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Capítulo 14 - Compartiendo el Pasado

  Continuaron su camino hacia el norte, el silencio entre ellos ya no era incómodo. Martín, a pesar de la barrera del idioma, sentía que la confianza entre él y Althaea crecía con cada paso. Ella, a pesar de la tragedia que la atormentaba, se sentía extra?amente tranquila en compa?ía de este humano silencioso. él la observaba con atención, intentando aprender de sus movimientos, de su forma de interactuar con el bosque. Parecía respetar la naturaleza, a diferencia de otros humanos que había conocido.

  Mientras caminaban, Martín notó que Althaea se detenía con frecuencia para observar los símbolos mágicos que emanaban de las plantas y las criaturas del bosque. En una ocasión, la vio detenerse frente a un roble antiguo, sus ojos ámbar fijos en las runas que se entrelazaban en la corteza del árbol. Martín, intrigado, se acercó y le ofreció su cuaderno de campo, en el que había estado dibujando algunos de los símbolos que había visto, así como algunas plantas que le habían llamado la atención. Althaea lo miró con curiosidad, tomó el cuaderno y lo examinó con atención. Se?aló uno de los dibujos, una runa de protección que emitía un leve brillo verde, y luego a la misma runa grabada en el amuleto de hueso que colgaba de su cuello. Martín asintió, comprendiendo que ella le estaba mostrando que su dibujo era preciso. Althaea sonrió levemente, mostrando sus colmillos, y le devolvió el cuaderno. Martín, conmovido por el gesto, sintió que la barrera del idioma no era un obstáculo para la conexión que estaban estableciendo.

  De pronto, el disco de metal que Martín llevaba en su bolsillo comenzó a vibrar con intensidad, emitiendo un leve zumbido. Martín lo sacó y lo observó con atención. El brillo del disco se intensificaba, y a través de él, Martín pudo ver cómo la energía mágica del entorno se arremolinaba, formando patrones complejos y cambiantes. Vio líneas de código verde brillante que se retorcían y crepitaban como peque?as llamas, entrelazadas con símbolos rúnicos que parecían vibrar al ritmo de la tormenta que se avecinaba. La vibración se intensificaba, y Martín sintió una punzada de inquietud, acompa?ada de un dolor agudo en la cabeza. Una imagen fugaz cruzó por su mente: un símbolo rúnico rojo intenso que se repetía en el código, como una se?al de alarma. La energía que detectaba era densa, casi opresiva, como si una tormenta de fuego se estuviera gestando. Althaea, al percatarse de la reacción del disco y la expresión de Martín, se detuvo en seco y alzó la cabeza, olfateando el aire con una expresión de alarma. Un gru?ido bajo escapó de sus labios, y su mano se posó sobre el amuleto de hueso que colgaba de su cuello.

  El cielo, que hasta entonces se había mantenido despejado, comenzó a cubrirse de nubes grises, y un viento frío sopló entre los árboles, trayendo consigo el aroma a lluvia y un ligero toque a ceniza. Un sonido distante, similar al crujir de madera seca siendo devorada por un incendio voraz, llegó a los oídos de Althaea, haciéndola temblar. Althaea se llevó una mano al pecho, como si intentara contener el dolor que la embargaba. Un escalofrío recorrió su cuerpo, y sus ojos se llenaron de un miedo visceral. Kharash... (peligro), pensó, recordando la noche en que las llamas lo consumieron todo. Martín, al verla tan afectada, se acercó y le tocó el brazo con cautela. Althaea lo miró con ojos llenos de miedo, como si estuviera viendo las llamas reflejadas en su mirada.

  "Kharash... (peligro)", murmuró Althaea, con la voz temblorosa. Martín frunció el ce?o, intentando comprender.

  El humo acre le llenaba los pulmones, dificultando la respiración. El calor abrasador le quemaba la piel, y las llamas danzaban a su alrededor, devorando todo a su paso. Althaea, con solo diez a?os, corría entre el caos y la desesperación, buscando a su hermano peque?o. A su alrededor, los gritos de dolor y terror se mezclaban con el rugido del fuego, creando una sinfonía de horror que la perseguía en sus pesadillas.

  Althaea cerró los ojos con fuerza, como si intentara bloquear los recuerdos. Martín, sin saber qué decir, se limitó a ofrecerle su presencia silenciosa, esperando que la tormenta pasara.

  Un trueno resonó en la distancia, y Althaea se encogió, como si el sonido la hubiera golpeado. Martín, con un gesto, le indicó que debían buscar refugio. "Sira (tormenta)... mala", dijo Althaea, con voz temblorosa.

  Las llamas crepitaban, devorando las chozas de su aldea con una rapidez aterradora. El olor a carne quemada se mezclaba con el humo, creando una náusea que la obligaba a contener la respiración. Un grito desgarrador escapó de sus labios al ver a su hermano, atrapado entre las llamas, su peque?o cuerpo retorciéndose en un último espasmo de dolor. La impotencia, el miedo, la pérdida, la perseguían como una sombra, un recordatorio constante de la fragilidad de la vida.

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  Althaea asintió, con la mirada perdida en el horizonte. Martín, tomándola del brazo con suavidad, la guio hacia un grupo de árboles, buscando un lugar donde pudieran protegerse de la tormenta.

  Encontraron una cueva poco profunda bajo las raíces de un árbol gigante, pero la entrada estaba bloqueada por una gran roca que la tormenta había desprendido de la ladera. Althaea, tras examinar la roca, gru?ó con frustración. La roca, encajada entre las raíces, no se movía ni un centímetro a pesar de sus esfuerzos. "Gronak (fuerza)... no... (imposible)", murmuró, con la voz llena de desesperación. Martín se acercó, observando la roca con atención. "Quizás... (duda) rama... (se?ala una rama cercana) palanca... (hace un gesto de palanca)", sugirió Martín, con un hilo de voz. Althaea, tras observar la rama y los gestos de Martín, comprendió la idea. Asintió con la cabeza y, con un rugido, tomó la rama y la introdujo en una hendidura en la roca, usándola como palanca. Con un último esfuerzo, la roca se movió lo suficiente para liberar la entrada. "Danko (gracias)... humano", dijo Althaea, con la voz aún temblorosa.

  Dentro de la cueva, la oscuridad era casi total, solo rota por la tenue luz que se filtraba por la entrada. Althaea se sentó con las piernas cruzadas, su mirada fija en la entrada, como si esperara algo. Martín, a su lado, sentía una creciente tensión en el ambiente. El sonido de la lluvia se intensificaba, golpeando con fuerza la tierra y las rocas, creando una melodía rítmica que resonaba en la cueva. El crujir del fuego, lejano pero incesante, se mezclaba con el sonido de la lluvia, como un eco del dolor que Althaea intentaba contener. El viento golpeaba la entrada con furia, como si intentara arrancar las raíces del árbol que los protegía, un reflejo de la tormenta que rugía dentro de la guerrera Beastman. Martín, conmovido por su dolor, se acercó a ella y le ofreció su capa, intentando cubrirla del frío y la humedad que se filtraban por la entrada. Althaea lo miró con sorpresa, sus ojos ámbar reflejando la lucha interna entre la desconfianza y la necesidad de consuelo. Dudó por un instante, pero finalmente aceptó la capa, un gesto que Martín interpretó como un peque?o paso hacia la confianza.

  Un relámpago iluminó el bosque por un instante, revelando el rostro de Althaea, pálido y tenso. Un trueno resonó en las monta?as, haciendo temblar la tierra bajo sus pies, un eco del miedo que la atormentaba. Althaea se encogió, un temblor recorrió su cuerpo. Martín la observó con preocupación, notando cómo apretaba los pu?os y su respiración se aceleraba. Intentó ofrecerle una sonrisa tranquilizadora, pero Althaea apartó la mirada, su expresión llena de una tristeza que Martín no podía comprender. ?Cómo puedo ayudarla?, se preguntó Martín, sintiendo su propia impotencia como un peso sobre su pecho. Sabía que la tormenta no era la única causa de su angustia, y aunque no entendía su idioma, podía sentir la intensidad de su dolor.

  La tormenta arreciaba, y el viento aullaba como una bestia furiosa, mezclándose con el crujir distante del fuego que atormentaba los recuerdos de Althaea. Ella se levantó y comenzó a caminar de un lado a otro dentro de la cueva, su inquietud era palpable. Martín, observándola, se percató de que la tormenta la afectaba de una manera que él no podía comprender. De pronto, Althaea se detuvo y, con una expresión de dolor, se llevó las manos a la cabeza. Cerró los ojos con fuerza, como si intentara bloquear una imagen terrible. Un escalofrío recorrió su cuerpo, y un gemido ahogado escapó de sus labios, como si la tormenta hubiera desatado un torrente de dolor en su interior. Martín, con un gesto de preocupación, se acercó a ella y, con cuidado, le tocó el hombro, intentando transmitirle un poco de calma y apoyo. Althaea lo miró con sorpresa, sus ojos ámbar se abrieron con incredulidad. ?Este humano... intenta consolarme?, pensó. Un segundo relámpago iluminó la cueva, y en ese instante, Althaea creyó ver en los ojos de Martín un destello de comprensión, una empatía que trascendía las barreras del idioma. La tensión en sus hombros se relajó ligeramente, y por primera vez desde que la tormenta comenzó, sintió una peque?a chispa de esperanza.

  La tormenta continuó durante horas, pero la tensión en la cueva se había disipado. Martín se mantuvo cerca de Althaea, ofreciéndole su presencia silenciosa como consuelo. A medida que la lluvia amainaba y los truenos se alejaban, Althaea sintió una profunda gratitud hacia este humano que, a pesar de no comprender sus palabras, había logrado comprender su dolor. Una extra?a sensación de conexión crecía en su interior, un lazo que iba más allá de las palabras y que la hacía sentir segura por primera vez desde la pérdida de su clan.

  Martín ya no es un huésped. Ya no es solo un testigo.

  Ahora carga historias que no le pertenecen.

  Y cuando uno comparte dolor… también hereda enemigos.

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