home

search

Capítulo 16 - Primeros Pasos en la Comunidad

  Al llegar a Oakhaven, Martín se sintió abrumado por la multitud de Hombres Bestia. Sus miradas, curiosas y recelosas, lo hacían sentir un intruso en un mundo completamente ajeno al suyo. A pesar de la belleza del valle y la aparente tranquilidad de la aldea, la barrera del idioma y la frialdad inicial de los Hombres Bestia le recordaban la distancia a casa y el arduo camino para ganarse su confianza. Althaea, percibiendo su inquietud, se acercó y le puso una mano en el hombro. "Tranquilo", dijo en Varyan, con una sonrisa. "Te ayudaremos. No estás solo". Martín, agradecido, asintió.

  Mientras caminaban por la aldea, Althaea le iba explicando las costumbres del lugar. Las chozas, con techos de paja y paredes de adobe reforzadas con troncos, estaban dispuestas en círculo alrededor de un gran árbol ancestral, cuyas ramas se extendían como brazos protectores sobre la aldea. El aire estaba impregnado del aroma a madera, tierra húmeda, hierbas medicinales y el humo de las fogatas que ardían frente a las viviendas.

  Los Hombres Bestia vestían con ropas sencillas, hechas de pieles curtidas y telas tejidas con fibras naturales. Algunos llevaban adornos de hueso, plumas y dientes de animales, que parecían indicar su clan o estatus dentro de la comunidad. Althaea le explicó que cada clan se identificaba con un animal totémico, como el lobo, el oso o el águila, y que sus adornos reflejaban su conexión con ese espíritu animal. Martín, fascinado, observó los adornos con atención, intentando visualizar el código mágico que los acompa?aba. Vio líneas de código verde que se entrelazaban con los objetos, como si la magia natural del bosque se hubiera tejido en cada pluma, cada hueso, cada diente.

  Los primeros días en Oakhaven fueron difíciles para Martín. La barrera del idioma era un obstáculo constante. Aunque Althaea le había ense?ado algunas palabras básicas en Varyan, Martín se sentía frustrado por no poder comunicarse con fluidez. A menudo, se encontraba solo, observando las actividades de la aldea desde la distancia, intentando descifrar sus costumbres y rutinas. Los aldeanos, a pesar de la insistencia de Althaea en que era un amigo, lo miraban con recelo y evitaban el contacto directo. Apartaban la mirada cuando él se acercaba, y sus conversaciones en Sylvian cesaban abruptamente al percatarse de su presencia. La soledad se cernía sobre él como una sombra, amplificando la nostalgia por su hogar y su familia. Cada noche, al acostarse en la caba?a que Althaea le había cedido, Martín sacaba su cuaderno de campo y dibujaba, intentando plasmar en el papel las imágenes de su familia, de su hogar, de su vida antes de llegar a este mundo extra?o.

  Buscando integrarse, Martín decidió ayudar en las tareas cotidianas. Una ma?ana, intentó colaborar con Daren, un joven de fuertes brazos y mirada esquiva, que reparaba el techo de una choza cuyas hojas de paja se habían desprendido tras una tormenta. Martín se?aló las herramientas y pronunció lentamente las pocas palabras que conocía en Varyan, "Ayuda... yo... trabajo", intentando ofrecer ayuda. Daren se limitó a fruncir el ce?o, ignorándolo y continuando con su labor en silencio. Martín sintió una punzada de desánimo, pero no se rindió.

  Sin desanimarse, Martín se acercó a un grupo de mujeres que tejían cestas con fibras vegetales. Entre ellas destacaba Ilhara, una mujer alta, de rostro adusto y brazos fuertes. Cuando Martín se inclinó para observar su técnica, intentando sonreír y pronunciar un tímido "Hola" en Varyan, Ilhara retiró su cesta y continuó su labor sin mirarlo. Las demás mujeres hicieron lo mismo, evitando todo contacto visual. Martín sintió cómo la frustración crecía en su interior.

  Más tarde, Martín vio a un peque?o grupo que recolectaba hierbas cerca del lindero del bosque. Reconoció a Fenhar, un muchacho de mirada curiosa, que lo observaba a distancia. Martín levantó una mano en se?al de paz, intentando mostrarse amigable. Fenhar pareció dudar un instante, como si considerara responder al gesto. Sin embargo, la voz grave de Kaern, un anciano de brazos tatuados y rostro curtido por el tiempo, llamó al joven y Fenhar se alejó apresuradamente. Kaern miró a Martín con severidad, como recordándole que no era bienvenido. Cerca de Kaern, Lhawra, una anciana de mirada penetrante y largas trenzas adornadas con semillas, mantenía los labios apretados, evaluando cada movimiento de Martín en silencio. Estos ancianos habían vivido las guerras pasadas con los humanos y temían que la armonía con el bosque volviera a romperse por la presencia de un forastero.

  Aun así, hubo peque?os momentos que sugerían que no todos eran tan inamovibles en su desconfianza. Una tarde, Martín intentó ayudar a un aldeano mayor, llamado Arven, que cargaba un manojo de le?a. Arven, de rostro surcado por arrugas y orejas grandes, frunció el ce?o al ver a Martín acercarse. Con gestos, Martín se?aló la le?a y luego su propio pecho, ofreciendo su ayuda. El anciano dudó, miró a su alrededor, y aunque no sonrió ni pronunció palabra, le cedió un par de troncos. Martín caminó junto a él hasta la entrada de la choza. Al dejar la le?a en el suelo, Arven emitió un leve "Hmm", menos despectivo que la indiferencia habitual, y se marchó sin hacer contacto visual. Fue un gesto mínimo, pero Martín lo interpretó como un avance.

  En otra ocasión, Martín vio una valla de madera que protegía un peque?o huerto. Una de las estacas se había inclinado. Sin ser llamado, se acercó y, con cuidado, intentó enderezarla. Un joven aldeano, de nombre Durin, se detuvo a observarlo sin hablar. Martín se?aló la estaca, luego la tierra, y procedió a reforzarla con un palo más grueso. Durin no sonrió ni agradeció, pero no se interpuso. Al terminar, Martín limpió sus manos y miró al joven, quien simplemente asintió mínimamente con la cabeza antes de seguir su camino. Aquello no era una bienvenida, pero tampoco un rechazo tajante.

  También había una anciana, Maedra, encargada de te?ir lanas con pigmentos vegetales, conocida por su carácter áspero. Durante una ma?ana en que Martín transportaba agua desde el arroyo, ella lo observó desde la distancia. Cuando él pasó cerca, cargando el cántaro con esfuerzo, Maedra cruzó los brazos y se quedó mirándolo por un momento. Martín inclinó la cabeza con respeto. Maedra, sin decir nada, no apartó la mirada de inmediato; sus ojos parecieron evaluar cada movimiento del forastero. Luego, sin emitir una palabra, continuó con su labor, pero Martín creyó percibir en su rigidez una leve relajación, un reconocimiento a su esfuerzo, por mínimo que fuera.

  Otra tarde, Martín notó a un grupo de aldeanas, lideradas por Ilhara, regresando con cestas cargadas de frutos. Intentando ser útil, se ofreció a cargar una de las cestas para aliviar su trabajo, pero al tropezar con una raíz, dejó caer la carga, esparciendo las frutas por el suelo. Las mujeres, con el ce?o fruncido, comenzaron a hablar entre ellas en Sylvian, sus voces llenas de reproches. Martín, avergonzado, intentó disculparse con gestos, pero solo recibió miradas de desaprobación. Nadie se ofreció a ayudarlo a recoger las frutas. La frustración lo invadió, y por un instante deseó poder hablar su idioma, poder explicar que no había sido su intención. ?Por qué me cuesta tanto adaptarme?, se preguntó con tristeza, mientras recogía las frutas del suelo. ?Cuándo dejarán de verme como un extra?o?

  Un gru?ido bajo resonó a sus espaldas, y Martín se giró para encontrarse con la mirada penetrante de un Hombre Bestia. Era alto y musculoso, con la piel de un tono grisáceo y unos cuernos que se curvaban hacia atrás desde su frente. Su rostro, con rasgos felinos y una barba espesa, transmitía una mezcla de fuerza y desconfianza. "Torpe... humano (humano)", gru?ó el Hombre Bestia en Sylvian, se?alando a Martín con un dedo acusador. "Debes... aprender... respeto... por bosque."

  Althaea, que había estado observando la escena desde la distancia, se acercó rápidamente y se interpuso entre Martín y el Hombre Bestia. "él es mi amigo", dijo con firmeza, su voz resonando con autoridad. "No busca problemas. Está aquí para ayudarnos."

  El Hombre Bestia, que Althaea presentó como Gorak, resopló, sin apartar la mirada de Martín. "Humano (humano)... traen... desgracia (desgracia)", gru?ó. "Recuerda... guerra... fuego... dolor."

  Unauthorized use of content: if you find this story on Amazon, report the violation.

  Althaea tradujo para Martín: "Dice que los humanos traen desgracia y que recuerda la guerra, el fuego y el dolor."

  Martín, aunque no entendía todas las palabras, comprendió el mensaje. La desconfianza de Gorak y de gran parte de la aldea era profunda. Althaea, con un suspiro, le explicó a Martín que muchos Hombres Bestia aún guardaban rencor hacia los humanos por las guerras del pasado y la explotación de sus tierras.

  "No será fácil", dijo Althaea, con una mirada seria. "Pero te ayudaré a ganarte su confianza. Debes demostrarles que eres diferente."

  Martín asintió, comprendiendo la magnitud del desafío. Se sentía como un intruso, una nota discordante en la armonía de la aldea. ?Cómo puedo demostrarles que no soy una amenaza?, se preguntó. ?Cómo puedo ganarme su confianza si ni siquiera puedo hablar su idioma?

  Esa misma tarde, mientras Martín ayudaba a recolectar le?a, se encontró con Gorak, quien estaba curando la pata herida de un joven lobo. Gorak, al ver a Martín, se apartó ligeramente, mostrando incomodidad. Martín observó la escena con atención: Gorak utilizaba una pasta de hierbas, pero el lobo aullaba de dolor y la herida no mejoraba. Recordando las ense?anzas de Talia sobre plantas medicinales, Martín se acercó con cautela y le ofreció a Gorak una hierba que, según sus conocimientos, podía acelerar la curación y aliviar el dolor.

  Gorak lo miró con recelo, pero la insistencia de Martín y el sufrimiento del lobo lo convencieron. Sin decir nada, Martín se arrodilló junto a Gorak y, con su cuchillo, preparó la hierba con cuidado. Luego, con un gesto de permiso, tomó la pata del lobo y aplicó la pasta sobre la herida. El lobo, al principio, se tensó, pero la suavidad del toque de Martín y el frescor de la hierba lo tranquilizaron. Gorak observaba con atención, sus ojos felinos fijos en los movimientos del humano.

  Al cabo de unos minutos, el lobo dejó de aullar y comenzó a lamer la pata, un signo de que el dolor había disminuido. Gorak, con una expresión de sorpresa, examinó la herida. La hemorragia se había detenido, y la piel alrededor ya no estaba tan inflamada.

  "Gracias, humano (humano)", gru?ó Gorak, con un tono de voz que sonaba más a aprobación que a amenaza. "Eres... útil."

  Martín sonrió tímidamente, aliviado por haber podido ayudar. A pesar de la barrera del idioma, había logrado conectar con Gorak a través de un acto de compasión. Sin embargo, la mirada de Gorak seguía siendo cautelosa, y Martín sabía que aún le quedaba mucho por hacer para ganarse su confianza por completo.

  "?Te gustaría aprender más sobre las hierbas medicinales?", preguntó Martín, se?alando las plantas y luego a sí mismo, como indicando que podía ense?arle.

  Gorak lo miró fijamente durante un largo rato, como sopesando la oferta. Finalmente, asintió lentamente. "Sí, humano (humano). Ensé?ame."

  A partir de ese día, Martín dedicó parte de su tiempo a ense?ar a Gorak sobre las propiedades de las plantas que conocía. Aunque la comunicación era difícil, ambos se esforzaban por entenderse, y poco a poco, una relación de respeto mutuo comenzó a florecer entre ellos.

  Un día, la tranquilidad de Oakhaven se vio interrumpida por un problema inesperado: el pozo de agua, fuente vital para la aldea, se había secado. Los aldeanos, preocupados, intentaron encontrar la causa del problema, pero sus esfuerzos fueron en vano. Althaea, sabiendo que Martín tenía una perspectiva diferente sobre la magia, le pidió que investigara.

  Martín, utilizando su visión del código mágico, examinó el pozo y el área circundante. Descubrió que una raíz mágica, que crecía bajo tierra, había desviado el flujo de agua hacia otra dirección. La raíz, con un brillo verde intenso, parecía estar absorbiendo la energía del agua, impidiendo que llegara al pozo. Martín se arrodilló junto al pozo seco, concentrándose en la raíz mágica que brillaba bajo tierra. A través del disco de metal, vio el código mágico que la rodeaba, líneas verdes que se retorcían y pulsaban con una energía inusual. Intentó comprender el código, buscando patrones o funciones que le permitieran manipularlo. Un dolor agudo le atravesó la cabeza, como si su mente se esforzara por entender un lenguaje completamente nuevo.

  ?Qué significa esto?, se preguntó con un nudo en la garganta. ?Cómo puedo usar este código para ayudar? Tras unos minutos de intensa concentración, Martín se levantó, con el rostro pálido y la frente perlada de sudor. "La raíz... está viva", dijo a Althaea, con la voz temblorosa. "Está creciendo... buscando agua... pero su código... es extra?o... no lo entiendo del todo."

  Althaea, con el ce?o fruncido, consultó con los ancianos del pueblo. Kaern, Lhawra y otros sabios de la aldea se reunieron en círculo alrededor del pozo seco. La noticia de la raíz mágica se extendió rápidamente, y los rostros de los ancianos reflejaban una mezcla de preocupación y desconfianza.

  "?Una raíz que roba el agua?", gru?ó Kaern con incredulidad. "Jamás habíamos visto algo así."

  "Es obra de los humanos", murmuró otro anciano, con la mirada fija en Martín. "Han contaminado la tierra con su magia extra?a."

  "No podemos permitir que un humano intervenga", dijo la madre de Althaea, frunciendo el ce?o. "Podría empeorar las cosas."

  Althaea, sin embargo, defendió a Martín. "él solo quiere ayudar", dijo con firmeza. "Y su visión de la magia puede ser la clave para resolver este problema."

  "Pero no podemos arriesgarnos", insistió Lhawra, apretando los labios. "La magia del bosque es delicada. Un error podría tener consecuencias desastrosas."

  Tras una larga discusión, los ancianos llegaron a un acuerdo. Permitirían que Martín explicara su visión del problema, pero la decisión final sobre cómo actuar la tomarían ellos.

  "Humano (humano)... dice... raíz... problema", gru?ó Gorak con desconfianza. "?Cómo... solucionar?"

  Martín, con la ayuda de Althaea, explicó que la raíz debía ser guiada hacia otra dirección, donde pudiera encontrar agua sin afectar al pozo. Propuso utilizar un ritual de agua para atraer la raíz hacia un manantial cercano, donde no interfiriera con el flujo de agua del pozo.

  Los ancianos escucharon con atención, sus rostros reflejaban una mezcla de escepticismo y curiosidad. Algunos, como Kaern, mantenían el ce?o fruncido, mientras que Lhawra entrecerraba los ojos, intentando adivinar las intenciones de Martín. Otros, quizás recordando los peque?os gestos de esfuerzo que Martín había realizado en los días anteriores, mostraban una postura menos rígida. Algunos asintieron con la cabeza; no era aceptación plena, pero sí un resquicio de confianza naciente.

  "Es una idea arriesgada", dijo un anciano de cabello canoso y mirada cansada. "Pero si funciona, podría salvar la aldea."

  "Debemos intentarlo", dijo Althaea, con determinación. "No tenemos otra opción."

  Finalmente, los ancianos accedieron a realizar el ritual, pero con la condición de que Martín solo observara y no participara directamente en la manipulación de la energía. Gorak, que había estado observando a Martín con atención durante toda la discusión, se acercó a él y dijo en un tono bajo: "Espero que sepas lo que haces, humano (humano). Si algo sale mal, serás el responsable."

  Martín, consciente de la responsabilidad que recaía sobre sus hombros, asintió con la cabeza, con una mirada de determinación.

  Juntos, los aldeanos se reunieron alrededor del pozo seco y comenzaron el ritual de agua. Althaea, como líder espiritual de la aldea, dirigió el canto, invocando a los espíritus del agua para que guiaran la raíz hacia el manantial. Martín, observando el ritual con atención, vio cómo las líneas de código verde que rodeaban la raíz se movían lentamente, respondiendo a la energía del canto. Con su visión del código mágico, Martín pudo alentar mentalmente a la energía del ritual, sin intervenir directamente, asegurándose de que la raíz se dirigiera hacia el manantial sin resistencia.

  Al cabo de unas horas, el agua comenzó a brotar de nuevo en el pozo, para alivio de los aldeanos. Gorak, con una expresión de sorpresa y gratitud, se acercó a Martín y le dio una palmada en el hombro. "Buen trabajo, humano (humano)", dijo, con un gru?ido que sonaba más a aprobación que a amenaza. "Eres... útil."

  Con el paso de los días, Martín se fue integrando cada vez más a la comunidad de Oakhaven. Aunque todavía sentía miradas desconfiadas de Ilhara y la cautela de Kaern y Lhawra, notaba que el ambiente era menos hostil. Arven ya no fruncía el ce?o con tanta dureza cuando Martín pasaba cargando le?a; Durin no apartaba la mirada al verlo reparar peque?as cosas; y Maedra apenas lo miraba, pero no con la rigidez de antes, sino con una neutralidad menos tensa. Aprendió a respetar sus costumbres, a valorar su conexión con la naturaleza y a apreciar la sencillez de su estilo de vida. Aunque aún a?oraba su hogar y su familia, Martín comenzó a sentir que Oakhaven era un lugar donde podía encontrar un nuevo propósito, un nuevo camino, un lugar donde podía ser útil y aceptado por lo que era, sin importar su origen.

  Oakhaven no se gana con palabras, pero Martín no está hecho de palabras: está hecho de intentos.

  El bosque está aprendiendo su nombre. Pero el mundo... aún no olvida.

Recommended Popular Novels