El sol se había ocultado ya tras las monta?as, y una fogata central iluminaba el claro donde Martín y Althaea se encontraban. El aire se impregnaba del aroma a pino y tierra húmeda, mezclado con el humo de la le?a que ardía con un suave crepitar y el olor a resina de las ofrendas que se preparaban. La guerrera le había explicado que esa noche se celebraría la Danza de la Gratitud, un ritual para agradecer a la naturaleza por su generosidad, y que también servía para fortalecer los lazos entre la aldea y el bosque, una forma de recargar la energía mágica que protegía a los Hombres Bestia. La experiencia del día, cazando y aprendiendo sobre el bosque, había dejado a Martín con una nueva apreciación por la forma de vida de los Hombres Bestia. Ahora, se preparaba para participar en su primer ritual comunitario, sintiendo una mezcla de nerviosismo y expectación.
Al llegar al claro, Martín observó con atención. Los Hombres Bestia, ataviados con sus mejores galas, se reunían alrededor de una gran fogata. Algunos llevaban collares de semillas y plumas, y otros lucían pinturas corporales que brillaban a la luz del fuego. El aire se llenó con el sonido de tambores hechos de troncos huecos, flautas de hueso que imitaban el canto de las aves, y cantos guturales en Sylvian. Althaea le hizo un gesto para que se uniera al círculo, y Martín, con cierta timidez, se colocó entre ella y Gorak. Podía sentir las miradas curiosas de los demás sobre él, pero también percibía una cierta aceptación en el ambiente. Renn y Lyra le dedicaron una sonrisa cómplice, y Gorak, a su lado, le dio un leve asentimiento con la cabeza. Ilhara, la mujer alta de rostro adusto, lo observaba con seriedad, pero sin la hostilidad de antes. Kaern, el anciano de brazos tatuados, le dedicó una mirada penetrante, como si intentara leer su alma.
El ritual comenzó con una serie de danzas alrededor del fuego. Los Hombres Bestia, con movimientos ágiles y precisos, imitaban los movimientos de los animales del bosque: el sigilo del lobo, la fuerza del oso, la gracia del ciervo. Martín, torpemente, intentó seguir los pasos, sintiéndose fuera de lugar entre tanta destreza. "Intenta sentir el ritmo, humano (humano)", le susurró Althaea en Varyan, con una sonrisa divertida. "Deja que la música te guíe."
Los tambores resonaban con un ritmo hipnótico, y las flautas de hueso emitían melodías que imitaban los sonidos del bosque: el ulular del viento entre las ramas, el canto de los grillos, el murmullo del arroyo cercano. Los cantos en Sylvian, aunque incomprensibles para Martín, transmitían una profunda emoción. Eran cantos de agradecimiento a la naturaleza, a los espíritus del bosque, a los ancestros. Se podía sentir la devoción en cada nota, en cada palabra gutural que se elevaba hacia el cielo estrellado, mezclándose con el humo aromático de las hierbas que ardían en la hoguera.
A medida que las danzas avanzaban, Martín comenzó a sentir una extra?a energía que emanaba del fuego y de los propios Hombres Bestia. Era una energía cálida y vibrante, que lo envolvía y lo hacía sentir parte de algo más grande. La textura áspera de la tierra bajo sus pies descalzos, el calor de las llamas en su rostro, todo parecía cobrar un nuevo significado. Cerró los ojos por un instante, dejándose llevar por el ritmo de los tambores y los cantos. En su mente, comenzó a visualizar líneas de código verde, similar a las que había visto en el disco de metal. Esta vez, sin embargo, las líneas no eran estáticas, sino que se movían y entrelazaban con los movimientos de los danzantes, con el crepitar del fuego, con la propia energía del ritual. Era como si el código fuera una representación visual de la magia natural que impregnaba el lugar, un complejo programa de computadora escrito en el lenguaje del bosque, con sus propias funciones, variables y bucles que se ejecutaban en perfecta armonía con la naturaleza. El disco en su bolsillo vibró ligeramente, como si resonara con la energía del ambiente, amplificando su percepción. Martín se dio cuenta de que el disco no solo reaccionaba a la magia, sino que la traducía, permitiéndole verla como un código que podía, potencialmente, comprender.
Luego, llegó el momento de los cantos. El chamán, un anciano Hombre Bestia con cuernos de búfalo y una mirada profunda, se adelantó. Sus ojos, de un verde intenso, parecían brillar a la luz del fuego. Entonó una melodía en Sylvian, una lengua que Martín no comprendía, pero que le transmitía una profunda emoción. Era un canto lento y solemne, lleno de matices y armonías que imitaban los sonidos de la naturaleza. Los demás Hombres Bestia se unieron al canto, creando una armonía gutural y vibrante que parecía conectar con la propia esencia del bosque.
Martín, sin entender las palabras, intentó imitar los sonidos, sintiendo cómo su propia voz se unía a la del grupo. "No pienses, siente", le había dicho Althaea antes. Y eso hizo. Se dio cuenta de que no era necesario comprender el significado literal de las palabras para sentir la emoción que transmitían. Era un lenguaje universal, el lenguaje de la música y el sentimiento, que trascendía las barreras culturales y lingüísticas.
De pronto, en medio del canto, una visión fugaz asaltó la mente de Martín. Vio la aldea en llamas, escuchó gritos de terror y el sonido de un combate brutal. Una figura oscura, con ojos rojos y una risa cruel, se cernía sobre la aldea, sembrando el caos y la destrucción. La visión era tan real que Martín sintió un escalofrío recorrer su cuerpo. El disco de metal en su bolsillo vibró con fuerza, como si confirmara la veracidad de la visión.
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Finalmente, llegó el momento de las ofrendas. Los Hombres Bestia se acercaron al fuego, uno por uno, y depositaron en él peque?os objetos que simbolizaban su agradecimiento a la naturaleza: una pluma de águila, una flor silvestre que olía a miel, una piedra pulida por el río que reflejaba la luz de la fogata, una pi?a de pino, un trozo de corteza con forma de animal, una resina con un aroma dulce y penetrante. Cada objeto era depositado con reverencia, acompa?ado de unas palabras en Sylvian que sonaban como una oración. Althaea le entregó a Martín una peque?a talla de madera, con la forma de un lobo aullando a la luna, y le indicó que la arrojara al fuego.
Martín observó la talla con detenimiento. Era una obra de arte, tallada con gran detalle y precisión. Los músculos del lobo estaban tensos, su pelaje parecía erizarse, y su aullido silencioso parecía resonar en el aire. Sintió un nudo en la garganta al pensar en desprenderse de un objeto tan hermoso, pero comprendió que era un símbolo de su participación en el ritual, de su aceptación por parte de la comunidad. Con un suspiro, arrojó la talla al fuego, observando cómo las llamas la consumían.
En ese momento, una oleada de energía recorrió su cuerpo. Abrió los ojos y vio cómo el código verde que había visualizado antes se intensificaba, brillando con mayor intensidad. Las líneas de código se movían con más rapidez, entrelazándose con las llamas y el humo que ascendía hacia el cielo, como un complejo programa de computadora ejecutándose en perfecta armonía con la naturaleza. Sintió una conexión profunda con el bosque, con los Hombres Bestia, con la propia energía de la naturaleza. Ya no se sentía como un extra?o, sino como una parte integral de ese mundo, de esa comunidad.
El disco en su bolsillo vibró con más fuerza, y Martín lo sacó para observarlo. La superficie metálica reflejaba la luz del fuego, y en ella, Martín pudo ver cómo el código verde se proyectaba desde el disco hacia el entorno, como si el objeto estuviera amplificando la energía del ritual, traduciéndola a un lenguaje que él podía comprender. Es como si el disco fuera una interfaz entre mi mente y la magia, pensó, fascinado. Un traductor de energía mágica a código.
El ritual continuó hasta el amanecer. Martín, aunque no entendía completamente el significado de cada danza, cada canto y cada ofrenda, se sintió profundamente conmovido por la experiencia. Había sentido la energía del bosque, la conexión entre los Hombres Bestia y la naturaleza, y había vislumbrado la magia que impregnaba este nuevo mundo. Cuando el sol comenzó a asomar entre los árboles, ti?endo el cielo de tonos anaranjados y rosados, los Hombres Bestia se dispersaron, con una expresión de paz y satisfacción en sus rostros. Martín, agotado pero extra?amente revitalizado, se sentó junto a Althaea, observando cómo el sol iluminaba el claro.
"Danko (gracias)", le dijo Althaea, con una sonrisa, utilizando una de las pocas palabras en Varyan que Martín había aprendido. "Has sido parte de algo importante, humano (humano)."
Martín asintió, sin palabras. No sabía cómo explicar lo que había sentido durante el ritual, la conexión con la energía, la sensación de pertenencia. Pero sabía que algo había cambiado en él. Había dado un paso más para comprender este nuevo mundo, y quizás, para encontrarse a sí mismo. Recordó su hogar, su familia, y se preguntó si algún día podría regresar. ?Cómo podría explicarles todo esto?, pensó. ?Entenderían lo que he vivido aquí?. Pero ahora, ese pensamiento no le producía la misma angustia que antes. Había encontrado un lugar en este mundo, un lugar donde podía aprender y crecer.
Mientras el sol ascendía en el cielo, Martín se dio cuenta de que su viaje no solo era físico, sino también espiritual. Estaba aprendiendo a conectar con la naturaleza, a respetar las tradiciones de los Hombres Bestia y a apreciar la sencillez de su estilo de vida. Aunque aún a?oraba su hogar y su familia, Martín comenzó a sentir que Oakhaven era un lugar donde podía encontrar un nuevo propósito, un nuevo camino, un lugar donde podía ser útil y aceptado por lo que era, sin importar su origen. Sin embargo, una parte de él seguía pensando en su familia, en su vida anterior. Se preguntó si algún día podría regresar a casa, y si sería capaz de conciliar su antiguo mundo con este nuevo y fascinante universo que se abría ante él. La duda se instaló en su corazón, como una semilla que germinaría más adelante, creando un conflicto interno que lo acompa?aría en su viaje. Se preguntó si encontraría el equilibrio entre su pasado y su presente, entre su deseo de regresar y su creciente conexión con este nuevo mundo.
En ese momento, Kaern, el anciano chamán, se acercó a Althaea y a Martín, con una expresión grave en su rostro. Habló en Sylvian, y aunque Martín no entendió las palabras, pudo captar la preocupación en su tono. Althaea escuchó atentamente, sus ojos ámbar reflejando la seriedad de la situación.
"?Qué sucede?", preguntó Martín, con un presentimiento.
Althaea se giró hacia él, su rostro ensombrecido. "Kaern dice que ha tenido una visión", respondió en Varyan, con voz queda. "Un presagio oscuro. Un ataque... a Tarnak (aldea)."
Un escalofrío recorrió la espalda de Martín. La paz de la aldea, la calidez de la comunidad, todo eso estaba en peligro. La visión que él mismo había tenido durante el ritual volvió a su mente, las llamas, los gritos, la figura oscura. ?Será posible?, se preguntó. ?Una coincidencia o una advertencia?
"Debemos prepararnos", dijo Althaea, con determinación. "Tarnak (aldea) debe estar lista para defenderse."
Martín asintió, sintiendo una nueva responsabilidad nacer en su interior. Ya no era solo un forastero, un observador. Ahora era parte de esta comunidad, y debía protegerla. La amenaza, aunque invisible por ahora, se cernía sobre ellos como una sombra oscura, y Martín sabía que su viaje, su aprendizaje, apenas comenzaba.
El fuego purifica, pero también avisa.
Martín ya no es un intruso. Pero en la visión del fuego… él estaba ahí. Y las llamas también.