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Chapter 1

  El sol salió por el horizonte y su luz anunció el comienzo de un nuevo día para el pueblo de Branvar.

  Un peque?o pueblo, rodeado de imponentes monta?as, vedo por nieb matinal y acariciado por un clima frío que acompa?aba a los lugare?os cada amanecer.

  Branvar era un asentamiento remoto, muy alejado de s grandes ciudades ( más cercana estaba a una semana de viaje a caballo), pero seguía siendo autosuficiente.

  Un pueblo que se sustenta gracias a pesca y agricultura.

  Los hombres salieron de sus casas, sonrientes y dispuestos a cuidar los campos como lo hacían todos los días, mientras sus esposas e hijos los despedían con cálidas sonrisas.

  Las mujeres continuaron con sus tareas diarias y los ni?os corrieron a jugar, mientras los ancianos del pueblo se dirigían a taberna para comer y charr.

  En una peque?a casa a s afueras del pueblo, una puerta se abrió con un crujido, revendo a un hombre vestido de negro. Su cabello, oscuro como noche, le caía en cascada por espalda; su piel era pálida, casi enfermiza, y su expresión serena pero distante.

  Pero lo que realmente hipnotizaba eran sus ojos: hermosos y cautivadores ojos de color gris pteado que podían tentar a cualquier alma a perderse en su interior.

  El hombre cruzó el umbral, cerró puerta con lve y echó a andar por calle con un propósito cro. En el camino, se cruzó con varios aldeanos que lo recibieron con alegres sonrisas.

  —Buenos días, Se?or Eresh. ?Cómo amaneció hoy? —lo saludó una mujer de aspecto sencillo, llevando una cesta de ropa sucia hacia el río.

  El hombre, Eresh, le devolvió el saludo con una sonrisa amable. Todas s ma?anas lo saludaba; se había convertido en una costumbre entre ellos.

  Buenos días, se?orita Mary. Hoy es un día precioso.

  Después de caminar varios pasos más, Eresh fue detenido por un grupo de ni?os que jugaban en un parque junto a calle.

  —?Buenos días, Eresh! ?Jugarás con nosotros? —gritó una ni?a de no más de siete a?os, con el pelo rubio atado en mo?os y el vestido adornado con vontes de rosas.

  —?Sí, Eresh! Ven a jugar con nosotros. La última vez que jugamos fue hace dos días —dijo otro ni?o, que parecía un poco mayor que ni?a de s trenzas.

  Eresh sonrió a los ni?os y dejó su paraguas antes de agacharse para alborotarles el cabello.

  —Ly, Damian, no puedo jugar con ustedes ahora, pero esta tarde, cuando termine mis recados, les prometo que jugaremos juntos. ?Qué les parece? —dijo, con una sonrisa en el rostro.

  Su voz era suave, como una melodía que infundía paz y serenidad en cualquier circunstancia. Era una voz que reconfortaba a los ni?os del pueblo, ganándose su confianza y de sus padres, tanto que a menudo dejaban a sus hijos a su cuidado cuando estaba libre.

  Aunque Ly y Damian hicieron pucheros al principio, se alegraron ante promesa de un juego por tarde y, satisfechos, abrazaron a Eresh antes de correr de regreso al parque.

  Eresh sonrió, negando con cabeza suavemente. Con el eco de s risas de los ni?os a sus espaldas, reanudó su camino hacia posada del pueblo, cuyo techo humeante se alzaba como un faro para los madrugadores.

  —

  Eresh avanzaba por calle adoquinada; sus pasos resonaban con familiaridad. Su mente vagaba, recordando cuántas vidas había presenciado pasar en silencio.

  Su mirada recorrió s casas de piedra y madera, respirando el aire fresco de ma?ana. Pronto, el familiar aroma a pan recién horneado se mezcló con el aroma de comida que emanaba de posada.

  Eresh observó el desgastado cartel que colgaba sobre puerta —La Cocina de Paz— y empujó puerta para abrir, atrayendo atención de los clientes que estaban adentro.

  Los miró con calma mientras entraba.

  "Buenos días. Espero que sea un día productivo para todos", saludó con un amable gesto de cabeza.

  Los clientes respondieron con pabras o asentimientos antes de regresar a sus comidas y conversaciones.

  Eresh, por su parte, se dirigió a una mesa escondida en un rincón ( que siempre elegía), apoyó su sombril contra pared y esperó a que le sirvieran.

  No tuvo que esperar mucho. Al poco rato, una joven esbelta se acercó con una sonrisa radiante. Su cabello casta?o cro y sus ojos azul cielo complementaban el sencillo vestido bnco que llevaba.

  —Qué linda ma?ana, Eresh. ?Qué tal tu noche? —preguntó, con mirada fija en él.

  "Ana", saludó Eresh con una sonrisa y un gesto de asentimiento. "Dormí bien, como siempre", respondió, observándo poner mesa.

  "Me alegra oír eso, jaja. ?Será lo mismo de siempre?"

  Eresh respondió con un leve asentimiento. Después de unos minutos, Ana regresó con una taza, una tetera y un pto de comida. Los dejó uno a uno y empezó a servir de tetera.

  Un líquido color chocote intenso fluyó a taza, y un intenso aroma a café llenó los sentidos de Eresh. La comida fue sencil.

  —Dos huevos fritos, queso y pan, con tu café. Como siempre —dijo Ana con una cálida sonrisa.

  —Nadie prepara café como tú, Ana. ?Asistirás hoy a tus cses de herboria con se?orita Wyn? —preguntó Eresh mientras tomaba un sorbo de taza.

  ?Cro! Soy mejor preparando café, jaja. Y sí, tengo que irme; hoy es mi examen. Si apruebo, abue Wyn me dejará buscar hierbas so —respondió Ana, con voz llena de emoción ante idea.

  Eresh asintió. ?Lo harás bien. Serás mejor herboria del pueblo; quizá incluso superes a se?orita Wyn?.

  —Eso espero, Eresh. Bueno, tengo que irme. Cuídate —dijo Ana mientras se giraba para atender a los clientes recién llegados.

  Eresh vio alejarse y dejó escapar un suspiro silencioso. Su mirada se detuvo en su taza de café un rato, absorto en sus pensamientos, hasta que el sonido de porcena al romperse lo devolvió a realidad.

  Al volverse hacia fuente del ruido, Eresh vio a un hombre desconocido rega?ando a Ana.

  ?Maldita sea! ?Mira lo que has hecho! ?Este traje era nuevo y lo has arruinado con tu incompetencia! —gritó el hombre, que parecía tener al menos treinta y cinco a?os.

  Parecía un matón típico, y justo cuando estaba a punto de levantar una mano contra Ana, un hombre de hombros anchos, cabello gris y barba recortada lo agarró del brazo.

  "Levantar mano contra una jovencita por un simple error... El que merece el castigo es usted, se?or", dijo el hombre mayor con voz firme y experimentada.

  El hombre rudo se enojó aún más al ser interrumpido y sacó espada de su cinturón con su mano libre, alejándose del hombre de cabello gris.

  ?Y quién demonios eres tú, viejo? ?No sabes quién soy yo? Soy Ivyr, hermano del líder de los Rompecráneos. ?Acaso deseas morir?

  El anciano ignoró s pabras de Ivyr. Antes de que Ivyr pudiera reaccionar, lo desarmó sin esfuerzo, lo arrojó al suelo y arrojó su espada lejos de su alcance.

  No me importa quién sea tu hermano. Este es un pueblo tranquilo, un lugar que prospera en armonía, y viniste a perturbarlo con tus peleas sin sentido. Te escoltaré fuera del pueblo y espero no volver a verte nunca más.

  Los apusos comenzaron a resonar en taberna mientras los clientes reían y apudían ante escena.

  "?Bien hecho, Aldrik!" / "?Aún no estás oxidado después de todos estos a?os, jaja!"

  El hombre mayor, Aldrik, sonrió ante s pabras de multitud y abandonó posada, llevándose a Ivyr.

  Todo esto había sido observado en silencio por Eresh, quien mantuvo mirada fija en Ivyr hasta que el hombre desapareció de vista. Solo entonces regresó a su comida y dio el primer bocado.

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