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Capítulo 3 - En el Centro de la Humanidad

  Mana y Siel se detienen delante de una tienda de ropa, en el interior de un silencioso y fracturado centro de comercio. La chica recorre la habitación con una sonrisa, levantando las mangas de las camisetas, y las faldas de los vestidos.

  —?Vamos a ponerte a la moda! —Mana se ajusta a la cabeza un sombrero de paja con un lazo—. ?Podrá elegir el robot el modelito más apropiado? ?Yo digo no!

  —Mana, haz el favor —replica él—. ?Qué es ?apropiado? bajo tus estándares?

  —?Ja, ja! Escúchame —Mana alza su dedo índice—. Si deseas convertirte en alguien, ?comienza a vestirte como ese alguien!

  —Yo no quiero eso…

  —?Y qué es lo que me estás diciendo todo el día? —La chica coloca los pu?os sobre la cintura—. ?No soy más que un robot?. ?No necesito eso, soy un robot?. ?Mírame, soy especial. ?Yuju! Soy un robot?.

  —No te entiendo.

  —?Malvado! ?Restregándomelo a la cara día sí y día también!

  Tras quedarse a gusto con sus gritos, Mana frunce el ce?o y mira a Siel muy intensamente. Luego aprieta la mano del chico y lo lleva por la sala a pesar de las protestas de él. Siel se deja guiar entre los maniquíes y las estanterías, bajo la mirada atenta de los cuadros de modelos de piel blanca y voluminosas pesta?as.

  —Fíjate en esto —Mana se detiene—. ?Gira, gira y gira! —la chica comienza a rotar un expositor de gafas y, tras darle tres vueltas, coge una de ellas aleatoriamente y se la entrega a Siel—: ?Para ti!

  —?Y eso para qu…? —Mana le ajusta las gafas a la fuerza entre los ojos—. ?Pero oye!… —Siel frunce el ce?o—. Ahora no veo nada de nada.

  —?Da igual, hombre! —Mana le golpea el hombro—. Lo importante es que vas a la moda… ?y guapo!

  —?Guapo?…

  —?Sigamos!

  La chica lo arrastra entre saltitos y Siel se deja llevar, ajustándose las gafas de sol. Mana corre una cortina que les revela una cabina escondida, y un gran espejo les devuelve su propia imagen.

  —Ay… Estoy peor de lo que pensaba... —Mana palpa su rostro frente al reflejo en gesto preocupado.

  —?Es el aspecto importante para ti? —Siel guarda silencio, observándose su imagen en el espejo—. A mí estas gafas me hacen parecer sospechoso.

  —Anda, no me seas —Mana arruga la nariz—. ?Si solo hay que ver cómo vienes de serie!

  —No sé que quieres decir…

  Mana lo agarra por la solapa y comienza a olerlo desde muy cerca.

  —?Y ahora qué te ha dado?... —exclama él.

  —Tu ropa no pilla olor, ?eh? —la chica relaja su agarre y en su lugar comienza a acariciar la solapa del traje—. Sí, ?estás genial! Como sacado de un desfile.

  —?Desfile?... —mirándola de reojo.

  —Pues como… —Mana se lo piensa un instante—. ?De moda! —reconoce—. ?Algo elegante o formal! ?Como lo que se ve en los carteles y la televisión!

  —?Sí?... —Siel comienza a acariciarse el dedo me?ique y mira al suelo—. Será parte de la indumentaria de todos los SEL.

  —?No lo sabes? —Mana suelta una risilla y se lleva las manos tras la nuca—. ?Eres más raro!

  El chico le devuelve la sonrisa, algo tímidamente. Tras unos segundos devuelve su vista al espejo.

  —La ropa… los adornos… —comienza a decir—. Todo eso es irrelevante para mí, Mana.

  —Pero...

  —Tiendes a compararme con los humanos —Siel se gira a mirarla—, pero yo tengo que reiterar que no soy como tú.

  —Podrías elegir algo por ti mismo —le dice entre morritos.

  —?Qué hay de malo en mi ropa? —Siel se se?ala con las manos—. Es algo con lo que nací y forma parte de mí.

  —Hm… Supongo.

  Minutos más tarde Mana lo deja en paz. Mientras la chica prueba diferentes abrigos, Siel aún permanece con la mirada clavada en el espejo.

  —?Qué hay de ti, Mana? —habla el chico.

  —?Hm? —la chica lo observa a través del gancho de una percha—. ?Qué pasa conmigo?

  —Es difícil que enga?es a nadie —exclama. Tras una pausa comienza a pasearse, con las manos tras la espalda, pasando por delante de los maniquíes de la entrada—. Ese atuendo que llevas, sucio y desgarbado es más propio de una fábrica que de un desfile.

  —Qué grosero... —Mana agacha la cabeza y tira de sus ropas—. Aunque sí es verdad que está sucio...

  —?Qué es lo que te queda? —Siel inclina la cabeza en dirección a ella—. ?Cuánto hace que no te das un buen ba?o caliente?

  —Ahora que lo planteas… —Mana comienza a rascar su cabeza—. Espera, ?agua caliente?...

  De repente un chasquido resuena desde algún punto del centro comercial, a lo que le sigue una música de corte clásico, algo distorsionada. Los dos se aproximan en silencio a una barandilla y miran hacia abajo, donde un resplandor dorado acababa de nacer en forma de árbol.

  —?Qué brillante! —exclama ella—. ?Vamos a verlo!

  Sonriente coge a Siel de la mano una vez más y, tras el titubeo del chico, finalmente montan en las escaleras mecánicas, y los escalones de chapa lagrimada los transportan junto al gran árbol.

  —Mira esto... —la chica frota un polvo amarillento entre sus dedos en la base del árbol—. ?Qué será?

  —Es purpurina… ?Eh! —Siel observa a Mana llevárselo a la boca—. Ni se te ocurra ingerirla, ?me oyes?

  —Es que es tan brillante… ?solo un poquito?

  —No.

  —Un poquitín tan solo…

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  Mana se vuelve entonces, creyendo haber visto algo moverse entre el montón de libros. Justo al acercar su mano una figura surge disparada cual topo entre los libros, que comienzan a sobrevolar por todas partes.

  —?Aaaah!

  Mana golpea con el pu?o el rostro del espontáneo, el cual sale disparado sobre otra monta?a de manuscritos, desparrámandolo todo alrededor.

  —Tan, tan, tan... —exclama el individuo con una voz decadente, los brazos extendidos y torcidos—. Me rindooo…

  —Ah… —Mana seca su frente entre jadeos—. ?Un ni?o?...

  Ambos se acercan al muchacho, quien se incorpora raudo, ajustándose el accesorio de su cabeza: un colador de plata puesto al revés.

  —Maldición —exclama el joven—. Solo quería gastarte una broma, hermanita...

  —Pues te lo has buscado tú solo.

  —Je, je —el chico se frota la nariz—. Pero tú te has llevado el susto…

  —?Que te doy otra, eh! —exclama arremangándose.

  —Un momento, los dos —interviene Siel. Tras una pausa mira al joven, y guarda silencio.

  —Vamos, dilo, hermanito —le provoca el joven.

  —Picaré... —exclama Siel entre suspiros—. ?Cómo te llamas?

  El chaval sonríe fugazmente; con rapidez hace ondear su capa —y entonces—, corre presto tras la monta?a de libros, apareciendo encima de ellos tras una ensayadísima voltereta hacia atrás.

  —?Yo soy el gran Gildong —exclama en una pose, esforzándose por mantener el equilibrio—, Centinela de los Recuerdos!

  —Centinela de los Aguafiestas —acusa Mana.

  —?Bu! —Gildong saca su lengua a modo de burla—. ?Se?orita deslenguada!

  —?No, mira! ?Bleh! —devolviéndole el gesto—. ?Yo también puedo!

  —Cuánto dramón de un grano de arena —pronuncia el chico, acostándose febrilmente en la monta?a de libros—. ?Qué asustadiza princesa!

  —?Renacuajo... retaco! —espeta Mana—. ?Tú de rey solo tienes la corona esa rídicula!

  —Mana, por favor —interviene—. En cuanto a este chico...

  —?Centinela de los recuerdos! —enfatiza él con gesto cansado—. ?Jobar! ?Para qué preguntas el nombre si no lo vas a usar?

  —Hm… lo siento.

  Gildong se echa a reír, y luego mira a la chica.

  —?Escucha bien, hermanita! —le grita se?alándola con el dedo—. ?Escucha al se?or Gildong! ?Pues todo el que consigue encontrar al escurridizo Centinela, le espera un desafío aún mayor!

  —Buuu… —Mana canaliza su abucheo con las manos—. ?No le temo a nada!

  —Gildong, en realidad no hemos venido a jugar —habla Siel.

  —?Ah, no? —Mana suspira y hunde los hombros—. Ya me había hecho ilusiones...

  —?Apóyame un poco! —insite el SEL, luego se vuelve al joven del colador—. ?Puedo preguntarte algo?

  —De acuerdo..., si tanto insistes —Gildong se sacude la ropa—. ?Cómo cortar el rollo!

  El joven se sienta en silencio frente al árbol de base circular, y entorna los ojos.

  —?Vienen muchas personas por aquí? —comienza Siel.

  —?Y qué iban a venir si no? —El joven ríe—. ?Alienígenas?

  —Yo siempre he creído en su existencia —dice rápidamente Mana—. ?Que conste!

  Gildong ríe, pero Siel aprieta el pu?o y endurece los ojos.

  —?Esto no es una broma! —exclama—. ?No os dais cuenta de la situación?

  —No te enfades, hermanito —Gildong arruga los ojos—. A ver, déjame pensar —a?ade mirando al techo—. Siempre hay movimiento en este centro comercial. Aunque de un tiempo a esta parte ha disminuido notablemente...

  —?Desde cuándo, esto?

  —Hace ya algunos meses, o tal vez a?os... —dice con duda, hurgando con el me?ique en su oído—. Vete tú a saber.

  —?Menuda ayuda, Gildong! —rega?a Mana.

  —Bah, ?a quién le importa eso? —rechaza él—. Hace mucho frío fuera, aunque la gente se empe?a en vivir por ahí. ?Yo me refugio en el centro comercial!

  —Queríamos resolver este misterio —apostilla Siel—. Las calles vacías y descuidadas. ?Y las fábricas y la luz? Todo funciona, pero no hay nadie.

  —Es que así es Siel —le cuenta Mana—, siempre le da vueltas a todo. A veces te infla la cabeza de tanto que piensa.

  —Je, je, je —el joven se echa a reír—. ?Con alguien así cerca, uno siempre está alerta!

  Los tres acaban charlando de distintas cuestiones, sentados en triángulo frente al árbol luminoso. El tiempo pasa entre juegos, acertijos y chascarrillos. En uno de los trámites, Gildong saca a relucir cinco peque?as cubos de colores y comienza a maniobrar con ellos con una sola mano, y así se las iban pasando para hacer distintos malabares por turnos.

  —Nada extraordinario ha pasado por aquí durante todo este tiempo —reconoce el joven— a excepción claro está de aquel tipo de distinguido uniforme.

  —?Distinguido? —Mana recoge uno de los cubos, lo lanza al cielo; recoge otro del suelo; pero en el momento de recibir la primera del aire, ésta cae en su mu?eca—. ?Porras!

  —Hm… Desde luego él no era como los demás —rememora Gildong—. Rebosaba carisma y encanto. ?Anda, justo como yo! —a?ade entre risas.

  —?A dónde crees que se dirigía ese hombre? —le pregunta Siel, intentando el juego y realizándolo a la perfección.

  —?Siel, tramposo! —le susurra Mana.

  —Pues, a ver... —Gildong recibe los peque?os bloques—. El tipo llegó aquí como estando en su propia casa. Un gigante de dos metros de alto, como te digo. ?Y comenzó a contarme todo tipo de historias sobre el norte! Según su relato —a?ade inclinándose el joven, extendiendo su mano junto a la sien—, ?muy lejos de mi reino hay ciudades fabricadas de oro, y monta?as cuyos ríos son miel!

  —?Imposible! —rechaza ella.

  —?Qué buenas historias! —Gildong levanta ligeramente su sombrero colador—. Desde luego su estancia fue la más impactante de todas. Me gustaría ver esos lugares yo mismo, pero debo guardar este centro comercial con mi vida: ?como Centinela de los Recuerdos!

  —?Por qué ese título? —pregunta Mana con curiosidad.

  —Es la carga de los que me precedieron —el chico se frota por debajo de su nariz—. Los que fueron, los que pasaron por este centro, sus historias. Todo lo guardaré conmigo. ?He decidido que así es como voy a vivir!

  —No tienes por qué quedarte —Siel aflige el gesto.

  —?No estás triste aquí solo?... —plantea Mana—. ?Qué hay de tus padres?

  —?Pobres que sois! —Gildong cruza los brazos, y luego sonríe—. ?Pensáis que es mejor vivir fuera? ?No estoy de acuerdo! ?Aunque respeto mucho a los viajeros como vosotros! —El joven inclina el gesto—. Para no contaminar este respeto, he decidido mirar desde la distancia y quedarme atrás, con los pies en la tierra. Después de todo, eso es lo que haría un gran rey, ??o acaso me equivoco?!

  El chico sonríe nuevamente. Luego se levanta y hace chasquear algo con su pulgar. Brillante en medio del aire, Mana lo recibe al vuelo.

  —él me dio esto. ?Pero creo que deberíais tenerlo vosotros!

  —Gildong...

  —Me inspiró grandemente, sin siquiera darme su nombre —el joven muestra una sonrisa melancólica—. Pero allá fue, ?tan rápido como vino se esfumó a por otras aventuras! Tal como haréis vosotros ahora.

  Siel y Mana se miran en silencio, cabizbajos. Más tarde en el día, cuando las nubes se ti?en de canela, Siel y Mana ponen a punto a Chinchin a las afueras.

  —?Estás seguro de que no quieres venir con nosotros, Gildong? —le insiste Siel.

  —Tal vez podríamos intentar ser amigos —dice Mana.

  —?No debéis preocuparos por mí! —el chico muestra los dientes en una sonrisa—. ?Cuidaré de este lugar mejor si cabe de lo que era anta?o, como que soy el gran Gildong! ?Je, je, je! Pero prometedme algo. Encontraréis a ese hombre… ?y le daréis las gracias de mi parte!

  Siel y Mana asienten y sonríen al unísono.

  —?Buena suerte! —grita el chaval—. ?Convertíos en alguien que impacte tanto a los demás con solo pasar cerca! ?Y sobre todo, brillad! ?Brillad con vuestra luz propia!

  Los tres se despiden en la distancia entre gestos. Cuando el edificio es solo un peque?o cuadrado, observan ondear la capa de Gildong por última vez bajo los copos.

  —Pobre Gildong… —Mana agacha su cabeza, desde lo alto del TES—. Tan solo y tan alegre...

  —Es solo un ni?o —Siel pierde la mirada en la cuerda del mosquetón sobre su hombro—. Pero tal vez este no sea un mal lugar para resguardarse de los malos tiempos. Después de todo, está bien surtido con alimento.

  —Tienes razón… ?Seguro que le irá bien!

  Siel carga con la gran máquina a paso lento. Mana bosteza desde arriba.

  —Un hogar… —El viento comienza a soplar y Mana sostiene su sombrero—. ?Crees que podremos encontrar algo así?

  —Por supuesto —responde Siel con voz en calma—. Mientras sigamos juntos

  Una colina, de suaves curvas, se abre entre la bruma y rompe la estricta línea de los rascacielos, resplandeciendo con joven verdor bajo los escasos rayos del atardecer.

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