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Capítulo 19 - La Fragua de Gorak

  El aire en la aldea aún vibraba con la energía residual del ritual comunitario. Martín había sentido una conexión profunda con la magia natural, una experiencia que lo había dejado exhausto y extra?amente eufórico. Al día siguiente, con el recuerdo del ritual aún fresco en su mente, se encontró observando a Gorak, el imponente Hombre Bestia de pelaje grisáceo y prominentes cuernos curvados, mientras trabajaba en la fragua. La fragua era un lugar de constante actividad. El fuego rugía en el horno, alimentado por un fuelle que manejaba un joven Hombre Bestia con notable destreza. Chispas anaranjadas saltaban con cada golpe del martillo sobre el metal al rojo vivo, y el calor intenso hacía que el aire temblara. El ambiente estaba impregnado del olor acre del metal caliente y el carbón, una fragua que contrastaba con el aire fresco del exterior. El sonido rítmico del martillo contra el yunque, el crujir del fuego y el siseo del metal al ser sumergido en agua creaban una sinfonía industrial, una melodía de creación y transformación.

  Gorak, con un gru?ido, le indicó a Martín que se acercara. Sobre el yunque, un trozo de metal al rojo vivo esperaba ser trabajado. "Tú... intentar," dijo en un Varyan apenas comprensible, se?alando el metal y luego un martillo cercano. Martín asintió, entendiendo el desafío. Tomó el martillo, sintiendo su peso y equilibrio. Había visto a Bronn trabajar el metal, pero nunca lo había intentado él mismo.

  Observó cómo Gorak, con movimientos precisos y poderosos, golpeaba el metal, dándole forma con una facilidad que parecía casi mágica. El Hombre Bestia se movía con una economía de movimientos, cada golpe certero y calculado. Martín intentó imitarlo, pero su primer golpe fue torpe y desequilibrado. El metal apenas se movió, y el martillo resbaló de sus manos, cayendo al suelo con un ruido sordo. Gorak gru?ó, una mezcla de frustración y diversión en su voz. Recogió el martillo y, con una serie de golpes precisos y poderosos, demostró la técnica correcta. El metal, bajo la experta mano de Gorak, parecía ceder dócilmente, como si estuviera vivo.

  "Mira... siente," dijo Gorak, entregándole el martillo a Martín de nuevo. "Metal... como código. Necesita... orden."

  Martín asintió, comprendiendo la analogía. En su mente, comenzó a ver el proceso de forjado como un algoritmo: cada golpe, una línea de código; cada pieza de metal, una variable. Visualizó el flujo de energía en el metal como líneas de código, imaginando cómo cada átomo interactuaba con el calor y la presión. Su segundo intento fue mejor, pero aún le faltaba la precisión y la fuerza de un herrero experimentado. El metal se dobló de manera irregular, y Martín tropezó, casi perdiendo el equilibrio.

  "No... fuerza bruta," corrigió Gorak, con un tono más paciente de lo esperado. "Precisión... como magia."

  Martín se concentró, recordando las líneas de código que había visto en el disco de metal. Visualizó el flujo de energía, la estructura del metal como si fuera un programa que necesitaba ser depurado. Imaginó que cada átomo del metal era un bit de información, y que el calor del fuego era la energía que le permitía modificar esa información. Sus siguientes golpes fueron más medidos, más precisos. El metal comenzó a tomar forma, y una chispa de satisfacción se encendió en el pecho de Martín.

  Mientras trabajaba, sintió una mirada sobre él. Al levantar la vista, vio a Althaea parada en la entrada de la fragua, observándolo con una expresión indescifrable en sus ojos ámbar. Martín le dedicó una breve sonrisa, y ella asintió con la cabeza, un gesto sutil de reconocimiento. Luego, se acercó a Gorak y le dijo algo en voz baja en su idioma. Gorak gru?ó en respuesta y asintió. Althaea se volvió hacia Martín y le ofreció una cantimplora con agua fresca. Martín bebió con avidez, sintiendo cómo el líquido refrescaba su garganta reseca por el calor.

  A lo largo de los días, Martín cometió muchos errores. Quemó el metal, lo dobló en ángulos incorrectos, y una vez incluso se golpeó el dedo con el martillo, soltando un grito ahogado. Gorak, a pesar de su apariencia ruda, se mostró sorprendentemente paciente. Corregía los errores de Martín con gru?idos y gestos, demostrando una y otra vez la técnica adecuada.

  "Metal... como código," repetía Gorak a menudo. "Cada golpe... una instrucción. Debe ser... correcto."

  Martín comenzó a ver la verdad en esas palabras. La forja, al igual que la programación, requería una comprensión profunda de los materiales y las herramientas. Cada golpe de martillo era como escribir una línea de código, y cada pieza de metal era como un programa que debía ser moldeado con precisión. Su conocimiento de programación le daba una perspectiva única, una forma de entender la estructura interna del metal y cómo respondería a diferentes estímulos.

  Una tarde, mientras el sol se ponía, Martín estaba trabajando en una pieza de metal especialmente difícil. Había fallado varias veces, y la frustración comenzaba a apoderarse de él. Gorak, que había estado observando en silencio, se acercó y le puso una mano en el hombro.

  "Tú... aprendes rápido," dijo Gorak, con un tono de aprobación en su voz. "Pero metal... no solo código. También... espíritu."

  Martín lo miró sin comprender. Gorak se?aló el fuego de la fragua, las llamas danzando y cambiando de forma.

  "Fuego... como vida," explicó Gorak. "Cambia... transforma. Tú debes... sentir metal. No solo pensar."

  Martín reflexionó sobre esas palabras. Cerró los ojos e intentó sentir el metal, no solo como un objeto físico, sino como algo con su propia energía, su propia "vida". Recordó el ritual comunitario, la forma en que la energía fluía entre los participantes, la conexión con la naturaleza. Abrió los ojos y miró el metal al rojo vivo. Esta vez, en lugar de ver solo un objeto inerte, vio un flujo de energía, una estructura que podía ser moldeada no solo con fuerza, sino con intención.

  Tomó el martillo y, con una nueva comprensión, comenzó a trabajar. Los golpes eran firmes y precisos, pero también fluidos, como si estuviera danzando con el metal. El metal cedió ante él, tomando la forma que él deseaba. Martín sintió una conexión profunda con el proceso, una sensación de armonía entre su mente, su cuerpo y el material que estaba trabajando.

  Cuando terminó, había creado una peque?a daga, simple pero bien hecha. No era perfecta, pero era suya. Gorak la examinó con detenimiento, sus ojos ámbar brillando con respeto.

  "Bien," dijo Gorak, con una sonrisa que mostraba sus colmillos. "Tú... entiendes."

  Martín sonrió, sintiéndose orgulloso de su logro. Había aprendido algo más que una nueva habilidad; había comenzado a comprender una nueva forma de ver el mundo, una forma que combinaba la lógica de la programación con la intuición del artesano.

  Esa noche, mientras la aldea dormía, Martín se sentó junto al fuego, observando las estrellas. El disco de metal, que había estado inusualmente silencioso durante su tiempo en la fragua, comenzó a vibrar suavemente en su bolsillo. Lo sacó y lo observó a la luz de las llamas. Los símbolos en su superficie parecían brillar con una nueva intensidad, y Martín sintió una profunda conexión entre el disco, la magia del bosque y el metal que había aprendido a forjar.

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  "Hay más en este mundo de lo que puedo ver," susurró Martín al disco. "Y estoy empezando a entenderlo."

  Al día siguiente, Martín decidió que era hora de expresar su gratitud. Durante los últimos días, había estado trabajando en una peque?a daga en su tiempo libre, aplicando todo lo que había aprendido de Gorak. La daga tenía una hoja corta y ancha, ideal para el trabajo en el bosque, y un mango tallado con la forma de una cabeza de lobo, un homenaje a Althaea y su clan.

  Buscó a Althaea por la aldea y la encontró cerca del río, afilando su lanza. Se acercó a ella con timidez, sosteniendo la daga en sus manos.

  "Para ti," dijo Martín, usando las pocas palabras en Varyan que conocía y extendiéndole la daga.

  Althaea lo miró con sorpresa, luego tomó la daga y la examinó con detenimiento. Sus ojos se iluminaron al reconocer la calidad del trabajo. La hoja estaba bien equilibrada, y el mango se ajustaba perfectamente a su mano.

  "Danko," dijo Althaea, con una sonrisa genuina. "Es... valiosa."

  La aceptación de Althaea fue un punto de inflexión. Los aldeanos, que hasta entonces habían sido cautelosos, comenzaron a mostrarse más amigables. Un par de ni?os, que al principio lo observaban desde lejos, ahora se acercaban a él con curiosidad, haciéndole preguntas en su idioma que él apenas entendía. Martín se sintió por primera vez como parte de la comunidad.

  Una ma?ana, mientras Martín ayudaba a Gorak en la fragua, el Hombre Bestia se giró hacia él con una expresión seria. "Humanos... destruyeron aldea," gru?ó, con un tono de voz cargado de dolor.

  Martín se sintió incómodo. No sabía cómo responder. En su interior, una parte de él se preguntaba si realmente merecía la aceptación de la aldea. Después de todo, él era humano, la misma raza que había causado tanto da?o a los Hombres Bestia. ?Y si solo están esperando el momento oportuno para vengarse?, pensó con inquietud. ?Y si nunca confían realmente en mí?

  Esa noche, Martín tuvo una pesadilla. So?ó con una aldea en llamas, con figuras humanas saqueando y destruyendo todo a su paso. Escuchó gritos de dolor y vio a Hombres Bestia siendo atacados por soldados con armaduras brillantes. En medio del caos, vio a Gorak luchando con ferocidad, protegiendo a los más débiles. Pero luego, una flecha se clavó en su pecho, y el Hombre Bestia cayó al suelo, con una expresión de sorpresa y dolor en su rostro.

  Martín despertó sobresaltado, con el corazón latiéndole con fuerza y el cuerpo cubierto de sudor. La imagen de Gorak cayendo lo había perturbado profundamente. Se levantó de su cama y salió de la choza, buscando el aire fresco de la noche.

  Mientras caminaba por la aldea, vio a Althaea sentada junto al río, observando la luna reflejada en el agua. Se acercó a ella en silencio y se sentó a su lado.

  Althaea lo miró de reojo, pero no dijo nada. Martín no sabía cómo expresar lo que sentía, así que simplemente se quedó allí, en silencio, disfrutando de la compa?ía de la guerrera.

  Después de un rato, Althaea rompió el silencio. "Tú... preocupado," dijo en un Varyan fluido, aunque aún con un marcado acento.

  Martín asintió. "Tuve... pesadilla," respondió, usando las palabras que había aprendido.

  Althaea lo observó con atención, sus ojos ámbar brillando a la luz de la luna. "Sobre... aldea," dijo, no como una pregunta, sino como una afirmación.

  Martín se sorprendió de que ella lo hubiera adivinado. "?Cómo lo sabes?", preguntó.

  Althaea se?aló su propio pecho. "Corazón... siente," dijo. "Tú... buen corazón. No como... otros humanos."

  Martín sintió un nudo en la garganta. Las palabras de Althaea eran un bálsamo para su alma. "Gracias," dijo. "Yo... quiero ayudar. Quiero proteger... aldea."

  Althaea sonrió y le puso una mano en el hombro. "Tú... ya ayudas," dijo. "Tú... ense?as. Tú... aprendes. Eso es... importante."

  Pasaron el resto de la noche hablando, compartiendo historias y sue?os. Martín le contó sobre su vida en la Tierra, sobre su familia y su trabajo como programador. Althaea, a su vez, le habló de su clan, de sus creencias y de la importancia de proteger el bosque.

  A partir de ese día, la relación entre Martín y Althaea se profundizó. Ya no eran solo compa?eros, sino amigos. Martín se dio cuenta de que, a pesar de sus diferencias, compartían un mismo objetivo: proteger a los que amaban y construir un futuro mejor.

  Unos días después, mientras Martín caminaba por la aldea, escuchó un alboroto cerca del pozo de agua. Al acercarse, vio a un grupo de aldeanos reunidos, con expresiones de preocupación en sus rostros. Althaea estaba en el centro, hablando con el chamán, su voz sonaba tensa y preocupada.

  Martín se acercó y, con gestos, preguntó qué sucedía. Althaea, con un suspiro, le explicó que el pozo se había secado. "Agua... no hay," dijo, se?alando el pozo vacío. "Aldea... necesita agua."

  Martín, recordando su experiencia con la raíz mágica, sintió una punzada de intuición. Sacó el disco de metal y lo observó con atención. El disco vibraba levemente, y a través de él, Martín pudo ver un tenue flujo de energía que emanaba del fondo del pozo.

  "?Magia?", preguntó Martín, se?alando el disco y luego el pozo.

  Althaea asintió. "Quizás," dijo. "Chamán... no sabe."

  Martín se acercó al chamán y le mostró el disco. El anciano Hombre Bestia lo observó con curiosidad, sus ojos entrecerrándose mientras estudiaba el objeto. Luego, con un movimiento de cabeza, le indicó a Martín que lo siguiera hasta el borde del pozo.

  Martín, con el disco en la mano, se asomó al pozo. La energía que emanaba del fondo era débil, pero perceptible. Cerró los ojos, concentrándose en el flujo de energía, intentando comprender su naturaleza. En su mente, vio líneas de código azul que se entrelazaban, formando un patrón complejo.

  Es como un sistema de tuberías, pensó Martín. Pero el flujo está bloqueado.

  Abrió los ojos y, con gestos, intentó explicarle al chamán lo que había visto. "Agua... bloqueada," dijo, se?alando el fondo del pozo y luego haciendo un gesto de bloqueo con las manos.

  El chamán, con un gru?ido, asintió. "Tú... ver magia," dijo, con una mezcla de sorpresa y respeto en su voz.

  Martín, con la ayuda de Althaea, explicó que creía que algo estaba obstruyendo el flujo de agua hacia el pozo. Propuso utilizar su disco para intentar desviar la energía y desbloquear el flujo. El chamán, aunque inicialmente escéptico, accedió a permitir que Martín intentara su plan.

  Con la ayuda de varios aldeanos, Martín descendió al pozo, el disco brillando intensamente en la oscuridad. Al llegar al fondo, se encontró con una mara?a de raíces que bloqueaban el paso del agua. Las raíces, a diferencia de las que había visto antes, no brillaban con la energía verde de la naturaleza, sino con un tenue resplandor azul, similar al código que había visto en el disco.

  Esto no es natural, pensó Martín. Alguien ha manipulado la magia aquí.

  Con cuidado, Martín colocó el disco sobre las raíces. El disco vibró con fuerza, y las líneas de código azul que Martín veía a través de él comenzaron a moverse, como si estuvieran siendo reescritas. Un dolor agudo atravesó su cabeza, y Martín se tambaleó, pero se mantuvo firme, concentrándose en el flujo de energía.

  De pronto, las raíces comenzaron a retirarse, liberando el paso del agua. Un chorro fresco brotó del fondo del pozo, llenándolo rápidamente. Martín, exhausto pero satisfecho, subió del pozo con la ayuda de los aldeanos.

  Al salir, fue recibido con vítores y aplausos. Los aldeanos, que al principio lo habían mirado con desconfianza, ahora lo aclamaban como un héroe. Althaea le sonrió con orgullo, y Gorak le dio una palmada en la espalda, un gesto de aprobación que casi lo derriba.

  Esa noche, la aldea celebró con una gran fiesta. Se encendieron hogueras, se asaron carnes y se compartieron historias y canciones. Martín, sentado junto a Althaea y Gorak, se sintió por primera vez como en casa en este nuevo mundo. Había demostrado su valía, no solo con su fuerza o habilidad, sino con su ingenio y su capacidad para comprender la magia de una manera única.

  Mientras observaba las estrellas, Martín supo que su viaje apenas comenzaba. Había encontrado un lugar donde podía aprender y crecer, pero también sabía que su destino final estaba en otra parte. El disco de metal, que ahora brillaba con una luz suave y constante, le recordaba que aún tenía un largo camino por recorrer. Pero por ahora, se permitió disfrutar del momento, de la compa?ía de sus nuevos amigos y de la sensación de pertenencia que había encontrado en la aldea de los Hombres Bestia.

  Y en la mirada de Gorak... algo parecido al respeto.

  Pero hay una advertencia escrita entre líneas: la magia está siendo reescrita. Y alguien lo está haciendo mal. Muy mal.

  El próximo golpe será más fuerte.

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