Althaea le hizo un gesto. Juntos construyeron un refugio de ramas y hojas. El viento helado rugía afuera, pero dentro se sentían seguros. El fuego crepitaba. Y el silencio entre ellos ya no era incómodo. Era confianza. Un lazo frágil, nacido del peligro y la supervivencia.
Esta vez, Martín no salvó el día. Solo lo aguantó. Pero Althaea empieza a verlo distinto.
Tal vez no como un igual. Pero como alguien que puede sobrevivir a su lado.