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Capítulo 8 - Cuando el Hogar No Es Suficiente

  Tras la batalla con los goblins, la vida en Oakhaven había adquirido un nuevo significado para Martín. Las semanas se convirtieron en meses. La vida en el pueblo, con su ritmo tranquilo y su conexión con la naturaleza, había calmado la ansiedad inicial de Martín. Había encontrado un hogar, una familia adoptiva en Talia, Bronn, Elara y Kaelen. Aprendía su idioma, sus costumbres, sus rituales. Incluso Gorak, el cazador curtido por el dolor, había comenzado a aceptarlo, compartiendo con él un trago de su licor amargo en se?al de respeto.

  Incluso había comenzado a so?ar en su lengua, una mezcla de sonidos guturales y melodías que le resultaban extra?amente familiares. En esos sue?os, se veía corriendo por el bosque, hablando con fluidez, riendo con Talia y Bronn, sintiendo una pertenencia que lo llenaba de paz. Pero al despertar, la realidad lo golpeaba con la fuerza de un trueno. La barrera del idioma seguía allí, un muro invisible que lo separaba de la comunidad que lo había acogido.

  La nostalgia por su hogar, por su familia, por su mundo, se intensificaba en los momentos de quietud. Observaba las estrellas, tan diferentes en ese cielo extra?o, y se preguntaba si alguna vez volvería a ver las constelaciones que le eran familiares. En las noches estrelladas, Martín sacaba el disco de metal, el que había encontrado en las ruinas, y lo observaba con atención. El disco, que ahora emitía un tenue brillo constante, parecía vibrar con una energía sutil, como si estuviera conectado a algo más allá de su comprensión. Una noche, mientras el fuego crepitaba en la chimenea y los demás dormían, Martín se sentó a la mesa, con su cuaderno de campo abierto ante él. Bajo la tenue luz de una lámpara de aceite, repasaba sus anotaciones, los dibujos de los rituales, las palabras que había aprendido, los símbolos que aún no lograba descifrar. Un mapa de su viaje interior, un registro de su lucha por comprender ese nuevo mundo, por encontrar un lugar en él. Pero a pesar de los meses que había pasado en Oakhaven, a pesar de la calidez del hogar de Talia y Bronn, a pesar de la alegría que le brindaban Elara y Kaelen, una parte de él seguía sintiendo que no pertenecía a ese lugar. La nostalgia por su hogar, por su familia, por su mundo, se intensificaba en los momentos de quietud, como una herida que se negaba a cicatrizar. Los sue?os que tenía por las noches, vívidos y llenos de recuerdos de su vida pasada, solo aumentaban esa sensación de desarraigo. En esos sue?os, se veía rodeado de su familia, hablando con sus amigos, riendo en su idioma, sintiendo una pertenencia que al despertar se convertía en una punzada de dolor en el pecho.

  "Magia", escribió en su cuaderno, con la caligrafía temblorosa por la emoción. "Un lenguaje. Un código. Un sistema."

  La idea lo fascinaba. La magia, que al principio le había parecido un misterio incomprensible, ahora se revelaba ante él como un sistema complejo, con reglas, patrones y posibilidades. Y él, con su mente analítica, con su experiencia en programación, sentía que podía comprenderla, dominarla, incluso modificarla. Veía las runas, los símbolos, los gestos de los rituales, como líneas de código, como instrucciones que activaban la energía del mundo.

  Pero para eso, necesitaba más conocimiento. Necesitaba sumergirse en la magia, desentra?ar sus secretos, ir más allá de los rituales tradicionales de Oakhaven. El pueblo, con su magia tradicional y sus rituales ancestrales, era solo una peque?a ventana a un mundo vasto y desconocido. Martín sentía una sed insaciable de aprender, de explorar, de descubrir. Sabía que en algún lugar, en alguna biblioteca antigua, en algún templo olvidado, debía haber más información sobre la magia, sobre el código que la activaba, sobre la forma de utilizarla para regresar a casa. Esa noche, mientras observaba el disco, Martín sintió una conexión más profunda con el objeto. Era como si el disco le estuviera hablando, susurrándole secretos en un lenguaje que aún no podía comprender del todo. Cerró los ojos, concentrándose en la energía del disco, y una visión lo asaltó con la fuerza de un trueno. Se encontró en una ciudad antigua, con torres que se alzaban hacia el cielo, rozando las nubes. Un viento cálido y seco acariciaba su rostro, trayendo consigo el aroma a especias exóticas y a piedra calentada por el sol. Escuchaba el murmullo de una multitud, voces que hablaban en un idioma que no comprendía, pero que le resultaba extra?amente familiar, como un eco de un recuerdo olvidado. En el centro de la ciudad, un gran templo de piedra blanca brillaba con una luz dorada, como si estuviera hecho de fuego solidificado. Y en lo alto del templo, un símbolo similar al que había visto en el disco, pero mucho más grande, emitía una energía que lo llamaba, que lo invitaba a acercarse. La energía vibraba en su pecho, resonando con el disco que aún sostenía en su mano. La visión se desvaneció tan rápido como había llegado, dejándolo con una sensación de vacío y una necesidad imperiosa de encontrar esa ciudad, de llegar a ese templo. Esa noche, Martín no pudo conciliar el sue?o. La visión del templo lo atormentaba, y la nostalgia por su hogar se intensificaba con cada latido de su corazón. Sabía que debía partir, que su destino lo llamaba desde un lugar lejano.

  Al día siguiente, mientras el sol se alzaba sobre el horizonte, Martín buscó a Talia. La encontró junto al arroyo, ense?ándole a Elara a pescar con una red tejida con fibras vegetales. Kaelen, sentado a su lado, jugaba con piedras de colores que había encontrado en la orilla. La escena, tan familiar y llena de paz, le llenó de una melancolía profunda. La felicidad de Talia, la inocencia de Elara y Kaelen, le recordaban todo lo que había dejado atrás, todo lo que anhelaba recuperar. Pero la visión del templo, del símbolo que lo llamaba, se había convertido en una obsesión. Tenía que encontrar esa ciudad, tenía que llegar a ese templo. Era su única esperanza de comprender el poder del disco, de desentra?ar los secretos de la magia, de encontrar un camino de regreso a casa.

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  Martín se acercó a Talia, con el corazón latiendo con fuerza en su pecho. Se?aló a sí mismo, luego al horizonte, y finalmente al cielo, intentando explicar su decisión de partir. Las palabras que no podía pronunciar se agolpaban en su mente, un torrente de emociones que no lograba expresar.

  Talia lo observó con atención, sus ojos ámbar reflejando una mezcla de comprensión y tristeza. Asintió con la cabeza, como si hubiera estado esperando ese momento. Luego, se?aló a sí misma, a Bronn y a Kaelen, y negó con la cabeza, con un gesto que transmitía la imposibilidad de acompa?arlo. En su mirada, Martín vio la lucha interna de Talia, su deseo de aventura chocando con su responsabilidad como madre y esposa.

  "Sí...", dijo Martín, con la voz ronca por la emoción. Se?aló el disco, luego al horizonte, y finalmente a su propia cabeza. "Debo... ir. Entender."

  Talia, con un suspiro, asintió de nuevo. Tomó la mano de Martín y la apretó con fuerza, transmitiéndole su apoyo a pesar de la tristeza que la embargaba. Luego, se?aló el disco de metal que Martín llevaba en el bolsillo, y con un gesto de advertencia, le indicó que debía tener cuidado, que el poder que buscaba podía ser peligroso.

  Martín, conmovido por su preocupación, le aseguró que tendría cuidado, que no se arriesgaría innecesariamente. Le dolía separarse de ella, de la única persona que había logrado comprenderlo a pesar de la barrera del idioma. Pero sabía que debía seguir su camino, que su destino lo llamaba desde un lugar lejano.

  "Talia...", intentó decir, pero las palabras se le atascaron en la garganta. Se arrodilló frente a Elara y Kaelen, tomando sus manos entre las suyas. Les regaló las figuras de madera que había tallado durante las noches, un lobo para Kaelen y un pájaro para Elara. Los ni?os, con los ojos brillantes, aceptaron los regalos con alegría. En sus sonrisas, Martín vio un reflejo de la inocencia, de la esperanza, de la belleza de ese nuevo mundo. Un mundo que debía dejar atrás, al menos por ahora. "Volveré", les prometió en un susurro, aunque sabía que ellos no lo entendían. "Volveré y les contaré historias de las estrellas de mi mundo."

  Talia, conmovida por el gesto de Martín, le entregó una peque?a bolsa de cuero. En su interior, había provisiones para el viaje: pan recién horneado, carne seca, frutas y un peque?o frasco con una infusión de hierbas medicinales. "Para el camino", le dijo, con una voz suave que transmitía una mezcla de tristeza y determinación. "Que los espíritus del bosque te guíen, Martín", a?adió, con un nudo en la garganta. "Y que encuentres lo que buscas."

  Martín aceptó la bolsa con gratitud, sintiendo un nudo en la garganta. Se puso de pie, abrazó a Talia con fuerza, sintiendo el aroma a bosque y a tierra húmeda que emanaba de su piel. "Gracias, Talia", susurró, con la voz cargada de emoción. "Gracias por todo." Luego abrazó a Bronn, quien le dio una palmada en la espalda con una sonrisa de aliento. En ese abrazo, Martín sintió la fuerza de la comunidad, la calidez de la amistad, la esperanza de un futuro mejor. Un futuro que, por ahora, lo llevaría lejos de ellos.

  Se despidió de Elara y Kaelen con un gesto de la mano, prometiendo volver a verlos algún día. Los ni?os, con lágrimas en los ojos, lo despidieron con una mezcla de tristeza y esperanza. La imagen de sus rostros se grabó en su memoria, un recordatorio de la inocencia que debía proteger, de la bondad que aún existía en el mundo. Un mundo que, por ahora, lo llevaría lejos de ellos.

  Martín se giró, con la mirada fija en el horizonte. El camino se extendía ante él, un sendero que se perdía entre los árboles, un símbolo de la incertidumbre que lo esperaba. Pero a pesar del miedo, sentía una determinación inquebrantable. Sabía que el camino sería largo, que los peligros serían muchos, que la soledad lo acompa?aría en gran parte del viaje. Pero también sabía que no estaba solo, que llevaba consigo el recuerdo de la amistad, la fuerza del conocimiento y la esperanza de un futuro mejor. Mientras caminaba, Martín sacó el disco de metal de su bolsillo. Lo observó con atención, buscando una pista, una se?al que lo guiara hacia la ciudad de su visión. De pronto, notó que uno de los símbolos grabados en el disco brillaba con más intensidad que los demás. Era un símbolo que no había visto antes, una runa que parecía vibrar con una energía propia. Martín cerró los ojos, concentrándose en la runa, y una nueva visión lo asaltó. Vio un mapa antiguo, con monta?as, ríos y bosques dibujados con trazos delicados. Y en el centro del mapa, un punto marcado con la misma runa que brillaba en el disco.

  Martín sonrió. Tenía un destino, una dirección.

  Había aprendido mucho en el pueblo, había encontrado amigos, había descubierto un nuevo tipo de magia. Pero su viaje no había terminado. Debía seguir adelante, buscar respuestas, encontrar su propio camino en ese nuevo mundo. El mapa, la runa, la visión... todo le indicaba que debía dirigirse hacia el norte, hacia las monta?as, donde la magia ancestral aún fluía con fuerza.

  Y mientras se alejaba del pueblo, con cada paso que daba, la imagen de Talia, Bronn, Elara y Kaelen se grababa en su memoria, un recordatorio de la bondad que había encontrado en ese lugar, un faro de esperanza en la oscuridad que lo esperaba.

  Martín elige avanzar, con un disco que susurra mapas, y un corazón que todavía no entiende por qué partir se siente como traición.

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