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Capítulo 5 · La llegada del brujo ·

  La familia Erkariel junto con A?lya, cenaba alegremente mientras compartía el pan solar de las colinas y cataba con suma delicadeza el plato especial de la noche, preparado con amor por Kareliya. Se demoraban en disfrutar cada pedacito de carne, saboreando en profundo el Rakout al corzo. Incluso la princesa parecía sorprendida por la riqueza de los sabores que explotaban en su boca, como si fuese la primera vez que los hubiera probado. Obviamente no era la primera vez, pero desde luego estaba hecho con mucho más amor y dedicación.

  La joven elfa de cabellos largos y oscuros como el alma de un akihr, Kareliya, miraba a A?lya atentamente, pendiente del más mínimo cambio en el comportamiento de la princesa. Le preocupaba que pudiese echarse a llorar de un momento a otro. "Cosas de ni?os, supongo", se decía a sí misma en busca de consolación.

  — Lina?l thirien, naelorien en'moriel —soltó de pronto Krivar en élfico antiguo mientras levantaba una copa llena de vino y encaraba su tripa graciosamente.

  Kareliya fue la primera en unirse, y después siguieron Karv? y A?lya. Rarika no pudo brindar porque todavía era una elfa joven, así que se limitó a levantar su zumo de manzana sin dejar de mostrar que estaba ligeramente molesta.

  Tras eso, las peque?as ayudaron a recoger la mesa mientras el padre de familia se encargaba de preparar la le?a. A pesar de que la estación floral estaba cerca de comenzar, las noches todavía eran frías y desesperantes si no tenías una buena manta en casa.

  — Tenemos visita —anunció Rarika con la cara tras su cuaderno y sus orejas puntiagudas levantadas.

  Eso puso en alerta a todos, quienes se acercaron a la entrada. Karv? ya se estaba preparando para una emboscada: se colocó al lado de la puerta para que, cuando entrasen, fuese la primera en poder atacar. Pidió a los demás que se escondiesen y se apresuró a agarrar la daga que tenía en el cinturón.

  Kior, por suerte, no se percató de nada anómalo, ya que dormía plácidamente en su cuna, tallada a mano por Krivar. Era de madera de serelva, un árbol de savia luminosa que solo crece cerca del bosque de Rukhara. Con formas suaves, curvadas, como hojas entrelazadas. Y estaba adornada con motivos de estrellas, espirales de viento y flores nocturnas.

  — No entiendo por qué va a embestir contra Kiraki y Ruthkar —murmuró Karv? como si fuese el comentario más normal del mundo, escondida con sus padres tras el sofá.

  Krivar y Kareliya se buscaron con la mirada con la velocidad de un rayo. Sus ojos, desorbitados, gritaban en silencio que debían frenar a su hija mayor.

  — ?Karv?, esper...! —gritaron ambos padres al unísono mientras se levantaban de golpe, pero fue un intento fallido.

  Karv? ya se había lanzado contra la medio dragón y el brujo, haciendo a este último tropezar y caer al suelo. La joven elfa se abalanzó sobre él y, justo cuando iba a clavar su peque?a daga, A?lya salió de su escondite para frenarla. La elfa granjera pronto cayó en la cuenta de quiénes eran y su piel se tornó poco a poco con un tono rojizo, avergonzada.

  Krivar, paralizado y envuelto en dudas, fue incapaz de pronunciar palabra. ?De qué sería capaz el brujo tras aquello? él nunca se había visto en una tesitura parecida, ya que gracias a los dioses, su familia había conseguido mantenerse al margen de todo aquello que considerasen de moral sospechosa.

  Sin embargo, pese a que todo parecía desembocar en una situación completamente distinta, el brujo se limitó a levantarse del suelo y a sacudirse el traje de lino grueso te?ido con barro volcánico y tintes de hojas oscuras.

  Tras incorporarse, aquel hombre tan volátil, miró a todos uno por uno mientras entrecerraba los ojos declarándoles la guerra con la mirada. Y aunque sonaba a amenaza verdadera, solo dijo:

  — Solo venía a traer a Kiraki, pero supongo que tendría que haber avisado antes —se sacudió la túnica y se la alisó como pudo con la ayuda de las manos.

  La tensión aflojó en cuestión de segundos. Incluso parecía que Krivar había perdido tripa tras esos terroríficos momentos. Carraspeó la voz y fingió no haber estado preocupado porque sus vidas iban a correr peligro apenas unos minutos antes.

  — Oh, b-bueno... —titubeó el granjero mientras se rascaba parte del cuero cabelludo.

  — Pues sí, la verdad, porque ya hemos cenado y todo —se oyó decir a Rarika, por lo que su familia se giró a mirarla desafiante.

  El brujo soltó una carcajada inesperada, dejando a todos boquiabiertos. Incluso Rarika parecía incómoda ante todo aquello.

  A?lya aprovechó para observar detenidamente a la misteriosa medio dragón. Dos cuernos curvados ya formados sobresalían de su frente, su piel era brillante, sí, aunque no tanto como le había parecido bajo la luz de un sol reluciente como el de esa tarde del ataque. Con cuidado, la miró de arriba abajo. Tenía algunas escamas con reflejos verdes del color de la esmeralda recién pulida, y unas garras tan largas como las de un rukkh.

  La princesa tragó saliva al saber que esas garras la habían atacado, pero se negó a dejar de examinarla. Cualquier detalle era clave para mantenerse alerta en posibles reyertas futuras.

  El cabello de Kiraki era negro y estaba recogido en una coleta alta con algunas trenzas sueltas, pero lucía unas mechas verdosas, que no parecían hechas al extraer minuciosamente el pigmento de una flor. No, ese color había nacido con ella. Frunció el ce?o y siguió con el examen ocular.

  Los ojos, a los que ya no se atrevía a mirar directamente, eran como un brillo de gema viva, más grandes de lo normal. Y en lugar de pupilas redondas, tenía dos peque?os diamantes negros. Su nariz no parecía del todo normal, ya que se asemejaba bastante a la de un gato. Sus dientes afilados se escondían tras unos labios carnosos y donde deberían ir las cejas, tenía peque?as escamas que sobresalían de su piel.

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  Pero lo que definitivamente afirmaba que no podía ser una elfa, eran sus orejas. No eran puntiagudas ni largas, sin embargo, tampoco eran peque?as. Eran extra?as, eso seguro.

  La princesa se obligó a apartar la mirada cuando Kiraki la atrapó observándola. Esta se limitó a ladear un poco la cabeza. La princesa sintió un alivio casi instantáneo al recordar que estaba rodeada de elfos.

  — Bueno, viendo que nadie saca un dulce para los invitados... me iré —anunció el brujo.

  — ?No, por favor! —pidió Kareliya de manera sincera— Ha sobrado mucha comida. ?Tenéis hambre, brujo?

  Este asintió lentamente con la cabeza y se apresuró a coger asiento en una de las sillas de madera de los Erkariel, casi como si hubiese estado esperando ese momento todo el día. Kareliya obvió comentar nada, pero tenía muchas ganas de reírse. Krivar hizo pasar a Kiraki y la invitó a sentarse en el sofá. Fuera todavía hacía frío y era mejor estar frente al calor de la chimenea.

  Kiraki pudo sentir de nuevo el calor de su hogar, aunque ahora lucía distinta. Todo parecía haber cambiado. Miraba a su alrededor, como si cada objeto que viese fuese otro. Y cuando cruzaba miradas con alguien de su familia, agachaba la cabeza y evitaba decir nada. Karv? se dio cuenta, pero optó por darle su pesacio. Al fin y al cabo, la medio dragón también estaba pasando por una situación traumática, pues Kiraki había estado siempre convencida de tener sangre élfica y, además, creía que todo el mundo era conocedor de su extra?a apariencia. Por lo que se suponía que no debía preocuparse.

  Pero nada era lo que parecía.

  El brujo parecía ajeno al drama de las demás razas, en ese momento solo quería catar cualquier cosa que hubiera pasado por la parrilla primero. Y el ambiente estaba tan cargado a olor de Rakout... Sus tripas le rugían con tanta fuerza que tuvo que toser para disimular el ruido tan descarado que emanaba de su barriga.

  Pero la oreja de un elfo es la más aguda, así que Kareliya se dio prisa para preparar un plato a Ruthkar. Se aseguró en coger la carne más jugosa y tierna de lo que había sobrado, y a?adió vino de Narloth en una copa. Esta variedad en concreto era de un tono ámbar verdoso, elaborado a partir de las bayas de narloth, una fruta que solo crece en las terrazas ocultas del bosque de Rukhara.

  Se dice que este vino ayuda a calmar las mentes más perturbadas.

  — Tomad —dijo Kareliya mientras dejaba el plato y la copa en la mesa, justo por donde había tomado asiento el brujo.

  A este se le abrieron las fosas nasales casi instantáneamente. El rugir de su tripa se hizo más notorio, por lo que el brujo se lamentó de no poder controlarlo. Kareliya, acostumbrada a alimentar a una familia constantemente hambrienta, simplemente le dejó disfrutar de la comida a solas.

  Entonces se percató en Kiraki.

  Indecisa, se acercó a ella. Siempre la había tratado como a una más, sin decir exactamente de dónde venía, por no herir sus sentimientos. Desde bien peque?a, le habían hecho pensar que era elfa, pero un poco distinta a los demás. A Kareliya le invadió la culpabilidad y la vergüenza. Tuvo que inhalar profundamente antes de poder hablar.

  — Cari?o, yo... —en cuanto la criatura la miró, ella calló en seco.

  El ambiente se había vuelto tenso y, a pesar de que conocía a esa ni?a como si la hubiese engendrado ella misma, no supo discernir entre la rabia y la confusión que se estaba apoderando de Kiraki.

  Mientras que Rarika decidió irse a dormir, Karv? se quedó en el umbral de la puerta, alerta. No se fiaba del brujo y no dejaba de tener la intuición de que algo malo iba a ocurrir esa noche. Por eso, la muchacha no soltaba la daga.

  A Krivar se le notaba el agobio saliendo por cada poro de su piel. Quería que aquella visita tan extra?a e inesperada se marchase cuanto antes para que todo volviese a la normalidad, con Kiraki en la familia.

  — Bueno, brujo, cuéntenos a qué se debe vuestra visita —inquirió el elfo pelirrojo adoptando un tono de voz lo más neutro que pudo.

  Había estado planificando cómo decírselo sin sonar amenazante o tajante. Krivar se caracterizaba por ser un hombre honesto, trabajador, bondadoso... pero jamás se le podría llamar mal elfo. Además, tenía una familia preciosa que no dejaría escapar por nada, ni siquiera por un título honorario o tierras kilométricas. No. No podía permitirse conflictos en su hogar. él siempre había tratado de mantenerse al margen de cualquier situación malévola para Krivar y los suyos, y no iba a empezar a cambiar su dinámica.

  Hasta ahora, se habían mantenido lejos de la capital, Rukhara. A pesar de que él y su familia adoraban al rey como cualquier otro elfo de bien en la región, también despreciaban cualquier problema que surgiese allí. Y es que en la capital, es un dilema nuevo por día.

  Afortunadamente, gozaban de buen posicionamiento. Su granja se ubicaba a las faldas del bosque, por lo que estaban próximos la capital, pero no vivían en ella. Por eso el negocio que regentaban, una peque?a tienda de comestibles orgánicos y procesados, funcionaba tan bien: tenían cerca el bosque, donde recolectaban frutas, cazaban animales, plantaban árboles frutales, pescaban en el río sagrado de Rukhara... y tenían cerca la capital, donde iban a promocionarse una vez cada ciclo lunar, que era cuando hacían los cambios de precio. De este modo, los clientes no tenían que caminar demasiado hacia la tienda y, como una peque?a estrategia de ventas, el paseo abría el apetito a muchos, así que compraban más.

  — Esto está delicioso —dijo de pronto el brujo tras unos incómodos segundos de silencio, ignorando por completo el comentario del elfo—. Noto ciruelas pasas y bayas rojas, ?cierto?

  Kareliya asintió lentamente con la cabeza, confusa. No entendía a qué venía la actitud de aquel brujo tan petulante.

  Krivar carraspeó la voz, con una notoria demanda de atención hacia el brujo, quien parecía pasarle por desapercibido.

  — Insisto, ?qué hacéis aquí?

  El brujo suspiró, molesto porque no le dejaban disfrutar ese manjar tranquilamente. él solo quería cenar sin tener que preocuparse por nada más. Pero no le quedaba de otra que responder...

  — El cuervo ya está aquí —dijo de pronto. Todos los ojos se giraron para mirarle—. Lo vieron las ni?as en el establo. Es un ave torpe, pero es inmortal.

  — ?Inmortal? —se atrevió a preguntar la princesa, interviniendo por primera vez desde la llegada de Ruthkar— Pensaba que solo los dioses eran inmortales.

  — Ay, mi ni?a —dijo el brujo entre risas—, ?hay muchas razas inmortales! Incluso ciertos dragones...

  Algunas miradas se redirigieron a Kiraki, quien se removió en el sofá y tragó saliva. Le echó un vistazo a la puerta planeando una posible huida, pero su hermana Karv? estaba allí plantada, custodiándola. Se maldijo por lo bajo y permaneció en el lugar, aunque seguía sin soltar una palabra.

  — ?Entonces...? —insistió Krivar.

  El brujo rodó los ojos y por fin lo miró.

  — ?Te acuerdas de que te dije que vendrían a por ella? —el de la tripa saltona asintió con la cabeza—. Pues ya están aquí.

  * Nota del autor.

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