Mana tararea alegremente, arrastrando al gigante Chinchin sobre el asfalto con gran estruendo. La chica lo mantiene unido a ella mediante un mosquetón bien ajustado a su cinturón.
—?Sieel, Siel, Sieeel! —va cantando—. La, la, la...
—Me he dado cuenta de que los humanos le ponéis nombre a todo —le dice el chico—. ?No os hacéis un lío cuando los nombres coinciden?
—Hm... —Mana mira al cielo—. Pero entonces, solo tienes que darle un valor a?adido. Como por ejemplo: ?Siel el robot fiel!
—?Mana la humana?
—?Ja, ja, ja! ?Así es!
—Tiene sentido.
Siel agacha la cabeza en silencio. Observa sus pies dando un paso y luego otro, preguntándose cómo, después de haber dormido por tanto tiempo, ha vuelto a caminar con destreza casi instintivamente.
—Oye… —dice la chica al cabo—. ?No notas el aire más cargado?
—Hm… ?cómo?...
Siel alza un brazo por encima de su frente y mira alrededor, sintiendo un cambio de tono en los colores de alrededor.
—Creo que tienes razón… Hay algo...
Mana comienza a toser. Al dar un paso tropieza, y cae cuesta abajo por una carretera empinada.
—??Estás bien?!
—Ah, sí, sí —Mana se incorpora—. Siel, me… me falta el aire…
Mana rebusca en su mochila y extrae de ella una máscara de gas con la que se oculta el rostro.
—Mucho mejor… —dice ella en un suspiro. Siel le acaricia la espalda—. Será mejor que nos demos prisa.
—?Cuánto tiempo le queda a ese filtro?
—A saber… pero es el único que tengo...
—Vale, no te preocupes. Yo no necesito de esos, así que puedo buscar por ti.
—Hala… ?Es que tú no respiras el humo o el polvo, Siel?
—No tengo nada que temer. Aunque el viento mueve unas turbinas en el interior de mi pecho —resuelve el chico—, mi cuerpo no reacciona a las sustancias nocivas del mismo modo en que lo hace el tuyo.
—?Qué suerte tienes! —Mana acepta la mano de él para levantarse—. ?Que tengo que hacer para ser como tú?
—Mana. Ya deberías saber que eso...
Siel se interrumpe. A su alrededor ya no se ve nada, solo un pálido manto gris.
—?Siel!... —le susurra la chica—, Ya no veo a Chinchin...
—?No te preocupes! —Siel la toma de un hombro y con la otra mano aprieta el pu?o—. Voy a buscarlo, ?vale?
—Pero no sabemos por dónde hemos venido…
—Si vamos los dos juntos y nos equivocamos, perderemos la referencia.
—Entonces… ?voy yo sola!
—?Estás segura…?
—?Aayy! —Mana se agarra la cabeza— ?No sé que hacer!
Siel se aleja unos pasos.
—?Tú espérame! —le grita dándole la espalda—: ?Te demostraré que puedo ser útil!
Mana no dice palabra. Tras la máscara, su rostro revela dos trémulos ojos, abiertos como platos. Tras esperar por espacio de dos minutos, y al ver que Siel no volvía, su corazón comienza a latir con fuerza.
—?Y si no piensa regresar? —Mana junta sus manos sobre el pecho, con la cabeza gacha—. No sé nada sobre él…
La chica mira su alrededor con urgencia.
—?Cuánto tiempo me queda?... —Su voz suena ahogada tras el plástico y el policarbonato. Da unos pasos tentando con las manos sus alrededores bajo una tos ronca—. ?Chinchiin! —grita, luego guarda silencio unos instantes.
Mana transcurre sobre la Nieve, y tropieza al cabo con una farola oscura, torcida sobre el suelo, y entonces se asoma por lo que parece ser un gran vacío. Al otro lado, como una silueta aún más oscura que el panorama de alrededor, surge una columna escurridiza y serpeante. Mana echa mano de un monocular del interior de una de sus alforjas y comprueba la distancia.
—Si voy a esa fábrica…
Mana avanza con cuidado vadeando el barranco. Una luz brilla bajo la niebla sucia, con un sonido que ensordece en constraste al silencio. Un rojo parpadeante que se revela como un paso a nivel que aguarda un tren nunca presente, y una cruz que pretende cortarle el paso. Al otro lado de las vías se revela ante ella una ciudad industrial con carreteras propias.
A su alrededor todo se vuelve un caos auditivo; ya no está sola. Además, una figura de cabeza cilíndrica se desplaza a dos ruedas sobre el asfalto, meciendo como manos dos sendas pinzas bajo las nubes de polvo.
—?Oyee, tú!
Mana corre hacia ella y se luego inclina jadeante sobre las rodillas. Por su parte, la máquina se vuelve en un zumbido mecánico.
—Hola, buenas. Soy un SLV-6 —expone una voz aguda y animada—. Me encargo de la limpieza de las instalaciones.
—?Eres un robot?…
—Soy un modelo SLV-6.
—?Ya lo sé! —grita desbocada—. ?Te he escuchado la primera vez!
La máquina mueve su cabeza a los lados, luego se adentra en un edificio, la chica pisándole los talones.
—?Oh, espera! ?Ya sé! —exclama de repente—. ?Sabes dónde puedo encontrar baterías? Ya que estoy aquí…
—Nuestra empresa no vende ese tipo de productos —revela el SLV—: aunque puede encontrar una a buen precio en la ciudad.
—?Y tú para que estás aquí?
—Soy un modelo SLV-6, me encargo de la limpieza de las instalaciones.
—Pero… ?Agh! —Mana se tira de los cabellos—. ?Me tienes ya hasta el gorro!
—Este lugar es peligroso para personal no autorizado —dice el robot—. Debería marcharse.
Tras esto la máquina se adentra más allá de una barrera de torniquete. Desquiciada, Mana salta por encima y, casi en el mismo momento de aterrizar, embiste con un grito al robot, haciéndolo caer con un fuerte estrépito de piezas y chispas.
—Atencióóónnnn...
—?Lo siento, ?eseluve?! —Mana se yergue con las manos en las caderas—. ?Eres una mina de baterías!
—Rrepita su pregunta-ta… Correcto.
Mana se inclina sobre el panel de la espalda del SLV y comienza a golpear con el extremo de su llave inglesa, siempre preparada colgando en uno de los costados de su mochila.
—?Eso es! —Mana observa la peque?a cápsula que brilla en azul neón, con el símbolo de un rayo dibujado en su superficie, y la toma en la palma de su mano—. ?Con esto mi Chinchin nunca me traicionará! ?Y volverá a mi lado como siempre ha hecho!
Poco después, los ojos de Mana captan movimiento de reojo: una nueva máquina se introduce en un espacio similar a una cabina. Antes de que la puerta cierre, ella, atizada por una avaricia sin precedentes, se introduce a la fuerza. El sitio resulta ser un ascensor que comienza a descender, y la máquina, de cabeza triangular, le da la bienvenida iluminando la lente de su supuesto rostro con resplandor naranja.
—Eh, muchachita —le dice una voz brusca—. ?Te has perdido o qué?
—?Oh, no! —Mana mira al techo y silba con disimulo tras la máscara—. Venía a ver qué tal va la obra.
—?Te parece a ti este un buen momento para visitar la fábrica? —replica arisco—. Diablos, la juventud de hoy en día... ?Dónde os ponen el cerebro?
—Fu, qué malhablado eres —ella infla los mofletes—. ?Soy yo o eres más brusco que los otros robots?
—Tú eres brusca —recrimina—. Yo soy un SLV-7, ?la última versión de carga y descarga!
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—Oh, qué sofisticado —dice entre risas.
—?Que no entiendes que este no es lugar para ni?os? —la máquina mueve sus pinzas—. ?Las excursiones escolares terminaron hace... ?al menos dos a?os!
—?No soy una ni?a! —protesta ella—. Además, ?cómo iba a saberlo?
Las baldosas de la pared comienzan a voltearse a su alrededor, pintando una serie de círculos por todas partes. Miles de orificios rotan por toda la pared al tiempo que rocian a Mana desde todos los ángulos posibles, bajo sus grititos de protesta.
—?Si es que mírate —hace el robot— con esas ropas tan sucias! ?Tú lo que quieres es que entremos en bancarrota!
—?Buah, cállate! —Mana se agita los cabellos húmedos.
—Escúchame bien ahora —prosigue el SLV—. Un terrible accidente sucedió aquí por una negligencia como la tuya. Cuando pasan esas cosas, ?toda la cadena se detiene!
—?Y a mí qué?
—Pues eso. ?Quédate ahí mojada! ?Y a mí qué?
—Eres un robot insoportable, yendo por ahí imitando a los humanos. ?Buah!
—Eso lo aprendí del jefe, que lo sepas.
—No lo hace mejor.
Mana presiona el botón del ascensor múltiples veces para que se abra más rápido, pero no consigue el efecto.
—Venga, mujer —emite el SLV—. Si hubieses cumplido con el reglamento ya habríamos llegado abajo.
—La carga y descarga es por tus constantes ataques, ?imagino!
—?Graciosilla! Me tomo mi trabajo muy en serio.
—?Ah, sí??Y no preferías limpiar?
—?Por qué? Ese trabajo es para las máquinas obsoletas. Y por cierto: ?fue el fallo de un SLV antiguo el que provocó el accidente!
—?Uy, sí? ?Qué duro!
—Ahora que ya lo sabes márchate a gusto —y tras decirle esto la máquina le da la espalda, y la puerta del ascensor se abre poco después—. Y date una duchita.
Mana observa marcharse al robot, sintiendo el impulso de utilizar su llave inglesa una vez más: pero finalmente lo deja estar.
—Será maleducado —dice entre suspiros—. Debería dárselo de comer a Chinchin.
La chica se retira la máscara, sintiendo el aire nuevamente limpio, y procede a respirar profundamente. Da sus primeros pasos en la estancia de suelo blanco y reluciente, fascinada con los miles de contenedores que viajan deslizándose por rieles en el techo, deteniéndose automáticamente en los lugares donde se bifurcan, respetando así los pasos de los otros contenedores. A nivel de tierra, ganchos operan sobre piezas milimétricas encerradas en cajas de cristal, dispuestas en escaparates de tal modo que parecen mostradas buscando hacer gala de su gran eficiencia.
—Guaaau —Mana extiende los brazos—. Qué pasada de sitio…
Mana acaba desviándose hacia un salón de oscuridad tras bajar tres escalones breves. En el centro de aquella sala descansa una máquina de tama?o colosal, alta como tres torres de radio superpuestas, ensamblada por inumerables máquinas más peque?as —no más que puntitos blancos en la distancia—; todo ello rodeado por la espiral de una escalera de caracol e iluminado por un potente foco cenital que se pierde más allá de lo que alcanza la vista.
—Es un Chinchin grande —acierta ella a decir—. ?Tendrá baterías grandes también?
La chica no duda en subir a la carrera por las escaleras, saludando a los SLV de carga y descarga que pasan por su lado. Al llegar a lo más alto, jadeante de esfuerzo, sus ojos encuentran un robot de cabeza cuadrada manejando un soplete junto a las fauces del gigante. Ella se aproxima despacio, fascinada por el otro artículo a su lado: una peque?a pistola, que posteriormente el robot comienza a utilizar para cerrar grietas en el metal al unir dos extremos diferentes.
—?Yo también quiero hacer esa magia! —Mana junta las manos con una sonrisa—. ?Puedo probarla?
—Disculpe, pero no puede —el robot se vuelve hacia ella despacio—. Solo las unidades SLV-8 del mantenimiento y el personal autorizado tienen potestad para utilizarlas.
—?Hala! ?Ahora del mantenimiento? ?Y qué hay de la carga y descarga?
—Oh. Seguramente hayas hablado con un modelo obsoleto.
—Pues no lo pillo —ladea su cabeza—. ?Si están tan ?obsolerdos?, qué hacen todavía por aquí?
—Puede decirse que cumplen su función mientras están operativos —le explica—. Mi sugerencia es que, como cuesta dinero deshacerse de ellos, son exprimidos hasta el momento exacto de su reemplazo.
—Oh...
—Mi modelo, el número Ocho —prosigue—, fue preparado especialmente para la custodia y preparación de la maquinaria estática, debido a un accidente acaecido durante la carga de semiconductores en uno de los camiones, llevado a cabo por el modelo anterior hace tan solo un a?o.
—Ya… —Mana desvía los ojos—. ?No sois un pelín peligrosos?
—Tales accidentes suceden de vez en cuando, sin importar si intervienen máquinas o personas —le cuenta—. Sin embargo, el rol de los SLV ha ido cambiando con el tiempo, buscando una tarea que no resulte en un fracaso inevitable para un modelo de la tirada de Máquinas Blancas de nuestro país. Eso es algo en lo que somos pioneros, y por tanto, debemos demostrarlo continuamente.
—?Pero si los humanos no dejan de intentar asignaros, no quiere decir que ellos son todavía más torpes por no ser capaces de crear una máquina más apta para la tarea?
—Esperamos serle de ayuda en el futuro.
El robot se gira y prosigue con su tarea con total normalidad. La chica aguarda en silencio un rato, con un brazo tras la espalda y la mano en el codo, blandiendo la intriga de quien contempla una interesantísima obra de arte.
—Y... ?quién es este gigantón? —pregunta al cabo—. Me recuerda a un amigo.
—Este es el modelo GIGAS, orgullo del Sur —proclama—. Los detalles sobre su construcción están clasificados.
—?Y cómo lo clasifican, ?grande? y ?muy grande??
—Quiere decir que es un secreto de Estado —le aclara.
—Oooh…
—?Tiene usted licencia que demuestre una autoridad?
—?Cómo la consigo? —Mana aprieta los pu?os y sus ojos brillan determinados—. ?Podré montarlo si lo hago?
—Si no lo sabe quiere decir que no está autorizada, y por tanto, tampoco debería estar aquí —el robot parece fruncir unas cejas ficticias, creadas por peque?as barritas que sobresalen, y a?ade al cabo—: Voy a llamar a Seguridad.
—Qué rollo —ella frunce los labios—. No hagas eso. —Tras una pausa aprieta el pu?o y exclama—: ?O en caso contrario, yo!…
—En caso contrario, ?qué hará? —apremia
—?Ah, mira! —Mana se?ala en la distancia—. El ?ji-jas? ha despertado.
—?Qué? ?Cómo?
El robot se da la vuelta y, en tan solo un instante, Mana lo empuja de una patada al interior de la boca del GIGAS.
—?Estarás bueno? —Mana abre y cierra las mandíbulas metálicas del gigante—. ?Ja, ja! ?Perdón, perdón!
El SLV recibe múltiples contusiones de los mordiscos metálicos, hasta el punto que sus comentarios resultan robóticos y completamente ininteligibles.
—Ehm… —Mana alza las cejas—. ?Estás bien?
—?Por qué... lo diiice?...
Cuatro máquinas más aparecen tras Mana, todas de cabezas cuadradas.
—Rutina inesperada… —dice una de ellas.
—?Han llamado a mantenimiento?
Múltiples SLV acuden a ayudar a Ocho, rodeando a una Mana ahogada entre columnas de metal.
—Unidad da?ada, escogiendo herramientas de soldadura... —emite la primera.
—Miembros diseccionados… Encajando las piezas... —hace la segunda.
—Tengo la responsabilidad de velar por las máquinas de mantenimiento —dice la tercera.
—Tengo la responsabilidad de velar por la máquina que mantiene al mantenimiento —dice una cuarta.
Mientras que la máquina encargada de soldar se metía en medio de la máquina embalsamadora, el GIGAS recibía múltiples golpes en la base de la mandíbula.
—Disculpad..., esto es algo incómodo y… ?Ah!
Mana suelta un grito cuando la plataforma comienza a temblar, y ella cae al suelo. Comienza a gatear entre continúos golpes, cerrando un ojo del dolor con cada paso, sin levantar la mirada de una de las herramientas. Cuando extiende un brazo para recoger una de ellas, el soplete cae al vacío impelido por la inclinación creciente de la superficie, dejando a Mana con la única opción de recuperar al menos el soldador antes de alejarse rápidamente del escándalo.
—Desencaje completado —exclaman. En el mismo pronunciar de la palabra, la máquina gigante comienza a doblarse hacia delante con un grave chirrido, sorprendiendo a Mana como una inmensa cabeza de fauces abiertas.
—Ah… ?Hay que correr!
Rápidamente se da la vuelta para salir disparada, pero pierde el equilibrio por unos instantes y casi tropieza, pero enseguida se pone en marcha, el camino tras ella comenzando a consumirse como ardiente mecha.
?Atención, atención?, estalla una voz ruidosa y metálica, acompa?ada del continuo estruendo de las sirenas. ?Sujeto desestabilizado del eje principal. Interrumpan labores de mantenimiento y evacúen de inmediato?
Mana grita y choca con otros SLV durante su carrera, apartándolos entre mascullos, y luego mira hacia atrás rápidamente; no por mucho tiempo, regresa hacia delante otra vez cuando los escombros comienzan a cortarle el paso. El GIGAS arrastra todo a lo que estaba conectado hacía escasos segundos, y comienza a caer atropellada y pesadamente en un paradigma de luces y chispas. Cuando una de las válvulas estalla al pasar por su lado, un chorro de presión la ciega momentáneamente, haciéndola perder el equilibrio y obligándola a sostenerse en la plataforma de rejilla con una sola mano.
—?Agh!… Porras...
Un rastro de sangre se desliza por su ceja izquierda. Pronto todo se vuelve oscuro por el humo que comienza a entrar desde el exterior. La chica rauda rebusca en sus alforjas como buenamente puede para equiparse su máscara de gas; pero al intentar cogerla resbala de entre sus dedos a raíz de un temblor repentino.
—?Por favor!… —Mana comienza a toser—. ?Por qué todo sale mal?
Justo entonces capta por el rabillo del ojo una sombra grande deslizándose al otro lado. La ventana brilla con un blanco opaco con la luz del exterior, y los ojos de la sombra refulgen púrpuras.
—Chinchin… —Las lágrimas llenan sus ojos—. ?Has venido a por mí!
?Me temo que no?.
Antes de que Mana pueda reaccionar a la voz ampliada, la ventana se hace mil a?icos. El gran TES aparece con un salto y la toma en su mano, cubriéndola al aterrizar con los brazos.
—?Siel?
?Perdona por llegar tarde. Si no te hubiera oído gritar… ?Pero en fin! Has tenido que pasar miedo aquí sola… ?Pero ya ha pasado, ya está! Ahora vamos a...?
—?Has robado a Chinchin!
??Eh??.
Todo tiembla de nuevo y Siel suelta un grito, cubriéndose de un pesado escombro que se parte en dos ante el brazo del TES.
—?Has mancillado a mi honorable amigo! —lamenta Mana, golpeando la carcasa con los pu?os—. ?Te odio, te odio!
??Pero qué estás…??.
Mana y Siel mantienen un prolongado argumento bajo el humo y los escombros.
—?Que conste que me has abandonado tú primero! —estalla Mana.
—?Pero si me fui cinco minutos! ?Cinco! —Siel y Mana gritan tras un temblor, este acompa?ado de una explosión—. ?Diablos, no es momento para discutir!
—?Pues sácame de aquí pero ya!
Siel hace al TES cargar con la chica sobre su hombros, y ambos se alejan de la decadente fábrica, muy pronto bajo llamas.
—Lo siento, ?vale? —dice Siel—. ?Sé que te he fallado! Aunque no sé muy bien cómo...
—?No pareces sentirlo lo suficiente!
Siel suspira a los mandos del interior de la cabina, ya lejos de la fábrica. Una ráfaga de viento sacude los cabellos de Mana, sus ojos brillantes por el llanto.
—S-sé que es mi culpa —accede ella al cabo, con rubor—. Es que… es que… ?No creí que fueras a regresar!
—Pero Mana…
Siel sale de la cápsula, cuya puerta se alza sobre su cabeza a través de unas ranuras. Luego se coloca junto a ella en silencio, y ambos observan el gran incendio.
—La próxima vez… —Siel duda un instante—. La próxima vez escúchame un poco más.
—Bueno... Vale...
Mana se aferra a sus rodillas. Ambos aguardan en silencio un poco más, cuando el fuego, tras haber llegado a su cénit, comienza a consumirse poco a poco hasta no dejar más que escombros grises.