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Ejecución

  Tras esa batalla, volvimos al departamento. Niklas, con su “nuevo” cuerpo, no tenía ni un solo rasgu?o, mientras que yo apenas podía moverme por el dolor.

  —?Auch! Ten más cuidado, por favor —me quejé con un gesto adolorido mientras él me ayudaba a sentarme.

  —Perdón… aún no me acostumbro a este cuerpo —dijo con una sonrisa torcida, con ese tono cálido que siempre lograba tranquilizarme.

  —Me alegra que todo saliera bien…

  —Yo también… —murmuró, su mirada fija en la mía.

  El silencio entre nosotros se volvió diferente.

  Tras acomodar los últimos vendajes, Niklas se sentó a mi lado. Sin pensarlo, recargué mi cabeza en su hombro. Era cálido, reconfortante. Mi corazón latía con fuerza, pero no por miedo… sino por algo más.

  Entonces, sentí su mano acercarse lentamente a la mía.

  Mi respiración se entrecortó, pero no la retiré. Lo dejé hacerlo.

  Sus dedos rozaron los míos con una suavidad que me hizo estremecer. Era un momento frágil, único, marcado en mi corazón para siempre.

  Y entonces, la voz de Adrián rompió la burbuja.

  —Sé que no es el momento, tortolitos, pero debo decirles algo.

  Los dos saltamos del susto, alejándonos de golpe. Mi cara ardía de vergüenza, y cuando miré de reojo a Niklas, vi que él tampoco sabía dónde meterse.

  Adrián se cruzó de brazos con una sonrisa burlona.

  —Ya no finjan, me alegra que por fin dieran el siguiente paso —dijo, tomando el control de la televisión—. Pero ahora vean esto.

  La pantalla se iluminó con un titular que me heló la sangre.

  "EJECUCIóN DE LOS HéROES DE LA TIERRA: ZEIN RAVENSCROFT, KIOMI VALANDIL Y MIGUEL CASTILLO, ESTA MISMA NOCHE.”

  El tiempo pareció detenerse.

  Mi respiración se volvió pesada.

  ?Tan rápido había pasado el tiempo?

  Apenas unos meses atrás había caído del avión, perdida y sola. Y ahora… el fin de a?o llegaba con la peor pesadilla imaginable.

  El frío afuera era cada vez más cruel, pero lo que realmente me congelaba era la idea de perderlos.

  —Tenemos que ir —dije de inmediato, poniéndome de pie con dificultad y caminando hacia la puerta.

  Niklas reaccionó al instante.

  —Naoko, aún tienes que descansar, no puedes ir.

  —Tengo que hacerlo.

  —?Por qué? —Su voz se volvió más tensa, más seria—. ?Por qué te importan tanto los héroes de este planeta?

  Me detuve en seco.

  Niklas me miraba fijamente, esperando una respuesta.

  Nunca le había dicho la verdad.

  Tomé aire, sintiendo cómo mi pecho se encogía.

  —Porque… —Dudé. Lo que estaba a punto de decir cambiaría todo—. Porque ellos son mis compa?eros. Son mis amigos.

  Niklas parpadeó, desconcertado.

  —?Qué…?

  —Sí… yo soy parte de su grupo. Repelimos juntos la primera invasión, fui con ellos al primer planeta que liberamos… Zein es mi maestro, y los respeto más de lo que puedo expresar. Por eso quiero salvarlos a los demás, pero… —tragué saliva, sintiendo que mi voz temblaba— pero no creo que pueda…

  En ese instante, Niklas me abrazó.

  Fue un abrazo suave, cuidadoso, como si temiera lastimarme. Pero en su calor había algo más que simple consuelo… había comprensión, culpa, y un deseo silencioso de protegerme.

  —Perdón… por no poder ayudarte en esto…

  —No —susurré, correspondiendo el abrazo con fuerza—. Es mi culpa por jamás decírtelo.

  Nos apartamos apenas unos centímetros, lo suficiente para que pudiera mirarlo directo a los ojos. Aquellos ojos azules que ahora estaban llenos de preocupación.

  —Pero aun así… tengo que ir. Al menos para saber que no me alejé del problema como una cobarde.

  Niklas me sostuvo la mirada por un instante eterno.

  Luego, respiró hondo y asintió.

  —Bien… te acompa?o.

  —Yo también voy —intervino Adrián,—. Podríamos conseguirte uno de nuestros trajes. Conozco a alguien que podría prestarnos uno para que pases desapercibida.

  —Lo agradecería bastante…

  Nos movimos de inmediato.

  Nos dirigimos a un departamento donde una amiga de Adrián nos prestó un traje y una identificación falsa. El tiempo corría en nuestra contra, y cada segundo que pasaba sentía que mi corazón latía más rápido, como si intentara advertirme que algo saldría mal.

  El día se desvanecía poco a poco.

  La nieve seguía cayendo en silencio, cubriendo las calles con su manto blanco. Las luces parpadeantes de la ciudad se encendían de a poco, algunas apenas funcionando, iluminando el camino con una tenue melancolía.

  La ejecución sería en un parque, justo al lado del edificio más importante de la ciudad.

  Cuando llegamos, una multitud ya se había reunido.

  Había soldados del Imperio, ciudadanos del planeta… y otros que claramente habían viajado desde tierras lejanas solo para presenciar el espectáculo.

  El escenario estaba preparado.

  El aire era pesado. Cada respiro se sentía espeso, como si la misma atmósfera estuviera contaminada por la crueldad de lo que estaba por suceder.

  Y entonces, comenzó.

  El cielo estaba completamente oscuro cuando los reflectores iluminaron el escenario.

  Las primeras figuras en aparecer fueron los tres generales:

  Eroberer, Stahlwand y Krieger.

  Henker ya no estaba.

  Habíamos acabado con él.

  Eso me dio una peque?a esperanza.

  Tal vez… tal vez al no tener verdugo, pospondrían la ejecución. Tal vez encontrarían una excusa para retrasarlo… o para cancelarlo.

  Pero no.

  Hicieron lo contrario.

  Adelantaron la ejecución.

  Y entonces, los sacaron.

  Zein. Kiomi. Miguel.

  Cuando los vi, sentí como si el suelo desapareciera bajo mis pies.

  No eran ellos. No podían ser ellos.

  Los arrastraron hasta el escenario como si fueran despojos. Sus cuerpos estaban cubiertos de golpes, heridas, sangre seca…

  No parecían conscientes.

  Los ataron a tres enormes cruces de madera y los dejaron allí.

  El murmullo de la multitud se intensificó, algunos en susurros expectantes, otros en risas morbosas.

  Y entonces, el presentador tomó el micrófono.

  El espectáculo estaba por comenzar.

  —?Sus héroes! Mírenlos aquí —la voz del presentador resonó por todo el lugar, llena de burla y desprecio—. Ya no parecen tan intimidantes, ?verdad?

  Con un solo gesto, nueve soldados avanzaron al escenario, cada uno portando una lanza.

  —Estos supuestos "héroes" son condenados a morir por ser simples enemigos del Imperio. ?Que esto sea una lección para todos! —el presentador levantó la voz, su tono cargado de crueldad—. Cualquiera que intente rebelarse contra nosotros sufrirá el mismo destino.

  Los generales simplemente observaban.

  Nadie en la multitud se atrevió a hablar. El silencio era sepulcral.

  El aire mismo parecía contener la respiración.

  Y entonces, dieron la se?al.

  Las lanzas descendieron.

  Nueve filos perforaron la carne.

  Zein. Miguel. Kiomi.

  Directo al pecho.

  Para asegurarse de que no habría inconvenientes. Para que la muerte fuera instantánea.

  Sus cuerpos se sacudieron con un último espasmo.

  Y luego… nada.

  Inmóviles.

  No respiraban.

  No reaccionaban.

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  No estaban vivos.

  Sentí cómo la sangre abandonaba mi rostro.

  Mis manos temblaban, apretadas contra mi pecho. No podía hacer nada.

  No podía moverme.

  No podía gritar.

  No podía hacer más que ver cómo mi mundo se desmoronaba frente a mis ojos.

  Un vacío helado me invadió el pecho. Dolía.

  Dolía más que cualquier herida.

  Entonces, sentí unas manos rodear las mías.

  Niklas.

  Su agarre era firme, reconfortante. Trató de acercarme a él, de darme algo de calor en medio del hielo que me consumía.

  Cerré los ojos por un momento, tratando de calmarme.

  Y entonces…

  Todo se volvió oscuro.

  Abrí los ojos.

  Pero ya no estaba ahí.

  No había gritos, no había gente, no había nieve.

  Solo… oscuridad.

  Me giré, buscando respuestas. Nada.

  Y luego, bajo mis pies, algo empezó a cambiar.

  Agua.

  Estaba de pie sobre una superficie líquida, o al menos eso parecía. Un agua oscura, densa, sin fondo.

  Entonces, comenzó a brillar.

  Destellos débiles, tenues reflejos de algo que aún no podía comprender.

  Pero antes de que pudiera averiguar qué estaba pasando… el agua me tragó.

  Todo mi cuerpo, desde la cintura hacia abajo, desapareció en el abismo.

  Era como si flotara.

  Como si estuviera suspendida entre dos realidades.

  Entonces, lo vi.

  Zein.

  De pie frente a mí.

  Su cuerpo cubierto de heridas, agujeros abiertos en su pecho como si las lanzas aún lo atravesaran.

  Pero su mirada no estaba vacía.

  No estaba muerto.

  Y frente a él, una sombra.

  Una figura alta y distorsionada, envuelta en llamas negras y cenizas moradas.

  Sus ojos… no tenían fondo.

  Eran pozos vacíos, abismos de un infinito imposible.

  Si los mirabas, podías ver el universo mismo… y sentir que este te devoraba.

  —Me alegro de verte. —La voz de la sombra era un eco distante, como si proviniera de todas partes y de ninguna a la vez.

  Zein no se inmutó.

  —?Sí? Pues yo no.

  La sombra inclinó la cabeza con diversión.

  —Sigues tan arrogante como siempre.

  Zein resopló.

  —?Qué esperabas?

  —No estás en posición de serlo, ?sabes?

  —?Por qué lo dices?

  —?Qué no te das cuenta? Estás a punto de morir, y aun así sigues aquí, frente a mí.

  Zein frunció el ce?o, pero no respondió de inmediato.

  —?Qué?

  La sombra inclinó levemente la cabeza, casi con desdén.

  —Has vuelto al limbo entre la vida y la muerte. Aunque esta vez… tu decisión no cambiará nada.

  —Claro que sí.

  La sombra suspiró, con una mueca burlona en su rostro.

  —En serio odio eso de ti… pero no me preocupa.

  El silencio entre ambos se alargó. Se miraban directamente a los ojos, como si midieran fuerzas sin necesidad de palabras.

  Fue entonces cuando lo noté.

  Mi cuerpo se volvió transparente.

  Parpadeé, confundida. Intenté tocarme la mano, pero esta atravesó la otra como si no existiera.

  Era como si yo… no perteneciera a ese lugar.

  Zein seguía sin moverse, con la mirada fija en su otra mitad.

  —Haré lo que quiera —la voz de la sombra sonó divertida, confiada—. ?Y sabes por qué? Porque estás a punto de morir, y yo ahora puedo hacer lo que quiera. Al fin y al cabo… voy a salvar tu vida.

  Zein apretó los dientes.

  —No necesito que me salves.

  —Tú no… pero tus amigos sí.

  El aire se volvió pesado.

  —?Vas a dejarlos morir ahí? —continuó la sombra, su tono ahora impregnado de burla—. ?No que eras un “héroe”?

  Y entonces, sonrió.

  Una sonrisa macabra.

  Era una expresión sin emoción humana, una burla afilada como un cuchillo.

  Zein no respondió. Pero su mirada tembló apenas por un instante.

  La sombra se dio media vuelta, como si ya no le interesara discutir más. Pero antes de irse, giró su rostro hacia mí.

  Me miró.

  Y en ese momento, sentí un terror que nunca antes había experimentado.

  Su rostro no tenía ojos. Pero aun así… sabía que me veía.

  Y lo peor de todo es que sonrió de nuevo.

  —Me alegra que tuviéramos un espectador esta vez.

  Mi cuerpo entero se heló.

  En un instante, todo se desmoronó.

  Un tirón invisible me arrastró hacia abajo. Me hundí en el agua de golpe.

  La oscuridad me envolvió.

  Traté de moverme, de nadar hacia la superficie, pero era imposible. El agua era demasiado espesa, demasiado pesada. Cada intento por avanzar era inútil. Era como si estuviera atrapada en un abismo sin fin.

  Iba a morir aquí.

  Iba a…

  Pero entonces, desperté.

  Mis pulmones se llenaron de aire de golpe.

  La sangre aún manchaba el suelo.

  Los cuerpos de mis amigos seguían ahí, atravesados por las lanzas, inmóviles.

  La multitud seguía en silencio, como si el mundo entero se hubiera detenido.

  Y yo… yo estaba temblando.

  Mi respiración era errática. Mi piel fría. No podía dejar de temblar.

  Niklas me sostenía firmemente entre sus brazos, pero su voz se escuchaba lejana.

  Todo seguía girando a mi alrededor.

  —Tenemos que salir de aquí… —jadeé, apenas capaz de hablar.

  Me dirigí rápidamente hacia la salida, con Niklas y Adrián siguiéndome de cerca.

  —?Por qué? ?Qué es lo que pasa, Naoko? —preguntó Niklas, su voz llena de confusión.

  —Solo háganme caso. Tenemos que salir de aquí lo más rápido posible.

  No podía explicar lo que había visto. No podía ponerlo en palabras. Solo sabía que debíamos huir.

  Una vez fuera, saqué mi comunicador y di una orden urgente.

  —?Escuchen todos! ?Cualquiera que esté en el Imperio y esté de nuestro lado, quítense cualquier estampa, uniforme o distintivo que los identifique! ?Ahora!

  El canal de comunicaciones estalló en murmullos confundidos.

  —?De qué hablas? —preguntó una voz entrecortada.

  —?Solo háganlo!

  Me giré hacia Niklas y Adrián.

  —Ustedes también. Quítense el traje.

  Sin preguntas, nos deshicimos de la ropa del Imperio, dejando solo prendas normales debajo. Mi corazón latía desbocado. Algo estaba mal. Lo sentía en cada fibra de mi ser.

  Esa sombra…

  Siempre que aparecía, algo horrible sucedía.

  En mis sue?os. En mis pesadillas.

  Atrás de nosotros, unos soldados comenzaron a seguirnos.

  —?Deténganse!

  —?Ustedes tres, quédense donde están!

  No.

  No podíamos.

  Nos lanzamos entre los árboles, internándonos en la maleza. Aquel parque era más grande de lo que parecía. El follaje espeso dificultaba la visibilidad, lo que nos permitió perdernos entre la vegetación. Nos movimos sin detenernos, zigzagueando entre los troncos, evitando cualquier rastro de luz.

  Pero algo iba mal.

  Después de varios minutos de correr, emergimos de entre los árboles… y nos dimos cuenta de que habíamos regresado al mismo punto de partida.

  Desde lo alto de las ramas, se veía perfectamente la plataforma de ejecución.

  Ya no quedaban espectadores.

  Solo los generales, hablando entre ellos.

  Sus posturas eran tensas. Algo planeaban.

  Y entonces…

  Ocurrió.

  Una peque?a nube de humo comenzó a elevarse desde la plataforma.

  Algo se estaba quemando.

  Mi pecho se comprimió. Por un momento, pensé que estaban incinerando los cuerpos. Pero los generales también se veían desconcertados.

  Y entonces…

  El cuerpo de Zein se prendió en llamas.

  No eran llamas normales.

  Eran llamas negras.

  Negras y moradas. Pero sobre todo negras.

  El fuego creció con una ferocidad imposible, propagándose hasta envolver los cuerpos de Kiomi y Miguel.

  Los soldados entraron en pánico.

  Corrían en todas direcciones, tratando de apagar el fuego, pero sus esfuerzos eran inútiles.

  Los generales retrocedieron con cautela. Incluso ellos sabían que algo iba muy, muy mal.

  Y entonces, los cuerpos de Kiomi y Miguel cayeron al suelo.

  Curados.

  Vivos.

  Y de entre las llamas… emergió la pesadilla.

  Aquel monstruo de fuego.

  Aquella sombra.

  Aquello que había visto en mis sue?os.

  Mis pesadillas se habían vuelto realidad.

  Cada paso que daba dejaba un rastro de destrucción.

  El suelo bajo sus pies se ennegrecía y se resquebrajaba.

  El mundo mismo parecía inclinarse ante su presencia.

  No podía respirar.

  No podía apartar la mirada.

  El terror me inmovilizó.

  Zein… ?seguía ahí dentro?

  La sombra se colocó frente a Eroberer en un abrir y cerrar de ojos.

  —Vaya… sí que te has vuelto fuerte. ?Enfrentar la muerte te dio un impulso?

  No hubo respuesta. La criatura simplemente incrustó su brazo en el estómago de Eroberer con una facilidad aterradora. No hubo resistencia, como si atravesara el aire. Como si Eroberer no fuera más que un simple insecto ante su presencia.

  El general escupió sangre, pero incluso en ese estado, sonrió. Sus ojos brillaban con un éxtasis salvaje, un placer retorcido. El poder, la fuerza, la guerra… estar al borde de la muerte ante un oponente digno lo emocionaba.

  Eroberer intentó contraatacar, lanzó un pu?etazo directo al rostro de la sombra, pero no logró nada. No hubo reacción. No un parpadeo, ni un leve movimiento. La criatura lo observó en silencio antes de agarrarlo de los hombros con una fuerza abrumadora.

  Y entonces… el fuego estalló.

  Las llamas consumieron el cuerpo de Eroberer en cuestión de segundos. Los gritos que surgieron de su garganta fueron inhumanos, desgarradores, llenos de agonía. No le desearía ese destino ni al peor de los enemigos. Pero, incluso mientras su piel se carbonizaba y su carne se desprendía en cenizas, la sonrisa en su rostro no desapareció. No gritaba de dolor, sino de júbilo.

  Cuando el fuego se disipó, lo que quedó de Eroberer era una carcasa chamuscada y retorcida. Apenas un rastro de su uniforme y su característico bigote seguían allí, como un recuerdo grotesco de lo que alguna vez fue. Pero incluso en ese estado, seguía consciente, aún con poder.

  La sombra lo observó sin emoción y, sin dudar, le sujetó la mandíbula con una mano. Los huesos crujieron, la piel desgarrada se tensó… y en un solo movimiento, la arrancó.

  Pero no lo soltó.

  Con la otra mano, lo sujetó por el pecho y, con un tirón brutal, separó su cabeza del cuerpo. La médula espinal se desprendió con un chasquido húmedo, y la cabeza de Eroberer cayó al suelo, aún con esa maldita sonrisa de satisfacción.

  Los demás generales quedaron paralizados, incapaces de procesar lo que acababan de presenciar. Pero la duda no duró mucho. A pesar del miedo evidente en sus rostros, se lanzaron al ataque.

  Fue su último error.

  La sombra repelió sus golpes con facilidad, como si estuviera jugando con ellos. Krieger fue la siguiente en caer. Apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de que la criatura la partiera en dos como si fuera de papel. No murió de inmediato. Sus entra?as quedaron expuestas, colgando de su cuerpo mutilado mientras intentaba sostenerse de algo, de cualquier cosa. No tuvo oportunidad.

  La sombra usó sus propios órganos como un látigo, envolvió con ellos la cabeza de Stahlwand y la arrancó de un solo tirón. No fue una decapitación limpia. Su mandíbula quedó pegada al cuerpo, mientras que el resto de su cráneo volaba en una dirección distinta.

  El caos se desató entre los soldados. Muchos no pudieron soportarlo y trataron de huir.

  No lo lograron.

  Más sombras emergieron de la nada. Se duplicaron en cuestión de segundos, cada una moviéndose con una precisión asesina. Los soldados estaban atrapados.

  Uno de ellos gritó cuando una sombra se abalanzó sobre él y le arrancó la cabeza de un solo mordisco. Otro cayó al suelo, retorciéndose mientras su abdomen se hundía en sí mismo; le estaban devorando las entra?as, lentamente, disfrutando cada segundo.

  Las sombras no mataban con eficiencia. No era ejecución, no era simple aniquilación. Era tortura.

  Algunos fueron partidos en dos como mu?ecos rotos, sus cuerpos retorcidos y colgados de los restos de la estructura. Crucificados, al igual que los prisioneros que ellos mismos habían condenado a morir.

  Los cadáveres se acumulaban poco a poco. Al principio, los colgaban con macabra paciencia, pero pronto dejaron de tener espacio. Los arrojaron en montones, formando una monta?a grotesca de carne y sangre.

  Era una masacre.

  No…

  Era algo peor.

  El cielo era un lienzo de destrucción. Las naves de batalla y conquista del Imperio estallaban en llamas, desmoronándose como meteoritos incandescentes sobre la ciudad. Explosiones en lo alto iluminaban la oscuridad con destellos anaranjados, cada una marcando el final de otro navío.

  Fue entonces cuando comprendí algo aterrador.

  La sombra no solo estaba matando a los soldados en tierra… estaba eliminando a todo vestigio del Imperio. No dejaría a nadie vivo.

  —Por eso nos pediste que nos quitáramos todo lo relacionado con el Imperio… —murmuró Niklas, con los ojos abiertos de par en par.

  No pude responder. Mi cuerpo estaba paralizado. No por el frío ni por el cansancio, sino por el horror. Todo esto, todo lo que estaba ocurriendo… era demasiado.

  La mala suerte no tardó en alcanzarme.

  La rama sobre la que estaba parada crujió y se partió. El suelo se acercó de golpe, sentí el impacto recorrerme los huesos. El dolor fue mínimo comparado con el pánico que me recorrió cuando la sombra me vio.

  En un instante, estuvo frente a mí.

  El aire se volvió denso, sofocante. Me costaba respirar. Mi cuerpo se estremecía como si tuviera fiebre, mis músculos no respondían. Estaba completamente indefensa.

  La criatura se inclinó, observándome en silencio. Sus ojos vacíos perforaban los míos, como si estuviera mirando a través de mi alma.

  No hizo nada. Solo me miró.

  Entonces, levantó su mano.

  Mi corazón se detuvo. Este era mi fin.

  Mi mente gritaba, mi cuerpo se negaba a moverse. Podía sentir la muerte a centímetros de mi rostro.

  Pero… el golpe nunca llegó.

  En su lugar, una caricia.

  Una mano ardiente rozó mi mejilla con una suavidad imposible para un ser como él. No fue un ataque, no fue violencia. Fue… algo más.

  El calor quemó al instante.

  —?Auch! —me quejé sin poder evitarlo.

  La sombra se detuvo.

  Por primera vez, pareció sorprendida. Su mano se apartó de inmediato.

  Y, sin previo aviso, desapareció.

  Sin un solo sonido, sin dejar un rastro, como si nunca hubiera estado ahí. Solo quedaba el silencio.

  Pero ese silencio no traía paz. Era el eco de la masacre.

  A mi alrededor, las naves seguían ardiendo, las ruinas aún humeaban, el caos seguía desmoronándose sobre sí mismo. Nada de esto parecía real.

  Caí de rodillas, aún temblando.

  Niklas bajó de los árboles al instante y se arrodilló junto a mí.

  Un zumbido perforaba mis oídos, incesante, vibrante, como si el mundo entero se derrumbara dentro de mi cabeza.

  Tardamos un tiempo en recuperar el aliento. Pero el mundo no esperaría por nosotros.

  Todo había sido transmitido.

  Así como la batalla de Sora y la masacre en aquel planeta… la ejecución y todo lo que le siguió había sido vista por todos.

  No podía permitirme quedarme en shock.

  Tomé aire y, aún con la voz temblorosa, di un comunicado.

  —Buenas noches a todos…

  Mi respiración era irregular, mis manos aún no dejaban de temblar.

  —Los hechos de hoy nos han dejado el camino libre, de una manera que no me gustaría admitir.

  Mi voz casi se quebró, pero seguí.

  —A partir de ahora, daremos nuestros mayores esfuerzos en restaurar el gobierno y apoyar a todo aquel que haya sufrido.

  Me aferré a mis propias palabras como si fueran lo único que me mantenía en pie.

  —Les agradezco de todo corazón que hayan aguantado estos meses. Les aseguro que ahora todo va a estar bien.

  Cerré los ojos un instante, intentando controlar mi miedo.

  —Nuestros héroes, Miguel y Kiomi, están a salvo y gozando de salud… aunque aún inconscientes. Con ellos, llevaremos todo a flote. Les doy mi palabra.

  Pero Zein…

  Me costó decirlo. Me costó aceptar la verdad.

  —En cuanto a Zein… puedo decir que sigue con vida, pero nuestros esfuerzos en su búsqueda quedarán para el final. La prioridad es la población.

  Tragué saliva. No quería decirlo.

  —Por lo tanto, doy a Zein Ravenscroft por desaparecido en acción.

  La última palabra pesó en mi pecho como una sentencia.

  —Eso es todo. Buenas noches.

  Corté la transmisión.

  La guerra aún no había terminado.

  Pero esperaba, con todo mi corazón, que pudiéramos mantenerlo todo a flote.

  Esperaba, con toda mi alma, que Zein siguiera con vida.

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