Miré a mi alrededor, el bosque era peso, silencioso, sus sombras extendiéndose entre los árboles. Todo parecía igual, excepto por el hecho de que Henry no estaba.
—?Enrique! —grité desesperadamente, esperando su presencia, su figura familiar, su respuesta.
Pero lo único que vi era al hombre que ahora caminaba frente a mí. Mi cuerpo reaccionó antes que mi mente y eché a correr, aterrorizada. él me siguió, sus pasos firmes, seguros, alcanzándome con facilidad. Me preparé para un ataque, para el peor de los escenarios, pero cuando lo miré de nuevo, no había malicia en su expresión, sus ojos eran los mismos, su mirada tenía la misma intensidad, la misma profundidad que la de Henry. Sus características físicas eran distintas, más humanas, pero aún conservaban rasgos salvajes. Sus orejas de lobo se movían con inquietud, su cola se mecía de un lado a otro. Retrocedió de pronto y bajó la mirada, recorriendo cada parte de su cuerpo con desconcierto.
—Cielos, ?qué me ha pasado? —exclamó, corriendo hacia el arroyo. Se inclinó sobre el agua y tocó su reflejo como si no lo creyera real.
Lo observé detenidamente, incrédula, intentando encontrar respuestas en su expresión.
—Henry… —murmuré, mi voz apenas audible.
él giró lentamente el rostro hacia mí, aún desorientado.
—Sí, antes era un lobo… ahora soy un… ?mestizo? —su voz sonaba confundida, como si aún intentara procesar lo ocurrido.
El calor subió a mi rostro y me di la vuelta de inmediato, tapándome la cara con ambas manos.
—Por favor, cúbrete con algo… estás desnudo —le sugerí, tratando de mantener la compostura.
Henry miró su cuerpo nuevamente, como si apenas notara su condición.
—Perdón si te causa incomodidad —dijo con calma—. Los lobos no llevamos ropa, nuestra única prenda es nuestro pelaje. Aunque… veo que tú tampoco estás bien protegido. Conozco una caba?a cerca de aquí que está abandonada. Puede que allí encontremos algo para cubrirnos.
Después de caminar aproximadamente dos kilómetros, la caba?a apareció en la distancia. A pesar del tiempo, estaba sorprendentemente bien conservada. Hecha de piedra, su estructura resistía los a?os, y justo al lado, un pozo descansaba entre la vegetación. Al abrir la puerta, Henry casi se la llevó con él, torpe en su nuevo cuerpo semihumano. Dentro, el aire olía a polvo acumulado y telara?as. Busqué en la habitación principal y encontré una cama aún tendida. Las sábanas servirían como opción improvisada, pero seguí explorando hasta dar con un viejo armario, ropa, tanto para hombre como para mujer. Nos vestimos con lo que pudimos encontrar, lo suficiente para parecer más decentes. Mientras ajustábamos nuestras prendas, Henry me observó con curiosidad.
—Humana, nunca te he visto por este bosque… ?estás perdida? —preguntó con un tono que reflejaba verdadero interés.
Suspirar.
—Es complicado. Yo estaba en la universidad…
— ?Universidad? ?Qué pueblo es ese? —me interrumpió, confundido.
Negué con la cabeza.
—No es una ciudad, es un colegio donde aprendes muchas cosas. Estaba en la universidad cuando decidí lanzarme del sexto piso para… para quitarme la vida.
Henry se detuvo de golpe, su mirada reflejando una incomprensión genuina.
—?Por qué una humana quisiera quitarse la vida? No le veo razón ni motivo… ustedes los humanos sí que son muy extra?os.
Suspiré, sintiendo que volvía a abrir heridas que jamás habían sanado.
—Estaba cansada de sufrir. Desde ni?a, nadie me quería, me maltrataban… simplemente me cansé de existir y de seguir soportando mi desgracia. Me lancé desde las alturas… y caí aquí. No sé dónde estoy, pero veo que es un lugar completamente diferente al mío.
Henry asintió lentamente, su expresión era más seria y más reflexiva.
—A veces la manada te rechaza sin ninguna razón. Cuando eso sucede, tienes que aprender a valerte por ti mismo para poder sobrevivir.
Sus palabras impactaron mi corazón como un bálsamo inesperado. Por primera vez en mucho tiempo, no me sentí completamente sola.
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—Cuéntame de ti —dije, aún intentando comprender lo que había sucedido—. Te llamé Henry… pero, ?cómo te llamas realmente? Por cierto, puedes llamarme Amara.
Henry me observó antes de responder.
—No tengo nombre —admitió—. Solo el que me diste. Pero al recibirlo, me sentí… completo, por primera vez en mi vida. Creo que fue ese reconocimiento lo que provocó mi evolución. Por eso tomé este aspecto.
Su voz tenía una sinceridad extra?a, como si cada palabra estuviera llena de una verdad que apenas descubría.
—?Y tu manada? —pregunté con cautela—. ?Dónde están?
Henry bajó la mirada por un instante.
—Me perdí de la manada cuando era un cachorro… y fui rechazado por otras. Aprendí a sobrevivir solo, pero ahora… ahora tengo compa?ía. Por primera vez en mucho tiempo.
Sus palabras se quedaron suspendidas en el aire, cargadas de significado.
—Puedes venir conmigo —le sugerí, sin saber muy bien a dónde ir—. Aunque no sé ni qué rumbo tomar.
Henry pareció meditarlo por un momento, luego levantó la cabeza con determinación.
—Entonces… ?serás mi ama?
Me sobresalté ligeramente ante su pregunta.
—Podemos ser amigos —respondí con algo de vergüenza—. No hace falta que sea tu ama.
—Es necesario que lo seas —dijo con tranquilidad—. Para que nuestros vínculos sean más fuertes y para que pongas el sello en mí. Así nadie podrá someternos bajo ningún yugo de magia.
—?Magia? —repetí, incrédula—. ?Eso realmente existe?
Henry me miró con una peque?a sonrisa.
—?Acaso no viste mi transformación?
Sí, era cierto. Había ocurrido frente a mis ojos, imposible de negar.
—Está bien —asentí, exhalando—. A partir de ahora… soy tu ama.
Llevé mi mano a sus orejas puntiagudas, pasando los dedos por su suave pelaje. Al hacerlo, algo surgió de mi piel: una cadena de luz que lo unió a mí por el cuello, un vínculo que desapareció de inmediato, dejando solo una peque?a marca en su frente.
Henry cerró los ojos por un instante antes de hablar.
—Acabas de poner un sello en mí —dijo con seguridad—. Desde ahora, nadie podrá romper nuestro vínculo, y mi fidelidad hacia ti está asegurada.
Se inclinó levemente, como si quisiera mostrar respeto.
—No, gracias, no hagas eso —le dije, incómoda—. No es necesario.
Henry asintió y levantó la vista hacia el horizonte.
—Conoces algún pueblo cerca de aquí? —pregunté, cambiando el tema.
Henry se?aló con la barbilla una monta?a cercana.
—?Ves esa monta?a que está al frente? Justo detrás hay un pueblo.
Seguí la dirección de su mirada. A menos de un kilómetro, el sendero continuaba hacia una nueva experiencia.
El camino hacia el pueblo era corto, pero el sol golpeaba con fuerza. A medida que avanzábamos, sentía mi cuerpo cada vez más débil. La hora debía rondar las once de la ma?ana y el calor se hacía insoportable. Mis piernas estaban pesadas, el hambre me carcomía, y mis ojos se desviaban hacia los árboles, buscando desesperadamente algún fruto que pudiera saciarme.
Henry, por otro lado, parecía incansable. Caminaba con una energía envidiable, ágil, firme, su postura erguida como si el cansancio no existiera para él. A veces avanzaba demasiado rápido, y cuando yo me quedaba atrás, se detenía unos instantes antes de seguir. Pero llegó un punto en el que no pude más. Me dejé caer junto a un gran árbol, apoyando mi espalda contra su tronco rugoso.
—No puedo más… —jadeé, sintiendo el sudor empapar mi ropa—. Estoy agotada… tengo hambre.
Henry me miró y asintió con tranquilidad.
—Quédate aquí, te traeré algo de comer.
Lo observé alejarse entre los árboles y me permití cerrar los ojos un instante, intentando recuperar el aliento. No pasaron muchos minutos antes de escuchar el crujir de hojas bajo sus pies. Cuando levanté la cabeza, lo vi regresar. Pero algo estaba mal. Su ropa tenía manchas de sangre.
—?Te has herido? —pregunté de inmediato, preocupada.
Henry frunció el ce?o, sin comprender mi reacción.
—No —respondió, acercándose más.
Fue entonces cuando lo vi con claridad. En sus manos llevaba un conejo muerto, su boca aún manchada de sangre. Lo miré, desconcertada.
—Pero… ?qué estabas haciendo?
—Cazando nuestra comida —respondió como si fuera lo más natural del mundo—. Toma, está delicioso.
Me ofreció el conejo con una expresión satisfecha, pero yo retrocedí.
—No… no como carne cruda. Y no tengo dónde cocinarlo.
Henry pareció meditarlo un instante antes de asentir.
—Perdón, olvidé que ustedes los humanos le dan fuego a todo.
—No te preocupes —suspiré—. ?Por dónde fuiste, no encontraste algún árbol con frutas?
Henry giró la cabeza y se?aló con la barbilla.
—Allá, si caminamos un poco más, hay un árbol cargado de manzanas.
Nos levantamos y avanzamos hacia el árbol. Las manzanas eran rojas y brillantes, y cuando mordí la primera, el jugo fresco me devolvió un poco de energía. Henry me observó con atención mientras devoraba varias. Cuando finalmente retomamos el camino, la silueta del pueblo comenzó a surgir entre las ruinas. Lo primero que se imponía en el paisaje eran los restos de un castillo, sus antiguas torres apenas visibles entre las sombras del tiempo. A medida que nos acercábamos, el ambiente se volvía más opresivo.
Era un peque?o pueblo, rudimentario, pero lleno de vida. Los ni?os jugaban entre los escombros, mientras adultos con rostros demacrados caminaban lentamente por los callejones. Sus expresiones reflejan fatiga, desesperanza. Sus ropas eran humildes, gastadas, y sus cuerpos evidenciaban la falta de alimento. Las casas estaban hechas con lo poco que quedaba de la antigua estructura. Algunas de piedra, otras de paja, montadas sobre las paredes que aún resistían.
Observé con atención el lugar y me giré hacia Henry.
— ?Qué habrá pasado aquí? —pregunté, intentando entender el porqué de tanta miseria—. Este pueblo no parece tener riqueza, ni comercio, ni economía… o simplemente, es el resultado de abandono.
Henry miró a su alrededor con un aire sombrío.
—He rondado por este pueblo antes —respondió—. Y te puedo decir que, en otro tiempo, fue una gran ciudad llena de riquezas. Extranjeros venían aquí a comprar, a intercambiar bienes…
Se quedó en silencio un instante antes de continuar.
—Pero un día ocurrió lo peor, una guerra que duró aproximadamente seis a?os y lo destruyó todo. Muchos huyeron a otros pueblos, pero algunos decidieron quedarse. Unos porque no tenían dinero para emigrar, otros porque sentían que no podían abandonar a los que un día murieron por defender este lugar.
—No entiendo… —susurré—. Sigamos nuestro camino. Vamos a ver si el líder del pueblo puede ayudarnos, aunque sea con alojamiento. Nos adentramos aún más en el peque?o poblado.
Cada paso hacía más evidente la pobreza que los envolvía. Para mí, que había estudiado en la universidad —aunque no la terminé—, podía notar que aquí no existía un liderazgo claro, ni un gobierno organizado.
Este pueblo... no sabía cómo funcionar. Con esa idea en mente, decidió que lo mejor sería buscar al líder de este lugar.