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Capítulo 7 - Cuando el Código Ve Sangre

  Martín, aún conmocionado por la experiencia, asintió en silencio. Observó el nuevo símbolo en el disco, que ahora emitía un brillo tenue y constante. El disco, caliente al tacto, parecía latir al ritmo de su corazón. Un escalofrío recorrió su espalda al sentir la energía que emanaba del objeto. Esa noche, mientras los demás dormían, Martín se sentó junto al fuego, con el disco en la mano. Intentó dibujar el nuevo símbolo en su cuaderno, pero la punta del lápiz se negaba a cooperar. Era como si una fuerza invisible lo repeliera, impidiéndole plasmar la imagen en el papel. El disco vibraba con mayor intensidad, y Martín sentía un calor que le quemaba la palma de la mano. Cerró los ojos, intentando concentrarse, y una serie de imágenes fugaces inundaron su mente: destellos de luz, sombras que se movían con rapidez, susurros en un idioma gutural que no comprendía. Al abrir los ojos, la habitación parecía vibrar con una energía extra?a, y el disco emitía un resplandor azulado que se reflejaba en sus pupilas dilatadas.

  "Necesito saber más sobre este símbolo", pensó, con una determinación renovada, luchando contra el temor que comenzaba a invadirlo. "Quizás Talia pueda ayudarme a descifrarlo."

  La inquietud no lo dejaba dormir. La advertencia del chamán resonaba en su mente, y la visión del código mágico, ahora más clara que nunca, le mostraba la complejidad del sistema que había alterado. Se levantó de la cama y salió de la caba?a, buscando la tranquilidad bajo el cielo estrellado. La noche era fresca, y el aroma a tierra mojada y a bosque lo envolvía, una sensación que le resultaba a la vez reconfortante y extra?a.

  Mientras observaba las estrellas, tan diferentes a las de su mundo, Martín notó que Talia se acercaba a él. Ella le sonrió con calidez, un gesto que le transmitía tranquilidad a pesar de la barrera del idioma. Se sentaron juntos en un tronco de árbol, y Talia, se?alando el cielo y luego a Martín, intentó preguntarle sobre su hogar, sobre las estrellas que él conocía.

  Martín, conmovido por su interés, tomó su cuaderno y comenzó a dibujar. Dibujó la Tierra, la Luna, el Sol, las constelaciones que recordaba. Talia observaba con atención, con una mezcla de fascinación y tristeza en sus ojos ámbar.

  Talia asintió, se?alando los dibujos y luego el cielo. "Diferente", dijo, con una leve sonrisa. "Bonito".

  Martín asintió, con una sonrisa melancólica. A pesar de las diferencias, la belleza del cielo nocturno era un lenguaje universal que los conectaba.

  Un cambio repentino en el viento trajo consigo un sonido distante, un crujido de ramas y un gru?ido bajo que heló la sangre de Martín. Talia se puso de pie de inmediato, con la mano en la empu?adura de su cuchillo. Su expresión serena se transformó en una máscara de alerta, y sus ojos ámbar brillaron con una intensidad felina.

  "Goblins", dijo con voz tensa, se?alando hacia el bosque. Un gru?ido bajo escapó de sus labios.

  Martín, aunque no entendía la palabra, comprendió el peligro por el tono de su voz y la expresión de su rostro. El disco de metal en su bolsillo comenzó a vibrar, emitiendo un tenue resplandor azulado.

  Talia, con un gesto rápido, le indicó que la siguiera. Corrieron hacia la aldea, con el corazón latiendo con fuerza en sus pechos. Al llegar a la plaza central, vieron a un grupo de aldeanos reunidos alrededor de Gorak, el cazador más experimentado del pueblo. Gorak, con el rostro marcado por una profunda cicatriz que le cruzaba la mejilla izquierda, hablaba con vehemencia, se?alando hacia el bosque con un hacha en la mano. La cicatriz, según le había contado Talia, era la marca de un ataque goblin que había arrasado su aldea a?os atrás. Había perdido a su familia, su hogar, todo lo que amaba. Desde ese día, Gorak se había vuelto el protector de Oakhaven, un guerrero curtido por el dolor y la desconfianza, especialmente hacia los forasteros.

  Talia se unió al grupo, su rostro reflejando la gravedad de la situación. Martín, sintiéndose aún más fuera de lugar, se quedó en la periferia, observando la escena con atención. La tensión en el aire era palpable, y los aldeanos murmuraban entre ellos con preocupación. Podía ver el miedo en los ojos de algunos, la rabia contenida en los pu?os de otros.

  "Goblins", repitió Talia, con la voz llena de urgencia. Se?aló al bosque con un gesto amenazante. "Ataque".

  Martín, aunque no entendía las palabras, comprendió el mensaje. Los goblins, esas criaturas peque?as y feroces que había visto en los dibujos de Talia, estaban atacando la aldea.

  Gorak, con un gru?ido, se giró hacia Martín. Su mirada era fría y desconfiada. Se?aló a Martín y luego al bosque, con un gesto que no dejaba lugar a dudas.

  Martín, aunque herido por el rechazo, comprendió la desconfianza de Gorak. él era un extra?o, un forastero que no hablaba su idioma ni compartía sus costumbres. Pero la imagen de Elara y Kaelen, jugando despreocupadamente en la plaza, lo llenó de una determinación inesperada. No podía abandonarlos, no podía dejar que esas criaturas amenazaran la comunidad que lo había acogido.

  Se?aló a sí mismo, luego a los aldeanos, y finalmente al bosque, intentando transmitir su deseo de ayudar. Gorak, con un gesto de impaciencia, negó con la cabeza.

  Gorak, con un gru?ido, se?aló a los goblins que se acercaban. "Peligro", dijo con voz áspera. Imitó el ataque de una bestia salvaje, y luego hizo un gesto cortante en su cuello, indicando muerte.

  Talia intervino, con la voz firme. Se?aló a Martín, luego al cielo, y finalmente a ella misma, con un gesto de confianza.

  Gorak la miró con incredulidad. Sacudió la cabeza, se?alando a Martín con desdén. "Forastero", gru?ó. "No lucha".

  "Aprender", respondió Talia, con la mirada fija en Gorak. Se?aló a Martín, luego a los ni?os que jugaban en la plaza, y finalmente al bosque, con un gesto que transmitía la necesidad de protección.

  Gorak, tras un momento de silencio, asintió con la cabeza a rega?adientes. Se?aló a Martín, luego al bosque, y finalmente hizo un gesto de advertencia con el dedo.

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  Talia le sonrió a Martín, con una mezcla de gratitud y determinación en sus ojos ámbar. "Ven", le dijo, tomándolo del brazo y guiándolo hacia las armas.

  Los aldeanos se organizaron rápidamente para la defensa. Los hombres, liderados por Gorak, prepararon sus arcos y lanzas, mientras que las mujeres y los ni?os se refugiaban en las caba?as más seguras. Talia, con la ayuda de Bronn, le ense?ó a Martín los movimientos básicos de combate con un hacha de mano.

  "Bloquea", decía Talia, mostrando la forma correcta de detener un golpe. "Ataca", a?adía, con un movimiento rápido y preciso.

  Martín, con su mente analítica, intentaba comprender la lógica de los movimientos, la forma en que el cuerpo se movía para generar fuerza y equilibrio.

  Mientras practicaba, Martín notaba que la visión del código mágico se intensificaba. Veía líneas de código brillante alrededor de Talia y Bronn, representando sus movimientos, su fuerza, su energía. Era como si la magia del combate se tradujera en un lenguaje que él podía comprender.

  "Bloqueo", pensó, visualizando el código que representaba la defensa. "Ataque", a?adió, viendo cómo el código se modificaba para generar un movimiento ofensivo.

  La espera fue tensa. El sonido del bosque, antes tranquilo y familiar, ahora estaba lleno de crujidos y susurros inquietantes. Martín, con el hacha en la mano, sentía el miedo recorrer su cuerpo, pero la determinación de proteger a la comunidad que lo había acogido era más fuerte.

  De pronto, un grupo de goblins emergió de entre los árboles. Eran peque?os, de piel verdosa y ojos brillantes, armados con espadas oxidadas y lanzas improvisadas. Sus ojos brillaban con una sed de sangre aterradora, y sus chillidos agudos helaban la sangre. Algunos llevaban arcos rudimentarios, disparando flechas con puntas de hueso envenenadas. Gorak, con un grito de guerra, lideró el ataque, lanzando su hacha contra el primer goblin que se acercó.

  La batalla se desató con una furia salvaje. Los goblins, peque?os pero ágiles, se abalanzaron sobre los aldeanos con una ferocidad brutal. Sus espadas oxidadas dejaban cortes profundos en la carne, y sus lanzas, aunque toscamente fabricadas, eran letales en sus manos deformes. Los aldeanos, con el coraje de quienes defienden su hogar, respondían con determinación. Sus hachas y lanzas se movían con una fuerza nacida de la necesidad, bloqueando golpes y contraatacando con una precisión que sorprendió a Martín.

  Martín, al principio, se sintió abrumado por el caos. El sonido de los gritos, el choque del metal contra el metal, el olor a sangre y sudor lo aturdían. Pero la visión del código mágico le dio una ventaja inesperada. Veía líneas de código brillante alrededor de los goblins, representando sus movimientos, sus ataques, sus debilidades. Podía anticipar sus movimientos, identificar los puntos débiles en sus defensas, y guiar a los aldeanos hacia estrategias más efectivas.

  "?Flanco!", gritó Martín, se?alando el lado izquierdo de un goblin que se preparaba para atacar a Bronn por la espalda. Bronn, guiado por la advertencia de Martín, giró en el último momento, esquivando la lanza del goblin por poco. Con un rugido de furia, contraatacó con un golpe certero que partió el escudo del goblin en dos.

  "?Trampa!", advirtió Martín, se?alando un agujero oculto entre las raíces de un árbol, que había detectado gracias a su visión del código mágico. Unas líneas de código parpadeantes le indicaban la presencia de un mecanismo de presión, listo para activarse. Un aldeano, siguiendo la advertencia de Martín, saltó hacia atrás justo a tiempo, evitando caer en la trampa. Con un movimiento rápido, disparó una flecha que atravesó la garganta de un goblin que se escondía en la oscuridad, listo para atacar por sorpresa.

  Martín, a pesar de no poder comunicarse con palabras, se había convertido en un estratega clave en la batalla. Su visión del código mágico le permitía ver más allá del caos, identificar patrones y guiar a los aldeanos hacia la victoria. Observó cómo un grupo de goblins se preparaba para flanquear a los defensores, aprovechando la distracción de la trampa.

  "?Rodeando!", gritó, se?alando con urgencia hacia el grupo de goblins que se movía sigilosamente entre los árboles. Gorak, con la experiencia de un guerrero curtido en mil batallas, comprendió la advertencia de Martín. Con un grito, dirigió a un grupo de aldeanos hacia la posición de los goblins, interceptándolos antes de que pudieran completar su maniobra.

  La batalla se prolongó durante lo que pareció una eternidad, con ambos bandos luchando con ferocidad. Los aldeanos, agotados pero decididos, defendían su hogar con u?as y dientes. Martín, guiándolos con su visión del código mágico, se convirtió en un activo invaluable, anticipando ataques, identificando trampas y coordinando estrategias.

  Finalmente, con un último grito de guerra, los goblins fueron derrotados. Los pocos que quedaban con vida huyeron hacia la oscuridad del bosque, dejando atrás a sus compa?eros caídos. Los aldeanos, con el cuerpo dolorido y la respiración agitada, celebraron su triunfo con una mezcla de alegría y tristeza. La victoria había tenido un costo. Dos aldeanos, uno de ellos un joven aprendiz de herrero, yacían sin vida en el campo de batalla, con una flecha clavada en el pecho y un corte profundo en la garganta. Varios más estaban heridos, algunos con graves quemaduras por el veneno de las flechas goblin, otros con huesos rotos por los golpes de las mazas. Talia, con lágrimas en los ojos, se arrodilló junto al cuerpo del joven herrero, un chico que había visto crecer desde que era un ni?o. Bronn, con el rostro sombrío, la abrazó con fuerza, intentando consolarla.

  Esa noche, mientras los aldeanos se reunían alrededor de una hoguera para honrar a los caídos y curar a los heridos, Martín se sentó junto a Talia y Bronn, con Elara y Kaelen aferrados a sus piernas. Elara, con los ojos llenos de lágrimas, le entregó a Martín una peque?a flor silvestre que había recogido, un gesto de agradecimiento por haber ayudado a proteger su hogar. Kaelen, con la inocencia de un ni?o, no comprendía del todo la gravedad de la situación, pero se acurrucó junto a Martín, buscando consuelo en su presencia. La tristeza por las pérdidas era palpable, pero también había un sentimiento de gratitud hacia Martín, quien había contribuido a la victoria. Gorak, con un gesto solemne, le ofreció a Martín un trago de su propia bebida, un licor fuerte y amargo que los aldeanos bebían en ocasiones especiales. Martín, aunque no le gustaba el sabor, aceptó la bebida como un símbolo de respeto y camaradería.

  Mientras observaba las llamas danzar en la hoguera, Martín sintió una profunda gratitud hacia Talia y su familia. Le habían dado un hogar, una familia, un propósito en ese nuevo mundo. Y aunque la nostalgia por su hogar lo seguía atormentando, ahora tenía una razón para luchar, una razón para seguir adelante: proteger a este nuevo hogar, a esta nueva familia.

  Sin embargo, la batalla había dejado una profunda huella en Martín. Había visto la violencia, la crueldad, la fragilidad de la vida. La visión del código mágico durante el combate le había mostrado la oscuridad que se escondía tras la magia, el potencial para la destrucción que existía en ese mundo. La muerte de los aldeanos, la sangre derramada, los gritos de dolor... todo le recordaba el costo de la batalla, el precio de la supervivencia.

  "Necesito aprender a controlar este poder", pensó, con una mezcla de determinación y temor. "No solo para regresar a casa, sino para proteger a este nuevo hogar, a esta nueva familia. Para asegurarme de que nadie más tenga que morir."

  Al final del banquete, mientras los aldeanos se retiraban a sus caba?as, Gorak se acercó a Martín. Su rostro, normalmente duro e impenetrable, mostraba una mezcla de respeto y gratitud. Le tendió una cantimplora llena de un líquido oscuro y aromático. "Buen trabajo, forastero", dijo con un gru?ido, pero en sus ojos brillaba un atisbo de aceptación. "Oakhaven te agradece."

  La primera batalla siempre deja marcas. Algunas se ven… otras se arrastran en silencio.

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