La llegada a Tarnak había sido un respiro, pero la integración no iba a ser fácil. Martín se sentía como una pieza de rompecabezas que no encajaba. Los Hombres Bestia lo observaban con una mezcla de curiosidad y recelo. Algunos, como los ni?os, se acercaban con timidez para observar sus ropas y el extra?o brillo del disco metálico que siempre llevaba consigo, atraídos por su apariencia diferente. Otros, como Kaern, un anciano con cicatrices que surcaban su rostro, lo miraban con abierta desconfianza. Lhawra, una anciana de mirada penetrante, ni siquiera se molestaba en disimular su aversión.
Althaea, siempre a su lado, intentaba mediar. "Es un forastero, sí", decía en Varyan, con su voz grave y pausada, "pero es un aliado. Nos ayudó en el bosque." Sin embargo, sus palabras no siempre encontraban eco.
Martín intentaba ser útil. Ayudaba a cargar le?a, a reparar chozas, a recolectar hierbas. Una tarde, mientras ayudaba a un grupo de mujeres a tejer cestas con fibras vegetales, cometió un error. Sus dedos, poco acostumbrados a la tarea, rompieron una fibra especialmente delicada. Una mujer alta, de rostro adusto y brazos fuertes, Ilhara, lo fulminó con la mirada. "Torpe", siseó en Sylvian, un idioma que Martín apenas comenzaba a entender. Las demás mujeres se apartaron, como si temieran contagiarse de su ineptitud. Martín sintió una punzada de frustración. Quería integrarse, ser aceptado, pero la barrera del idioma y la desconfianza lo aislaban. Incluso Althaea, aunque amable, mantenía cierta distancia, como si temiera que la hostilidad de los demás se extendiera hacia ella.
Un día, Lyra, una joven con la agilidad de un felino, se acercó a Martín mientras él observaba a un grupo de ni?os jugar cerca del arroyo. Con una mezcla de Varyan y gestos, le preguntó sobre el disco de metal que siempre llevaba consigo. Martín se lo mostró, explicándole lo poco que sabía sobre su funcionamiento. Lyra, a diferencia de los demás, no mostró miedo ni desconfianza, sino una curiosidad genuina. Trepó a un árbol cercano con una facilidad asombrosa, invitando a Martín a seguirla. Desde la copa del árbol, le se?aló diferentes puntos del bosque, explicándole en un Varyan rudimentario los nombres de las plantas y los animales que habitaban allí. Martín, a su vez, le contó historias de su mundo, de las grandes ciudades y las máquinas voladoras, utilizando dibujos en la tierra para ilustrar sus palabras.
Otro día, mientras recolectaba hierbas medicinales con Fenhar, un joven Hombre Bestia que parecía menos hostil que el resto, Martín pisó accidentalmente una planta que crecía cerca del río. La planta, de hojas plateadas y un delicado aroma a menta, era conocida como "Susurro del Bosque". Fenhar se detuvo en seco, con una expresión de alarma en su rostro.
"No... esa planta", dijo en un Varyan vacilante. "Sagrada... para los espíritus."
Martín, avergonzado, se disculpó de inmediato. "Lo siento, Fenhar. No lo sabía."
Fenhar asintió, pero su mirada seguía siendo preocupada. "Debes tener cuidado, Martín. Aquí, cada planta, cada piedra, tiene un espíritu. Debes respetarlos."
Martín observó la planta pisoteada, sintiendo una profunda tristeza. No era solo una planta, era un símbolo de la conexión entre los Hombres Bestia y la naturaleza, una conexión que él aún no comprendía. Al observar la planta con detenimiento, pudo ver un tenue código mágico, líneas plateadas que se entrelazaban con las hojas y el tallo, ahora da?ado. Era un código simple, pero hermoso, que parecía vibrar con una energía vital. Podía percibir cómo la energía fluía a través de la planta, conectándola con el resto del bosque.
Esa noche, la noticia del incidente se había extendido por la aldea. Algunos lo miraban con reproche, otros con lástima, y había quienes, como Lyra, le dedicaban miradas curiosas, como si estuvieran empezando a verlo con otros ojos. Althaea se acercó a él, con una expresión seria en el rostro.
"Debes tener más cuidado, Martín", dijo en Varyan. "Has ofendido a los espíritus del bosque."
Martín bajó la cabeza, avergonzado. "Lo sé", respondió. "Quiero enmendar mi error. ?Qué puedo hacer?"
Althaea le explicó que debía realizar un ritual de disculpa, una ofrenda a los espíritus del bosque para restaurar la armonía. Martín aceptó de inmediato, decidido a demostrar su respeto por las costumbres de la aldea.
Al día siguiente, bajo la atenta mirada de Althaea y Fenhar, Martín se adentró en el bosque. El aire era fresco y húmedo, y el aroma a pino y tierra mojada lo envolvía. El canto de los pájaros y el susurro del viento entre las hojas creaban una melodía relajante. Siguiendo las instrucciones de Fenhar, recolectó flores silvestres, piedras de río y plumas caídas, objetos que, según le explicó el joven Hombre Bestia, eran apreciados por los espíritus del bosque.
Mientras buscaba los materiales, Martín se concentró en el entorno, intentando percibir la energía mágica que lo rodeaba. Cerró los ojos y respiró profundamente, sintiendo la vida del bosque en cada inhalación. Para su sorpresa, comenzó a ver tenues líneas de luz verde que emanaban de las plantas y los árboles, un código mágico que parecía conectar todo a su alrededor. Era una visión sutil, pero estaba allí, vibrando con una energía que nunca antes había sentido.
Con los materiales recolectados, Martín regresó a la aldea. Althaea lo guio hasta un peque?o claro donde se encontraba un altar de piedra cubierto de musgo. Allí, bajo la atenta mirada de algunos aldeanos, Martín colocó las ofrendas sobre el altar. Althaea le entregó una peque?a flauta de hueso y le indicó que tocara una melodía sencilla, una melodía que, según ella, era agradable a los espíritus del bosque.
Martín tomó la flauta y, con cierta torpeza, comenzó a tocar. La melodía era simple, pero a medida que soplaba, sintió una extra?a conexión con el instrumento, como si la música fluyera a través de él, guiada por una fuerza invisible. Mientras tocaba, Martín observó cómo el código mágico del altar se iluminaba, las líneas verdes entrelazándose con las notas musicales, creando un patrón armonioso. Podía sentir la energía del bosque vibrando a su alrededor, respondiendo a la melodía.
Al terminar la melodía, un silencio expectante llenó el claro. De repente, una suave brisa sopló entre los árboles, agitando las hojas y trayendo consigo un aroma a flores silvestres y el aleteo de un colibrí que se posó sobre el altar. Los aldeanos sonrieron, interpretando la brisa y la aparición del colibrí como una se?al de que los espíritus habían aceptado la disculpa. Althaea le dio una palmada en la espalda a Martín. "Lo has hecho bien", dijo. "Los espíritus te han perdonado."
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Esa noche, mientras cenaba con Althaea y su familia, Martín sintió que algo había cambiado. La tensión que había sentido en los días anteriores había desaparecido, y los aldeanos lo miraban con una nueva calidez.
Mientras comían, Althaea le contó a Martín más sobre su pasado, sobre la aldea que había sido destruida y la gente que había perdido. "Los humanos que atacaron nuestra aldea eran codiciosos", dijo con tristeza. "Querían nuestras tierras, nuestros recursos. No les importaba la naturaleza, ni la vida que albergaba."
Martín escuchó con atención, sintiendo una profunda empatía por Althaea. "?Y qué pasó con tu aldea?", preguntó Martín, con un tono de voz suave y respetuoso.
Althaea suspiró, y su mirada se perdió en las llamas danzantes. "Fue hace muchos a?os, durante la estación de las hojas caídas", comenzó a relatar, con un tono de voz cargado de tristeza. "Yo era joven, apenas había aprendido a usar la lanza. Nuestra aldea estaba ubicada en un claro del bosque, cerca de un río cristalino. Vivíamos en paz, en armonía con la naturaleza."
"?Qué sucedió?", preguntó Martín, con un nudo en la garganta.
"Un grupo de humanos llegó a nuestro territorio", continuó Althaea, con la mirada fija en el fuego. "Eran muchos, armados con espadas y hachas. Querían la madera de nuestros árboles sagrados, decían que era valiosa. Nuestro jefe, un anciano sabio y pacífico, intentó negociar con ellos, pero no quisieron escuchar. Atacaron al anochecer, cuando estábamos reunidos alrededor del fuego, celebrando la cosecha."
Althaea hizo una pausa, y un escalofrío recorrió su cuerpo. Martín podía ver el dolor en sus ojos, el recuerdo de la tragedia aún fresco en su memoria.
"Fue una masacre", continuó Althaea, con la voz quebrada. "El fuego se extendió rápidamente, consumiendo nuestras chozas, nuestros árboles, nuestra vida. Luchamos con valentía, pero eran demasiados. Mi hermano... él intentó proteger a los ni?os, pero..."
Althaea no pudo continuar. Las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos, y su cuerpo temblaba con la fuerza de su dolor. Martín sintió una profunda tristeza y una rabia contenida ante la injusticia que había sufrido Althaea y su pueblo.
"Lo siento mucho, Althaea", dijo Martín, con sinceridad. "No puedo imaginar tu dolor."
Althaea asintió, secándose las lágrimas con el dorso de la mano. "Gracias, Martín", dijo, con una voz apenas audible. "No todos los humanos son iguales. Tú has demostrado ser diferente."
"No todos los humanos son así", le aseguró. "En mi mundo, hay muchos que luchan por proteger la naturaleza."
Althaea lo miró con curiosidad. "?De verdad? ?Y cómo lo hacen?"
Martín le habló de las organizaciones ecologistas, de las leyes que protegían el medio ambiente, de la gente que dedicaba su vida a cuidar el planeta. Althaea escuchaba con fascinación, sus ojos ámbar brillando con interés.
"Quizás", dijo Althaea después de un rato, "haya esperanza para los humanos después de todo."
Esa noche, Martín se durmió con una sensación de paz que no había sentido desde que llegó a este mundo. Había cometido un error, pero había aprendido de él. Había demostrado su respeto por las costumbres de los Hombres Bestia y había comenzado a ganarse su confianza. Y lo más importante, había encontrado en Althaea una amiga, una guía en este nuevo y extra?o mundo.
Mientras dormía, el disco de metal en su bolsillo brilló con una luz tenue, como si estuviera respondiendo a sus pensamientos, a su esperanza de un futuro mejor.
Al día siguiente, Fenhar buscó a Martín temprano. Le explicó, con una mezcla de palabras en Varyan y gestos, que le ense?aría a rastrear y a cazar. Martín aceptó con entusiasmo, emocionado por la oportunidad de aprender más sobre la vida en el bosque y de fortalecer su amistad con el joven Hombre Bestia.
Juntos, se adentraron en la espesura, y Fenhar le mostró cómo identificar huellas de animales, cómo interpretar los sonidos del bosque y cómo moverse en silencio entre los árboles. Martín observaba con atención, intentando imitar los movimientos ágiles y precisos de Fenhar.
"El bosque nos habla", le dijo Fenhar en un momento dado, se?alando una serie de marcas en un árbol. "Solo hay que saber escuchar."
Martín asintió, comprendiendo que la supervivencia en este mundo dependía de su capacidad para conectar con la naturaleza, para entender sus ritmos y sus se?ales.
Mientras caminaban, Fenhar le contó historias sobre su gente, sobre los antiguos Hombres Bestia que habían luchado contra los humanos y sobre los espíritus del bosque que los protegían. Martín escuchaba con fascinación, sintiendo que se abría ante él un mundo completamente nuevo, lleno de magia y misterio.
De pronto, Fenhar se detuvo en seco, olfateando el aire. "Krognar", gru?ó, se?alando unas huellas frescas en el suelo. "Cerca."
Martín sintió un escalofrío. Recordaba la ferocidad del Krognar que habían enfrentado días atrás. Pero esta vez, no había guerreros experimentados para protegerlos. Estaban solos, él y Fenhar, en medio del bosque.
Fenhar, con una mirada de determinación, desenvainó su cuchillo de hueso. "Debemos estar preparados", dijo. "Si nos ataca, recuerda lo que te ense?ó Althaea."
Martín asintió, sintiendo una mezcla de miedo y emoción. Sabía que este era un momento crucial, una prueba que debía superar si quería ganarse el respeto de los Hombres Bestia y, sobre todo, si quería sobrevivir en este nuevo mundo.
Mientras avanzaban con cautela, Martín notó que las huellas del Krognar se dirigían hacia un peque?o claro. Al llegar al claro, se encontraron con una escena inesperada. El Krognar estaba allí, pero no estaba cazando ni acechando. Estaba herido, con una pata atrapada bajo un tronco caído. La bestia gru?ía de dolor, sus ojos rojos llenos de sufrimiento.
Fenhar, a pesar de su entrenamiento, dudó por un instante. La bestia era peligrosa, pero también estaba indefensa. Martín, recordando el incidente con la planta y la importancia de respetar la vida en el bosque, se acercó con cautela al Krognar.
"Espera, Martín", dijo Fenhar, con preocupación en su voz. "Es peligroso."
"Está herido, Fenhar", respondió Martín. "No podemos dejarlo así."
Martín se acercó al Krognar, con las manos extendidas en se?al de paz. El Krognar lo miró con recelo, pero no atacó. Martín, con cuidado, examinó la pata herida de la bestia. El tronco que la aprisionaba era demasiado pesado para moverlo, pero Martín tuvo una idea.
"Fenhar, necesito tu ayuda", dijo Martín. "Busca una rama larga y resistente. Podemos usarla como palanca."
Fenhar, aunque todavía dudaba, asintió y se adentró en el bosque en busca de la rama. Mientras tanto, Martín se quedó junto al Krognar, hablándole en voz baja, intentando calmarlo.
Cuando Fenhar regresó con la rama, Martín le explicó su plan. Juntos, colocaron la rama bajo el tronco y, con un esfuerzo conjunto, lograron levantarlo lo suficiente para liberar la pata del Krognar.
La bestia, libre al fin, se incorporó lentamente, cojeando un poco. Miró a Martín y a Fenhar, y para su sorpresa, no mostró agresividad. En cambio, inclinó la cabeza ligeramente, como en un gesto de agradecimiento, y luego se adentró en el bosque, desapareciendo entre los árboles.
Fenhar observó al Krognar alejarse con una mezcla de asombro y respeto. "Lo has salvado, Martín", dijo. "Has demostrado ser un verdadero amigo del bosque."
Martín sonrió, sintiendo una profunda satisfacción. Había ayudado a una criatura herida, había demostrado su respeto por la vida y había fortalecido su vínculo con Fenhar y con la comunidad de Oakhaven.
Mientras se preparaban para regresar a la aldea, Martín no pudo evitar pensar en lo mucho que había cambiado desde que llegó a este mundo. Había pasado de ser un forastero perdido y temeroso a alguien que estaba aprendiendo a adaptarse, a luchar, a sobrevivir. Y en ese momento, supo que estaba listo para enfrentar cualquier desafío que el bosque le deparara.
Martín empieza a entender que en este mundo, cada decisión resuena como una nota en una canción que no conoce del todo… pero que empieza a tararear.
Pero hay otros que no olvidan tan fácil. Y no todos los colmillos brillan a la luz del fuego.