En el avión nos explicaron la situación. El EDI había lanzado su contraataque definitivo, una ofensiva abrumadora que les aseguraba la victoria. No solo habían barrido con nuestras defensas, sino que habían enviado a todos sus generales a diferentes sistemas. Los cuatro más poderosos estaban aquí, en la Tierra.
El ambiente en el avión era tenso, sofocante. Nadie hablaba. Todos intentábamos pensar en una estrategia, en algo que pudiéramos hacer contra esos monstruos... pero nuestras mentes estaban vacías. Solo quedaba el peso del miedo y la incertidumbre.
Me acerqué a Naoko.
—Naoko...
Ella alzó la mirada, notando la seriedad en mi voz.
—?Qué pasa, Zein?
Saqué un peque?o objeto de mi bolsillo y lo sostuve en mi palma. Era uno de los pendientes que Thailon me había regalado antes de morir.
—Quiero que te lo quedes. —Se lo entregué con cuidado—. Te protegerá y te dará buena suerte.
Naoko lo tomó entre sus manos, sus ojos brillaban entre la tristeza y la sorpresa. Una sonrisa cálida, sincera, se dibujó en su rostro.
—Zein...
Antes de que pudiera decir algo más, la voz del piloto nos advirtió que estábamos por llegar. Todos comenzaron a prepararse.
Fue entonces cuando una barrera de energía envolvió a Naoko, impidiéndole moverse.
—?Qué es esto? —preguntó, su tono pasó de la confusión a la alarma—. Zein…
No podía mirarla a los ojos.
—Lo siento… pero no puedo dejar que vengas con nosotros.
—?De qué estás hablando? ?Se supone que venceríamos juntos, todos! —Su respiración se aceleró, su voz se tornó desesperada.
—Perdónanos… —Fue lo único que pude decir al verla luchar contra la barrera.
—?Somos un equipo! ?O acaso me equivoco? ?Dímelo, Zein!
Golpeaba la barrera con todas sus fuerzas, su voz quebrada por la angustia. Finalmente, sus manos temblaron y se dejó caer de rodillas, con los pu?os cerrados contra el suelo.
—No es justo…
Bajé la mirada.
—Es por tu bien.
—??Y eso qué importa?! ?Se supone que somos un equipo! ?Que hacemos las cosas juntos y nos apoyamos! Entonces… ?por qué?
Era por su bien dejarla ahí. Lo sabía. Desde el momento en que vi a los generales, entendí que no podríamos contra ellos. Pero tampoco podíamos dejarlos libres, causando estragos.
Naoko tenía un futuro. Nosotros… nosotros solo teníamos esta misión. No había nadie esperándonos al final del camino.
—Antes de irme, escucha bien. Esa barrera no desaparecerá hasta que yo caiga muerto.
—?No digas eso! —gritó, golpeando la barrera con desesperación—. ?Déjame salir, Zein!
Sonreí con tristeza.
—Cuídate. Y vive… vive por nosotros.
Coloqué mi mano sobre la barrera y ella, entre lágrimas, hizo lo mismo al otro lado. Era como si en ese momento todo el ruido del mundo se hubiera desvanecido. Solo quedaban nuestras miradas, su llanto ahogado y la distancia que yo mismo había creado entre nosotros.
Sin decir más, saltamos del avión, dejando atrás a Naoko, esperando… deseando… que al menos ella sobreviviera en este cruel mundo.
Al aterrizar en la zona, el paisaje parecía vacío, demasiado silencioso para lo que estaba por venir. Hasta que de pronto, cuatro figuras emergieron de la nada.
El suelo pareció crujir bajo el peso de su sola presencia. Desde las sombras, avanzó una figura imponente, su mirada cargada con el peso de incontables batallas… y la certeza de la victoria.
Su cuerpo era una escultura de pura fuerza: músculos definidos bajo un traje oscuro como la noche, que brillaba con patrones carmesí formando el símbolo de un sol negro, vibrante y ominoso. Un cinturón de cuero sostenía su túnica larga y desgastada, ondeando con cada paso, ocultando parcialmente sus botas reforzadas, dise?adas tanto para el campo de batalla como para la gloria.
Su rostro era el de un depredador curtido en mil guerras: una barbilla angulosa, una nariz prominente, y un bigote espeso y meticuloso, símbolo de un guerrero que no necesitaba ostentación para imponer respeto. Su cabello negro, con apenas unas hebras plateadas, no hablaba de vejez, sino de experiencia.
No era un veterano envejecido… era la guerra misma: joven, eterna y despiadada.
Y luego, su mirada, de un rojo profundo y abrasador, cayó sobre nosotros… y el tiempo pareció quebrarse. No era una mirada que juzgara, sino que sentenciaba. Fría. Absoluta. La mirada de alguien que jamás ha conocido la piedad porque nunca la ha necesitado. Pero en sus labios, una sonrisa confiada lo hacía aún más aterrador.
En ese instante, el mundo pareció contener el aliento… y entonces habló.
—Mucho gusto, me llamo Eroberer —su voz, gruesa e intimidante, encajaba perfectamente con su imponente presencia—. A mi lado tengo a Krieger, Stahlwand y Henker, mis fieles compa?eros.
Krieger, la guerrera implacable, emergió con una presencia que parecía robar el aire mismo. Su estatura, apenas menor que la de Eroberer, no restaba en absoluto a su aura de dominio. Su figura esbelta y marcada era la de una depredadora nata, con músculos definidos que hablaban de incontables batallas.
Ensure your favorite authors get the support they deserve. Read this novel on the original website.
Su largo cabello negro, recogido en una coleta de trenzas, se agitaba tras ella como una bandera al viento, a?adiendo un toque salvaje a su porte marcial. Vestía el mismo uniforme distintivo que su compa?ero: un traje ajustado en tonos rojos y negros, con patrones que formaban el símbolo del Sol Negro, emblema de su lealtad y poder. Sobre el traje caía una túnica oscura sujeta por un cinturón, ondeando con cada uno de sus pasos firmes. Sus botas reforzadas marcaban el suelo con ecos pesados, como si su avance anunciara el fin de cualquier resistencia.
Su mirada, afilada como una hoja, evaluaba con frialdad, como un lobo midiendo a su presa. Ojos carmesíes llenos de una inteligencia gélida y una insaciable sed de combate. Sus labios apenas se curvaron en una mueca que oscilaba entre la burla y el desafío, como si cada enfrentamiento fuera solo un pasatiempo.
No necesitaba palabras para imponer su dominio. Su sola presencia transmitía un mensaje claro: Tu destino está sellado… y yo seré quien lo ejecute.
Con Stahlwand, el eco metálico de sus pasos precedía su llegada. Pesado y firme, como si el mismo suelo temiera quebrarse bajo su avance.
Emergió como una muralla viviente de carne y poder, su presencia imponente e inquebrantable. Su físico no era tan marcado como el de Eroberer, pero su sola postura evocaba la resistencia de una monta?a. Su traje, idéntico al de sus camaradas, era un lienzo oscuro adornado con el símbolo carmesí del Sol Negro, vibrante y desafiante, como si ardiera con su propia voluntad.
La túnica, sujeta por un cinturón robusto, ondeaba con pesadez tras él, y sus botas reforzadas resonaban como el martillo que golpea el yunque del campo de batalla.
Su rostro, sereno y endurecido por mil batallas, reflejaba la inquebrantable calma de quien conoce el peso del deber. Sus ojos, acerados y fríos, observaban con la paciencia de un depredador que no tiene prisa… porque sabe que nada puede derribarlo. Tenía una barba que le otorgaba un aire de solemnidad y fuerza, del mismo color que su cabello: negro como la noche.
Con pasos pesados que resonaban como martillazos, Henker emergió de entre las sombras, una presencia colosal que irradiaba amenaza. Su torso, cubierto por el traje oscuro marcado con el símbolo del Sol Negro, tensaba el tejido con cada músculo poderoso. Aunque su complexión no era tan marcada como la de Eroberer, la imponente fuerza que emanaba de su cuerpo era innegable.
Una máscara de verdugo le cubría por completo el rostro, acentuando la fiereza de sus ojos, que ardían como brasas tras unos lentes circulares de tono carmesí.
En su mano sostenía un hacha de hoja ancha y oscura, su filo desgastado por incontables combates. No la cargaba… la empu?aba como una extensión de su propio ser, con la familiaridad de quien ha segado innumerables vidas.
Su traje, idéntico al de sus camaradas, se ce?ía a su cuerpo como una armadura viviente: negro, ajustado, con patrones carmesí que formaban el símbolo del Sol Negro en su pecho. Sus botas reforzadas, dise?adas para aplastar y avanzar, resonaban con cada movimiento.
Cuanto más tiempo permanecíamos cerca de ellos, más me alegraba de haber dejado a Naoko en el avión. Ellos eran de un mundo diferente. Demasiado poderosos.
—?Comenzamos? —
Antes de que cualquiera pudiera reaccionar, Eroberer se lanzó contra mí con una velocidad aterradora, su túnica ondeando tras él como un estandarte de guerra.
Al mismo tiempo, Krieger se abalanzó sobre Kiomi, su silueta ágil y letal; Henker avanzó contra Sora con el peso de un verdugo implacable, y Stahlwand marchó directamente hacia Miguel, su sola presencia un muro de acero indestructible.
Apenas tuve tiempo de prepararme antes de que el primer golpe llegara. Eroberer no desperdició palabras: su pu?o cruzó el aire como un proyectil, impactando contra mi bloqueo con tal fuerza que el suelo bajo mis pies se resquebrajó. Apenas logré mantenerme en pie.
Cada impacto era como una avalancha de pura brutalidad, obligándome a retroceder con cada golpe.
Eroberer sonreía con una emoción casi salvaje.
—?Vamos, chico! ?No me decepciones! —rugió con una voz llena de emoción—. ?Muéstrame lo que puedes hacer!
Desenvainé mis espadas en un intento desesperado por nivelar el combate. Mis hojas trazaron un arco veloz en el aire, buscando abrirse paso entre la ofensiva imparable de mi oponente. Pero Eroberer solo rió. Esquivó el primer tajo con facilidad y, en el segundo, simplemente levantó el brazo y dejó que la hoja impactara contra su piel.
El sonido del metal quebrándose resonó como un eco de desesperación.
Solo tuve un segundo para procesarlo antes de que mi otra espada corriera la misma suerte, despedazada por la fuerza bruta de mi enemigo.
Sin armas. Sin opciones.
Intenté alejarme, pero Eroberer era demasiado rápido. En un solo movimiento, atrapó mi brazo con una fuerza aplastante y, sin esfuerzo aparente, me lanzó contra un edificio en la distancia.
El impacto fue brutal.
El concreto se fracturó como cristal, y un dolor ardiente recorrió todo mi cuerpo cuando mi hombro se dislocó por completo.
Antes de que pudiera siquiera respirar, Eroberer ya estaba sobre mí.
—No me digas que eso es todo —dijo, y, con un movimiento seco, tomó mi brazo y lo acomodó de vuelta en su lugar.
Me ahogué en un grito de dolor, pero antes de que pudiera reaccionar, mi enemigo se apartó, sonriendo.
—?Vamos, pelea en serio!
Arremetí con una ráfaga de golpes, cada uno cargado con mi fuerza máxima.
Mis pu?os impactaron contra el torso de Eroberer, pero el guerrero ni siquiera se inmutó. Con una mueca de decepción, inclinó la cabeza hacia adelante y me propinó un cabezazo demoledor.
Mi visión se nubló por un instante, y antes de que pudiera recuperarme, mi cuerpo fue derribado contra el suelo.
Eroberer no perdió el tiempo. Agarró mis piernas y, con una fuerza sobrehumana, me lanzó con violencia hacia el cielo. Sentí el aire cortándome la piel mientras ascendía a una velocidad aterradora. Pero mi tormento no terminó ahí.
Eroberer apareció sobre mí en un parpadeo, como si hubiera atravesado el cielo con un solo impulso. Juntó ambos pu?os y los descargó con brutalidad sobre mi cuerpo, enviándome en picada directa hacia la superficie. El impacto levantó una nube de polvo y escombros.
Apenas podía moverme. En el suelo, mi cuerpo temblaba por el dolor mientras trataba de ponerme de pie. A lo lejos, vi a Kiomi, quien luchaba ferozmente contra Krieger. Sus cadenas azotaban a su oponente de un lado a otro, pero sin causarle un verdadero da?o.
Eroberer aterrizó justo frente a mí.
Sin pensar, sin plan, sin estrategia, reuní todo lo que me quedaba y lancé un último golpe desesperado con toda mi fuerza, mi pu?o impactando de lleno en la cara de Eroberer.
Por un instante, el tiempo pareció congelarse.
Una gota de sangre descendió de la nariz del guerrero.
Entonces, Eroberer sonrió.
—No está mal —musitó.
Y con un solo pu?etazo, me mandó al suelo. Apenas pude mantenerme despierto unos segundos más. En ese breve instante, vi cómo los otros llegaban con los cuerpos inconscientes de Kiomi y Miguel, pero sin rastro de Sora.
Sin energía, simplemente me desplomé, incapaz de hacer algo más.
—No entiendo cómo fue que lograste vencer a Azariel… —fue lo último que escuché antes de perder la conciencia.
---
Zein y su grupo yacían inconscientes. Sora, por pura suerte, logró escapar de las garras de los guerreros.
Un poco más lejos, Paul observaba la escena. Había acudido en caso de que algo saliera mal, aunque él mismo sabía que nada de lo que hiciera marcaría la diferencia. Aun así, había ido.
Cuando comprendió lo que había sucedido, informó la situación de inmediato.
El problema era que el gobierno actual había sido completamente aniquilado. Todo era un caos. La invasión había comenzado. Consciente de que no quedaba nada por hacer, dio una última orden.
Los noticieros transmitieron en todas las pantallas del mundo, en todos los idiomas, un mensaje devastador: habían perdido. Los soldados recibieron una última opción.
Podían abandonar sus posiciones y salvarse.
Podían conservar sus armas y equipo. Pero estarían solos.
Antes de que Paul pudiera retirarse a un lugar seguro, alguien apareció frente a él en un abrir y cerrar de ojos. Era Judas.
—?Judas? ?Qué haces aquí? Es peligroso, vamos —dijo Paul, tomándolo de la mano para sacarlo de allí. Le parecía una completa locura que Judas estuviera en ese lugar.
Un disparo.
El sonido seco retumbó en la ciudad vacía, rompiendo el silencio como un trueno.
Paul cayó al suelo. Muerto.
Judas observó el cuerpo sin expresión, como si la escena no le afectara en lo más mínimo.
—?Sabes? Tú y Alexander me han causado muchos problemas… aunque no lo crean —murmuró con un deje de satisfacción—. Me alegro de que todo haya salido según el plan.
Luego, desvió la mirada hacia el grupo de Zein, sus ojos cargados de un extra?o interés.
—Espero muchas cosas de ti, Zein. No me decepciones.