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Capítulo 15 - La Decisión del Camino Seguro

  La tormenta había cesado, dejando tras de sí un aire fresco y húmedo. El sol se abría paso entre las nubes, iluminando el bosque con una luz tenue que se filtraba entre las hojas. Althaea, con la capa de Martín aún sobre sus hombros, se levantó y estiró sus músculos, preparándose para continuar el viaje. Martín, aún algo entumecido por el frío de la noche, se incorporó lentamente, observando a la guerrera Beastman con una mezcla de admiración y curiosidad. A pesar de la barrera del idioma, había logrado establecer una conexión con ella, un lazo de confianza forjado en la supervivencia y la ayuda mutua.

  Althaea, con un gesto, le indicó a Martín que la siguiera. "Ven", dijo en Varyan, utilizando una de las pocas palabras que Martín había aprendido. Reanudaron la marcha, adentrándose en el bosque con la cautela de quienes saben que el peligro acecha en cada sombra. El camino se volvía más difícil a medida que avanzaban, con la maleza espesa y el terreno irregular. Martín, aún con la herida en el costado, se esforzaba por seguir el ritmo de Althaea, quien se desplazaba con la agilidad de un felino entre los árboles.

  Continuaron su camino, el aroma a humo se intensificaba a medida que avanzaban. De pronto, el bosque se abrió ante ellos, revelando un claro desolado. árboles carbonizados se alzaban hacia el cielo como espectros negros, sus ramas retorcidas y sin vida. El suelo estaba cubierto de ceniza, y

  un silencio sepulcral reinaba en el lugar. El aire era denso, cargado con el olor a madera quemada y un ligero toque a azufre.

  Martín se detuvo, conmocionado por la devastación. La visión del claro quemado le confirmaba la capacidad destructiva de la naturaleza en este mundo. Un escalofrío recorrió su espalda al imaginar la fuerza del rayo que había arrasado este lugar. La imagen del claro quemado se grabó en su mente, un recordatorio brutal de la fragilidad de la vida.

  "?Por qué te afecta tanto la destrucción?", preguntó Martín, se?alando el claro quemado y luego a Althaea, utilizando una mezcla de gestos y palabras sueltas en Varyan.

  Althaea suspiró, su mirada se perdió en la distancia. "Hace tiempo... mi clan... fue atacado. Humanon (humanos)... codiciosos... quemaron nuestra aldea... mataron a muchos... yo... escapé.", dijo en Varyan, con la voz temblorosa.

  Martín guardó silencio por un momento, conmocionado por la historia de Althaea. La crueldad de los humanos le resultaba difícil de comprender. En su mundo, la codicia y la violencia existían, pero la idea de que alguien pudiera destruir un hogar entero por simple avaricia le parecía abominable. El disco vibraba con intensidad, y a través de él, Martín pudo ver fragmentos del pasado: destellos de luz solar filtrándose entre las hojas, el canto de pájaros, el aroma a tierra húmeda y flores silvestres. Escuchó el sonido del viento susurrando entre los árboles, el murmullo de un arroyo cercano. De pronto, la visión cambió, mostrando llamas que se extendían rápidamente, consumiendo todo a su paso. Sintió el calor abrasador, el crujir de la madera seca, el silencio sepulcral que se extendía tras la destrucción. La visión se desvaneció, dejando a Martín con una profundasensación de tristeza y pérdida.

  "Este disco... me muestra el pasado", dijo Martín, con la voz temblorosa, guardando el objeto en su bolsillo. "Veo la energía... la magia... como si fuera una luz que se apaga."

  Althaea lo observó con atención, sus ojos ámbar reflejaban la tristeza del humano. "La magia... es poderosa", dijo, con un tono de voz grave. "Pero también puede ser peligrosa... si se usa para el mal."

  Martín asintió, comprendiendo sus palabras. Se?aló el disco y luego a sí mismo, intentando explicarle a Althaea su funcionamiento. "En mi mundo... tenemos algo parecido... una herramienta que guarda recuerdos... como una memoria."

  Althaea frunció el ce?o, sin comprender del todo la analogía. "Recuerdos... en metal?", preguntó, con escepticismo.

  Martín asintió, intentando simplificar su explicación. "Sí... como un dibujo... pero que se mueve... como una sombra que guarda la luz."

  Althaea no dijo nada, pero su mirada se posó en el disco con recelo. Martín comprendió que la desconfianza de Althaea hacia la tecnología era profunda, y decidió no insistir en el tema.

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  "Vamos", dijo Althaea, con un tono de voz que Martín interpretó como una invitación a seguir adelante. "Tarnak... nos espera."

  Martín se sintió reconfortado por las palabras de Althaea. La destrucción del claro le había recordado la crueldad que existía en este mundo, pero la promesa de un nuevo hogar, de un lugar donde la paz y la armonía prevalecían, le devolvía la esperanza.

  Al cabo de un rato, el bosque se hizo más denso, y el aroma a tierra húmeda y musgo se intensificó. Martín escuchó el sonido de agua corriendo, y al poco tiempo, llegaron a un arroyo cristalino que cruzaba el bosque. Althaea se detuvo en la orilla, observando el agua con atención. "Agua... limpia", dijo, se?alando el arroyo. Luego, con un gesto, le indicó a Martín que la siguiera río arriba.

  Caminaron a lo largo del arroyo durante un tiempo, hasta que el sonido de voces y risas llegó a sus oídos. Althaea sonrió levemente. "Tarnak (aldea)... cerca", dijo, con un tono de voz que Martín interpretó como alivio.

  El bosque se abrió ante ellos, revelando un valle oculto entre las monta?as. En el centro del valle, se alzaba la aldea de Tarnak, un conjunto de chozas construidas con madera, piedra y pieles de animales, que se integraban armoniosamente con el entorno. Las chozas, con techos de paja y paredes de adobe reforzadas con troncos, estaban dispuestas en círculo alrededor de un gran árbol ancestral, cuyas ramas se extendían como brazos protectores sobre la aldea. El aire estaba impregnado del aroma a madera, tierra húmeda, hierbas medicinales y el humo de las fogatas que ardían frente a las viviendas.

  Althaea, con un gesto, le indicó a Martín que la siguiera. "Ven", dijo en Varyan. "Te mostraré Tarnak."

  Al acercarse a la aldea, Martín pudo distinguir a algunos de sus habitantes. Un grupo de ni?os con rasgos de lobo jugaban cerca del arroyo, riendo y persiguiéndose entre las chozas. Un anciano con cuernos de ciervo tallaba una figura de madera frente a su choza, sus manos arrugadas se movían con la precisión de un artesano experimentado. Una mujer, con facciones que recordaban a un felino y una mirada penetrante, se acercó a Althaea, saludándola con un gru?ido amistoso. Althaea le presentó a Martín como un amigo que necesitaba su ayuda, y la mujer, que se llamaba Lyra, lo observó con curiosidad antes de asentir con la cabeza.

  "?Qué hacen?", preguntó Martín, se?alando a los ni?os que jugaban y utilizando una mezcla de Varyan y gestos.

  "Infanon (ni?os)... jugar", respondió Althaea, con una sonrisa. "Clan Lobo... fuertes... rápidos."

  Martín asintió, comprendiendo. Se?aló al anciano que tallaba madera. "?Y él?", preguntó.

  "Sabio... Clan Ciervo... conoce... bosque", explicó Althaea. "Cura... con plantas."

  Martín observaba a los Hombres Bestia con una mezcla de fascinación y respeto. Sus rasgos animales, sus movimientos, sus expresiones, eran tan diferentes a todo lo que había conocido. Comprendió que antes de intentar regresar a casa, debía conocer a fondo este nuevo mundo. La aldea de Althea parecía ser el lugar perfecto para hacerlo, ya que le permitiría aprender sus costumbres y fortalecer sus habilidades.

  Al caer la noche, llegaron a un claro donde se alzaba una choza robusta, construida con troncos gruesos y techo de paja. Unas pieles de animales colgaban de las paredes, y el aroma a humo y hierbas medicinales flotaba en el aire. Althaea abrió la puerta de la choza y le indicó a Martín que entrara.

  "Ya les avisé de tu llegada", dijo Althaea, con un tono de voz que reflejaba una mezcla de esperanza y preocupación. "Espero que puedan aceptarte."

  El interior era oscuro y acogedor. Un fuego crepitaba en el hogar, iluminando las paredes de madera y los pocos muebles que había: una mesa tosca, un par de bancos y una cama cubierta con pieles. Un hombre corpulento, con una melena de león y una mirada penetrante, se levantó de uno de los bancos al verlos entrar. Su rostro se endureció al posar sus ojos en Martín, y un gru?ido bajo escapó de sus labios. Una mujer, con rasgos de oso y ojos grises, observaba a Martín con recelo desde el otro lado del fuego. Sus brazos estaban cruzados sobre su pecho, y su expresión era de desconfianza.

  "Padre, madre", dijo Althaea, presentándoles a Martín. "él es un amigo que necesita nuestra ayuda."

  El padre de Althaea observó a Martín con recelo, sus ojos felinos lo escrutaron de arriba abajo. "?Un humano?", gru?ó, con desconfianza. "No sé si es buena idea..."

  La madre de Althaea se acercó a Martín, olfateando el aire a su alrededor. "No parece peligroso", dijo, con una voz profunda y gutural. "Pero debemos ser cautelosos. Muchos de los tuyos han traído solo dolor a nuestro bosque."

  Martín, a pesar de no comprender sus palabras, sintió la tensión en el ambiente. Sabía que la confianza de los padres de Althaea no sería fácil de ganar, pero estaba dispuesto a hacer lo que fuera necesario para demostrar que era digno de su hospitalidad.

  Quizás este es el lugar donde debo estar, pensó Martín, mientras observaba el fuego danzar en la oscuridad. Aquí puedo aprender, puedo crecer, puedo encontrar mi camino.

  Tarnak lo mira con ojos felinos, y no todos son amables.

  El disco guarda silencio. Pero algo en él late.

  La calma es breve. El código no olvida. Y la runa roja no descansa.

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