El sol se alzaba en el cielo, proyectando rayos de luz que se filtraban a través del denso follaje del Bosque de Everwood. Martín, con el cuerpo dolorido y la ropa aún húmeda por la noche anterior, se despertó en su improvisado refugio. El hambre lo atormentaba, un vacío que se extendía desde su estómago hasta su mente, nublando sus pensamientos. Las pocas bayas que había encontrado cerca del arroyo la noche anterior apenas habían mitigado su hambre, y la incertidumbre sobre su comestibilidad lo llenaba de inquietud.
"Necesito encontrar algo más sustancioso", pensó, con una urgencia que le revolvía las entra?as. Se puso de pie, con las piernas temblorosas por la falta de alimento. La cabeza le daba vueltas, y la debilidad le hacía sentir que cada paso era un esfuerzo monumental.
"Un paso a la vez", se repitió, como un mantra para mantener la calma.
Salió de su refugio, observando el entorno con una mezcla de curiosidad y temor. El bosque se extendía a su alrededor, un laberinto verde sin caminos visibles. Los árboles gigantescos, con troncos cubiertos de musgo y líquenes, parecían observarlo con una indiferencia ancestral. El aroma a tierra húmeda y a vegetación exuberante llenaba el aire, pero no lograba disipar la sensación de extra?eza que lo invadía.
"Necesito orientarme", pensó, con la mente nublada por el hambre. Recordó las lecciones de supervivencia que había visto en documentales, intentando aplicarlas a su situación. Buscó el sol, intentando determinar el este y el oeste, pero el denso follaje le impedía ver con claridad.
"No puedo perder la calma", se dijo a sí mismo, con la voz te?ida de desesperación.
Decidió seguir el curso del arroyo, con la esperanza de que lo llevara a un lugar más abierto o a algún indicio de civilización. Caminó durante horas, sintiendo el cansancio acumularse en sus músculos. La vegetación se hacía más densa, y las ramas le ara?aban la piel a través de la fina tela de su camisa.
El silencio del bosque era a la vez hermoso y amenazante. El canto de las aves, que al principio le había parecido una melodía agradable, ahora le resultaba inquietante, como si la naturaleza misma lo estuviera observando, esperando su próximo paso en falso.
De pronto, un movimiento entre las sombras lo alertó. Una criatura se deslizaba entre los árboles, con un cuerpo alargado y escamoso que brillaba bajo la luz del sol que se filtraba entre las hojas. Martín se agachó tras un arbusto, conteniendo la respiración.
Era una serpiente, pero no como ninguna que hubiera visto antes. Su cuerpo era grueso y musculoso, con escamas de un verde esmeralda intenso que parecían brillar con una luz propia. Una cresta de espinas óseas recorría su espalda, y sus ojos, de un amarillo brillante con pupilas verticales, lo observaban con una frialdad que le heló la sangre.
Martín se quedó inmóvil, intentando no hacer ruido. La serpiente se acercó lentamente, con la lengua bífida deslizándose por el aire, como si estuviera saboreando su miedo. Un olor a salitre y algas marinas llegó a sus fosas nasales, un aroma que no encajaba con el entorno del bosque.
La serpiente se detuvo a unos metros de él, con la cabeza levantada, observándolo con una mirada fija. Martín sintió un nudo en la garganta, la adrenalina le recorría el cuerpo, preparándolo para la lucha o la huida. Su mano se aferró a la navaja en su bolsillo, pero sabía que era un arma insignificante ante una criatura de ese tama?o.
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De pronto, la serpiente se giró y se deslizó hacia el arroyo. Martín la observó con cautela mientras se acercaba al agua, su cuerpo ondulando con una gracia hipnótica. La serpiente se sumergió en el arroyo, desapareciendo entre las aguas cristalinas.
Martín esperó un momento, con el corazón aún latiendo con fuerza en su pecho. La serpiente no había regresado. Respiró hondo, intentando calmarse. "?Qué era esa criatura?", se preguntó, con una mezcla de fascinación y temor. "?Una Serpiente Marina? ?Pero qué hacía en el bosque?"
La aparición de la serpiente le había dejado una profunda inquietud. No solo por el peligro que representaba, sino por la extra?eza de su presencia en un lugar tan alejado del mar.
"Este mundo es más extra?o de lo que imaginaba", pensó, con un escalofrío.
Continuó su camino, con la mente llena de preguntas. La vegetación se hacía más densa, y el sonido del arroyo se intensificaba. De pronto, el suelo tembló bajo sus pies. Un rugido profundo resonó en el aire, haciendo vibrar las hojas de los árboles. Martín se detuvo, con el corazón latiendo con fuerza en su pecho. El rugido se acercó, y Martín pudo sentir la tierra vibrar con cada paso de la criatura que se aproximaba.
Entre los árboles, una figura gigantesca emergió. Era un troll, una criatura de al menos tres metros de altura, con piel grisácea y musculosa, cubierta de verrugas y cicatrices. Sus ojos rojos brillaban con una furia salvaje, y sus colmillos sobresalían de su mandíbula inferior. En su mano derecha, empu?aba un garrote de madera nudosa, lo suficientemente grande como para aplastar a un hombre de un solo golpe.
Martín se quedó paralizado, sin saber qué hacer. El troll lo observó con una mirada despectiva, como si fuera un insecto insignificante. Un hedor a carne en descomposición y musgo húmedo emanaba de la criatura, haciéndole arder las fosas nasales.
Un gru?ido gutural salió de la garganta del troll, un sonido que parecía provenir de las profundidades de la tierra. Martín reaccionó por instinto. Corrió, esquivando árboles y rocas, con el troll pisándole los talones. El troll era más lento que él, pero su fuerza bruta le permitía estrozar cualquier obstáculo que se interpusiera en su camino.
Martín llegó a un acantilado, el borde del bosque. El arroyo caía en cascada por el precipicio, formando un río que se perdía en la distancia. No había escapatoria.
El troll se acercó, con una sonrisa cruel en su rostro.
Martín observó el entorno, buscando una solución desesperada. Vio una enredadera gruesa que colgaba del borde del acantilado, cerca de la cascada. Era su única oportunidad.
Con un último esfuerzo, corrió hacia la enredadera, saltó y se agarró con fuerza. El troll intentó alcanzarlo, pero su peso lo hizo retroceder. La enredadera se balanceó peligrosamente, y Martín sintió que sus manos comenzaban a resbalar.
"No te rindas", se dijo a sí mismo, con la voz llena de determinación.
Con cuidado, comenzó a descender por la enredadera, utilizando sus pies para apoyarse en la pared del acantilado. El agua de la cascada lo golpeaba con fuerza, dificultando su descenso.
Finalmente, llegó al pie del acantilado, exhausto pero a salvo. El troll rugió con frustración desde lo alto, pero no pudo alcanzarlo.
Martín se puso de pie, con el cuerpo dolorido y la ropa empapada. Había sobrevivido a dos encuentros aterradores, pero la lucha por la supervivencia en ese nuevo mundo apenas había comenzado. La serpiente marina y el troll del bosque le habían mostrado que este mundo no era un simple cuento de hadas, sino un lugar lleno de peligros y misterios.
"Necesito encontrar un lugar seguro", pensó, con la mente aún acelerada por la adrenalina. "Un lugar donde pueda descansar y planear mi próximo movimiento."
Y mientras se adentraba en lo desconocido, la imagen de la serpiente marina y el troll del bosque se grabaron en su memoria, un recordatorio constante de los desafíos que le esperaban en este nuevo mundo.